¿Cuál será la estrategia de Trump ante el programa nuclear de Irán?
La “diplomacia coercitiva” podría poner a Teherán ante dos opciones: un desmantelamiento negociado de su capacidad nuclear, o uno forzoso.
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, se encontrará con un Irán que de pronto se ha vuelto mucho más frágil que durante su primer gobierno, que tiene un liderazgo más incierto y un programa nuclear más expuesto y más vulnerable a los ataques.
Esta nueva realidad ha desencadenado un debate interno sobre cómo debe abordar el gobierno de Trump a Teherán: con apertura a las negociaciones, o con un ataque a su programa de enriquecimiento nuclear, ya sea abierto o encubierto, o quizá iniciado por Israel.
O, como muchos sugieren, con una ronda de “diplomacia coercitiva” que dé a Teherán la opción de elegir entre un desmantelamiento negociado de su capacidad nuclear o uno forzoso.
El fin de semana, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del presidente Biden, resaltó lo apremiante de la cuestión cuando le dijo a Fareed Zakaria, de la CNN, que con los principales grupos representantes de Irán debilitados o eliminados, “no es de extrañar que haya voces que digan: ‘Tal vez tengamos que ir por un arma nuclear ahora mismo’”.
Añadió que había hablado con el equipo de seguridad nacional de Trump y con los israelíes del “riesgo real” de un esfuerzo iraní por obtener una bomba.
En entrevistas realizadas en las dos últimas semanas, funcionarios estadounidenses y extranjeros han dicho que la amenazadora danza sobre el futuro nuclear de Irán podría dar un giro dramático en los próximos meses. Esa valoración se produjo después de que el principal inspector nuclear de la ONU advirtiera que Irán estaba acelerando su enriquecimiento de uranio casi apto para la fabricación de bombas.
El nuevo presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, y Trump, han expresado su voluntad de negociar un nuevo acuerdo nuclear, aunque ninguno de los dos ha dicho algo sobre sus términos.
Pero ambos hombres saben que el equilibrio militar ha cambiado, y que la capacidad de Irán para contraatacar a Israel a través de sus representantes, e incluso de su propia flota de misiles, ha disminuido considerablemente. De este modo, aunque la oportunidad para la diplomacia no ha sido mayor en seis años, tampoco lo ha sido la posibilidad de un ataque preventivo.
En comentarios públicos, los ayudantes de Trump han prometido una renovada campaña de “máxima presión” que se enfoque en limitar los ingresos petroleros de Irán apoyándose en China, el mayor comprador de los envíos de petróleo iraní sancionados.
“El cambio que van a ver es una mayor atención en Irán”, dijo en noviembre en la CNBC Michael Waltz, a quien Trump ha designado como su asesor de seguridad nacional. “La máxima presión, no solo ayudará a la estabilidad en Medio Oriente, sino que también ayudará a la estabilidad en el teatro de operaciones Rusia-Ucrania, ya que Irán proporciona misiles balísticos y, literalmente, miles y miles de drones que van a parar a ese teatro de operaciones”.
Sullivan no habló de los detalles de sus conversaciones con Israel. Pero funcionarios israelíes actuales y retirados han debatido públicamente si se debería aprovechar el momento. Yoav Gallant, el ministro de Defensa israelí a quien el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, despidió a principios de noviembre tras meses de desacuerdos sobre cómo responder a los ataques terroristas del 7 de octubre de 2023, dijo recientemente que había “una ventana para actuar contra Irán” antes de que pueda dar los últimos pasos para producir un arma nuclear.
La semana pasada, Netanyahu declaró a The Wall Street Journal que los iraníes “se quedaron estupefactos cuando eliminamos sus defensas aéreas clave” el 26 de octubre, en el acto final de un segundo intercambio de ataques con misiles entre Irán e Israel.
“Lo que es diferente ahora es que los iraníes son increíblemente vulnerables”, dijo Eric Edelman, exfuncionario de alto rango del Departamento de Defensa en el gobierno de Bush. Edelman publicó recientemente un análisis en el que pedía a Trump que diera a Irán una vía negociada para entregar su material nuclear y conseguir un levantamiento de las sanciones o enfrentarse a un ataque directo contra sus instalaciones nucleares.
“Ahora llega al poder un expresidente a quien, al parecer, intentaron asesinar, y un primer ministro de Israel que tiene todos los incentivos para querer atacar, en parte para restaurar su propia reputación”, añadió.
“Si, juntos, intensifican mucho la presión económica, la presión diplomática y el respaldo militar, la idea de que pueden acabar con el programa nuclear realmente será puesta a prueba”.
Una crisis que Trump ayudó a crear
Trump, por supuesto, hereda una intensificación nuclear que él mismo ayudó a crear.
El programa de Irán quedó congelado tras el acuerdo nuclear de 2015 con el gobierno de Obama. Pero luego, en 2016, Trump hizo campaña diciendo que el acuerdo de la era Obama era un “desastre” —por razones que le costó articular en una entrevista— y en 2018 se retiró del acuerdo y volvió a imponer sanciones. Predijo que los iraníes vendrían a suplicar otro acuerdo, uno más de su agrado. No lo hicieron.
Durante dos años, los iraníes se abstuvieron de reanudar la producción, intentando negociar con las potencias europeas una forma de eludir las sanciones. Ese esfuerzo fracasó, al igual que uno del gobierno de Biden para ver si podía revivir el acuerdo abandonado con algo “más de largo plazo y más resistente”.
Una reciente evaluación de inteligencia no clasificada facilitada al Congreso concluyó que Irán había enriquecido suficiente uranio para fabricar más de una decena de armas desde que Estados Unidos se retiró del acuerdo.
Hace varias semanas, Irán aceleró la producción de uranio enriquecido al 60 por ciento, de acuerdo con Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica. Esta cifra es muy inferior al 90 por ciento de enriquecimiento necesario para fabricar una bomba.
El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, dijo en julio que Irán probablemente solo necesitaría “una o dos semanas” para enriquecerlo hasta niveles aptos para la fabricación de bombas.
Existe un debate sobre lo que se necesitaría para convertir ese combustible en metal y hacer una ojiva. Pero una bomba rudimentaria —transportada en un carguero, por ejemplo— podría tardar solo seis u ocho meses. Una más sofisticada que se colocara sobre un misil balístico podría tardar un año y medio.
Los funcionarios iraníes han pedido cada vez más que Irán abandone su persistente, y dudosa, insistencia en que su programa nuclear es totalmente pacífico. Algunos miembros de la élite gobernante han argumentado públicamente, desde el primer intento fallido de Irán de atacar Israel con misiles en la primavera, que necesitan una fuerza disuasoria mucho más poderosa.
“Cuando pasan cosas buenas, como que Irán sea más débil de lo que era antes, con frecuencia hay cosas malas acechando a la vuelta de la esquina”, dijo Sullivan.
El reto de una solución militar
Israel y Estados Unidos han trabajado de forma concertada en numerosas ocasiones para frenar el progreso de Irán, sobre todo con el ciberataque encubierto de un año de duración denominado “Juegos Olímpicos”, diseñado para destruir las centrifugadoras nucleares iraníes. Pero los resultados fueron limitados y, desde entonces, Netanyahu ha estado varias veces a punto de ordenar ataques militares contra el programa nuclear iraní, aunque se ha echado para atrás en el último momento, unas veces a instancias de Estados Unidos y otras debido a las objeciones de sus propios funcionarios militares y de inteligencia, quienes dijeron que temían que el resultado solo sirviera para que el programa iraní termine aún más oculto.
Ahora tiene una nueva oportunidad. El ataque israelí del 26 de octubre eliminó casi todas las defensas aéreas en torno a Teherán y los principales emplazamientos nucleares. Israel también destruyó algunos lugares que en algún momento fueron secretos, en los que Irán fabricaba el combustible para sus misiles balísticos. Funcionarios estadounidenses calculan que reconstruirlos tardará un año o más.
En la misma operación, Israel también atacó lo que Netanyahu dio a entender que era un laboratorio de investigación nuclear en una instalación llamada Parchin, aunque los funcionarios estadounidenses dicen que era antiguo, un vestigio de esfuerzos anteriores.
Aun así, fue una advertencia.
No obstante, destruir la infraestructura nuclear de Irán sería extremadamente difícil para Israel, a menos que Trump autorizara el tipo de ayuda que sus predecesores se negaron a ofrecer.
Mientras que la fuerza aérea israelí podría atacar el centro de enriquecimiento nuclear de Natanz, la nueva producción de uranio tiene lugar en las profundidades de una montaña llamada Fordow. Penetrarla requeriría casi con toda seguridad el mayor destructor de búnkeres de Estados Unidos: el “Massive Ordnance Penetrator” de 13.600 kilos. Para lanzarlo se necesita un bombardero B-2, que Trump también tendría que dar a Israel.
Y luego hay otro objetivo, en Isfahán, donde miles de científicos e ingenieros iraníes trabajan en un importante centro de investigación. Se cree que Irán almacena allí material nuclear, también bajo tierra.
No está claro cómo responderían Trump y sus asesores a las peticiones de ayuda israelíes. El candidato de Trump a secretario de Estado, Marco Rubio, ha sido conocido en el Senado como un político de línea dura contra Irán, y luchó contra el acuerdo de la era Obama. Pero otros funcionarios, como el vicepresidente electo, JD Vance, han argumentado que Estados Unidos debe retirarse de las “guerras eternas” de Medio Oriente.
Trump se mostró reacio a atacar a Irán durante su primer mandato. Pero su perspectiva, según sus ayudantes, podría haber sido endurecida por los intentos del gobierno iraní de contratar asesinos para matar a Trump, como se describe en una acusación del Departamento de Justicia revelada antes de las elecciones.
Cómo sería un nuevo acuerdo
Es muy posible que Trump haga un alarde desde el principio de movilizar una fuerza militar diseñada para atacar las instalaciones iraníes, y luego entablar una negociación. Es un enfoque que Edelman y otros llaman “diplomacia coercitiva”.
Sin embargo, alcanzar un acuerdo que vaya más allá del acuerdo de la era Obama, que Trump tachó de inútil, sería difícil. El acuerdo de 2015 sacó del país el 97 por ciento del uranio enriquecido de Irán —los rusos se lo llevaron, a cambio de un pago— y retrasó por años la capacidad de Irán para instalar una nueva generación de centrifugadoras altamente eficientes, las máquinas gigantescas que giran a velocidad supersónica para enriquecer uranio. La decisión de Trump de retirarse del acuerdo dio a Irán una excusa para instalar las nuevas máquinas antes de lo acordado.
Es casi seguro que cualquier nuevo acuerdo tendría que exigir a Irán que entregara todo su uranio enriquecido y todas esas centrifugadoras, y que permitiera la entrada de inspectores internacionales en todas las instalaciones sospechosas en las que pudieran fabricarse nuevos equipos.
Se trata de un nivel de desmantelamiento y transparencia que los funcionarios de Obama no lograron conseguir durante varios años de negociaciones.
El historial de Trump sugiere, como señaló Waltz, que empezará con sanciones económicas renovadas, aunque estas tienen un récord deficiente de eficacia.
“La campaña de ‘presión perfecta’ debe exprimir aún más a Irán, sobre todo recortando los ingresos del petróleo iraní”, escribió recientemente Beth Sanner, informadora de la CIA de Trump durante parte de su primer mandato. “Esto significa ir tras la flota en las sombras que mueve el petróleo”.
Pero la esencia de la diplomacia coercitiva es el mensaje subyacente a Irán de que, de un modo u otro —por la diplomacia o por la fuerza—, tendrá que renunciar a las reservas de combustible y a las capacidades que lo han situado en el umbral de un arma.
Irán puede estar dispuesto a una retirada táctica, pero nunca ha estado dispuesto a cerrar todas sus instalaciones. Y no está claro, al menos por ahora, cuánto está dispuesto a arriesgarse Trump para lograr ese objetivo.
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