La sociedad de la nieve: el rol clave del psicólogo argentino que asistió a los actores en las escenas más dramáticas

El psicólogo argentino Martín Lucini, durante el rodaje en España
El psicólogo argentino Martín Lucini, durante el rodaje en España - Créditos: @Gentileza

El llamado llegó desde Sierra Nevada, España, una tarde de febrero de 2022. La coaching actoral de la película que hoy es una de las más vistas de Netflix quería hacerle una propuesta inédita. “Necesitamos un psicólogo y te queremos acá”, le dijo María Laura Berch a Martín Lucini, ex jugador de rugby, psicoterapeuta clínico y experto en psicología del factor humano.

“Me contó que estaban rodando una nueva versión de la historia, esta vez sobre la novela La sociedad de la nieve, de Pablo Vierci, y que habían decidido convocar a un terapeuta para que acompañe al elenco de actores durante una etapa puntual del rodaje –cuenta a LA NACION Lucini, el psicólogo que asistió a los actores en las escenas más dramáticas del exitoso film dirigido por Juan Antonio Bayona–. Mi respuesta fue un sí rotundo, y a medida que la iba escuchando a María Laura me iba enamorando cada vez más del proyecto”.

Luego de unos pocos días, Lucini –que también trabaja en el Complejo Teatral de Buenos Aires que depende del gobierno porteño– ya estaba en un avión rumbo a España, y en el vuelo aprovechó para releer el guión, mirar fotos del elenco y memorizar sus nombres, sus caras, los personajes y algunas de las cualidades que Berch había mencionado sobre ellos.

La foto que los actores de La sociedad de la nieve tenían pegado en su camarín
La foto que los actores de La sociedad de la nieve tenían pegado en su camarín - Créditos: @Gentileza

“Digo ellos solamente porque durante las semanas en las que yo participé eran solo actores, porque los personajes representados por actrices ya habían fallecido en la ficción del rodaje. Sentado en mi asiento la adrenalina me quitaba el sueño, porque si bien podía imaginarme a lo que iba no tenía idea de cómo iba a desarrollar mi tarea, en qué momentos, lugares y condiciones. Así que iba diseñando posibles abordajes desde la palabra, lo individual, lo grupal, lo corporal o la meditación. Tenía que aprovechar bien el tiempo y tener distintas alternativas frente a diferentes potenciales situaciones. Una cosa es el mapa y otra el territorio –dice Lucini–. Por suerte, mi formación como psicoterapeuta se apoya en un enfoque integrador, conjugando el psicoanálisis y la gestalt, lo cual aporta una caja de herramientas más versátil”.

Cuando llegó al set en Sierra Nevada, su presentación ante el elenco fue discreta y entusiasta. “Sobre todo intenté ser discreto, en el sentido de no estar socializando con los demás integrantes del staff para que los actores pudieran confiar plenamente en mí. La neutralidad y la abstinencia freudiana fueron clave, aunque difíciles para un terapeuta como yo que también tiene impronta gestáltica –asume Lucini–. Les dije que estaba a disposición cuando lo necesitaran, tanto en mi habitación donde monté mi consultorio, o donde ellos quisieran, como por teléfono o WhatsApp. Todos anotaron mi número, me fui a mi habitación y me recosté. No habían pasado ni cinco minutos cuando entró el primer WhatsApp de uno de ellos pidiéndome si podíamos vernos. Y así arrancó mi rol que era de acompañamiento, comprensión, contención, escucha y, sobre todo, estar siempre disponible”.

–¿Por qué fue clave contar con un terapeuta en el rodaje de la película?

–María Laura Berch detectó la necesidad. Propuso la idea y persuadió a la producción de convocar a un psicoterapeuta para que los actores pudieran tener un espacio de intimidad para que circulen sus palabras, sus sentimientos y también dar lugar a sus catarsis. A veces, sus demandas se trataban de cuestiones personales del cotidiano, como por ejemplo que extrañaban a sus amigos, a sus familias o sus parejas. Otras veces cuestiones más íntimas, de las que no puedo hablar por secreto profesional. Y por supuesto asuntos relacionados con sus personajes, como por ejemplo cómo los interpelaba alguna escena en particular o cómo elaborar psíquica y emocionalmente la indicación actoral que habían recibido en el set de parte del director. Después, en la intimidad (esto sí lo puedo decir), me comentaban cómo se sentían con lo que les tocaba actuar al día siguiente, estaban inquietos o ansiosos por estar a la altura de lo requerido.

–¿Cómo eran esos momentos de catarsis?

–En varias ocasiones ese espacio terapéutico se convertía en un momento catártico de sus cansancios, de sus quejas. Como yo solo iba a estar por algunas semanas, esas situaciones eran oportunidades para dejar plantada la semilla de lo que en psicología llamamos resignificación o resemantización. Es decir, poder reperspectivar una situación que los aquejaba, mirarla desde otro punto de vista y cambiar así la emocionalidad o el sentimiento negativo que esa idea ya tenía asociada por uno positivo. Lo que en criollo solemos decir ‘mirar la mitad llena del vaso’. Porque como dice el dicho las cosas no las vemos como son, sino que las vemos como somos. A veces, no era más que el cansancio de la jornada o el estrés, el estrés bueno que el organismo siente cuando está creciendo y adaptándose permanentemente a los cambios. Por eso, una vez que vaciaban sus papeleras y que el árbol ya no les impedía ver el bosque resignificábamos juntos, recuperando la mirada entusiasta con solo recordar lo obvio: que estaban viviendo una experiencia que miles de actores y actrices querrían vivir, que habían sido seleccionados luego de un casting que llevó varios meses y en el cual compitieron con muchísimas personas. Que esa exigencia que sentían en el día a día era porque estaban subiendo sus umbrales de tolerancia, porque estaban cumpliendo con su responsabilidad. Porque estaban nada más y nada menos que creciendo, o mejor dicho, desarrollándose; que cuando la vida se pone cuesta arriba es porque uno está subiendo de nivel, que estaban dándose el lujo de jugar en primera liga. Que no olvidasen que estaban viviendo un sueño, dándole vida a sus vocaciones, que ese presente era el pasado que iban a querer revivir en un futuro cuando estuviesen de vuelta en sus casas, que era una película que iba a dar vuelta al mundo, que tenían el honor de representar a los protagonistas de una historia única, y que cuando volvieran a sus casas luego de todo el proceso ya no iban a ser los mismos que cuando habían salido, como tampoco lo fueron los sobrevivientes al regresar.

–¿Cómo funcionaban las sesiones de terapia (si pueden llamarse así) y cuál era la dinámica? ¿Había alguna hoja de ruta establecida?

–No había una hoja de ruta establecida, iba charlando con cada uno de ellos en la medida que tuvieran ganas o necesidad, lo cual no sucedió con todos. Podía ser en mi habitación del hotel, en el lobby, a veces en el desayuno o en el micro volviendo del set. También en los almuerzos, caminando por la nieve, a veces fumando un cigarrillo juntos o tomando un café. Los días que estuve los acompañaba permanentemente. Fue clave el intercambio con María Laura, su coach actoral, porque ella venía trabajando hace rato con el elenco desde el casting, y no solo los conocía mucho a cada uno sino que además aportaba una gran sensibilidad y profesionalismo. Era ella quien podía captar con mucha agudeza la emocionalidad, el estado y necesidad de cada uno. Así que si bien yo los observaba atentamente todo el tiempo, María Laura era un gran GPS que me indicaba en quién estar más atento y en qué asunto en especial.

–¿Cuáles eran las escenas que se estaban filmando durante las semanas en las que participaste del film?

–El momento de mi incorporación fue preciso por dos cosas: la primera, porque los actores ya venían rodando hacía bastante tiempo, con la entrega y el compromiso no solo de lo actoral sino de un tipo de actuación que tenía mucho compromiso y desafío físico, como por ejemplo poder cumplir con los objetivos que les planteaban los nutricionistas para bajar de peso, que en algunos casos fueron más de 20 kilos. Llevaban largo tiempo lejos de casa, el clima era invernal, con mucha nevada y cielo cerrado, y dada la magnitud de la película las jornadas de grabación eran exigentes. Por una apuesta deliberada de la producción y la dirección, habían decidido convocar a un elenco que no tuviese mucha experiencia actoral en cine, siendo para algunos su primera experiencia. Para otros que sí habían filmado anteriormente, ninguno lo había hecho en una megaproducción de esta escala y a nivel Netflix. La segunda cuestión clave es la de las escenas, porque fui convocado cuando se grabaron las escenas de la avalancha y también las que frente a tantos días sin comer, los personajes comenzaban a actuar las contradicciones que habían vivido los sobrevivientes acerca de si comer o no la carne de los cuerpos de los fallecidos. No hace falta ser experto en cine ni en psicología para comprender la potencia, la emocionalidad y la crudeza de dichas tomas. Por más que se tratara de ficción, inducía a los actores a poner el cuerpo en la representación de una tremenda tragedia.

–¿La poca experiencia actoral era un factor extra a tener en cuenta?

–Dadas sus cortas edades, la sensibilidad y la enorme entrega de cada uno hacía que el límite entre la ficción y la realidad comenzara a hacerse más poroso y permeable, llegando a esos momentos en que el actor y el personaje comienzan a fusionarse. Pertenezco a una profesión en la cual a una edad temprana (ya que a los 23 años una persona puede estar recibida), comenzamos a escuchar las problemáticas ajenas pero aún no poseemos la madurez necesaria para lograr lo que en psicología llamamos disociación instrumental: algo así como poder trabajar con el malestar del otro pero sin que nos afecte. La madurez no suele ser un punto de partida sino un punto de llegada, y trazando un paralelismo con la actuación, sucede algo parecido en el sentido de que hay que tener cierto recorrido para poder entrar en la piel del personaje y luego poder salir sin quedar simbiotizado con esa ficción. Y escenas como la de la avalancha, donde la tragedia se suma a la catástrofe, en las que hubo que representar el pánico y la desesperación, o las escenas de los cuestionamientos y las contradicciones éticas y religiosas acerca de si era correcto o no comer carne humana, en las que hubo que representar la ansiedad y el temor ante la mirada enjuiciadora del amigo que se oponía a la antropofagia. Todo esto llevaba a los jóvenes actores a identificarse estrechamente con sus personajes y con sus emociones. Para quienes no conocen la historia, con disculpas por el spoileo, la tragedia sucede el 12 de octubre de 1972 y 17 días después, cuando ya llevaban días congelados, sucios, doloridos, algunos heridos, hambrientos, conviviendo con los cadáveres, desamparados al enterarse que las tareas de búsqueda y rescate de la fuerza aérea chilena habían finalizado, en la noche del 29 de octubre una avalancha de nieve deja sepultado al fuselaje del avión, y a ellos dentro tapados por la nieve. Sucedía así una nueva tragedia dentro de la catástrofe. Así que volviendo a tu pregunta, la presencia de un psicólogo en esos momentos los ayudó a poder canalizar todas esas vivencias en el set.

–Las luchas de los personajes son extremas y dramáticas. ¿Creés que la película caló hondo en la gente (más allá de que la historia fuera ya conocida y varias veces contada) porque de alguna manera todos enfrentamos nuestras propias cordilleras?

–Tal cual, claramente la película muestra que lo que no te mata te fortalece, pero también creo que ante las adversidades hay que querer salir adelante, ya sea teniendo una intención fuerte o un motivo claro que valga la pena. Porque no siempre las personas están dispuestas a penar, es decir a pagar el costo necesario para lograr algo valioso. La fortaleza psíquica es una decisión, y diría que hasta una responsabilidad en quienes gozan de salud, ya que una forma de honrar la vida es aceptándola con sus matices y altibajos, y ser responsables ante la vida también implica esforzarse para seguir adelante a pesar de. La película muestra una pequeña sociedad en la nieve, que luego de la avalancha se da cuenta que si no se ponen más creativos y a buscar alternativas, se morirán todos ahí. Están solos frente a la vida y también frente a la muerte. Son una familia. Hay un momento de la película en que José Luis Coche Inciarte [representado por Simón Hempe] le dice a un compañero “¡Che, el que está moqueando, no pienses más en tu casa, dejá de moquear! Nosotros somos tu familia ahora…”. Creo que la película cala hondo en la gente porque muestra mucho el a pesar de… Muchas veces escuchamos a la gente quejarse por los obstáculos sin darse cuenta que los obstáculos nos hacen crecer porque nos obligan a emplear todos nuestros recursos. Ellos en la montaña permanentemente lidiaban con el ‘a pesar de’. A pesar del frío, a pesar del hambre, a pesar del cansancio, del sol que los enceguecía, de la soledad, de la muerte, de la incertidumbre y sobre todo, a pesar de lo traumático y siniestro de la vivencia. Es decir, no tenían nada a mano, nada era simple ni sencillo, todo era difícil, arduo y sacrificado. Y todo sin queja alguna, ya que en la montaña tenían prohibido quejarse, no solo porque era un lujo que no podían permitirse, sino por lo contagiosa que es a veces la queja. Necesitaban permanecer moralmente arriba, y quejarse atentaba contra la imperiosa necesidad de sobrevivir. Hubo comentarios acerca de que habían sobrevivido ya que el ser jugadores de rugby fue un factor que colaboró a su supervivencia, pero pocos saben que de los dieciséis sobrevivientes solo cinco eran rugbiers. Todos enfrentamos nuestras propias cordilleras, el asunto es cómo lo hacemos. A veces, la dificultad paraliza, y a veces por el contrario nos estimula a evitar ese estancamiento, superarlo y salir adelante, porque la vida es para adelante. Pasadas un poco más de dos semanas estando en la montaña sufren la avalancha que mata a siete compañeros y a la esposa de uno de ellos. Esa avalancha fue el susto que vale más que mil consejos, y a partir de ese momento se dan cuenta que si no hacían algo radicalmente distinto y heroico, se iban a terminar muriendo todos.

–Los personajes no sobreviven de manera individual. Hay fuerza colectiva, identidad de grupo y un sesgo optimista. ¿Cómo se abordaron estas cuestiones?

–Lo colectivo fue fundamental, nadie se salva solo, por eso volvemos a la importancia del título de la película La sociedad de la nieve. Como te decía antes, ellos eran una sociedad, una grupalidad en la que el todo era más que la suma de las partes. La grupalidad, cuando está bien entrenada, cuando tiene un propósito en común y cuando dentro de ese propósito común cada uno tiene su tarea asignada en función de sus capacidades, con liderazgos dinámicos y rotativos en función de lo que la tarea requiere, la garantía de éxito es altísima. También creo que su juventud les dio una magnífica flexibilidad para adaptarse al medio, y por otro lado gozaban de cierta inconsciencia juvenil de la buena que les permitió ese sesgo optimista al que te referís. Pero sobre todo, creo que desplegaron un instinto fenomenal, esa fuerza que todos los seres humanos tenemos y que a veces olvidamos. Quiero recalcar algo de la importancia de los liderazgos, porque ellos en la avalancha pierden al capitán de su equipo, Marcelo Pérez del Castillo [Diego Vegezzi], y por lo jóvenes que eran y por el espíritu de equipo que tenían, respetaban mucho a su capitán siendo esta una pérdida muy significativa para ellos. Pero eso no los paraliza; siguen, algunos rezan, y a la vez accionan.

–¿Qué te sumó haber participado de esta experiencia como profesional?

–Muchas cosas, por empezar, un profundo agradecimiento a que me hayan convocado porque queda demostrado que los psicólogos tenemos un vasto campo de acción más allá de lo clínico, los recursos humanos, lo educacional o lo institucional. También me deja una inmensa alegría el haber podido trabajar no en un marco de patología o agudeza sino en la contención, el acompañamiento, lo motivacional y colaborando con una megaproducción cinematográfica en cuya historia, la supervivencia, la resiliencia, la perseverancia, la valentía, la creatividad, la solidaridad, el compañerismo, el optimismo y la fuerza de voluntad fueron protagonistas. Todas virtudes que los seres humanos necesitamos, y más los argentinos. Verlos a los actores crecer y desarrollarse en esa experiencia de desafíos diarios fue emocionante. Ni hablar del placer de poder haber protagonizado cómo se hace el cine desde adentro. Cada vez que vuelvo a ver la película le encuentro un nuevo sentido a cada escena. Está llena de enseñanzas, y lo genial, es que no son enseñanzas que surgen de una historia de ficción escrita, sino que son múltiples mensajes que resuenan en el espectador a partir de una historia real y sudamericana, de unos uruguayos que caen en Argentina y son rescatados por chilenos. Es mucho más que una película, es un mensaje universal. Y para mí será siempre una vivencia indeleble.