Reconstrucción con el ala rota en los Marlins, ¿por qué este nuevo proceso es más perverso que los anteriores?

La imagen de un Luis Arráez despidiéndose de sus compañeros de equipo antes de iniciar un juego en Oakland lo decía todo.

Tristes, melancólicos y desesperanzados, los rostros de quienes abrazaban al venezolano y le deseaban la mejor de las suertes parecían decir con la mirada: “llévame contigo’’.

Ciertamente, no pasará mucho tiempo antes de que otros sigan el camino del segunda base venezolano, aunque a otras geografías, porque la movida de Peter Bendix, el presidente de operaciones de béisbol que ha traído más asesores a su oficina central que peloteros valiosos al terreno, promete más cambios a medida de que el hundimiento alcance nuevos círculos del infierno.

No sé quién pudo creer eso de que esta versión del 2024 era mejor que la de la temporada anterior.

Y sí, las lesiones han sido parte integral del desastre, sobre todo en la rotación, pero este equipo no era mejor sin Jorge Soler ni Jon Berti o Sandy Alcántara, como tampoco lo será sin Arráez.

Bendix ha hablado de planes futuros sin atreverse a dar una fecha tentativa para comenzar a ver la luz al final del túnel.

Si Derek Jeter predicaba la paciencia de manera extendida, pero prometía oleadas de talento desde las Ligas Menores; su sucesor al mando no puede ni siquiera avizorar nada en el horizonte.

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Y esta es la gran realidad. Los Marlins han vivido varias reconstrucciones, algunas mejores que otras; han sufrido desmantelamientos y correcciones de mercado, vivido al son de los vaivenes de propietarios que tomaban todas las decisiones como Jeffrey Loria o del dejar hacer del actual jefe Bruce Sherman, pero ahora se nota algo distinto y perturbador.

En otras eras las cosas iban mal o regular, pero uno escuchaba nombres de un chico de apellido Stanton que saca pelotas como si fuera lo más natural del mundo, de otro que pasaba bajo el nombre de Miguel Cabrera con calidad para brillar al más alto nivel.

Se escuchaba de la promesa de un Christian Yelich, un José Fernández, hasta de un Jeremy Hermida que estaba destinado a ser lo más grande, aunque después no lo fuera.

Ahora no se escucha nada, o casi nada. Solo el silencio perverso de un sube y baja de números con poco que ofrecer.

Este es el gran problema de esta reconstrucción, que viene con el ala rota, sin la ilusión de una camada como la que tuvo Houston tras perder 100 juegos una temporada para luego convertirse en una potencia ganadora de Series Mundiales.

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Bendix viene de una cultura ganadora -Jeter también- como la de los Rays, que también suele ser mezquina en sus gastos, pero que al menos ha sido fantástica en generar talento propio e identificar talento ajeno, como lo hicieron al ganarse la lotería con Randy Arozarena y Yandy Díaz.

Todavía no se puede hacer una lectura de Bendix, de su capacidad para revivir este cuerpo moribundo. Su margen de maniobra nunca será amplio con Sherman y su mano de hierro encima de las finanzas, así que si realizó maravillas en Tampa Bay aquí deberá convertirse en mago.

Y así, una contienda después de haber alcanzado los playoffs, con un manager cuyo futuro parece estar en otro lado nada más termine septiembre -hombre, la escritura está en la pared-, los Marlins han levantado bandera blanca en abril, demasiado temprano como para enviar algún mensaje positivo a la menguante afición que suele contarse en mínimos miles dentro del loanDepot park.

Pero esta nueva reconstrucción, desmantelamiento o como rayos quieran llamarle, se produce sin esperanza, con preocupación, como esas mismas caras que se despidieron de Arráez en el deprimente escenario del Coliseo de Oakland.