OPINIÓN | Maduro y la invasión: ¿un cuento vacío sin narrador relevante?
Como en la ficción -porque el arte de contar es universal e inmanente al ser humano-, para que el verbo sea relevante es fundamental que sea relevante quien lo profiere. Me importa lo que alguien dice en tanto que, en primer lugar, me importa quien me lo cuente y/o, en su defecto, si el cuento es sobre otro, me importe ese otro y, quien lo cuenta, sea un narrador en quien confíe.
Por ejemplo, cuando alguien nos cuenta que un ser querido se murió es muy importante que sepamos que podemos confiar en quien nos lo ha dicho. Si no, si nos hemos enterado casualmente, nuestra primera reacción es confirmar, contactar a alguien con quien sintamos confianza, y estar seguros de que noticia tan fatal realmente haya sucedido.
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Así que el verbo tiene, para poder tener peso, dos reflectores fundamentales para que su significado tenga valor: que quien lo profiera y a quien le afecte sean de afecto para quien escucha.
Es la gran falencia del chavismo, Ese movimiento hueco de ideas, educación y propósito (que no sea delinquir), sin líder y sin anclaje político, hace mucho tiempo que, a pesar de la sólida asesoría castrista, se quedó sin gravedad, sin objetivo propio y colectivo.
El chavismo, encabezado por Nicolás Maduro, controla todos los poderes de la mano de una narrativa improvisada, para la que necesitan controlar también la comunicación, repetir las versiones de la realidad que inventan mientras prohíben otras (en Venezuela hay censura, autocensura, sesgo, periodistas presos, medios cerrados). Y aún así, no les basta. Porque sus narradores no gozan de confianza ni sus protagonistas tienen deudos.
Este domingo 3 de mayo, Venezuela amaneció escuchando un parte del régimen. Era el ministro Reverol. La aguerrida fuerza armada venezolana había detenido una invasión de origen colombiano en la costa central, que había arrojado ocho muertos y varios heridos, de los que se mostraron pertenencias al menos sospechosas (tarjetas de débito, licencias de conducir, por ejemplo).
Las mentiras son por naturaleza ambiciosas.
Pero no todo el ejecutivo estaba enterado. Algunos no salieron pronto aunque les tocara por su cargo. Y otros no han salido aún. Ya caída la tarde el ministro Arreaza, encargado en estos tiempos de la cancillería de Maduro, distribuía un comunicado en el que acusaba a Colombia y a Estados Unidos con intentar una vez más desestabilizar al régimen chavista.
Una invasión que se convierte en un chiste
En un país como Venezuela en el que no hay contrapoder fáctico, armar mentiras es un requisito burocrático más que una necesidad. Y poner de acuerdo a todo un clan para que actúe la misma versión de los hechos toma un esfuerzo que requiere de convicción, de una motivación que se ha ido escurriendo. Es una consecuencia de la hegemonía.
Así que para el momento, aunque nadie puede reírse los muertos, las versiones de la invasión no son sino motivo de chiste, y ya han salido versiones alternas, como la de que se trata de un enfrentamiento interno entre los carteles que actúan paralelamente dentro de la dictadura venezolana.
En tanto, junto a sus compañeros y en medio de un entorno selvático, un tal Comandante Pantera sale pintarrajeado de camuflaje en un video que cunde en las redes, en nombre de una agrupación militar insubordinada que se hace llamar Carive, y que llama a la liberación de Venezuela (sin decir la palabra democracia ni reconocer a Guaidó), y en nombre de Jeová.
Enseguida salió el especialista en seguridad venezolano (y que estuvo casi 20 años como preso político), Iván Simonovis, y confirma que el Comandante Pantera en realidad existe y que sí, quiere capturar a Maduro y el resto de solicitados por la justicia estadounidense.
De nuevo funciona el arte del storyteling, si quien lo dice nos merece confianza o puede ser confirmado, si lo que dice puede ser relevante para su audiencia.
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