El tormentoso destino de la mujer que se animó a identificar los restos de Hitler
A finales de abril de 1945, cuando las tropas soviéticas ingresaban a sangre y fuego a Berlín, Adolf Hitler supo con certeza que la Segunda Guerra Mundial había finalizado para Alemania. El sueño de conquistar el mundo con su Tercer Reich se esfumaba definitivamente. Entonces, el líder nazi se encerró en una habitación del búnker de la capital alemana donde se guarecía y se quitó la vida.
Pocos días más tarde, el 5 de mayo, las fuerzas rusas que habían llegado al edificio de la cancillería alemana bajo el cual se encontraba el refugio del dictador encontraron, en el jardín del lugar, los restos carbonizados de un hombre que podría ser Hitler.
Los rusos estaban desesperados por saber si efectivamente tenían frente a ellos lo que quedaba de su peor enemigo, pero, por la acción del fuego, el cuerpo hallado era irreconocible. Entonces, al observar que la dentadura del cadáver se encontraba casi intacta, comenzaron a buscar a quien pudiera reconocerla.
Así llegaron hasta Käthe Heusermann, la asistente del dentista del dictador nazi, que al observar las piezas dentarias y prótesis del cuerpo carbonizado no dudó un segundo y dijo: “Estos son los dientes de Adolf Hitler”.
Lo que la mujer no sabía entonces era que el reconomiento que acabada de hacer, lejos de otorgarle un lugar importante en la historia contemporánea, le depararía un destino de padecimientos que la perseguiría por el resto de sus días.
Asistente del dentista de Hitler
Käthe Heusermann, nacida en 1909 en Liegnitz -ciudad alemana entonces y hoy, polaca-, creció en el seno de una familia de clase media. Estaba lejos de imaginar el papel que le reservaba la historia cuando, a comienzos de la década del 30, empezó a trabajar como auxiliar de un dentista judío de su ciudad llamado Fedor Bruck.
Con el ascenso del partido nazi al poder, Bruck fue obligado a dejar Liegnitz y huyó a Berlín. Hacia allí partió también Käthe, aunque su relación de trabajo con su empleador se terminó. Mientras que su antiguo jefe trabajaba para otros dentistas y luego debió ocultarse para no ser deportado por los nazis a un campo de exterminio, la joven consiguió empleo con otro profesional, Hugo Blaschke, que se convertiría poco tiempo después en el dentista de Hitler.
Desde 1937 y hasta los días finales del monstruoso dictador, Blaschke y Heusermann se ocuparon de atender su salud bucal y también la de su pareja, Eva Braun. La dentadura de Hitler, constantemente averiada -padecía caries y problemas en las encías- y con numerosas piezas postizas, requería de una atención tan intensa que el dentista tenía su propio consultorio en el búnker subterráneo donde el líder nazi se había instalado desde enero de 1945.
En todos esos años, la auxiliar del dentista se familiarizó con cada detalle dentario del monstruoso líder que, mientras tanto, pugnaba por conquistar el mundo, y perpetraba el más atroz exterminio humano del siglo XX.
Hasta que llegó el día del final.
El suicidio de Hitler
El 30 de abril de 1945, cuando las huestes del ejército rojo se encontraban a tan solo unos 500 metros del edificio de la cancillería, Hitler decidió poner fin a su vida. Tal como lo relata la cadena alemana DW, pasado el mediodía, el dictador se encerró en una habitación junto a Eva Braun (con quien se había casado dos días antes), ambos ingirieron una pastilla de cianuro y luego se dispararon.
Temeroso de que su cuerpo sufriera el mismo destino que el del dictador italiano Benito Mussolini, asesinado días antes y colgado luego boca abajo por la población en una plaza de Milán, Hitler había dejado instrucciones para que sus restos fueran, a su modo, puestos a salvo de ese final. Fue así que los cadáveres de ambos fueron retirados de esa habitación, llevados fuera del búnker, rociados con nafta y prendidos fuego.
El 2 de mayo, finalmente, los rusos llegaron a la cancillería y tuvieron acceso al búnker de Hitler. Todo el espacio se selló casi de inmediato y un grupo de hombres de la contrainteligencia soviética, unidad conocida como Smersh, se dedicaron exclusivamente a encontrar los restos o algún rastro que les permitiera dar con el paradero de Hitler.
Fue así que el 5 de mayo, estos agentes rusos hallaron, semienterrados en un cráter ocasionado por una bomba en el jardín de la cancillería, los restos de dos personas. Sospecharon, con razón, que los cuerpos carbonizados podrían ser los de Hitler y su mujer. Como lo que quedaba del cadáver del principal genocida nazi era irreconocible, los soviéticos procedieron a extraerle su dentadura, que había quedado intacta a pesar de las llamas.
La traductora soviética que guardó la dentadura de Hitler
En este momento entra en la historia un personaje que sería vital a la hora de narrar posteriormente los hechos que llevaron al reconocimiento del dictador. Se trata de Elena Rzhevskaya, una militar rusa que trabajaba como intérprete del idioma alemán para sus camaradas del ejército soviético.
La mujer, que entonces contaba con 25 años, había colaborado a los hombres del Smersh para buscar el cuerpo del dictador nazi interrogando a los supervivientes alemanes del búnker, y luego ayudaría también a hallar a Käthe Heusermann. Pero antes de ello, la joven Elena había recibido una misión inesperada: ser la portadora y la custodia de la dentadura del Führer.
Elena recibió los restos dentarios del dictador en una caja forrada en satén, similar a la que podría usarse para portar un perfume o una joya barata. “Ella llevaba la caja bajo el brazo. Olía ligeramente a perfume. De pronto, vio su propio reflejo en un gran espejo y pensó: ‘Dios mío, ¡Estoy aquí parada sosteniendo en mis manos lo único que queda de Hitler!’”, contó Liubov Summ, la nieta de Rzhevskaya, al medio The Times of Israel, en una entrevista de 2017.
La nieta de la intérprete rusa agregó que los superiores de su abuela le habían confiado a ella tan preciado material porque temían que los militares soviéticos terminaran todos borrachos -y olvidados de sus obligaciones- en las celebraciones masivas por la victoria contra los alemanes, que se rindieron oficialmente el 7 de mayo (aunque el cese de fuego definitivo se produjo el 8).
Elena Rzhevskaya, que falleció en 2017 a la edad de 97 años, se convertiría luego de la Segunda Guerra en escritora, y registraría todos estos episodios en el libro Memoirs of a Wartime Intepreter (Memorias de una intérprete en tiempos de guerra), publicado en ruso en 1965 y en inglés recién en 2018.
“Estos son los dientes de Adolf Hitler”
“Me agobiaba y oprimía llevar eso conmigo. Ahora la tarea crucial era, a toda costa, encontrar al dentista de Hitler”, escribió la traductora en su libro. Cuando iniciaron la búsqueda de alguien que pudiera analizar las piezas que supuestamente pertenecían al líder nazi, los rusos averiguaron que su dentista, el doctor Blaschke, había huido junto a otros nazis del búnker.
Fue paradójicamente el primer empleador de Käthe, Fedor Bruck, el que les dijo a los rusos dónde podían hallar a su exasistente. “Ella está en su departamento, justo al lado de nuestra casa”, les dijo el dentista.
La traductora se enteró también en ese momento que Bruck había permanecido oculto de los nazis durante meses en diferentes casas de amigos en Berlín. Y que una de las personas que lo había escondido, aún a riesgo de su propia vida, había sido la propia Käthe Heusermann. La mujer, que en 1945 tenía 35 años, compartía con su exempleador las raciones abundantes de comida que le daban por formar parte del entorno de Hitler.
“Heusermann era de todo menos una nazi”, afirmaría en su libro Rzhevskaya años más tarde. La intérprete rusa llegó a empatizar profundamente con la mujer a la que debió traducir.
Cuando finalmente los soviéticos dieron con la auxiliar del dentista, la mujer no tuvo problema en colaborar. Condujo a los rusos a la sala del dentista en el búnker, que se conservaba casi intacta, al igual que las radiografías dentales del ‘Führer’. Luego, hizo un impecable bosquejo en papel de la dentadura del dictador, con todo y sus postizos.
Y cuando finalmente Elena Rzhevskaya abrió su caja forrada en satén delante de sus ojos, Käthe Heusermann reconoció las piezas de su paciente. Coincidían en todo con las que acababa de dibujar.
Años después, para la revista alemana Die Welt, la asistente del doctor Blaschke recordó ese momento: “Tomé el puente dental en mi mano y busqué una señal inconfundible. La encontré de inmediato. Respiré hondo y solté: ‘Estos son los dientes de Adolf Hitler’. Recibí una lluvia de expresiones de gratitud”.
Más pruebas de la autenticidad de la dentadura
La firme aseveración de Heusermann sobre la autenticidad de la dentadura de Hitler sería ratificada varias veces después por otros hombres de ciencia. Una de estas confirmaciones se realizó en el año 2018, cuando un grupo de patólogos forenses de la Universidad de París tuvieron acceso a las piezas que se encuentran aún guardadas en Moscú.
Los resultados de estos análisis fueron publicados en el European Journal of Internal Medicine y los científicos no dejaron dudas de que se trataba de los restos dentarios del dictador nazi. “Los dientes son auténticos, no hay ninguna duda. Nuestro estudio demuestra que Hitler murió en 1945”, dijo el patólogo principal Philippe Charlier a la agencia de noticias AFP.
En el citado informe se detallan pormenorizadamente las piezas halladas: “Un fragmento de mandíbula superior, caracterizado por un maxilar de nueve unidades, un puente de metal amarillo (¿oro?) que culmina en el segundo premolar derecho y tres fragmentos de mandíbula inferior, caracterizadas por otras prótesis, reabsorción ósea y erosión dentaria en la región incisiva”.
“Stalin se sentó sobre la verdad”
Pero el trabajo de reconocimiento de la dentadura de Hitler realizado por Heusermann, que debería haberse tomado como un aporte colosal para la historia contemporánea, se convirtió en una condena para ella. Por una razón tan simple como difícil de comprender: el líder soviético, Joseph Stalin, no quería que nadie se enterara de la noticia de que Hitler estaba muerto.
Los historiadores todavía discuten el por qué de esta actitud tomada por Stalin. “Si Hitler estaba vivo, el nazismo aún no había sido vencido y el mundo todavía estaba en peligro. Para él (Stalin) era tácticamente importante ese concepto para la discusiones que se avecinaban en el mundo de postguerra”, escribió Rzhevskaya en su libro y agregó: “Stalin se sentó sobre la verdad”.
El historiador británico Anthony Beevor, autor del libro Berlín, la caída, por su parte, cristalizó su hipótesis en una entrevista para BBC: “La estrategia de Stalin, evidentemente, era la de asociar a Occidente con el nazismo y hacer ver que los británicos o estadounidenses debían estar ocultándolo”.
Lo cierto es que, bajo la influencia omnipresente de Stalin, los agentes de inteligencia soviéticos echaron a rodar lo que se llamó la “operación mito”, la campaña de desinformación sobre el destino de Hitler que dejaba entrever que el dictador alemán había logrado fugarse en un submarino japonés, y había terminado refugiado en algún lugar remoto de la Argentina. Una creencia que no ha perdido vigencia ni siquiera al día de hoy.
El tormentoso destino de Käthe Heusermann
Pero cuando se trata de instalar una mentira, los que portan la verdad suelen correr riesgos. Es así que para Heusermann comenzó un derrotero de encierro y sufrimientos que evidentemente no se merecía. La asistente del dentista de Hitler fue detenida y trasladada a Rusia. A la espera de una condena o una absolución, ella estuvo seis meses en la prisión de Lubyanka, en Moscú, y luego seis años en confinamiento solitario en la cárcel de Lefortovo, también ubicada en la capital rusa.
Recién en noviembre de 1951, por resolución del Consejo Especial del Ministerio del Interior, la mujer fue condenada “como testigo de la muerte de Hitler” (algo que debería mantenerse en secreto) a pasar 10 años en un gulag del sureste de Siberia.
Además, en la sentencia le dijeron que, al ayudar a reparar los dientes del dictador alemán, ella había contribuido a que la guerra continuase. Tenía que haberlo golpeado con una botella en la cabeza, fue lo que argumentaron, según el testimonio que dio la nieta de la traductora en la citada entrevista a The Times of Israel.
Un mes después de recibir su condena, la mujer que había reconocido las piezas dentarias del principal genocida nazi fue enviada en un vagón de ganado a Taishet, Siberia, a 4,500 kilómetros de Moscú. Aunque su castigo era en un lugar de trabajos forzados, los seis años de confinamiento habían debilitado tanto a Heusermann que apenas podía moverse.
Y como no realizaba tareas, a la pobre mujer condenada al gulag apenas le daban comida. Pudo salvar su frágil existencia gracias a la generosidad de una prisionera judía proveniente de los Cárpatos que compartía con ella su ración de alimentos, de acuerdo a lo que consigna la revista de la comunidad judía estadounidense Tablet.
El triste regreso a casa
Muerto Stalin, en 1955 Alemania negoció con Rusia el retorno de prisioneros alemanes detenidos en la URSS. De este modo, ese año, una demacrada Käthe Heusermann de 45 años de edad pudo regresar a su patria, y a Berlín. Descubrió entonces que sus familiares la habían dado por muerta y que su prometido se había casado unos años antes de su regreso y había formado una nueva familia.
Lo poco que se sabe de la vida de Heusermann luego de ello indica que se mudó a Düsseldorf, en el oeste de Alemania, y siguió trabajando en la odontología. A mediados de los 60 testimonió ante los tribunales alemanes que ella había identificado la dentadura de Hitler.
En el año 1995, a los 85 años, Kathe Heusermann falleció en la ciudad de Düsseldorf, donde vivió sus últimos años. Elena Rzhevskaya, que dedicó varias páginas de su libro a reconstruir la historia de la auxiliar del doctor Blaschke, escribió sobre ella: “Si no hubiéramos encontrado a Käthe, Hitler, como quería Stalin, habría seguido siendo un mito y un misterio. Pero ¡a qué sufrimiento habíamos condenado sin saberlo a Käthe Heusermann!”.