Cuando se vive en un crucero: una ola procedente de Ucrania ejerce presión sobre Europa

El camarote que Natalia Shevchenko comparte con otra mujer en el crucero Isabelle, en Tallin, Estonia, el 29 de julio de 2022. (Marta Giaccone/The New York Times)
El camarote que Natalia Shevchenko comparte con otra mujer en el crucero Isabelle, en Tallin, Estonia, el 29 de julio de 2022. (Marta Giaccone/The New York Times)

TALLIN, Estonia — La tienda de artículos libres de impuestos de la cubierta 7 del Isabelle se ha convertido en almacén y despensa, con maletas apiladas en la sección de perfumes y vitrinas refrigeradas repletas de bolsas de alimentos etiquetadas. El casino cerrado del barco se convirtió en un lugar de reunión para los adolescentes. Y el centro nocturno Starlight Palace de la cubierta 8 es donde las mujeres se reúnen a elaborar redes de camuflaje para los soldados ucranianos que están en su país.

“Esto hace que me sienta más cerca de ellos”, comentó Diana Kotsenko mientras amarraba tiras de tela color verde, café y marrón a una red ensartada a un marco de metal y su hija de 2 años, Emiliia, tiraba de sus rodillas,

Durante los últimos tres meses, Kotsenko y su hija han estado viviendo en el Isabelle, un crucero de 170 metros que renta el gobierno de Estonia para albergar de manera temporal a algunos de los más de 48.000 refugiados que han llegado a este pequeño país báltico desde que los rusos invadieron Ucrania en el mes de febrero.

El barco, que alguna vez transportó a pasajeros entre Estocolmo y Riga, Letonia, durante la noche ahora está atracado junto a la terminal A de la ciudad portuaria de Tallin, la capital de Estonia. Sus 664 camarotes albergan a cerca de 1900 personas, la mayoría de las cuales son mujeres y niños que entran y salen a su conveniencia por la enorme compuerta de la bodega.

Estos residentes son una pequeñísima parte de los más de 6,3 millones de ucranianos que han llegado a Europa. Esta gran cantidad es un indicio de la presión que la afluencia de refugiados está ejerciendo sobre los países que, en general, los han recibido.

En el mes de abril, el Isabelle fue rentado a una empresa naviera de Estonia para usarlo como refugio de emergencia por cuatro meses. Pero sin ningún otro lugar al cual enviar a sus residentes, el gobierno ha prorrogado el contrato hasta octubre.

La insuficiencia de viviendas para refugiados está generando una fuerte presión en todo el continente y el Reino Unido. Hay poca disponibilidad de viviendas de bajo costo y las rentas están aumentando.

Pasajeros del crucero Isabelle, en Tallin, Estonia, el 29 de julio de 2022. (Marta Giaccone/The New York Times)
Pasajeros del crucero Isabelle, en Tallin, Estonia, el 29 de julio de 2022. (Marta Giaccone/The New York Times)

El mes pasado, el gobierno de Escocia anunció que iba a suspender su programa de apoyo a los refugiados ucranianos por falta de alojamientos. En los Países Bajos, muchos refugiados han estado durmiendo sobre el pasto afuera de un centro para inmigrantes sobresaturado en el pueblo de Ter Apel. El lunes, el Consejo Neerlandés para los Refugiados anunció sus planes para demandar al gobierno por las condiciones de los refugios que, según este organismo, estaban por debajo del nivel mínimo que requiere la ley.

Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, de todos los retos que están enfrentando los ucranianos que huyeron a lugares seguros, el más apremiante es el acceso a la vivienda. El informe concluyó que se espera que el problema de encontrar alojamiento empeore a largo plazo debido a la creciente inflación.

“Los datos iniciales también indican que la falta de vivienda es una motivación primordial para que los refugiados regresen a Ucrania, a pesar de los riegos en términos de seguridad”, decía el informe.

Los gobiernos —que ya tenían problemas para albergar a refugiados y solicitantes de asilo de otras partes del mundo— instalaron centros de acogida de emergencia, rentaron hoteles y brindaron apoyo económico a las familias anfitrionas. Pero, como los centros de acogida están sobresaturados, los países se han visto obligados a buscar otras soluciones. Escuelas, hoteles, estadios deportivos, depósitos de mercancía, tiendas de campaña e incluso cruceros se han convertido en alojamientos provisionales.

En Estonia, el gobierno recurrió a Tallink, una empresa que ya antes ha rentado sus barcos como vivienda temporal para proyectos de construcción, personal militar y eventos. El año pasado, uno de los barcos albergó a oficiales de policía durante una reunión del G7 en el Reino Unido. El otoño pasado, otro fue rentado durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Glasgow.

El gobierno escocés recurrió a Tallink cuando tuvo su propia crisis de vivienda para refugiados y, la semana pasada, el primer grupo de ucranianos se mudó a un barco de Tallink atracado en el puerto de Edimburgo.

Los Países Bajos también están usando los cruceros. En abril, 1500 refugiados se mudaron a un barco de Holland America Line atracado en Róterdam. La semana pasada, la agencia de asilo gubernamental anunció que pensaba rentarle a Tallink otros dos barcos por un lapso de siete meses.

Debido a las restricciones para viajar, desde que comenzó la pandemia en 2020, el Isabelle había estado fuera de servicio en Tallin antes de que se usara para los refugiados. Natalie Shevchenko, quien ha vivido ahí desde abril, ha estado buscando un apartamento en la ciudad, pero no ha podido encontrar ninguno que ella pueda pagar.

Shevchenko, una psicóloga de Kiev, ha estado trabajando con las mujeres y sus hijos que se encuentran a bordo para ayudarles a adaptarse.

“Cuando se vive en un barco, se forma una gran comunidad”, comentó.

Siempre que Shevchenko necesita estar sola, se va a alguna de las cubiertas inferiores. Comparte el baño y una cabina claustrofóbica del sexto piso con otra mujer a la que no conocía con anterioridad. El espacio entre las camas es más estrecho que el del pasillo de un avión. Las bolsas, los zapatos y las cajas están metidos debajo de las camas. De un muro a otro atraviesa una cuerda blanca para colgar la ropa recién lavada.

“Esta es nuestra cocina”, comentó Shevchenko riendo al señalar una repisa con botellas de agua y gaseosas. En el alféizar de la ventana hay una maceta que le regalaron los psicólogos estonianos con los que trabaja por su cumpleaños número 34.

“Tenemos suerte de tener una ventana”, comentó. Algunos camarotes de las cubiertas inferiores no la tienen. Esto es un gran problema para la gente que tuvo que refugiarse bajo tierra en Ucrania, explicó: “Algunas personas tienen ataques de pánico”.

Unas cuantas puertas más abajo está el camarote que comparten Olga Vasilieva y su hijo de seis años con otra mujer y su hijo. Ellas usan las camas superiores desplegadas para guardar juguetes, bolsas y refrigerios y duermen con sus hijos en las estrechas camas de abajo. Los camarotes más grandes están reservados para familias con tres o más hijos.

Una de las ventajas de vivir con tantas familias es que hay muchos niños con quienes jugar. “Mi hijo tiene muchísimos amigos”, comentó Vasilieva, volteando hacia Shevchenko para que lo tradujera.

Vasilieva quiere regresar a casa antes de que comience el año escolar, pero hasta ahora no ha sido seguro. La mujer explicó que, aunque tenía dos empleos en Ucrania, ahora no trabaja porque no tiene a nadie que cuide a su hijo. Comentó que el gobierno de Estonia le estaba dando aproximadamente 400 euros al mes. Cerca de 100 refugiados trabajan para Tallink en la cocina y la limpieza. Otros encontraron trabajo en la ciudad.

Inna Aristova, de 54 años, y su esposo Hryhorii Akinzhely, de 64, que llegaron en mayo después de una difícil caminata desde Melitópol, trabajan en la lavandería ordenando las sábanas y las toallas. Hasta ahora no han encontrado ningún apartamento que ellos puedan pagar.

“En este país yo me siento como una invitada, no como en casa”, afirmó Inna Aristova.

Algunas de las mujeres a las que Shevchenko ha atendido le han dicho que decidieron regresar a Ucrania. Pero, según ella, “la idea que se tiene acerca del hogar” puede que no corresponda a la realidad.

© 2022 The New York Times Company