OPINIÓN | Bolsonaro habla y ya no es igual: ¿Qué está pasando con sus provocaciones estrambóticas?
Él lo intenta. A Moro le llamó "Judas", y a la acusación de que quería un jefe de la policía con quien tener acceso directo la ha calificado de "calumnia". Y eso es nada. Bolsonaro tiene el verbo impulsivo e hiperbólico. Desde que se hizo internacionalmente afamado por sus declaraciones y desde antes, y hasta el sol de hoy y probablemente por mucho.
Pero una cosa distinta parece estar pasando. Su estridencia ha dejado de tener eco. Su verbo flamboyante tiene cada vez menos seguidores.
Desafortunadamente atraído por el volcán vacío de la impopularidad -los sondeos arrojan que su aprobación ronda el 30%-, y señalado por las letales consecuencias que podrían tener su estrafalaria posición frente a la pandemia, a Jair Bolsonaro lo ha abandonado uno de sus hombres más fuertes, Sergio Moro, un fiscal a quien hizo Ministro de Justicia y que se había hecho de la reputación de intraficable respecto a hechos de corrupción.
Moro renunció develando que Bolsonaro quería un jefe de la policía con quien pudiese tener contacto sin mediar con su jerarquía inmediata (a los hijos del Presidente se les sigue investigaciones por corrupción), además de sugerir planes políticos propios en el futuro.
"Moro está comprometido con su ego, y no con Brasil", respondió Bolsonaro, quien unos días más tarde amenazó con hacer público un video que pondría en tela de juicio la integridad de Moro. Pero ése no es el foco de nadie ya.
Igual le ha pasado con la pandemia. Después de afirmar que "los brasileros no se contagian", Brasil tiene números preocupantes (ya más muertes que China) y el escenario de contagio no parece auspiciar mejores tiempos.
El foco ya no está en su verbo
Al ser inquirido por la difícil situación sanitaria, Bolsonaro ha contestado un sarcasmo: "no hago milagros". Pero a diferencia de otrora, el foco de la opinión pública no está ya en su verbo sino en una enfermedad que amenaza a la población, la brasilera y la del mundo.
A Bolsonaro le ronda la posibilidad de un juicio político que podría inhabilitarlo para poder seguir siendo mandatario, a Brasil le golpea la economía y la pandemia, y la sociedad parece buscar adónde mirar ante un Presidente que no parece ser suficiente ya, como hace apenas año y medio prometía.
El problema de las palabras cuando tienen alto el volúmen todo el tiempo, es que se normalizan. Afirmar en la ONU que menos mal que Pinochet existió en Chile, o que fue un error haber tenido una hija, son ideas que producen bochorno por el sacudón que representan cuando son estrenadas.
Pero cuando el verbo es un tendedero constante de escándalos, ese tejido empieza a naturalizarse, y los actos empiezan a llamar más la atención que las ya acostumbradas frases destempladas.
Atrás quedaron los días en que Bolsonaro salía de un tema con una nueva declaración escandalosa, y el público seguía de un lado a otro sus estruendos como una feria de tenis en la que la pelota que va y viene es una nueva locura. Bolsonaro lo ha dicho todo. Pero ya parece que decir no le es suficiente: ¿Quién recuerda ya la promesa del mandatario de "hacer grande el Brasil"?
Su oportunidad política ocurrió de forma inesperada, luego que Temer le hiciera la cama a Lula y a Dilma, y él mismo terminara sin poder sostener el poder. Brasil estaba eufórico. Decepcionado de su ex líder del Partido de los Trabajadores y de su gente. Y quería un giro radical. Y más radical imposible. Religioso, homófófobo, airado y lenguaraz.
"El coronavirus es una gripecita", fue una de las últimas ideas llamativas que alborotaron la prensa el marzo pasado, mes en el que él mismo participó en una marcha contra el distanciamiento social.
Ahora los números de contagio y muerte en el gigante del sur ponen de manifiesto que la pandemia no era una ficción.
El fallecido expresidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, acuñaba una cita para tiempos de crisis que le fue muy conocida. "Llueve y escampa", decía. El problema para Bolsonaro es que su protagonismo ha dependido siempre de la algarabía de sus declaraciones. Sus rimbombantes afirmaciones han llovido y atrapado la atención de todos.
Que escampe y que su verbo no dirija la agenda significaría más bien su ocaso político.
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