Hay más volcanes activos de lo pensado

Mucha gente sabe que Nápoles está construida sobre dos volcanes muy activos, el Vesubio y el Campi Flegrei, y que es una de las ciudades con mayor riesgo de actividad volcánica del mundo.

Pero prácticamente nadie sabe que Roma también está construida justo en medio de dos grandes volcanes explosivos: Sabatini al norte y Colli Albani (o Colinas Albanas) al sur. Estos no han entrado en erupción en la memoria histórica —por lo que el Sabatini se considera “extinto” y nadie se preocupa mucho por el Colli Albani—. Sin embargo, ambos están calientes y emiten gases volcánicos. Hay magma allí, pero más abajo en la corteza, fuera de vista. Nuestro análisis de los datos más recientes indica que se trata de volcanes de larga vida que potencialmente podrían estar preparándose para hacer nuevas erupciones volcánicas.

Estos volcanes no están solos. Hay cientos de volcanes en todo el mundo que los científicos consideran muertos, pero que en realidad pueden estar activos y deben ser vigilados. Los investigadores han calculado que más de 800 millones de personas viven cerca de volcanes activos, pero creemos que cientos de millones de personas más están expuestas a las erupciones volcánicas sin saberlo.

Como vulcanólogos, hemos propuesto una forma innovadora de determinar si un volcán puede reactivarse o no: tener en cuenta no solo cuándo entró en erupción por última vez, sino también el estado térmico de su sistema de tuberías. Esta no es la única —ni siquiera necesariamente la mejor— manera de hacerlo. Pero con nuestro nuevo Índice de Actividad Volcánica, podemos identificar los volcanes que generalmente han escapado a la atención, pero que necesitan un monitoreo cercano. (Ver recuadro).

En general, se cree que hay unos 1.500 volcanes potencialmente activos en todo el mundo, de los cuales unos 500 han entrado en erupción en tiempos históricos. Algunos, como el Etna en Italia y el Monte Santa Helena en el estado de Washington, están ampliamente estudiados. Pero solo un número limitado de volcanes cuenta con algún tipo de vigilancia, en parte debido a la falta de fondos. Como resultado, muchas erupciones toman a la gente por sorpresa —como el volcán Chaitén en el sur de Chile, que entró en erupción de forma explosiva en 2008 después de 9.000 años de silencio, cubriendo la cercana ciudad de Chaitén con más de un metro de ceniza fangosa—.

Este ha sido un problema reconocido desde hace tiempo, y muchos vulcanólogos han propuesto formas de mejorar la situación. En la década de los noventa, que fue el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, los investigadores identificaron 16 volcanes que merecían una atención especial por su historial de grandes erupciones explosivas y su proximidad a zonas densamente pobladas. Los científicos han sugerido formas de utilizar satélites y aviones no tripulados para rastrear la actividad volcánica y han pedido una mayor vigilancia local sobre el terreno. Pero también habrá que diseñar nuevos enfoques para identificar a los gigantes dormidos y mirar en las profundidades de los volcanes.

Ahora mismo, sorprendentemente, no existe una forma especialmente científica de definir la actividad de un volcán. Los principales datos que tienen en cuenta los vulcanólogos son la fecha de la última erupción y ciertas medidas de la historia eruptiva conocida (como la frecuencia y el tamaño de las erupciones pasadas). Esto suele estar sesgado por las culturas que han guardado un registro de las erupciones o las zonas que se han estudiado, e ignora cómo evolucionan los volcanes con el tiempo.

Los volcanes cambian a medida que envejecen. La filtración a largo plazo de magma en la corteza terrestre desde las profundidades cambia la temperatura y las propiedades físicas de la corteza. Los volcanes más jóvenes tienden a asentarse sobre una corteza más fría que no puede almacenar mucho magma; los volcanes más viejos tienen una corteza más cálida que puede soportar mayores cantidades de magma, por lo que tienden a producir erupciones más grandes con períodos de descanso más largos entre ellas. En otras palabras, un sistema volcánico más antiguo tiene que haber estado tranquilo durante mucho más tiempo antes de que se considere extinto. Se puede tener un volcán grande y peligroso sentado en una especie de estado vegetativo, con su magma acechando muy por debajo, sin ser detectado. Este magma puede migrar rápidamente a cámaras poco profundas y el volcán puede entrar en erupción.

Creamos el Índice de Actividad Volcánica porque no pudimos encontrar un buen índice que tuviera en cuenta este efecto de envejecimiento de los volcanes. Nuestro índice produce un único número que compara la actividad de un volcán cualquiera con todos los demás que existen, basándose en cuándo entró en erupción por última vez, cuánto magma ha expulsado el volcán en total a lo largo de toda su historia y el ritmo medio al que ha entrado en erupción durante toda su vida.

Este análisis arroja algunas sorpresas. Por ejemplo, nuestro análisis muestra que el Colli Albani de Italia tiene un índice de actividad mayor que el famoso —y claramente aún activo— volcán de la Caldera de Yellowstone, en Wyoming.

Sin embargo, tenemos un problema: a menudo, no sabemos la antigüedad de un sistema volcánico. La erupción más antigua fechada de la caldera de Campi Flegrei en Nápoles, por ejemplo, es de hace 80.000 años; sin embargo, investigaciones recientes han demostrado que este volcán empezó a entrar en erupción hace al menos unos cientos de miles de años. Esto cambiaría significativamente el índice de actividad de este sistema. Nuestro análisis pone de manifiesto lo que aún nos queda por saber. Si se realiza una gran campaña para medir estos factores en todo el mundo, la lista de volcanes preocupantes probablemente cambiará.

¿Qué debemos hacer con esta lista? Muchos de estos volcanes parecen estar tranquilos en la superficie, pero no sabemos lo que ocurre en las profundidades. Eso es lo que tenemos que averiguar. En estos momentos, los investigadores utilizan la tomografía sísmica (observar cómo viajan las ondas sísmicas a través de la Tierra) o la conductividad eléctrica para intentar asomarse a las profundidades. Sin embargo, estos métodos generalmente no pueden ver nada más allá que alrededor de un kilómetro cúbico, y esto empeora con la profundidad, exactamente las regiones de las que necesitamos más información. Necesitamos un gran impulso en la comunidad científica para encontrar nuevas y mejores formas de ver a 15 o 20 kilómetros de profundidad en el corazón de un volcán. Creemos que esto proporcionaría tiempos de alerta mucho más largos para anticipar la reactivación de volcanes inactivos (como el Chaitén).

El uso de esta información depende, en última instancia, de la población local. La gente ha vivido alrededor de volcanes activos desde los albores de la humanidad; es extremadamente difícil sopesar un riesgo futuro incierto frente a las necesidades de la vida cotidiana. No es nuestro trabajo decirle a la gente lo que tiene que hacer, si quedarse o marcharse. Pero las personas que viven cerca de esos volcanes merecen una evaluación científica de los riesgos potenciales a los que se enfrentan. Esperamos que nuestro índice les ayude.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

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Luca Caricchi es vulcanólogo en la Universidad de Ginebra, Suiza.

Guido Giordano es geólogo en la Universidad Roma Tre y en el Instituto de Geología Ambiental y Geoingeniería del Consejo Nacional de Investigación en Montelibretti, Italia.

This article originally appeared in Knowable Magazine, an independent journalistic endeavor from Annual Reviews. Sign up for the newsletter.