Otra vez hablando sola

Cuando era adolescente me desesperaba escuchar a la gente que hablaba sola. Sobre todo si estábamos en habitaciones distintas; no sabía si la otra persona se dirigía a mí o a alguien más, e inevitablemente me acercaba a preguntar qué necesitaban. La respuesta era: "Nada, estaba pensando en voz alta".

Dice el viejo refrán que lo que te choca, te checa. Y en este caso es cierto, porque yo también hablo sola. Tal vez siempre lo he hecho, pero no me había dado cuenta hasta que tuve mi departamento de soltera. Hablo cariñosamente con las plantas, hablo furiosamente con las cosas que se caen o están fuera de su lugar, hablo con las tortugas de cualquier tema, hablo conmigo misma cuando no encuentro algo en el fondo de mi bolsa, hablo mientras me visto y también mientras cocino... Y no son pocas las veces que me pregunto si estoy loca.

Otra vez hablando sola / iStockphoto
Otra vez hablando sola / iStockphoto

Seguro que te pasa lo mismo o has conocido alguien así. Pues la buena noticia es que no estamos para el manicomio. Un estudio publicado en la revista Quarterly Journal of Experimental Pyschology indicó que hablar solo es una forma de acelerar el proceso mental. La prueba consistió en pedirle a dos grupos de voluntarios que miraran algunas fotografías buscando objetos específicos. A un grupo se le pidió que dijera en voz alta el nombre del objeto que buscaban (igual que en el chiste, cuando al niño le encargan que vaya a comprar algo a la tienda de la esquina y camina diciendo "plátano, plátano, plátano"). Al otro grupo se le pidió permanecer en silencio. El resultado: los "loquitos" que hablaban solos pudieron encontrar los objetos antes que sus compañeros silenciosos.

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La explicación de los psicólogos es que cuando uno habla consigo mismo, se activan las herramientas visuales en el cerebro que nos permiten concentrarnos mejor para encontrar los objetos que buscamos. "Las etiquetas verbales -el habla autodirigida- pueden cambiar un proceso perceptual continuo", explican los responsables del estudio, "escuchar la palabra 'silla' puede temporalmente convertir nuestro sistema visual en un mejor 'detector de sillas' que si simplemente pensamos en la silla".

Algo parecido se había hecho antes con niños. Se descubrió que cuando los pequeños repiten en voz alta cada paso que dan al realizar una tarea nueva, aprenden más rápido y realizan mejor la actividad. Y es que los soliloquios (seamos niños o adultos) nos ayudan a aclarar las ideas y organizar los pensamientos, y más allá, permiten ensayar nuevas relaciones entre la realidad, el lenguaje y el mundo interior.

Generalmente, quienes mantienen apasionados debates frente al espejo, o mientras miran por la ventanilla del transporte público, son vistos con recelo. Y es que hablar solo no es algo socialmente aceptado, ya que se le asocia con trastornos mentales como la esquizofrenia. Sin embargo, el psiquiatra Luis Rojas Marcos, apunta que estas conversaciones en solitario tienen grandes ventajas: "al poner palabras a los sentimientos, los sacas de tu cabeza, haces tu versión de los hechos y cuentas tu historia. Incluso si uno habla con animales o plantas, los efectos son similares a comunicarte con un ser humano", afirma Rojas para el diario El País.

La explicación que da Rojas Marcos, experto en estrés postraumático, es que los sentimientos que no tienen palabras se acumulan en la memoria emocional. Por ejemplo, "las imágenes y los olores de una situación de terror se quedan en la memoria emocional y sólo convirtiéndolas en palabras pasan a la memoria verbal. Lo más sano es pasar lo que se acumula de la memoria emocional a la verbal". Por eso, conversar con uno mismo en voz alta tiene casi el mismo efecto que cuando uno se desahoga escribiendo un diario o un testimonio; es un proceso íntimo absolutamente liberador.

Sin embargo, así como hay soliloquios liberadores, hay otros que nos encierran en la negatividad. Con un poco de práctica se puede distinguir la función que tiene cada una de nuestras voces interiores, para así darles su lugar y justa dimensión. Por ejemplo, hay una vocecilla que habla repetitivamente de las experiencias negativas, hasta que termina por inmovilizarnos. Ese tipo de conversación aumenta la ansiedad y evita que demos vuelta a la página. En palabras del psiquiatra Jesús de la Gándara, cuando no paramos de hablar de algo pasado, "aumenta la permanencia de los problemas en la conciencia, causa fatiga emocional e impide avanzar". Hay otra voz que suele aparecer en las conversaciones frente al espejo o cuando recién terminamos un trabajo que nos ha costado sudor y lágrimas. Se trata de la criticona que llevamos dentro, esa vocecilla que nos juzga y que tiene la habilidad de hacernos sentir mal.

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Lejos de reprimirnos, hay que dejar que estas voces se expresen para productivizar su energía en acciones que nos hagan crecer y comprender mejor lo que nos pasa. Yo creo que hablar solo es un alivio, sobre todo en esta época en la que hay un exceso de estímulos que se mueven a velocidades vertiginosas, apartándonos de la riqueza que habita en nuestro mundo interior.

La próxima vez que te encuentres hablando a solas, acuérdate de esas películas en las que aparecen niños o viejitos que le hablan al gato, al pajarito o a las plantas; curiosamente suelen ser los personajes más lúcidos de la historia.

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