Salazar Viniegra y el mito de la mariguana

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En 1938, el doctor Leopoldo Salazar Viniegra, director del Hospital de Toxicómanos dentro del Hospital Nacional Psiquiátrico de la Ciudad de México, también conocido como Manicomio La Castañeda, presentó el documento “El mito de la marihuana”, que ofrecía un camino radical para poner fin a una de las primeras “guerras contra las drogas” en México.

Salazar Viniegra era parte de una nueva generación de médicos y científicos cuyos años formativos fueron marcados por la Revolución, cuando la guerra extendió el uso de la mariguana más allá de los cuarteles, campos de batalla y prisiones a los círculos culturales bohemios y clases bajas urbanas. Ellos intentaron introducir un régimen de drogas no punitivo que priorizara la salud pública. Salazar Viniegra y sus colegas comenzaban a adoptar la “medicina social”, un enfoque que llevaba a los médicos a las comunidades obreras urbanas y rurales para investigar las causas estructurales de las enfermedades.

Salazar Viniegra propuso varias ideas radicales dentro de la comunidad científica mexicana relacionadas con la salud mental, el consumo de drogas y la adicción. Su argumento sostenía que la búsqueda incesante de riqueza por parte de la burguesía era la causa de la mayoría de las enfermedades mentales. Consideraba que el propio capitalismo era una forma de enfermedad mental.

A pesar de algunas críticas de periódicos conservadores, científicos opositores y funcionarios estadounidenses, la administración del presidente Lázaro Cárdenas aprobaba el trabajo y las teorías del doctor. Entre 1939 y 1940, el gobierno y Salazar Viniegra colaboraron en la reestructuración formal de las leyes sobre drogas. El médico buscaba despenalizar el consumo de drogas y vio la posibilidad de un cambio radical al atacar el mercado ilegal, redactando una nueva legislación que impactara a los vendedores de drogas ilícitas en donde más les dolía: en sus ganancias.

Desde el siglo XIX, el control de drogas en México fue desigual y en gran medida localizado. Mientras que los soldados y presos representaban la mayoría de los consumidores de mariguana, habitualmente sectores pobres y de clase trabajadora utilizaban la planta como medicina barata para múltiples remedios. Esta era vendida por curanderos tradicionales, comúnmente mujeres indígenas, en mercados rurales y urbanos. Distintos gobiernos intentaron controlar la venta y el consumo de ciertas drogas, pero no se intentaba criminalizar su uso de forma generalizada. Sin embargo, el Porfiriato también fue testigo del surgimiento de ciertos discursos criminalizando e induciendo el pánico en torno al consumo de drogas.

La Revolución de 1910 sacudió viejas costumbres sociales, tabúes, jerarquías de clases y la extendida deferencia hacia las élites. Tras una década de convulsión, en los años veinte, la mariguana se popularizó entre dramaturgos, muralistas, poetas y músicos. Por su parte, los revolucionarios devenidos en políticos comenzaban a preocuparse por reconstruir el país. Este grupo, en su mayoría de clase media, creía que no podía moldear ciudadanos productivos y patriotas a partir de campesinos y trabajadores consumidores de hierba y opio. En 1920, Venustiano Carranza penalizó el cultivo y la venta de mariguana, mientras que otras drogas, consideradas medicinales, fueron sometidas a estrictos controles. Para 1926, el código sanitario agregó la goma de opio fumable y la heroína a la lista de “drogas enervantes” prohibidas que ya incluía a la mariguana.

En 1931, un nuevo código penal federal tipificó el cultivo, consumo y venta de mariguana y otros estupefacientes como “delitos contra la salud”, con penas de prisión o internación en La Castañeda, donde los reclusos pronto se encontrarían con Salazar Viniegra, quien trabajaba arduamente cuestionando las políticas punitivas que los habían llevado allí.

En 1940, en colaboración con el gobierno de Cárdenas, Salazar Viniegra había introducido con éxito nuevas leyes sobre drogas. En marzo de ese año, el Departamento de Salubridad Pública estableció un dispensario estatal de morfina en la Ciudad de México, donde cinco médicos suministraban dos veces al día dosis controladas de morfina de alta calidad a precio muy bajo. Esto les permitía proporcionar atención médica adicional y monitoreo a personas adictas a las drogas, pues para obtener la morfina tenían que aceptar recibir asesoría médica. El verdadero objetivo era económico: la morfina barata suministrada por el Estado debilitaba la economía de la droga ilícita en la ciudad y amenazaba con dejar fuera del negocio a los traficantes callejeros.

Según el Departamento de Salubridad, los traficantes callejeros y los narcos perdieron miles de pesos al día. En la prensa aparecían editoriales positivos y de acuerdo con las entrevistas de periodistas que visitaban el dispensario, la morfina barata y segura les daba la oportunidad a los pacientes de volver a trabajar y proveer para sus familias. Basándose en estos resultados iniciales, el gobierno de Cárdenas hizo planes para abrir más dispensarios.

Sin embargo, en el verano de 1940, el dispensario cerró sus puertas y el gobierno derogó las leyes sobre drogas. La explicación pública oficial fue que el comienzo de la Segunda Guerra Mundial había provocado una escasez drástica en el suministro mundial de morfina médica. La razón real era más complicada. Se relacionaba con Harry Anslinger, el jefe de la Oficina Federal de Narcóticos de Estados Unidos, que dio forma al régimen punitivo de guerra contra las drogas que se instauró en ese país en la década de 1930. Anslinger discrepaba vehementemente con el experimento progresista liderado por Salazar Viniegra. El temor era que este enfoque pudiera socavar el sistema internacional de control de drogas basado en la prohibición y la criminalización que había tomado décadas en crearse bajo el liderazgo de Estados Unidos y que había empezado centrándose en el opio a principios del siglo XX.

Anslinger manipuló las leyes antidroga estadounidenses para regular la exportación de morfina medicinal en función de niveles “médicos y legítimos” de demanda. Su argumento fue que la demanda de México superaba esos niveles. De pronto los hospitales mexicanos se enfrentaban a una grave escasez de morfina para los pacientes que la necesitaban. Los médicos protestaban porque el departamento de salud otorgaba morfina a personas con adicción mientras sus pacientes sufrían.

Esta táctica de Anslinger fue una forma de chantaje, agravada por la incapacidad de los diplomáticos mexicanos para contrarrestar eficazmente los argumentos de los estadounidenses en reuniones bilaterales e internacionales. Bajo presión y en los últimos meses de su mandato presidencial, el gobierno de Cárdenas tuvo que elegir entre su estrategia radical o mantener el suministro nacional de morfina médica. El gobierno abandonó las nuevas leyes sobre drogas y el acceso a la morfina estadounidense se reanudó poco después. Años más tarde, Salazar Viniegra culparía a la “eterna y desastrosa política electoral” de México de este trágico revés.

La historia de Salazar Viniegra recalca que las guerras contra las drogas nunca tienen que ver realmente con las drogas. Desde al menos mediados del siglo XIX, estos conflictos han girado en torno al poder del Estado, el control social y el capitalismo.

Acabar con este experimento del médico radical en 1940 cerró la posibilidad de un futuro más justo y pacífico para México y los mexicanos. En lugar de reducir los daños, el Estado organizó una campaña nacional permanente de prohibición de drogas a partir de finales de la década de 1940, que cada año lleva a cientos de soldados y policías a las regiones rurales del altiplano para encontrar y destruir plantaciones de drogas. Por su parte, el código penal de 1931 sigue vigente hasta el día de hoy. Décadas de guerras dirigidas por el ejército contra campesinos productores de droga, con agentes antinarcóticos y financiamiento de Estados Unidos, culminaron en 2006 con la declaración de otra guerra contra las drogas por parte del presidente Felipe Calderón.

Mientras que, por un lado, las drogas ilícitas siguen fluyendo hacia el norte para satisfacer la demanda de heroína, cocaína, metanfetaminas y fentanilo, por el otro,armamento militar se desplaza hacia el sur, resultando en muertes masivas en ambos lados de la frontera.

*Alexander Aviña (@Alexander_Avina) es profesor de historia en la School of Historical, Philosophical and Religious Studies en Arizona State University. Es el autor de Spectres of Revolution: Peasant Guerillas in the Cold War Mexican Countryside (Oxford University Press, 2014)

Este texto es una adaptación del ensayo The Myth of Marijuana publicado originalmente en The Dial el 19 de septiembre de 2023. Traducción realizada por Isabel Migoya.