“El capitán se queda en su barco”: Noé narra cómo sobrevivió a la devastación de Otis en Acapulco a bordo de su embarcación

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Noé Alfaro Santos, de 56 años, iba a morir la noche del 24 de octubre del 2023, día en que el huracán Otis golpeó a Acapulco, y no sabe por qué continúa con vida. Tiene seis meses de su posible y diferida muerte. 

Sabe que no hizo nada diferente a lo que, seguramente, hicieron sus amigos Felipe Castro de la Paz, el capitán del Aca Rey, y Demetrio Felipe García, de El Sereno. Ambos, viejos lobos de mar. Ellos ya no están.

A Felipe lo hallaron el 3 de diciembre atrapado entre los restos de su embarcación. Demetrio sigue perdido, quizá también está atrapado en los restos de El Sereno, embarcación que no ha sido ubicada. 

Noé piensa que no existe lógica que explique por qué sigue vivo. Tiene diabetes; la azúcar se le dispara a pesar del control médico y, hace cuatro meses, lo operaron de una hernia. Vive con miedo y con tristeza. Llora mucho. Es un hombre que no reprime sus emociones, nunca lo hizo, después de Otis, solloza más fácil y seguido.

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–Sólo Dios sabe, –resume Noé la extraña razón de mantenerlo en este mundo.

Noé y sus amigos capitanes del Acá Rey y El Sereno se quedaron a cuidar sus barcos. Para la gente que no conoce la vida en el mar este apego es incomprensible. Ellos lo dan por sentado desde que se hacen capitanes y oficiales de embarcación, como los periodistas que van hacia los desastres, en vez de correr a salvarse.

“Nadie tiene que pedírtelo, uno lo hace de forma natural, igual como cuando no quieres dejar tu casa. El barco es tu casa”, explica Noé. 

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Foto: Marlén Castro

Esa noche, en la que se murieron casi todos sus amigos de juventud de la vida en el mar, Noé se fue a dormir al camarote del Dinka, el barco del que era capitán desde los 22 años. 

Para protección, las embarcaciones fueron ancladas en el Club de Yates y en la Marina. Sus capitanes y oficiales se quedaron a bordo. El mar estaba tranquilo, más quieto que otras noches. Pasó por su mente que era una exageración que cerraran la Capitanía de Puerto y que las autoridades les pidieran abandonar las embarcaciones, porque el huracán Otis traía rachas de viento peligrosas.

No había viento y no había lluvia. 

A las nueve de la noche, después de merendar su leche y sus roles de canela, con el mar en calma, Noé decidió ir a dormir. Si Otis llegaba, lo haría en la madrugada, ese era el pronóstico y era lo que decían las aguas mansas de la bahía. Era mejor descansar ahora, para estar en mejores condiciones cuando Otis tocara tierra. 

Parece que el mar escuchó sus pensamientos. En cuanto se tendió en la cama, las olas comenzaron a sacudir al yate y se soltó la lluvia. 

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Como a las diez, Noé anunció a Javier Ochoa, su oficial, que se preparara para una noche larga, defendiendo al Dinka de las rachas de viento. Se equivocó. Minutos después, el mar tranquilo se transformó en una bestia negra llena de furia. 

La compañía en la que trabaja Noé tenía tres embarcaciones: Dinka l, la más antigua, Dinka, la más grande, y Reina María, la pequeña. A las tres las anclaron cerca del Club de Yates. 

Noé y Javier vieron olas enormes precipitarse encima de las embarcaciones. Vieron al Dinka I volar en el aire, como un avión que surca el cielo, con todo y ancla y un pedazo del concreto, de donde lo arrancaron las rachas de viento. 

Noé era el experto. Javier tenía apenas ocho meses de experiencia en el mar. Cuando Dinka I voló por encima de sus cabezas ambos esperaron lo mismo con su propia embarcación. Intercambiaron miradas resignados. 

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Foto: Marlén Castro

De pronto, Noé sintió una especie de paz. Su corazón disminuyó la cantidad de latidos por segundo. Vio como una revelación lo que tenía que hacer para salvarse. Pidió a Javier que ambos caminaran por la embarcación para hacer contrapeso mientras bailaban sobre las aguas turbulentas. En lugar de sucumbir en las olas o elevarse por el aire, el Dinka se acercó a un muelle. Noé supo que saltar era su salvación y tenían que hacerlo rápido. Cuando otra enorme ola aventó al barco contra el muelle, Noe y Javier brincaron. Segundos después, el Dinka se perdió entre las olas. 

Noé: volver a altamar

El 18 de marzo, Noé volvió a altamar. Octubre, noviembre y diciembre luchó para estabilizar su diabetes, después de sortear las olas enormes y los vientos huracanados, el azúcar se fue para arriba. 

Uno pensaría que un capitán de un barco, sobre todo, de uno como el Dinka, con capacidad para 160 pasajeros, recibe lo que necesita para vivir. No. Al menos no es así con Noé. Su semana es de 1,600 pesos. Por lo menos tiene seguro social y, con ello, tuvo acceso a una casa para trabajadores. 

Volvió a altamar con nostalgia. Lo primero que hizo el capitán del Dinka, cuando pisó la nueva embarcación, bautizada como Dinkita, fue pedir un aplauso para los capitanes y sus oficiales que no tuvieron la misma suerte que él. El Dinkita tiene capacidad para 45 pasajeros.

Pidió el aplauso entre lágrimas. Después Noé se aferró al timón del Dinkita, como se aferró a la vida la noche del 24 de octubre.

Esta era una mañana cálida, con un mar de olas mansas, intensamente azules.

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El Dinkita con el capitán Noé al timón, salió del muelle y se perdió en esta inmensidad que cuatro meses atrás se tragó a sus amigos. 

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Foto: Javier Verdín

Noé y la tempestad

El abuelo no era marino, pero quiso que su nieto se llamara Noé, como el patriarca bíblico que salvó a las personas y a los animales del diluvio.

“Creo que mi abuelo me marcó con ese nombre”, dice Noé.

A diferencia de sus tres hermanos y su única hermana, desde muy niño, quizá tenía siete u ocho años, cuando lo único que quería era estar en el mar con su papá, Elías Alfaro Valladares.

Elías, de 80 años, sí era un hombre de mar. Fue el capitán del yate Polaris, una de las primeras embarcaciones de fondo de cristal para el paseo de los turistas. 

Las primeras experiencias de Noé con el mar son de tempestad. Cuando hacía mal tiempo y su papá se quedaba a bordo de su embarcación para cuidarla, convencía a su mamá de que lo dejara llevar comida a su papá. 

Bertha Santos sabía que Elías podía pasarla sin comer mientras había mal tiempo, porque nadie se quedaba cerca del océano. A pesar de su resistencia dejaba ir a Noé, aunque nunca apartaba el Jesús de su boca. 

Elías y los demás trabajadores de las embarcaciones de cristal, las que llevan a los turistas a la isla Roqueta y a ver a la virgen de Guadalupe, una mole de cobre hundida en la bahía para atracción turística, resguardaban sus embarcaciones en la playa La Agüada. Hasta allá llegaba Noé con el bastimento en esos días de aguas turbulentas.  

A los 18 años, Noé ya manejaba cualquier yate que le pusieran. A los 22 años, en 1987, se hizo capitán del Dinka ll. No era su único empleo, los marinos son como los periodistas, necesitan de más de uno para completar sus ingresos. En el Aca Rey, donde conoció al capitán Felipe, Noé trabajaba haciendo clavados para los turistas. 

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Foto: Javier Verdín

458 embarcaciones hundidas, 137 recuperadas 

Acapulco amaneció el 25 de octubre sin un solo yate anclado en la bahía. Los que no se perdieron en las olas y se hundieron quedaron volteados en las playas o encallados en las rocas. La mayoría de las embarcaciones sucumbieron a las olas de hasta cinco metros y rachas de viento de más de 270 kilómetros por hora. 

Otis es hasta ahora la fuerza más devastadora que ha tocado tierra en el continente americano, de acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional de México (SMN) y National Weather Service (NOAA), de Estados Unidos. 

El SMN reportó que, en el momento más intenso, Otis registró vientos de hasta 329 kilómetros por hora, fue como una licuadora con velocidad turbo. 

Nada quedó en buenas condiciones sobre el mar, todo lo que flotaba se hundió o encalló a muchos metros del lugar al que estuvo anclado, como el Aca Rey, el que se hundió con su capitán y sus cinco oficiales. 

El capitán del Aca Rey, Felipe Castro de la Cruz, fue hallado el 3 de diciembre. Sólo dos cadáveres de los seis desaparecidos fueron recuperados. El otro cadáver recuperado es el del piloto naval José Andrés Soberano Mellado. 

De este tipo de embarcación, el único que sorteó las olas fue el Bonanza. Ambos, con sus luces tintineantes, enmarcaron la bahía durante unas cuatro décadas. El Bonanza fue reparado y el 24 de diciembre, dos meses después del fenómeno devastador, reanudó sus paseos. 

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Foto: Javier Verdín

La noche de Otis, de acuerdo con el último reporte del gobierno de Guerrero, fallecieron 52 personas y 32 siguen desaparecidas.

Noé no quiere sentarse a hacer bien las cuentas de todas las personas cercanas y queridas que perdió esa noche. Sabe que la tripulación de El Sereno, una embarcación privada anclada en el Club de Yates, el capitán y dos oficiales y en el Aca Rey, el capitán y cinco oficiales, están en calidad de desaparecidos. “Ahí nomás son nueve personas”. 

Noé sostiene que en la mitad de las embarcaciones hundidas esa noche, hay desaparecidos.

El 24 y 25 de octubre, de acuerdo con la Secretaría de Marina, se hundieron 458 embarcaciones, entre ellas, la Dinka I, para 90 pasajeros, el Dinka para 160 y la Reina María, para 80 pasajeros. 

El último reporte de la Semar indica que han recuperado del lecho marino 137 embarcaciones: 75 en la bahía de Acapulco, 41 en la bahía de Puerto Marqués y 21 en áreas de La Bocana. 

Noé y Otis

Horas antes de que Otis hundiera su barco, Noé tuvo uno de los días más tranquilos de su vida, a propósito de la misma presencia del huracán.

Noé y el oficial Javier Ochoa llegaron al Paseo del Pescador, más temprano que cualquier otro día, porque iban a llevar a hacer una inspección a personal del gobierno federal a la Isla La Roqueta.

Esa mañana, Otis pasó de ser una tormenta tropical a un huracán categoría uno y la rapidez con la que se transformó generó la advertencia del Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos, razón por la cual cerraron el puerto a la navegación. 

Aunque se cernía sobre el cielo porteño esta amenaza, ni el viento ni la superficie del mar indicaban riesgo. Noé, Javier y las personas del gobierno federal zarparon como a las 8:20. A los diez minutos, cuando se dieron cuenta en Capitanía que el Dinka había salido a altamar. Noé recibió una llamada.  

El capitán se regresó porque el puerto ya había sido cerrado. Como a las nueve de la mañana su patrón lo mandó a descansar a su casa, porque en la noche iban a estar en el barco para cuidarlo.

“Aunque no me hubieran dicho que lo hiciera, yo habría ido, no vi otra cosa desde que fui niño. El capitán se queda en su barco”, sostiene Noé. 

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Foto: Javier Verdín

Noé no echó en saco roto la recomendación. Recuerda que durmió como si tuviera días sin pegar los ojos. Despertó como a las cuatro y media de la tarde. Durmió tanto que, cuando despertó, tuvo la sensación de que era el día siguiente. Se levantó, se preparó algo sencillo de comer, y comió. 

Como a las ocho se dijo que ya era hora de ir a cuidar su barco. Él no supo que cerca de las seis de la tarde, oficiales de la Marina pasaron a las embarcaciones a advertirles que debían retirarse porque el huracán ya era categoría cuatro. Subió al barco con la idea firme de que se las verían con un huracán categoría uno. 

Las condiciones del mar hasta cerca de las nueve y media de la noche reafirmaron su certeza. 

Nada en toda su vida de marino, con más de 45 años pegado al mar, lo preparó para lo que viviría las horas siguientes. Pero está vivo, y vive para contarla.