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"Los discursos de odio de ultraderecha están renaciendo en México"

Arlen Molina, la mexicana que le planta cara al machismo bajo el lema ‘Órale, qué gon*rrea’

Arlen Molina, creadora de 'Órale, qué gon*rrea' que planta cara al machismo.
Arlen Molina, creadora de 'Órale, qué gon*rrea' que planta cara al machismo.

Arlen Molina tiene 23 años, pero parece mucho mayor, no tanto por su apariencia, sino por la determinación con la que se expresa sobre temas tan sumamente controvertidos en México, en el mundo entero, en realidad, como la violencia de género, el racismo, los derechos trans y el machismo.

La periodista es una de las caras más visibles de la revista Volcánicas, un medio referente del periodismo feminista latinoamericano, fundado en 2019 por las colombianas Catalina Ruiz-Navarro y Matilde los Milagros Londoño, que busca concienciar sobre los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTI en Latinoamérica y el Caribe. Y, de paso, “tumbar” el patriarcado más rancio con sus investigaciones y publicaciones en redes.

Volcánicas es lo menos parecido a “tirar la piedra, y esconder la mano”: su línea editorial es subversiva, directa y audaz. No ocultan su activismo ni su militancia, caiga quien caiga y pese a quien le pese. Arlen tampoco. Ha hecho de su sección ‘Órale qué gon*rrea’ un espacio desde donde denunciar de frente a los enemigos del feminismo en México y visibilizar el machismo que recorre el país (de donde es y reside), que ostenta el tétrico mérito de ser uno de los 20 peores para nacer mujer. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 70% de las mexicanas ha sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida y 17.776 mujeres han sido asesinadas desde 2018.

Arlen también participa semanalmente en ‘La Caldera’, el noticiero de la revista que reúne las noticias más sonadas de los últimos siete días en clave feminista. Una tribuna privilegiada desde donde la joven da voz a quien no la tiene y visibiliza casos de feminicios que le llegan a través de las redes y no siempre reciben la atención que merecen por parte de la prensa tradicional.

¿Cómo empieza tu activismo y tu trabajo en Volcánicas?

Yo soy una persona que la atraviesan mil cosas y que cuando hablo de algo, habla desde eso que le atraviesa. Desde la universidad me empecé a involucrar en el feminismo, después en los activismos de diversidad sexual y más adelante en los antiracismos. Empecé a hacer videos y podcast en los que empecé a abordar esos temas. Después llegué a Ruido en la red, que me permitió desarrollar el periodismo en otros formatos audiovisuales, nuevas formas de contar historias, como los reels o haciendo contenido para TikTok. Por ahí me conocieron en Volcánicas y empecé a colaborar con ellas. ‘Órale qué gon*rrea’ salió justamente de una plática entre nosotras sobre cosas que nos indignan y toca responder y posicionarte como medio. Cuando en las noticias ves a un señor blanco hablando de feminismo o de aborto, no tiene sentido. Es importante que hablemos desde nuestras experiencias y sean los protagonistas quienes cuentan sus historias.

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¿Qué es lo que más te indigna de la realidad social de México?

Me indigna muchísimo el racismo. Esto último es algo que he estado descubriendo en los últimos años porque soy una persona de piel morena. Aunque en México dicen que no existe el racismo, sí existe y se justifica. Es cierto que la Ciudad de México es una burbuja y sí sientes que hay mucho progreso, que hay mucha aceptación y estamos avanzando. Pero claro, te vas a otros estados y te das cuenta de que hay mucho machismo, mucha misoginia, mucha discriminación y mucho clasismo. Los discursos de odio de ultraderecha están renaciendo y es importante estar pendiente de ese avance y entender el contexto en el que se están dando.

¿Qué es lo peor de trabajar en redes sociales?

Una de las cosas que más me ha costado gestionar es el bullying. Cuando tu contenido alcanza al público que no está de acuerdo contigo, entra muchísimo odio y la gente empieza a ser muy violenta en los comentarios. Gente que tiene la “valentía” de lanzar discursos de odio porque está atrás de una pantalla. El problema es que el algoritmo de las redes sociales se alimenta de esas reacciones negativas, de la ira, el enojo, y hace que tu contenido vaya teniendo más alcance entre esa gente. Soy una persona que no se toma en serio esas cosas, pero también que eso va a alguna parte de mi mente y de mi cuerpo y, probablemente, en algún momento me va a afectar demasiado.

¿Vivimos en una época de odio desbordado o simplemente las redes sociales han facilitado su difusión?

El odio ha existido siempre, pero las redes sociales son un amplificador de todo eso y permiten normalizarlo con bromas y chistes o disfrazado de opinión. También es cierto que muchas personas no tienen las herramientas para identificar los discursos de odio, los micromachismos y el racismo que reproducen. Es importante dar herramientas para que nos eduquemos como sociedad, fomentar una cultura de respeto y educación no solo en las escuelas, sino también desde las redes sociales y desde los medios de comunicación. Tenemos una responsabilidad de explicar contextos más allá de sólo contar situaciones. Vivimos un momento de sobresaturación de información, pero estamos escasos de información que nos represente a todos. Por muchos años hemos escuchado las mismas voces de siempre, las mismas historias de siempre, las mismas formas de contar historias de siempre, las mismas narrativas… Es importante visibilizar otro tipo de historias.

¿Hay una única manera de ser feminista?

Hubo una temporada en la que me alejé del feminismo porque sentía que no me representaba. Hay un feminismo que excluye, que se quedó estancado y, si bien, en su momento logró avances, lo hizo solamente para ciertas mujeres. Pero no, no creo que haya un solo feminismo. Tampoco que el feminismo sea el único camino para lograr que se respeten los derechos de las mujeres, pero sí es el camino que yo he elegido. Tengo muchas amigas que no se reconocen como feministas y están muy peleadas con el movimiento porque nació blanco, burgués, transfóbico y excluyente. No todas las mujeres tienen por qué ser feministas, pero eso no significa que no luchen desde sus espacios. Por ejemplo, muchas mujeres del movimiento zapatista indígena no se nombran feministas, sino mujeres que luchan, y eso me parece perfecto, porque en su momento el feminismo las excluyó. Yo no puedo exigir a esas mujeres que el feminismo las va a salvar. Hay muchas formas de resistir.

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