Toluca y el espectacular apoyo de sus fans, pese a ser goleados por Pachuca 5-1. Nunca abandonaron

Toluca fue goleado (5-1) por Pachuca en la Final de Ida del futbol mexicano. (Jaime López/Jam Media/Getty Images)
Toluca fue goleado (5-1) por Pachuca en la Final de Ida del futbol mexicano. (Jaime López/Jam Media/Getty Images)

Toluca perdió de forma categórica la Final de Ida de futbol mexicano ante Pachuca. El 5-1 dejó todo puesto para que los Tuzos se coronen en casa después de seis años de sequía. Sin embargo, la fiesta en La Bombonera de Toluca fue total. Los malos ratos que había pasado el cuadro mexiquense desde hace varios torneos habían adormilado a una de las mejores aficiones del futbol mexicano. Pero eso cambió ayer y se pudo desde el principio, cuando la esperanza estaba intacta, hasta el momento en el que la visita sello el quinto gol para acabar con casi cualquier esperanza de los Diablos.

Y, a decir verdad, el faro se apagó demasiado rápido con el gol de Romario Ibarra a los ocho minutos. Cinco minutos más tarde ya iban 2-0 con el tanto de Gustavo Cabral. Aún así, desde ese momento hasta el gol final, todo el estadio alentó a su equipo. El ambientes festivo, porque se supone que el futbol debe ser una fiesta, provocó una atmósfera especial que muy pocos podrían presumir en una situación similar.

Mientras los equipos populares de la Liga MX, o los regios, se han caracterizado durante tantos años por actuar a conveniencia (idolatrar a jugadores por unos cuantos partidos buenos y luego abuchearlos sin piedad cuando las cosas no salen bien), Toluca puede presumir de una afición que los apoyó en todo momento. ¿Cómo entender que la goleada pueda pasar a segundo planto? ¿Es conformismo o es la aceptación de que no hay motivo para perder de vista el valor de los momentos únicos?

Desde todos los sectores de los medios se trata siempre de inflamar el orgullo de los aficionados: decirles que deben ir a la guerra por sus colores y que no hay nada más humillante que perder. Pues ayer en el Nemesio Diez se ignoraron todos esos preceptos. ¿No era eso de lo que se trataba el futbol, de ver a familias en todo el estadio cantando, apoyando, en el entendido de que esto es un juego, uno muy especial, pero un juego a fin de cuentas?

Hubo muchas voces que, cuando se presentó la vergonzosa golpiza de Querétaro en marzo pasado, hicieron una pregunta fundamental: ¿Qué impresiones podía llevarse un niño que acudía por primera vez al estadio? Ahora se puede trasladar esa pregunta a lo visto ayer: un niño puede comprender que ganar y perder es parte del juego, que no se acaba el mundo y que el respeto al rival no es negociable, que ir a un estadio tiene que ser una alegría, un desahogo de emociones propias, que está bien disfrutar del futbol sin caer en fanatismos absurdos.

En cualquier otro escenario, una goleada de este tipo daría pie a dos momentos muy conocidos en el balompié azteca: que la afición local comience a insultar a sus jugadores o que, en el mejor caso, opten por adoptar una silencio sepulcral. No fue el caso de Toluca. Esperaron mucho para poder vivir una Final de nuevo. Quizá, en algún modo, la nostalgia jugó su papel: muchos habrán recordado que jugar finales era una rutina para el Toluca de la primera década de siglo.

Eso ha cambiado. Y Toluca tampoco ha sabido a adaptarse a los nuevos tiempos. Creyeron que su modelo deportivo daría éxitos eternos y, mientras dormían en sus laureles, otros equipos tomaron ventajas deportivas y económicas que siguen siendo diferenciales hasta el día de hoy. Aunque los Diablos han dado ciertos visos de querer volver a ser lo que fueron, han tenido que conformarse con breves chispazos.

Es cierto que el futbol mexicano ha demostrado ya varias veces que nada está escrito, pero remontar un 5-1, contra un equipo que lució tan superior y tan imperturbable, parece tarea imposible para Ignacio Ambriz y sus pupilos. Es lo de menos. La lección que la afición de Toluca le ha dado a todos es impagable.

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