La ultraderecha que no pudo

undefined
undefined

Desde hace algunos años ha habido una preocupante tendencia alrededor del mundo: el ascenso de la ultraderecha. En Reino Unido, el fenómeno del Brexit, repleto de tintes xenófobos y racistas y arraigado en conspiraciones sobre la Unión Europea; en Estados Unidos, la enorme popularidad (aún vigente) de Donald Trump con amplios sectores de la población, y en Europa, la viabilidad electoral, y en algunos casos la capacidad de formar gobierno, de partidos de ultraderecha. España estuvo peligrosamente cerca de unirse a este grupo.

De cara a las elecciones en España el pasado 23 de julio, la gran mayoría de las encuestas favorecía al Partido Popular (PP), el principal partido de la centroderecha española, proyectando entre el 32 y 37 % del voto para este partido y su líder, Alberto Núñez Feijóo. Sin embargo, aún en el mejor de los escenarios, el PP tendría que formar una coalición para gobernar, y dado que el PSOE (Partido Socialista Obrero Español, su principal rival en la centroizquierda) y sus aliados, Sumar, así como los diversos partidos independentistas catalanes y vascos, son partidos insólitos para formar una coalición, al partido de centroderecha no le quedaba más que una opción: formar una alianza de derechas con Vox.

¿Qué es Vox?

Vox (“voz” en latín) es un partido político fundado hace casi diez años. Como es común en los partidos de ultraderecha, el partido se autoconcibe como “defensor de España, de la familia y de la vida” (es decir, anti-inmigrante, anti-LGBT y anti-aborto) y emplea un discurso populista y antisistema. Incluso en nuestro país ha estado inmerso en la controversia: en 2021 propusieron que el gobierno mexicano le rindiera homenaje a Hernán Cortés y le diera mantenimiento a su tumba. En el mismo tenor, en agosto de 2021 publicaron en Facebook, una imagen de la Conquista, celebrándola y caracterizando a la civilización azteca como un “régimen sanguinario y de terror”. Tampoco podemos olvidar cuando varios senadores del PAN firmaron un acuerdo con Vox para “frenar el avance del comunismo”, utilizando ambos partidos una de las herramientas discursivas más viejas (y cansadas) de la derecha.

Santiago Abascal, quien inició su carrera en el PP, ha liderado el partido desde 2014. Como todo político de ultraderecha exitoso, Abascal ha sabido aprovechar el descontento popular con los partidos tradicionales, el malestar económico y los típicos chivos expiatorios de la derecha (minorías étnicas y raciales, comunidad LGBT, mujeres, etc.) para impulsar su proyecto. En noviembre de 2019, Vox vio su mejor resultado electoral en su corta historia, ya que ganó 15.1 % del voto y 52 escaños en el Congreso, duplicando el número que ganaron en abril de ese mismo año y posicionándose como la tercera fuerza política del país.

Antes de la irrupción de Vox en la arena política, se creía que España era inmune a las tentaciones de la ultraderecha, y que cualquier opción que enarbolara esta ideología sería electoralmente inviable, a diferencia de lo que venía sucediendo en países como Alemania, Francia o Reino Unido. Después de todo, la dictadura franquista había terminado apenas hace algunas décadas y ésta seguía fresca en la memoria de muchos españoles. Evidentemente, el paso del tiempo ha desmentido este supuesto.

Feijóo, tan cerca pero tan lejos

Las diversas encuestas acertaron en algo: Feijóo y su Partido Popular fueron, en estricto sentido, los ganadores de esta elección, con 33.1 % del voto y 136 escaños en el Congreso. Naturalmente, ya que España tiene un sistema de gobierno parlamentario, Feijóo necesita forzosamente buscar aliados para formar una coalición –o en su defecto, formar un gobierno en minoría y arriesgar que la oposición bloquee sus propuestas legislativas– para alcanzar la mayoría en el Congreso de los Diputados y convertirse en el próximo presidente.

El PP necesita 40 escaños más para alcanzar la mayoría de 176, y los 33 obtenidos por el ultraderechista Vox no son suficientes. Se antoja casi imposible que el PP y el PSOE entren en una Grosse koalition (una alianza entre los dos partidos políticos más grandes) como la que llevó a Merkel a gobernar durante ocho años, mientras que la posibilidad de aliarse con los partidos de ideología de izquierda, republicana y/o independentista parece casi igual de increíble. Feijóo ya declaró su intención de formar un gobierno en minoría y argumentó que España ha sido gobernada por el líder del partido que obtiene la mayoría de votos, pero sin el apoyo de los otros partidos, no existe una manera clara en que lo pueda lograr. Tan cerca y a la vez tan lejos.

Sánchez y el aguante de los socialistas

En contraste, el presidente en turno Pedro Sánchez y el PSOE superaron las expectativas, con 31.7 % del voto (menos de dos puntos debajo del PP) y 122 escaños ganados, una ganancia neta de 3.7 puntos y 2 escaños con respecto de sus resultados de noviembre de 2019. Aun si sumamos los 31 escaños ganados por Sumar, la coalición de izquierda sucesora de Podemos, el PSOE se queda corto de los 176 necesarios para formar gobierno.

Aquí es donde entran en juego cuatro partidos regionalistas: la Izquierda Republicana de Cataluña (ERC por sus siglas en catalán), Juntos por Cataluña (JuntsxCat), el Partido Nacionalista Vasco (EAJ en vasco), y EH Bildu (también vasco). Estos partidos son los kingmakers, es decir, tienen el poder de poner el dedo sobre la balanza para determinar quién será el presidente. Si bien Sánchez y el PSOE sobrevivieron a una campaña electoral altamente polarizada y repleta de ataques personales, ahora tienen la tarea de convencer a estos partidos de respaldarlos antes de que el Parlamento se reúna el 17 de agosto. Sin duda, los socialistas tendrán que dar varias concesiones durante las negociaciones, puesto que la portavoz de JuntsxCat, Miriam Nogueras, ya declaró que “no haremos presidente a Pedro Sánchez a cambio de nada”, pero también es claro que el camino a la presidencia de Sánchez es mucho más viable que el de Feijóo. Sólo el tiempo lo dirá.

El partido de las dos tortas

En la campaña rumbo a la elección francesa de 2022, Marine Le Pen, la líder del partido de ultraderecha Frente Nacional, buscó sanitizar la imagen de su partido, suavizando (hasta cierto punto) su discurso y buscando apelar a votantes más moderados. Una de las acciones tomadas fue expulsar a su padre, Jean-Marie Le Pen -quien por décadas fue el principal ícono de la ultraderecha en Francia además de ser un hombre abiertamente racista y antisemita- del partido que él mismo creó. A pesar de que por segunda vez Le Pen fue derrotada por Macron, nuevamente logró pasar a la segunda ronda de votación y obtuvo un mejor resultado que el de 2017. No podemos saber a ciencia cierta si esto se debió a los esfuerzos del Frente Nacional de rehabilitar su imagen, pero cabe la posibilidad.

Vox, por otro lado, parece haberse obstinado en apelar a sus partidarios de línea dura, en lugar de tratar de acercarse al votante medio. Por ejemplo, durante la campaña el partido colocó un número de polémicas lonas en Madrid, una de las cuales mostraba a un hombre barbudo y encapuchado tapándole la boca a una mujer que intenta gritar, con la leyenda “Sánchez ha puesto a cientos de estos monstruos en la calle”. La implicación fue que los “monstruos” son los migrantes del Norte de África y Medio Oriente que han llegado a España durante el gobierno de Sánchez, tachándolos automáticamente de violadores. Dicha acusación resulta curiosa, ya que en el pasado el partido ha asegurado que “la violencia no tiene género” y argumentado que las leyes que buscan proteger a las mujeres de dicha violencia son discriminatorias contra los hombres. En el último debate antes de la elección, la líder de Sumar, Yolanda Díaz, se enfrentó a Santiago Abascal (quien se encontraba a la mitad de una diatriba transfóbica), mostrando a las cámaras una fotografía que supuestamente mostraba a dos diputados de Vox en Valencia riéndose durante un minuto de silencio para una mujer asesinada, y exigiéndole que dejara de reírse de las mujeres.

Todos estos ejemplos son sólo la punta del iceberg, y ponen en evidencia que este partido, lejos de expandir su base electoral, continúa siendo un nicho que sólo ocupan los españoles con las posturas más extremas. Desde su concepción como partido de ultraderecha, Vox tuvo como propósito enemistarse con la España “progre”, así también con los regionalistas e independentistas. Pero en el proceso, han alienado también a los votantes de derecha más moderados, quienes han optado por otras opciones políticas antes que este partido caracterizado por sus ideas extremistas. Viene a la mente la fábula de Esopo, adaptada en nuestro país con tortas en lugar de pedazos de carne: el partido que al final se quedó sin ninguna de las dos tortas… por ahora.

* Fernando Carrera (@cockriotmx) es Licenciado en Relaciones Internacionales egresado del Tecnológico de Monterrey. Se ha especializado en materia electoral como Supervisor Electoral y Capacitador Asistente Electoral en el INE, así como en docencia a nivel preparatoria y de idiomas, y sistemas de gestión.