La traumática reestructuración militar y las dudas de Occidente dejan a Ucrania en su momento más crítico de la guerra
PARÍS.– Tras días de rumores, la cuchilla de la guillotina cayó por fin: el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, cambió esta semana al general Valery Zaluzhny, y lo reemplazó por su par, Oleksander Sirski, como jefe de las Fuerzas Armadas. Cuando faltan solo dos semanas para que se cumplan dos años de la invasión rusa, la destitución del hombre más popular del país -más que el mismo mandatario-, que supo mantener al Ejército unido ante la brutal agresión rusa e incluso revertir la situación cuando todos apostaban por una derrota de Kiev, aumenta las dudas sobre el futuro de la guerra.
Mykailo Podoliak, principal consejero de Zelensky, justificó el cambio evocando la necesidad de romper con una estrategia destinada al fracaso y “revisar las decisiones tácticas que no permitieron obtener los resultados esperados el año pasado, evitar el estancamiento en el frente que afecta negativamente la moral de la población y hallar soluciones funcionales y tecnológicas que permitirán conservar la iniciativa”.
En una columna publicada el 1 de noviembre en The Economist, el mismo Zaluzhny reconoció haber subestimado la solidez de las defensas rusas. A su juicio, no obstante, las causas de la falta de éxito militar en 2023 no fueron esas, sino “la carencia crónica de armas adaptadas y la ausencia de apoyo aéreo”.
En todo caso, las relaciones entre el presidente y su jefe militar se habían degradado desde el verano boreal, debido a divergencias sobre la cantidad de hombres que había que movilizar y las armas necesarias. El punto de no retorno se produjo en noviembre, cuando Zaluzhny decidió afirmar públicamente lo que muchos ya sabían: la ofensiva ucraniana estaba en punto muerto.
“Un ejercicio de sinceridad inaceptable para Zelensky, que se vio así obligado a renunciar a su retórica victoriosa y admitir las dificultades ucranianas en lo militar”, señala Gérard Chaliand, especialista en Relaciones Internacionales y Estratégicas. Los ucranianos, sin embargo, apreciaron la transparencia y la honestidad de Zaluzhny, elevándolo al primer puesto en los sondeos de opinión.
En forma contraintuitiva, las dificultades militares afectaron más al líder del Estado que a su jefe militar. Aun teniendo en cuenta los tropiezos en el campo de batalla, el Ejército -cuyas tropas pagan un alto precio por la guerra- escapó hasta ahora a las críticas.
“No sucede así con la clase política, a la cual los ucranianos reprochan la grieta entre las declaraciones ditirámbicas y los resultados obtenidos en dos años de guerra”, agrega Chaliand.
A esta delicada situación interna se agrega un creciente cambio de percepción internacional. Hace apenas un año, gran parte de Europa y Estados Unidos se mostraban llenos de optimismo ante la posibilidad de que Ucrania estuviera a punto de expulsar a Rusia de su territorio. Entonces parecía inconcebible que Estados Unidos le diera la espalda a la víctima de la agresión del presidente Vladimir Putin.
Ahora, cuando los demócratas del Senado intentan salvar un paquete de ayuda militar para Kiev, aquel momento político parece muy lejano. Enfrentados a la férrea oposición de muchos republicanos en la Cámara de Representantes y el impulso del expresidente y precandidato Donald Trump en favor de una postura más aislacionista, hay muchas razones para dudar de que vayan a aceptar que ese dinero llegue alguna vez a Ucrania.
Sin plan alternativo
Aunque sorprendida, la Casa Blanca insiste en que “no están estudiando un plan B”, según palabras del consejero de Seguridad Nacional. Ante sus homólogos de la OTAN esta semana, Jake Sullivan insistió en seguir con “el plan A” que, según dijo, significa aprobar un paquete de ayuda bipartidista que permitirá a Ucrania “defender eficazmente y recuperar el territorio que Rusia ocupa actualmente”.
Detrás de la escena, sin embargo, hay mucha discusión en Washington y Europa sobre otras opciones, incluida la confiscación de más de 300.000 millones de dólares en activos del Banco Central ruso que están depositados en naciones occidentales. Aunque el proceso está resultando mucho más complicado de lo que parecía al principio.
Para consuelo de Kiev, la amenaza del Congreso de descarrilar la ayuda llegó justo en el momento en que Europa prometió 50.000 millones de euros para reconstruir Ucrania en los próximos cuatro años. La decisión fue tomada una vez que los europeos consiguieron doblegar la oposición del primer ministro húngaro, Viktor Orban, para quien la ayuda a Ucrania nunca fue una cuestión de principios inamovibles.
“Es sólo uno de los muchos temas en los que ha tratado de establecerse como líder de un movimiento paneuropeo populista y ultranacionalista y, sobre todo, de utilizar como moneda de cambio para obtener beneficios financieros de una Unión Europea (UE) que le reprocha sus numerosas violaciones a los principios democráticos del bloque”, subraya Gesine Weber, especialista en cuestiones de Seguridad y Defensa europeas.
Aun así, tanto europeos como estadounidenses admiten que no hay nada en el horizonte que pueda igualar el poder de una nueva asignación del Congreso norteamericano por 60.000 millones de dólares, que compraría defensas aéreas reforzadas, más tanques y misiles, y una enorme afluencia de municiones.
Europa no tiene la capacidad de proporcionar mucha más munición por sí sola. Durante los 30 años de una paz cada vez más incómoda con Rusia, Europa desmanteló gran parte de su capacidad de producción. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, dijo en un discurso reciente que “habremos lanzado más de medio millón de proyectiles de artillería el mes que viene” y “más de un millón para finales de año”, reconociendo que “esto ciertamente no es suficiente”.
“Europa también tiene poco que aportar a la fabricación de drones. Y Alemania sigue sin decidirse a entregar su misil de crucero de largo alcance lanzado desde el aire, Taurus, por temor a que sea utilizado para atacar territorio ruso”, agrega Weber.
En todo caso, en los pasillos de la Comisión Europea (CE) de Bruselas, los funcionarios expresan abiertamente el temor de que Trump sea reelegido y cumpla su promesa de retirarse de la OTAN. En privado, todos evocan la confiabilidad de Estados Unidos, sin importar quién sea el presidente.
Prendido con alfileres
“Todo está prendido con alfileres hasta las elecciones de noviembre en Estados Unidos. Nada es blanco o negro. Incluso algunos exasesores de Seguridad Nacional de Trump están empezando a decir que no financiar a Ucrania equivaldría a una enorme victoria estratégica para Putin”, analiza Patrick Martin-Genier, especialista en relaciones internacionales.
Ese es el caso de H.R. MacMaster, ex consejero de Seguridad Nacional norteamericano. “Estados Unidos tiene una opción clara: armar a los ucranianos con las armas que necesitan para defenderse o cortar la ayuda y abandonar la Ucrania democrática en su lucha por la supervivencia nacional contra la agresión de Putin”, dijo.
“El abandono de Kiev sería un regalo para el eje de agresores Moscú-Teherán-Pekín-Pyongyang. Los aliados y socios perderían la confianza en Estados Unidos a medida que esos agresores se vayan envalentonando”, concluyó.
La realidad es que, por primera vez, Estados Unidos está ahora a la zaga por un amplio margen en comparación con la ayuda europea. Una actitud que no tiene nada de inexplicable.
“Esto no es caridad. Es por nuestro propio interés de seguridad”, dijo Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN en la sede de la alianza el miércoles, en presencia de Jake Sullivan. Una victoria rusa, añadió, “importa para la seguridad europea y es importante para la seguridad estadounidense”.
Ninguno de estos argumentos puede, sin embargo, superar la realidad: si Estados Unidos suspendiera su apoyo financiero a la guerra, gran parte de las necesidades militares cotidianas desaparecerían, empezando por la defensa aérea contra los bombardeos casi diarios de misiles, drones y otras armas dirigidas a centros urbanos e infraestructuras críticas como la red eléctrica. Sin contar con que el simbolismo de que Estados Unidos retroceda ahora podría tener efectos devastadores.
Y si la economía del país colapsara, pondría fin a un esfuerzo de dos años para salvar una democracia incipiente aun cuando sea profundamente defectuosa.