El senséi japonés que está llevando el béisbol a Brasil
RÍO DE JANEIRO — Yukihiro Shimura siempre llega primero. Con calma, se pone su uniforme de béisbol. Rastrilla el campo de tierra de manera meditativa. Recoge las cáscaras de coco y el excremento de perro. Finalmente, al terminar, hace una reverencia ante el único campo de béisbol en Río de Janeiro.
Es entonces cuando su equipo de inadaptados —que incluye a un geólogo, un diseñador gráfico, un profesor de inglés, un estudiante de cine, un actor de doblaje y un repartidor en motocicleta— comienza a formarse. La mayoría está en sus 20 y 30 años, y algunos todavía están aprendiendo los conceptos básicos de lanzar, atrapar y abanicar un bate.
Esto no fue lo que Shimura imaginó cuando asumió este trabajo. “Pensé que el rango de edad sería de 15 a 18 años”, dijo. “Debí haber preguntado”.
Durante las últimas dos décadas, Shimura, de 53 años, fue uno de los mejores entrenadores de béisbol de secundaria de Japón. Ahora está a más de 16.000 kilómetros de su hogar, en una misión del gobierno japonés para difundir durante dos años el evangelio del béisbol.
El problema es que Japón lo envió a la tierra del fútbol.
A pesar de ser la nación más grande de América Latina —la región que ha impulsado el crecimiento del béisbol en las últimas décadas—, Brasil está desconcertado por el deporte. Los brasileños afirman que, en comparación con su pasatiempo nacional, el béisbol tiene demasiadas reglas, demasiado equipamiento y mucho de estar por ahí de pie sin hacer nada.
Como resultado, aunque muchos brasileños usan gorras de los Yankees de Nueva York, a menudo no tienen idea de que la insignia representa al histórico equipo de béisbol del Bronx. Y ahora que las Grandes Ligas de Béisbol (MLB, por su sigla en inglés) inicia otra temporada en Estados Unidos el jueves, muchos brasileños en realidad piensan que el béisbol es en gran medida un deporte japonés.
Esto se debe a que la mayoría de las personas que juegan béisbol aquí son parte de la diáspora japonesa más grande del mundo, según el gobierno japonés, estimada en casi 2 millones de inmigrantes japoneses en Brasil y sus descendientes, una comunidad que comenzó con la migración económica a principios del siglo XX. También se debe a que Shimura es el más reciente de una larga lista de entrenadores japoneses que han venido a Brasil para enseñar béisbol.
Los entrenadores son contratados por un programa del gobierno japonés que envía expertos japoneses y dinero a todo el mundo para ayudar a proyectos ambientales y de infraestructura, así como para enseñar exportaciones culturales, como la cocina, el idioma y artes marciales japonesas, como el kendo.
En la cohorte actual hay nueve entrenadores de béisbol en Brasil. Como es habitual, casi todos están en São Paulo, que alberga la mayor comunidad japonesa fuera de Japón.
“De hecho, me sorprendió que el nivel del béisbol en Brasil fuera bastante alto”, dijo Shimura, señalando que la selección nacional de béisbol de Brasil terminó sorpresivamente en segundo lugar en los Juegos Panamericanos el año pasado. “Pero eso es solo en São Paulo”.
Shimura no fue asignado allí. En cambio, es el segundo entrenador japonés del programa en llegar a la meca de la samba y el fútbol de Brasil: Río de Janeiro.
La vida de Shimura ha girado en torno al béisbol. Contó que se aferró al deporte cuando era niño para escapar de las burlas que sufrió por compartir su nombre de nacimiento con uno de los exponentes más famosos de la comedia física en Japón, Ken Shimura. (Tiempo después cambió su nombre).
Luego resultó que era muy bueno en el deporte —era un jardinero que podía fildear, batear y correr— y se matriculó en una escuela de béisbol de élite para perseguir su sueño de jugar en las ligas principales de Japón.
Pero nunca pasó del circuito semiprofesional. En esa liga, cada equipo es propiedad de una gran corporación japonesa y los jugadores dividen su tiempo entre el béisbol y el trabajo. Shimura jugaba para Kawai Musical Instruments: construía pianos por la mañana y practicaba por la tarde.
Después de siete años, pasó a ser entrenador y con el tiempo terminó en una escuela secundaria donde dirigió equipos al prestigioso torneo nacional de béisbol de Japón. Sin embargo, dijo que nunca había tenido un desafío como el que enfrenta en Río.
“Para ser honesto, pensé: ‘Ay. ¿Por qué hice esto?’”, recordó en su austera y meticulosamente organizada unidad de alquiler en Río de Janeiro, con todo y su hornilla portátil. (Shimura recibe un estipendio del gobierno japonés para cubrir sus gastos de manutención). “Pero luego hubo un punto de inflexión. Me dije: ‘No me voy a centrar en lo que falta aquí. Me voy a centrar en lo que se puede construir’”.
Fue así como Shimura empezó con lo básico. En una práctica reciente, utilizando una mezcla de japonés, portugués básico y pantomima, demostró posturas sobre cómo fildear pelotas a ras del piso y lanzar a una base.
Mientras corría y saltaba por el campo, estaba claro que tenía más energía que los jugadores. Además, hablaba constantemente, ofreciendo estímulo positivo y ruidoso, a pesar de que los jugadores no estaban exactamente seguros de lo que decía.
“Hay que descifrarlo”, afirmó Aluisio Carvalho, un maestro de 23 años que llevaba una gorra de los Azulejos de Toronto. “Incluso si no entiendes una palabra de lo que dijo, cuando demuestra el movimiento, al menos tienes una idea de qué hacer”.
Los jugadores han comenzado a usar algunas palabras japonesas —por ejemplo, “shoto” para campocorto y “fasto” para primera base— e incluso ahora en ocasiones hacen una reverencia en el campo, emulando a su entrenador.
Los jugadores dijeron que se sentían inspirados por la energía incesante y la positividad de Shimura. “Es mucho más un entrenador motivacional que uno estrictamente profesional”, afirmó Rafael Dantas, trabajador de tecnologías de la información de 29 años y lanzador. “Es más emocional que reglamentado. Y para el nivel en el que estamos jugando, eso vale mucho más”.
“Es un verdadero maestro”, añadió. “Un verdadero senséi”.
Dantas es uno de los jugadores con más antigüedad, y conoció el béisbol por primera vez en un evento cultural japonés en Río de Janeiro, hace ocho años. Él y otros jugadores más experimentados conforman el núcleo del equipo —los “Cariocas”—, el cual juega en un campo de béisbol de tierra a lo largo de la pintoresca laguna de Río y con vista a sus famosas cordilleras. El lugar despierta mucha curiosidad entre los transeúntes que nunca han visto béisbol en directo. En parte, esa es la razón por la que Shimura entrena a tantos novatos.
Marcio Ramos, un repartidor en motocicleta de 44 años, estaba en su quinta práctica. Se había acercado para hacer preguntas semanas antes —lo máximo que sabía sobre béisbol provenía de haber visto la película de Brad Pitt, “El juego de la fortuna”— y ahora había aprendido a batear gracias a Shimura. “Habla el lenguaje universal del deporte”, aseveró Ramos. “Básicamente traduces lo que quiere expresar sin entender lo que dice”.
Minutos más tarde, Ramos bateó por primera vez una pelota por encima de la valla. Shimura gritó de alegría. “¡Músculo!” dijo Shimura, corriendo para apretar los bíceps de Ramos.
“Trato de ser feliz con las pequeñas cosas que se pueden lograr”, afirmó Shimura. “Cuando mejoran poco a poco, ahí es donde encuentro mi alegría”.
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