La era de las superestrellas del PSG costó miles de millones y le dio un vuelco al futbol, pero ¿de qué sirvió?

Como escena final fue tan apropiada que, durante un segundo, fue posible preguntarse si Kylian Mbappé lo había hecho a propósito. Había alcanzado los rescoldos moribundos de la participación del París Saint-Germain en la Liga de Campeones. Una vez más, el sueño de la gloria europea que impulsó al club durante más de una década se había frustrado.

De pronto, ahí estaba, con el marco abierto: el mejor jugador del mundo, el ícono local que ha llegado a simbolizar la ambición, la proeza, el exceso y la arrogancia del PSG, con su momento de gloria al alcance de la mano. Y, entonces, mientras la desafiante zaga del Dortmund seguía impotente su estela abrasadora, Mbappé resbaló.

No hubo ninguna entrada, falta ni intervención. Simplemente se cayó. No iba a anotar su gol. No iba a ser el héroe. Sin embargo, al menos, nos brindó una alegoría perfecta, no solo de los siete años que ha pasado en el club de su ciudad natal, sino también del proyecto fastuoso, transformador y profundamente defectuoso que ha representado.

Falta por ver si ese será el último acto de Mbappé como jugador del PSG; no ha sido titular en un partido de la Ligue 1 desde hace más de un mes. No obstante, sin duda será su última aparición significativa.

A pesar de su imagen de proyecto a medio camino y de pedir disculpas por ello, el equipo de Luis Enrique amarró su título de la Ligue 1 hace algún tiempo. Las próximas semanas son un mero trámite burocrático, un breve periodo de respiro antes de las negociaciones internacionales de verano. En algún momento, en medio de todo eso, Mbappé se irá, lo más probable es que al Real Madrid, y al PSG solo le quedarán los recuerdos.

Lo que documentarán es más difícil de precisar. Sin duda Mbappé ha marcado muchos goles en su tiempo en París: 255 en 306 partidos, según el último recuento. También ha acumulado trofeos: seis títulos de Francia, tres Copas de Francia, dos Copas de la Liga francesa y varios premios individuales. Su riqueza ha llegado a límites insospechados. Su prominencia también le ha otorgado cierta forma de poder político: cena con el presidente de Francia en el Palacio del Elíseo más a menudo que, por ejemplo, Layvin Kurzawa.

Sin embargo, es difícil evitar la sospecha de que las siete temporadas de Mbappé en París se definirán más por su ausencia que por su presencia. Lo trajeron para la primavera parisina, como sucedió con Neymar antes que él y con Lionel Messi después. Se suponía que su legado se forjaría en las rondas eliminatorias de la Liga de Campeones, los partidos que el PSG valora por encima de todos los demás.

En la superficie, su rendimiento en ellos ha sido impresionante: 20 goles en el mayor escenario del fútbol. No obstante, esa cifra requiere un poco de contexto.

Mbappé anotó seis goles en una gran avalancha camino a las semifinales de 2021 y cinco más en la aventura de este año. La mayoría de las veces, ha demostrado ser una figura periférica (el contraste con el fútbol internacional es tan pertinente como cruel: a los 24 años, Mbappé ya había sido un personaje dominante en dos Mundiales).

Se podría decir lo mismo de su equipo. En defensa del PSG, hasta hace poco se consolidó como una fuerza genuina en la Liga de Campeones. Ha alcanzado las semifinales en tres de los últimos cinco años. En 2020, en las circunstancias inusuales que le impuso la pandemia al torneo, el club llegó por fin hasta la final.

Sin embargo, el hecho de que nunca haya logrado alcanzar la meta y apoderarse del trofeo es —o al menos debería ser— una fuente no solo de vergüenza considerable, sino también de genuina tensión existencial para el club más rico del mundo. Un brazo del Estado catarí adquirió el PSG, como proyecto, con el objetivo de ganar la Liga de Campeones.

Para lograrlo, Catar ha invertido cantidades incalculables de dinero en la adquisición de jugadores, desde Edinson Cavani, David Luiz, Thiago Silva y Javier Pastore hasta llegar a Messi y Randal Kolo Muani, pasando por Ángel Di María y Mauro Icardi. El costo total asciende sin problemas a los miles de millones de dólares.

Por supuesto que el más significativo de ese elenco es Neymar, atraído desde el Barcelona por cerca de 240 millones de dólares en 2017. Pero esa cifra no representaba únicamente el talento del brasileño o su valor para su nuevo empleador.

Ese precio de récord mundial tenía como objetivo, más que nada, desestabilizar el fútbol europeo. El PSG pagó esa cantidad, en parte, con la esperanza de inflar el mercado de transferencias a tal grado que solo los dos clubes de Manchester pudieran competir. El resto de la vieja guardia, el Real Madrid, el Barcelona y todos los demás, se arriesgarían a la quiebra si intentaban seguir el ritmo. Era una transferencia diseñada para cambiar el mundo.

Claro está que, en retrospectiva, sabemos que no funcionó. Neymar fue un turista en el primer equipo del PSG, en el mejor de los casos. Unos años más tarde, Messi llegó del Barcelona desconsolado y sin ningún interés. Mbappé, el producto local más caro de la historia, se convirtió poco a poco en un problema extravagante: reticente a jugar en ciertas posiciones, ineficaz en otras, con una influencia que podía extenderse más allá del equipo hasta su política de contratación.

En algún momento del año pasado, los altos mandos del club aceptaron su error, mucho después que todos los demás. El edicto decretó que la era galáctica había llegado a su fin. De ahora en adelante, el PSG se reinventará como un refugio para jóvenes talentos franceses y, en particular, parisinos. “No podemos tirarlo todo por la borda solo porque nos hayan eliminado”, declaró Marquinhos, el capitán del club, después de la derrota ante el Dortmund. “Este es un nuevo proyecto, un nuevo entrenador”.

Es una postura sensata y admirable, una que el club habría hecho bien en adoptar hace una década, pero deja sin respuesta una pregunta bastante evidente.

Catar invirtió miles de millones en la versión anterior del PSG y es probable que tenga que gastar aún más para desarmarla y empezar de nuevo sin Neymar, sin Messi y sin Mbappé.

Al hacerlo, no solo convirtió el fútbol francés en un páramo, una liga desprovista de competencia, sino que retorció el paisaje del fútbol europeo en un nivel más general, todo con la esperanza de alcanzar un premio que no ha podido conseguir. Difícilmente ha valido la pena. No ha demostrado ser lo que alguien podría describir como una inversión inteligente. Entonces, a final de cuentas, ¿para qué ha servido todo esto?

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