Las remotas probabilidades de los manifestantes en China

Los observadores del exterior podrían quedar disculpados por ver señales de la Primavera Árabe, e incluso de una revolución, en las manifestaciones que inundan distintas ciudades de China.

Se trata de las manifestaciones más numerosas y ambiciosas en el país en años. Algunos de los participantes incluso exigen la renuncia del líder máximo de la nación, Xi Jinping. El 30 de noviembre, nuevos videos de enfrentamientos circularon la noche anterior en la ciudad sureña de Guangzhou, en la que varios residentes derribaron barricadas y lanzaron botellas a los policías.

Para su desgracia, si los manifestantes en China esperan lograr un cambio político arrollador, quizá se topen con obstáculos incluso peores que la temible reputación de su gobierno de aplastar cualquier señal de desacuerdo y probabilidades todavía más reducidas de lo que puede aparecer en la superficie.

Tres fuerzas principales, dos de ellas de naturaleza global y una particular para China, están en su camino.

En primer lugar, las protestas con la intención de derrocar a un líder o gobierno han visto sus probabilidades de éxito derrumbarse en años recientes; en la actualidad, la gran mayoría fracasa debido a los cambios en la naturaleza de las comunicaciones, la organización y la represión… una tendencia que China parece reflejar a la perfección.

En segundo lugar, el gobierno chino es la expresión de un tipo de autoritarismo conocido como gobierno revolucionario, que según estudios recientes es tremendamente perdurable incluso en los casos en que surgen agitaciones explosivas.

Por último, el Partido Comunista que gobierna en China ha demostrado en repetidas ocasiones sus habilidades excepcionales para manejar erupciones de enojo popular, que son más comunes ahí, aunque a menor escala, de lo que podrían pensar los observadores del exterior.

Un monitor en el que aparece un video que demuestra el uso de software de reconocimiento facial en un salón de exhibiciones en Pekín, el 10 de mayo de 2018. (Gilles Sabrié/The New York Times)
Un monitor en el que aparece un video que demuestra el uso de software de reconocimiento facial en un salón de exhibiciones en Pekín, el 10 de mayo de 2018. (Gilles Sabrié/The New York Times)

Además, el gobierno tiene una habilidad especial para mantener la unidad entre la élite del país, que en general representa un factor decisivo para determinar si las protestas pueden forzar un cambio sistémico.

Eso no quiere decir que las protestas estén condenadas al fracaso. Algunos movimientos populares que exigieron la retirada de un autócrata han tenido éxito. También hay que subrayar que existen distintas versiones de éxito que no incluyen la salida de Xi, como, por ejemplo. el relajamiento de las políticas “cero COVID” del país.

De cualquier manera, si parte de la élite de China no rompe relaciones con Xi y apoya a los manifestantes, según escribió en Twitter William Hurst, investigador de la Universidad del Noroeste en Estados Unidos, “la situación que me parece más probable es que las protestas se apaguen poco a poco (como ocurre con la mayoría de ese tipo de movimientos en casi todos los países)”.

“Igual que estallaron de forma espontánea en un periodo corto”, predijo Hurst, quien se dedica a estudiar movimientos sociales en China, “se irán apagando sin llegar realmente a un clímax o desenlace”.

El poder menguante de las protestas

Durante la mayor parte del siglo XX, las protestas masivas con el propósito de exigir algún cambio en el gobierno se hicieron cada vez más comunes y exitosas en todo el mundo y lograron derrocar a muchos dictadores. Para principios de la década de los 2000, dos de cada tres de esos movimientos alcanzaban su meta, según investigaciones encabezadas por Erica Chenoweth, de la Universidad de Harvard.

En retrospectiva, marcaron el punto máximo.

A mediados de la década de 2000, con todo y que ese tipo de protestas seguían aumentando en frecuencia, su tasa de éxito comenzó a decaer. Para finales de la década de 2010, sus probabilidades de obligar al gobierno a hacer cambios habían bajado a la mitad, a uno de cada tres movimientos. Datos de principios de la década de 2020 indican que es posible que ya haya caído de nuevo a la mitad y que ahora es uno de cada seis.

¿Qué cambió?

Paradójicamente, las redes sociales, que les permiten a los manifestantes reunirse en cantidades impensables en otra época con un liderazgo formal mínimo, quizá también socaven esos movimientos, según una teoría de Zeynep Tufekci, socióloga de la Universidad de Columbia y columnista de Opinión de The New York Times.

En otras épocas, los activistas pasaban años creando los vínculos necesarios para organizar movimientos nacionales. Las redes sociales les permiten a los posibles manifestantes saltarse esos pasos e instar a otros a actuar con solo una publicación viral.

En consecuencia, pueden hacer que miles o millones de personas salgan a las calles de un día para otro… pero, en general, desaparecen igual de rápido.

Como no tienen ningún líder ni centro de acción, las protestas generadas a través de las redes sociales se fragmentan con más facilidad, en especial ante la represión. Encima, tienen dificultades para coordinar una estrategia, que es un paso necesario para exigir puntos concretos o cultivar aliados en posiciones de poder.

Al mismo tiempo, los gobiernos autócratas han aprendido de las revueltas de los 2000 en los Estados antes soviéticos, así que saben mejor cómo adoptar posturas más astutas que los movimientos de disconformidad.

En vez de recurrir a las medidas enérgicas radicales de otras eras, que en muchos casos resultaban contraproducentes, ahora socavan las protestas con métodos más lentos y sutiles. Crean confusión con propaganda, promueven fisuras al interior de los movimientos, contienen las protestas y luego solo esperan a que pasen o aplican solo fuerza suficiente para desalentar a los manifestantes sin provocar mayor enojo.

Desacuerdo gestionado

Aunque las personas del exterior quizá piensen que los controles notoriamente autoritarios de China han hecho que nadie piense en protestar ahí, en especial desde las manifestaciones a favor de la democracia en 1989, lo cierto es que ha ocurrido lo contrario.

En el país, ocurren decenas de miles de manifestaciones cada año, según datos monitoreados durante mediados de la década de 2010 por el académico chino Sun Liping. La mayoría son locales y se organizan en torno a cuestiones como la contaminación de una planta del gobierno o la corrupción oficial.

Se cree que los líderes en China toleran protestas ligeras y quizá incluso les parece bien que ocurran, dentro de ciertos límites, como un espacio de “expresión de descontento popular que no desestabilice el sistema en su conjunto”, escribieron las investigadoras especializadas en China Vivienne Shue y Patricia M. Thornton.

Los dirigentes chinos saben que no pueden ser totalmente indiferentes a la voluntad popular. Pero, como no existen elecciones genuinas, los ciudadanos tienen pocas opciones para externar los puntos que les causan enojo. Tolerar cierto nivel de protestas les da a los dirigentes una oportunidad de disipar los desacuerdos y hacer que los ciudadanos se sientan escuchados, antes de que el enojo cause un estallido.

La respuesta oficial por lo regular es “mucho menos rígida y de estilo administrativo de lo que se supone”, escribió el investigador especializado en China H. Christoph Steinhardt, y añadió que el Estado “todavía tolera una cantidad considerable de desacuerdos”.

Resiliencia revolucionaria

¿Por qué algunos dictadores caen debido a protestas públicas y otros no?

En un nuevo análisis exhaustivo de los gobiernos autoritarios del siglo pasado, los investigadores Steven Levitsky y Lucan Way identificaron un factor importante: la forma en que ese gobierno llegó al poder en un principio.

Desde 1900, según descubrieron, se han alzado unas 20 autocracias a raíz de grandes revoluciones sociales. Entre ellas, se encuentran la Unión Soviética, la República Islámica de Irán y el gobierno comunista de China.

En promedio, las autocracias sobreviven unos 10 años. Después de ese periodo, las probabilidades de que se derrumben aumentan cada año, al tiempo que se erosiona el apoyo popular y se ensanchan las grietas dentro de la élite gobernante.

Sin embargo, las autocracias fundadas a partir de una revolución tienden a sobrevivir muchas décadas. Es imposible definir una duración promedio, por la sencilla razón de que la mitad de las que se han formado siguen en el poder. La Unión Soviética cumplió 69 años, más que muchas democracias. Irán, por ahora, todavía demuestra una sorprendente resistencia a un movimiento de protesta nacional de varios meses.

No se debe a que esos sistemas formen un mejor gobierno. Más bien, tienen casi cinco veces más probabilidades de sobrevivir episodios del tipo que derrocan a otros gobiernos, como agitación generalizada o una lucha violenta por el poder.

Además, las características revolucionarias que dan resiliencia, según Levitsky y Way, son especialmente pronunciadas en China: una burocracia partidista tremendamente institucionalizada. Jerarquías de poder validadas al interior. Control político generalizado de las fuerzas militares y de seguridad. Partido muy arraigado en todo tipo de esferas, desde consejos corporativos hasta proyectos locales de los poblados.

Incluso el gobierno más firme llega al punto de resquebrajamiento. Pero, según concluyeron los investigadores, el de China bien podría ser “uno de los regímenes más perdurables de la historia moderna”.

© 2022 The New York Times Company