Colma, la insólita ciudad donde hay más muertos que vivos: 1.285 por cada ciudadano

"Es maravilloso estar vivo en Colma", es el lema de esta pequeña ciudad a 15 de kilómetros de San Francisco.

El cementerio griego de Colma, uno de los 17 que existen en el pequeño pueblo (Photo by David Butow/Corbis via Getty Images)
El cementerio griego de Colma, uno de los 17 que existen en el pequeño pueblo (Photo by David Butow/Corbis via Getty Images)

Pocos lugares hay tan paradójicos como Colma, una ciudad situada a escasos 15 kilómetros de San Francisco (California, Estados Unidos) que pasaría desapercibida para el común de los mortales (valga el chascarrillo) sino fuera por un pequeño minúsculo detalle: en Colima lo raro es estar vivo. Y no, no es una frase hecha, sino el lema de este municipio de apenas 1.556 habitantes, de acuerdo con el censo poblacional de 2024, donde las tiendas de suvenires, como la que se sitúa dentro del museo de historia, venden camisetas que rezan: “It’s great to be alive in Colima”. Una auténtica declaración de intenciones que nada tiene de casual y que se traduce al castellano como ‘Es maravilloso –o fantástico– estar vivo en Colima’. El adverbio es al gusto del consumidor.

Conocida como la ciudad de las almas o la ciudad del silencio, Colma se ha vuelto famosa por exactamente eso. En sus cerca de cinco kilómetros cuadrados de superficie hay casi dos millones de cuerpos enterrados y disgregados en sus 17 cementerios para seres humanos, al que se suma uno extra para las mascotas. Es decir, los camposantos en Colma ocupan el 73% del total de su extensión. Un hito que sitúa a esta ciudad como la única en Estados Unidos (y una de las pocas en el mundo) donde los muertos superan con creces el número de vivos: 1.285 fallecidos por cada ciudadano en "activo", cifra arriba, cifra abajo.

El motivo de esta densidad descomunal de población muerta a pocos metros de donde caminan y hacen su día a día los vivos tiene su origen en dos realidades que definieron el destino de Colma para siempre y hasta nuestros días. La primera en el tiempo data del siglo XIX, coincidiendo con la fiebre del oro que atrajo a obstinados buscadores del metal precioso con destino hasta lo que, por aquel entonces, era una pequeña comunidad agrícola. Los hombres de ambiciones titánicas, entre los que se encontraban extranjeros, colonos y misioneros recién llegados de Europa, se dirigieron a esta zona del oeste de Estados Unidos en su deseo de convertirse en millonarios. Aunque hubo quienes lo consiguieron, por supuesto y de ahí el descalificativo asentado de ‘nuevos ricos’, la mayoría no tuvo la misma suerte y pereció en su intento. La superpoblación en Colma (y en todo San Francisco) provocó la propagación de multitud de enfermedades que acabó por disparar la mortalidad a niveles difíciles de gestionar y de enterrar.

El cementerio de mascotas en Colma (Photo by Tayfun Coskun/Anadolu Agency via Getty Images)
El cementerio de mascotas en Colma (Photo by Tayfun Coskun/Anadolu Agency via Getty Images)

El segundo detonante que explica la cantidad ingente de muertos en Colma sienta su razón de ser en una legislación aprobada en San Francisco, allá por el año 1900, que prohibió la construcción de más cementerios en la ciudad, 26 por aquel entonces. A esta ordenanza inédita se sumó otra de 1914 que obligó a la relocalización de algunos de los campos santos existentes en la gran ciudad californiana. El destino elegido para albergar a los fallecidos fue el pequeño pueblo de Colma, donde se trasladaron cerca de 150.000 cadáveres. Algo similar a lo que sucedió con Manhattan, en Nueva York, donde solamente existe un cementerio activo mientras el resto aparece aquí y allí desperdigado por sus límites.

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La reubicación de los cadáveres en Colma provocó un efecto llamada de trabajadores que acudieron al pueblo para construir los nuevos cementerios a marchas forzadas. Una afluencia masiva de migración que incrementó su población de forma descomunal durante apenas unos años. Lógicamente, la recepción de tal cantidad ingente de personas, más si supera con creces la capacidad del destino, junto con un repunte de los incidentes laborales y las enfermedades, también añadió muertos al asunto, colmando los suelos de Colma de cuerpos y tumbas más o menos precarias.

En la ciudad de las almas hay cementerios para todos los gustos y para todas las religiones y todas las nacionales. El judío, el católico, el musulmán, el ortodoxo, el griego, el serbio, el chino, el italiano… Hay muertos anónimos, muchos, y algunos célebres, como el inventor de los jeans, Levi Stauss; o el icono del béisbol, Joe di Maggo. Colma se ha convertido en un verdadero reclamo para todos aquellos turistas que gustan de visitar los camposantos más emblemáticos del mundo. Poco más se puede hacer en este pueblo apacible repleto de muertos, la verdad sea dicha.

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