Te explicamos cómo es que el ruido podría restarte años de vida

En una tarde de primavera en Bankers Hill, San Diego, el paisaje sonoro es sereno: la brisa marina hace danzar las ramas de los árboles y los vecinos conversan cordialmente desde la entrada de su casa.

El problema es que esta atmósfera cambia aproximadamente cada tres minutos, cuando un avión pasa con un estruendo estrepitoso.

Cada vez más estudios demuestran que este tipo de ruido crónico (que sacude el barrio más de 280 veces al día, más de 105.000 veces cada año) no solo es molesto, sino que, aunque en general no se reconoce, se trata de una amenaza a la salud que aumenta el riesgo de hipertensión, ataques cardiacos y accidentes cerebrovasculares para personas de todo el mundo, entre ellas más de 100 millones de estadounidenses.

Todos hemos escuchado la recomendación de mantener bajo el volumen cuando usamos audífonos para proteger nuestros oídos. Por desgracia, lo que puede tener efectos perdurables en el cuerpo es el incesante escándalo de la vida diaria en algunos lugares.

Es posible que quienes viven en un área ruidosa, como zonas residenciales cerca de una autopista, sientan que ya se han adaptado a la cacofonía. Pero los datos muestran todo lo contrario: la exposición previa al ruido predispone al cuerpo a tener reacciones exageradas, lo que amplifica los efectos negativos.

Incluso quienes viven en comunidades rurales y suburbanas relativamente apacibles pueden correr riesgos. El repentino resonar de los trenes que pasan periódicamente por D’Lo, Misisipi (con una población de menos de 400 habitantes) puede dar una sensación más estremecedora en el cuerpo por la cantidad mínima de ruido del ambiente que hay para ahogar el sobresalto.

Visitamos distintos barrios en la zona rural de Misisipi, la ciudad de Nueva York y los suburbios de California y Nueva Jersey para medir la exposición al ruido y preguntarles a los residentes sobre la conmoción. Consultamos a más de 30 científicos y revisamos miles de páginas de estudios y políticas para examinar la patología y la epidemiología del ruido.

Efectos en el cuerpo

Se escucha el chillido de una sirena. Por allá ladra un perro. Percibimos el zumbido de unos motores. También retumban unos martillos neumáticos.

Estos sonidos desagradables ingresan a nuestro cuerpo a través del oído, pero se transmiten al centro de detección de estrés del cerebro.

Esta región, llamada amígdala, dispara toda una cascada de reacciones en tu cuerpo. Si la amígdala experimenta un exceso crónico de actividad debido al ruido, las reacciones comienzan a producir efectos dañinos.

El sistema endocrino puede tener una reacción exagerada y hacer que cantidades excesivas de cortisol, adrenalina y otras sustancias químicas recorran el cuerpo.

El sistema nervioso simpático también puede sufrir una hiperactivación, lo que acelera el ritmo cardiaco, eleva la presión sanguínea y dispara la producción de células inflamatorias. Con el tiempo, estos cambios pueden producir inflamación, hipertensión y la acumulación de placa en las arterias, lo que incrementa el riesgo de sufrir una cardiopatía, ataques cardiacos y accidentes cerebrovasculares.

Cuando algunos investigadores analizaron el escaneo cerebral y el historial de salud de cientos de personas en el Massachusetts General Hospital, quedaron asombrados: descubrieron que quienes vivían en áreas con niveles elevados de ruido debido al transporte tenían una mayor tendencia a tener la amígdala demasiado activa, inflamación arterial y (en un lapso de cinco años) padecimientos cardiacos graves.

Las asociaciones se mantuvieron incluso después de que los investigadores hicieron ajustes para considerar otros factores ambientales y conductuales que pudieran haber contribuido a una salud cardiaca deteriorada, como la contaminación del aire, factores socioeconómicos y el consumo de cigarro.

De hecho, es posible que el ruido detone ataques cardiacos de inmediato: los niveles más elevados de exposición al ruido de aviones en las dos horas anteriores a las muertes nocturnas se han asociado con la mortalidad relacionada con el corazón.

¿Qué volumen es demasiado fuerte?

Por lo regular, el sonido se mide conforme a una escala de decibeles, representados con el símbolo dB, en la que el silencio casi total es cero dB y la explosión de un petardo a un metro de distancia de la persona es de unos 140 dB.

Utilizamos un dispositivo profesional llamado sonómetro para registrar el nivel de decibeles de sonidos y ambientes comunes.

En comparación con una habitación silenciosa, el paso de un tren de carga marca en el punto más alto alrededor del cuádruple de decibeles. El problema es que la diferencia en lo alto que el ruido del tren le parece al oído es mucho más drástica: el ruido del tren se multiplica más de 500 veces.

Esto se debe a que la escala de los decibeles es logarítmica en vez de lineal: por cada 10 dB de aumento, la sensación del sonido para el oído en general se duplica. Eso significa que la exposición regular incluso a unos cuantos decibeles de sonido por encima de un nivel moderado puede disparar reacciones dañinas para la salud.

Según la Organización Mundial de la Salud, un promedio de ruido de tráfico vial por encima de 53 dB o la exposición a un promedio de ruido de aviones de más de 45 dB se asocian con efectos negativos para la salud.

Casi un tercio de la población de Estados Unidos vive en áreas expuestas a niveles de ruido de por lo menos 45 dB, según un análisis basado en modelos de ruido vial, de trenes y aviones en 2020 del Departamento del Transporte.

Cada vez más estudios sugieren que la relación entre el ruido y las enfermedades es tenebrosamente consistente: un estudio que le dio seguimiento a más de cuatro millones de personas durante más de una década, por ejemplo, reveló que, a partir de solo 35 dB, el riesgo de morir por una enfermedad cardiovascular aumentaba un 2,9 por ciento por cada incremento de 10 dB de exposición al ruido del tráfico.

Los científicos creen que las fluctuaciones pronunciadas en el nivel de ruido podrían agravar los efectos en el cuerpo. Sospechan que los sonidos estremecedores que atraviesan el ruido ambiental, como el sonido recurrente de los motores de avión, el ruido intermitente de un soplador de hojas o el chillido del silbato de los trenes, perjudican más la salud que el zumbido continuo de una avenida transitada, incluso si el nivel promedio de decibeles es comparable.

Algunos científicos suizos midieron y compararon el ruido del transporte en una autopista con una vía férrea durante una noche. Descubrieron que la autopista y la vía férrea registraron el mismo nivel promedio de decibeles para las ocho horas de la noche. Pero mientras que el zumbido de la autopista se mantuvo relativamente estable durante la noche, el paso regular de trenes causó una variación mucho más drástica, así como una calidad de sonido asociada a algún daño.

En un estudio suizo posterior, más “sonido intermitente” o la medida en que los sonidos podían distinguirse del nivel de fondo se asoció con cardiopatías, ataques cardiacos, insuficiencia cardiaca y accidentes cerebrovasculares.

¿Qué podemos hacer?

Hace 50 años, de conformidad con la Ley de Control del Ruido de 1972, la recién organizada Agencia de Protección Ambiental fue la primera en reconocer el peligro del sonido: educó al público, estableció límites de seguridad, publicó análisis de varios posibles responsables y recomendó medidas para mitigar el daño.

Por desgracia, el gobierno de Reagan le retiró el financiamiento a su tarea de disminución del ruido, dejó de exigirse el cumplimiento de las políticas y los criterios regulatorios se hicieron obsoletos. El límite de ruido impuesto por la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional para las ocho horas de trabajo todavía es de 90 dB.

Económicamente, sería positivo contar con protección contra el ruido. Los economistas que analizaron los gastos en atención médica y las pérdidas en productividad debido a cardiopatías y presión arterial alta sostienen que una reducción de 5 dB en el ruido en Estados Unidos podría implicar un beneficio anual de 3900 millones de dólares.

El problema es que, a diferencia de casi todos los demás factores que contribuyen a las cardiopatías, el paciente y el doctor no pueden resolver por completo el problema del ruido. Para lograr esta protección se requieren cambios en políticas locales, estatales y federales.

Mientras tanto, en D’Lo, George Jackson ha aislado en varias ocasiones su casa para reducir la vibración. En Mendenhall, Misisipi, Carolyn Fletcher selló de nuevo sus ventanas. En Bankers Hill, Ron Allen toma un suplemento vitamínico y usa tapones en los oídos.

c.2023 The New York Times Company