Plaza México y el victimismo de los aficionados taurinos para justificar su gusto por un acto de barbarie

Plaza México en su reapertura del domingo 28 de enero de 2024. (CARL DE SOUZA / AFP)
Plaza México en su reapertura del domingo 28 de enero de 2024. (CARL DE SOUZA / AFP)

La Plaza México abrió sus puertas nuevamente después de 20 meses de inactividad taurina (el recinto ha sido usado para otros espectáculos). En diciembre pasado, la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) desestimó el amparo que en junio de 2022 había prohibido las corridas de toros en la Ciudad de México.

El tema parece estar lejos de acabar, a pesar de la última decisión de la Corte. En el regreso de la corridas, hubo multitudinarias manifestaciones de activistas, quienes lanzaron proclamas en contra de la tauromaquia, realizaron pintas e insultaron a los asistentes, un comportamiento que fue objeto de discusión en las redes sociales. En general, la tauromaquia ha generado diversos debates en la esfera pública. El presidente López Obrador ha mantenido su idea de promover una consulta popular para determinar si esta actividad prosigue o no.

Protestantes caminan desde Avenida de los Insurgentes hacia la Plaza México en reclamo a la reapertura de la Plaza México para realizar corridas de toros. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)
Protestantes caminan desde Avenida de los Insurgentes hacia la Plaza México en reclamo a la reapertura de la Plaza México para realizar corridas de toros. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)

La postura ha sido la esperada por los aficionados a la tauromaquia: decir que no hacen daño a nadie, que las personas que estén en contra simplemente pueden abstenerse de ir, pero que a ellos les dejen disfrutar de su pasión. En un giro de tuerca, ahora se dicen perseguidos: les quieren coartar la libertad de expresión. Según su narrativa, sufren los estragos de una sociedad intolerante, incapaz de apreciar el arte. Caen en un victimismo que los busca colocar como mártires en un mundo de cerrazón y tiranía.

Por eso están a la defensiva casi todo el tiempo. Una respuesta recurrente tiene que ver con quienes consumen carne: si están en contra de la tauromaquia, entonces tampoco deben comer carne. No argumentan por qué disfrutan ver a un toro con banderillas clavadas en el lomo. Prefieren cuestionar a los demás primero. Porque, claro, los animales cuya carne será consumida también sufren en el rastro, pero no hay un todo un espectáculo montado alrededor de ese proceso para gozar de su muerte.

A eso se acude a cualquier plaza de toros: a presenciar un asesinato sádico. 40 mil fueron ayer a la Plaza México. Y en ese argumento se recargaron los taurinos: ya ven, dicen que no le gusta a nadie, pero estuvo lleno. En una época adicta a los números como respaldo, les cayó de maravilla esa asistencia. Habría que ver cuánta gente acudiría a una plaza o estadio en la que se convocara a las personas que están en contra de la tauromaquia. Probablemente esos 40 mil lugares serían insignificantes.

Se niegan a admitirlo ahora que no les conviene, pero en realidad las corridas de toros le gustan a un círculo muy cerrado. La suspensión de 20 meses, la convocatoria de esos círculos cerrados a acudir para mostrar músculo ideológico, puede explicar el lleno del domingo y los posteriores, si los hay. También podría organizarse un combate entre hombres y leones y quizá llenaría la plaza. Antes, justamente, se jactaban de que la tauromaquia tenía una estética al alcance que pocos podrían comprender, por eso no era disfrutada masivamente. Ahora, que requieren respaldo de la opinión pública, les queda bien jugar a la expansión: le gusta a miles, por eso se llenó, aunque quieran quitarnos la libertad de ver cómo asesinan a un toro.

Tampoco existe evidencia científica de que si las corridas acaban, los toros de lidia se extinguirían, como sugieren los aficionados a la tauromaquia. Cada una de sus coartadas es desmontable. Lo que no consiguen explicar es por qué disfrutan de esa barbarie, por qué creen que es hasta una escuela de valores (según dijo Heriberto Murrieta en un debate de Reforma). Y la Corte estuvo muy atenta en hacerles el favor sin tampoco explicar por qué es valido que el asesinato de un animal, aunque no pertenezca a la vida silvestre, representa motivo de goce.

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