“Cada planta tiene nombre y apellido”: un frustrado viaje de 15.000 km inspiró la apuesta de un rosarino en un pueblo mágico
SAN CARLOS DE BARILOCHE.– Federico Ferrarini, de 37 años, es sommelier y nació en Rosario. Allí abrió dos restaurantes e inauguró el primer wine bar de la ciudad. Siempre apostó al vino y a la gastronomía. Y siempre se sintió a gusto estando rodeado de amigos.
En 2009 empezó a soñar con viajar de Ushuaia a Alaska y estuvo una década acondicionando un motorhome para ese periplo. Junto a su novia, Caro, comenzaron el viaje a finales de 2019. Pero apenas cuatro meses después, cuando atravesaban el Parque Nacional Los Alerces, sobrevino la pandemia. Tuvieron que volver a Rosario, llenos de frustración. Así, Federico utilizó los siguientes dos años para idear un proyecto que le permitiera encarar nuevos rumbos.
“Sabía que a la vuelta del viaje no iba a encajar en Rosario. Tenía ganas de moverme. Para definir destino habíamos dicho que íbamos a ir mirando opciones en el trayecto. Yo había viajado 29 veces por la Patagonia y nunca había entrado a Trevelin. Estaba asociado con tomar el té galés y lo tenía reservado para mi vejez”, se ríe Federico.
Pero cuando anduvo por esas latitudes en motorhome, le recomendaron conocer las Viñas del Nant y Fall, del marplatense Sergio Rodríguez, uno de los pioneros del vino en Trevelin. Sergio y su familia plantaron el primer cuadro de pinot noir en 2010 y en abril de 2016 hicieron la primera vendimia. Viñas del Nant y Fall corrió la frontera sur del vino, en una latitud antes impensada para la producción vitivinícola.
“Fui a conocer el lugar y me rompió la cabeza. Cuando volví a Rosario por la cuarentena, me puse a escribir mi proyecto. Empecé a armarlo con la idea de incluir un complejo de cabañas y un restaurante, y varios de mis amigos se entusiasmaron. Fue así que convencí a 15 amigos, que hoy forman parte del emprendimiento”, cuenta Federico, que es hijo de una maestra de nivel primario y un profesor de educación física.
Algunos de esos amigos viven en el exterior, pero confiaron en el enorme potencial del futuro viñedo. Algunos son amigos de la primaria; otros, de la secundaria y de la facultad (Federico es “casi” ingeniero); y otros, del barrio. Muchos de los que vivían en otros países volvieron a la Argentina a partir de este plan vitivinícola.
Inicialmente se instalaron en Trevelin Federico y su novia, así como otra pareja de amigos que trabajaban de forma remota. Con ellos abrieron Arbo, un wine bar y café frente a la plaza del pueblo, que se inauguró hace un año. Unos meses después llegaría Morchella, una pizzería de masa madre que llama la atención por los ramos de trigo seco que cuelgan del techo y lo tapizan por completo.
Si bien Arbo y Morchella representan el desembarco de este grupo de amigos en Trevelin, el proyecto faro es el viñedo, que aún no tiene nombre, pero está avanzado en un 60%: limpiaron el terreno, plantaron las vides hace dos años, construyeron lo que será la bodega y acaban de empezar a construir el restaurante, que tendrá 450 m2 y será de “alto vuelo”. A las dos parejas que se instalaron en 2021 se les sumaron en este tiempo seis más. El resto sigue los avances a la distancia, pero con el corazón en Trevelin.
Valor agregado a cada detalle
Aunque suele decirse que no se puede hacer negocios con la familia ni con los amigos, el rosarino de 37 años sabía que el aporte de cada uno de los miembros del proyecto les permitiría armar algo superador. “También me dedico a la construcción, así que le pongo el cuerpo con otras diez personas que están trabajando ahora. Le meto más cabeza que recursos. Antes de instalarme acá me habían salido distintos trabajos para hacer casas, pero no quería dedicarme a eso para siempre. Era el momento de encarar algo propio. Como les dije a mis amigos: ‘Esto tiene que ser nuestra jubilación’. Es a largo plazo, dándole valor agregado a cada detalle, pensando en hacer un vino con certificación orgánica y con una huella de carbono neutral. Calculamos tener todo listo de acá a dos años, justo cuando muchos de nosotros cumplamos los 40″, sonríe, y muestra la carpeta con dibujos y renders del emprendimiento.
El viñedo está implantado en una zona privilegiada, al oeste del pueblo y con una vista panorámica inmejorable de Trevelin, rodeado de árboles de 350 años. La prioridad es proteger el bosque circundante, en el que se destaca la presencia de liquen, indicador de la pureza del aire. “La vid respira eso”, se entusiasma Federico.
El predio tiene diez hectáreas y está en un área con cierta altitud, en un callejón desde el que pueden verse los picos chilenos. Dos de esas hectáreas están ocupadas por las vides. Plantaron nueve variedades: malbec, merlot, cabernet franc, semillón, sauvignon blanc, gewürztraminer, riesling, chardonnay y pinot noir. “Apuntamos a hacer una vinicultura de precisión. Para nosotros, cada planta tiene nombre y apellido, llevamos una ficha de cada una, en la que seguimos las fechas en que brotan, qué perfil de suelo tienen, etc. La idea es hacer una producción de entre 10.000 y 12.000 botellas por año”, dice el sommelier.
El proyecto de enoturismo contará también con un restaurante que aspira a ser de alta categoría, con una fuerte impronta de diseño y dos cavas subterráneas interconectadas: una pensada para 1500 botellas y otra para estacionar quesos y jamones crudos. Asimismo, en otra etapa harán cabañas de 4 estrellas insertas en el bosque.
Hoy que el viñedo y la futura bodega están en pie en ese entorno mágico, Federico recuerda los pasos que lo trajeron hasta acá. “El día antes de decidir comprarme el motorhome vi el documental 180º Sur, que muestra el viaje que emprendieron Yvon Chouinard y Doug Tompkins en 1968 desde California hasta la Patagonia. Tenía 20 años, y vendí un auto 0 km y me compré un motorhome modelo 87. Parecía una locura, pero lo cierto es que me crie en la naturaleza, yendo de campamento. Y la vida de aventureros y visionarios como Chouinard y Tompkins siempre me voló la cabeza. Tanto los admiro que la SRL que armamos con mis 15 amigos se llama 180º Sur”, describe el rosarino.
Un viaje de 15.000 kilómetros que quedó trunco terminó siendo el puntapié de un viaje más corto, pero quizá mucho más profundo. Así parecen demostrarlo el entusiasmo de Federico y sus amigos, y esas vides que crecen en suelo chubutense.