Los perros que ayudan a los niños de la escuela Covenant a encontrar su camino de regreso

Amigos recién adoptados se reúnen en un parque cerca de la escuela Covenant en Nashville, Tennessee, el 13 de febrero de 2024. (Erin Schaff/The New York Times)
Amigos recién adoptados se reúnen en un parque cerca de la escuela Covenant en Nashville, Tennessee, el 13 de febrero de 2024. (Erin Schaff/The New York Times)

NASHVILLE, Tennessee — Dos de los hijos de April Manning, Mac y Lilah, acababan de sobrevivir al tiroteo masivo en la escuela Covenant de Nashville. Necesitaban estabilidad y tiempo para llorar.

Así que Manning hizo todo lo que pudo para que el perro de la familia, Owen, su dulce pero enfermo golden retriever de 15 años, estuviera con ellos el mayor tiempo posible. Retrasó su última visita al veterinario y lo mantuvo cómodo mientras se movía lentamente por la casa.

Lo que menos le pasaba por la cabeza era tener otro perro. Pero, unas semanas después del tiroteo, sus hijos le pidieron que se sentara para ver una presentación importante.

Preparados con un guion y una presentación de PowerPoint —“Por qué deberíamos tener (otro) perro”—, repasaron rápidamente los estudios que demostraban los beneficios para la salud mental de tener uno. Podría limitar sus probabilidades de sufrir trastorno de estrés postraumático y ayudarlos a sentirse seguros. Para jugar juntos tendrían que salir al aire libre y aumentaría su felicidad.

Manning y su marido lo pensaron. Quizá era posible tener un segundo perro.

Primero, llegó Chip, un Cavalier King Charles spaniel. Después, cuando Owen sucumbió a la vejez, llegó Birdie, una mezcla de caniche miniatura y perro de montaña de Berna. Y al recibirlos en casa, los Manning no estuvieron solos en absoluto.

Los hijos de April Manning, Lilah y Mac, con sus perros, Chip y Birdie en su casa de Nashville, Tennessee, el 16 de febrero de 2024. (Erin Schaff/The New York Times)
Los hijos de April Manning, Lilah y Mac, con sus perros, Chip y Birdie en su casa de Nashville, Tennessee, el 16 de febrero de 2024. (Erin Schaff/The New York Times)

En el año transcurrido desde el peor tiroteo en una escuela de Tennessee, en el que un antiguo alumno mató a tres estudiantes de tercer grado y a tres miembros del personal, las familias de Covenant, una pequeña escuela cristiana de casi 120 familias, han acogido a más de 40 perros.

“En realidad, solo esperaba que me ayudaran de una manera cariñosa, como acurrucando a los niños cuando están alterados...,” comentó Manning. “Pero no esperaba que me aportaran todos los demás beneficios”.

Pasar tiempo con las familias de Covenant es comprender cómo han confiado los unos en los otros, en los tratamientos psicológicos tradicionales y el asesoramiento en salud mental, así como en su fe cristiana para mantenerse unidos.

Pero también es ver con qué frecuencia lo que necesitaban —una distracción, un protector, un amigo que pudiera escuchar, algo que no hubiera estado en contacto con aquella oscuridad— venía de un perro.

Una respuesta inmediata

En 2013, unos perros saludaron a los niños sobrevivientes de la escuela primaria Sandy Hook cuando regresaron a un centro de enseñanza media remodelado. Una decena de golden retrievers estuvieron presentes en Orlando, Florida, para ofrecer consuelo tras el atentado mortal en una discoteca LGBTQ+ en 2016. Los perros de terapia que atendieron a los alumnos sobrevivientes en Parkland, Florida, aparecieron en el anuario escolar.

“A lo largo de un periodo de casi 35.000 años, los perros se han vuelto increíblemente adeptos a socializar con los humanos, por lo que son sensibles a nuestro estado emocional”, explicó Nancy Gee, que supervisa el Centro de Interacción Humano-Animal de la Universidad Commonwealth de Virginia.

Incluso las interacciones breves, de un minuto de duración, con perros y otros animales pueden reducir el cortisol, la hormona del estrés, según han revelado las investigaciones de Gee y otros investigadores, lo que puede ser un salvavidas para los veteranos que sufren trastorno de estrés postraumático y otras personas que se recuperan de un trauma.

Y el día del tiroteo en Covenant, los perros acudieron de inmediato para ayudarlos. Covey, el perro del director, estaba en un parque de bomberos cercano, a donde decenas de miembros del personal y alumnos fueron evacuados. Squid, una mezcla de retriever, estaba en el hospital infantil del Centro Médico de la Universidad Vanderbilt, ayudando a consolar al personal si era necesario.

Cuando los alumnos que sobrevivieron subieron a un autobús escolar para reunirse con sus angustiados padres, el sargento Bo, un perro policía, estaba sentado con ellos.

La agente Faye Okert, adiestradora del perro en la policía metropolitana de Nashville, repartió una tarjeta de datos sobre el perro para distraer y reconfortar a los niños.

“La atención se centró en él”, aseguró Okert. “Sonreían después de lo que habían pasado”.

Después de que las familias se reunieron, los orientadores ofrecieron un consejo claro: para ayudar a sus hijos, consigan un perro. O pidan prestado el de un vecino.

Eso llevó a varios padres a ponerse en contacto con Comfort Connections, una organización sin ánimo de lucro dedicada a los perros de terapia. Jeanene Hupy, fundadora del grupo, había visto de primera mano cómo los perros de terapia habían ayudado a los estudiantes de Sandy Hook y creó su propia organización cuando se mudó a Nashville.

El grupo, que supervisa una colección de golden retrievers, un dócil pit bull y un enorme mastín inglés, comenzó su labor visitando los hogares en los días posteriores al tiroteo. Semanas después, cuando los alumnos volvieron a clase, los perros estaban allí de nuevo.

Eran un motivo para estar entusiasmados en los momentos en que cruzar las puertas de la escuela resultaba abrumador. Y cuando había recuerdos dolorosos —una botella de agua que caía al suelo, una inquietante lección de historia sobre la guerra o la ausencia de un amigo— los niños podían escaparse y abrazar a un perro.

Como dijo Hupy, algo especial ocurre “cuando traes algo que te quiere más de lo que se quiere a sí mismo, como estos perritos”.

Una presencia reconfortante

Primero, fue una broma, luego, una realidad: todo el mundo iba a tener un perro.

Gracias a las donaciones de la comunidad y a su propio dinero, Hupy empezó a poner en contacto a padres y cachorros. Incluso para las familias que podían permitirse sin problemas un nuevo perro, Hupy y sus adiestradores facilitaron muchísimo los obstáculos logísticos encontrando y adiestrando cachorros que parecían perfectos para cada familia.

Las niñas Anderson gritaron y lloraron de alegría cuando supieron que iban a tener un perro y, ahora, han enseñado a Leo a lucir gafas de sol y hacer trucos.

Los hijos de los Hobbs no paran de sacar a pasear a Lady Diana Spencer, a menudo vestida a la moda con un collar de perlas o camisetas.

Los perros también están ahí en los momentos más difíciles, como cuando pasa una ambulancia o un auto de policía hace sonar su sirena o cuando las cintas conmemorativas de su barrio les recuerdan lo que se perdió.

“A veces, es agradable tener una almohada blanda gigante que no necesita hablarte y a la que sencillamente puedes abrazar”, comentó Evangeline Anderson, que ahora tiene 11 años.

Y quizá los padres se dieron cuenta que no era solo para los niños.

Rachel y Ben Gatlin volvían en auto de vacaciones el día del tiroteo. Eso ha significado lidiar con la pesadez de la sobrevivencia y saber que Ben Gatlin, un profesor de Historia que llevaba una pistola en el tobillo como protección personal, podría haber corrido hacia el tirador ese día.

Y aunque su nuevo perro, Buddy, se ha adaptado al carácter mandón de sus hijos pequeños y ha desarrollado una afición por el consumo de calcetines, también ha mantenido los pensamientos de los adultos centrados en el momento. Atender sus necesidades les ha servido para recordar las suyas.

“Cuando ves que funciona, te sientes totalmente tranquila”, afirmó Rachel Gatlin.

La primera noche que George, Jude y Amos Bolton habían intentado dormir solos sin sus padres después del tiroteo, el más mínimo gruñido de la máquina de hielo o de la secadora había sido demasiado. Su madre, Rachel, que había dicho que le gustaban los perros, pero no en su casa, pronto accedió a acoger a Hudson, un cachorro miniatura de raza goldendoodle con ojos de ciervo y rizos salvajes.

“No sabíamos que los perros podían reconfortar a la gente”, dijo Jude, que ahora tiene 10 años, mientras acaricia las orejas de Hudson. Y cuando Hudson llegó a casa, añadió, “no ha hecho más que reconfortarnos desde entonces”.

Ahora es más fácil dormir toda la noche a salvo sabiendo que Hudson está ahí.

“Todos mis amigos bromean y me dicen: ‘No puedo creer que ahora te gusten los perros’”, relató Rachel Bolton. Pero este perro, añadió, “ha curado a la familia”.

c.2024 The New York Times Company