El pequeño país de Vanuatu usa su 'irrelevancia' para implementar grandes ideas climáticas

Nikenike Vurobaravu preside un pequeño país con un gran peso en la diplomacia climática.

El aumento del nivel del mar amenaza la mera existencia de Vanuatu, una nación insular del Pacífico, y a su población de poco más de 300.000 habitantes. Su mejor defensa, afirma el mandatario, es alzar la voz con creatividad en las charlas diplomáticas internacionales.

La idea de que los países industrializados deben pagar los daños irreversibles provocados por el clima que enfrentan los países en desarrollo como el suyo provino de Vanuatu en 1991. El mes pasado, en las conversaciones climáticas de la ONU en Egipto, se llegó a un acuerdo —tras 30 años de negociaciones— para establecer un fondo que ayude a los países pobres a lidiar con las pérdidas y los daños causados por el cambio climático.

Hace unos meses, Vurobaravu se valió del podio en la Asamblea General de las Naciones Unidas para exigir, por primera vez, un “tratado de no proliferación” de combustibles fósiles.

Ahora, está presentando la propuesta más provocadora de Vanuatu hasta el momento. El mandatario quiere que la Corte Internacional de Justicia, el máximo organismo de justicia en el mundo, con sede en La Haya, ofrezca su opinión para determinar si los gobiernos tienen una “obligación jurídica” de proteger a las personas de los riesgos climáticos, y lo que es más crucial, si podrían estar sujetos a “consecuencias jurídicas” en virtud del derecho internacional vigente si no cumplen con esa obligación. En pocas palabras, quiere pedirle a la Corte que decida si los países podrán ser objeto de demandas por inacción frente al cambio climático.

“Pensamos con originalidad”, afirmó Vurobaravu, un hombre de voz suave cuyo bigote gris orientado hacia abajo hace que parezca un emoji de cara triste, aunque esto no refleja quién es en realidad. Como una nación pequeña que ha tenido poca relevancia a lo largo de la historia, como él la describió, Vanuatu ha aprendido a innovar. “Si intentáramos proceder como hacen otros, creo que no habríamos llegado muy lejos”, comentó.

El proyecto de resolución cuenta con el respaldo de otros 17 Estados, entre ellos al menos una nación industrializada con una gran proporción de emisiones históricas: Alemania. Ni Estados Unidos ni China han sumado su apoyo.

El presidente de Vanuatu Nikenike Vurobaravu habla ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York, el 23 de septiembre de 2022. (Dave Sanders/The New York Times).
El presidente de Vanuatu Nikenike Vurobaravu habla ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York, el 23 de septiembre de 2022. (Dave Sanders/The New York Times).

La diplomacia bien podría ser la única defensa de Vanuatu. Esta nación no tiene Ejército ni ninguna materia prima valiosa, excepto el atún, que se aleja cada vez más de las aguas territoriales de Vanuatu a medida que sube la temperatura de los océanos.

El proyecto de resolución de Vanuatu que solicita la opinión jurídica de la Corte Internacional de Justicia se sometió a debate a mediados de noviembre en la Asamblea General. Se espera que se sostengan negociaciones sobre cada palabra y coma en los próximos meses, y que haya una votación quizá a principios de 2023. Para su adopción, la resolución necesita una mayoría de los 193 Estados miembros de la Asamblea General. Los votos tanto de superpotencias como de naciones pequeñas tienen la misma validez.

Para comprender el papel único y sobredimensionado de Vanuatu se necesita entender su singular historia.

Las islas, habitadas por sus pueblos indígenas melanesios desde el siglo VI a. C., fueron gobernadas en conjunto por el Reino Unido y Francia durante casi 100 años. A los europeos les atrajo el sándalo de Vanuatu a principios del siglo XIX, y luego su tierra y su mano de obra. Los colonizadores establecieron plantaciones de algodón, seguidas de café, plátano y coco.

Vanuatu consiguió su independencia en 1980.

Fue entonces cuando Vurobaravu, quien se formó como abogado, se convirtió en diplomático y estructuró el servicio exterior de su país.

En 1981, cuando Vanuatu asumió un escaño en la Asamblea General, su amigo, Robert Van Lierop, un cineasta estadounidense convertido en abogado, se convirtió en su primer enviado ante las Naciones Unidas. Tiempo después, Vanuatu ayudó a crear la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS, por su sigla en inglés), que se ha convertido en un bloque influyente de 39 países en las negociaciones globales sobre el clima. Van Lierop propuso un mecanismo de “daños y pérdidas” en 1991, mientras se negociaba una convención climática de la ONU.

La idea de buscar la opinión jurídica de la Corte Internacional de Justicia nació de un grupo de estudiantes de derecho hace cuatro años, según relató Vurobaravu. Para aquel entonces, la capital de Vanuatu había sido devastada por un ciclón de categoría 5 llamado Pam. Aldeas enteras fueron arrasadas, los cultivos destrozados. El número de muertos se contuvo, a 11 personas, gracias a un sistema de alerta temprana.

Vurobaravu ahora es abuelo de dos nietos. “Los impactos del cambio climático están empeorando más y más”, aseguró. “Cuando veo sus rostros, me pregunto cómo será el mundo cuando tengan 20, o 30 años”.

Los ciclones de categoría 4 y 5 ahora son algo común, y la temporada de ciclones, que abarca de noviembre a marzo, también es la temporada de siembra para los agricultores de subsistencia de Vanuatu. El último ciclón fuerte, en 2020, arrasó con la isla natal de Vurobaravu, Malo. Durante casi un año, los habitantes de Malo dependieron de la asistencia externa.

Ya se han reubicado seis aldeas de cuatro islas. El agua potable se ha vuelto salada y ya no se puede vivir ahí. Los ciclones y la temperatura cada vez más elevada de los océanos han acabado con los arrecifes de coral y los peces de los que dependían muchas personas. El dengue y la malaria están al alza.

La geopolítica complica la campaña para obtener la opinión legal de la Corte. Hace más de una década, una iniciativa similar emprendida por otras dos naciones insulares del Pacífico, las Islas Marshall y Palaos, no obtuvo ningún resultado, en gran medida por la oposición de los países más poderosos. (Estados Unidos tiene autoridad sobre la defensa y la seguridad de ambos Estados y el Ejército estadounidense tiene una base de defensa misilística en las islas Marshall).

Las relaciones geopolíticas de Vanuatu son distintas. China está reforzando su influencia diplomática en el Pacífico, y eso incluye a Vanuatu, que está empezando a impartir el idioma chino en sus escuelas. Australia es su mayor socio comercial, y la nación cuenta con la defensa de Australia, Nueva Zelanda y Francia.

Vanuatu está trabajando en varios frentes diplomáticos, y su presidente declaró que no le preocupaba la presión que podrían ejercer los países ricos e industrializados para que detenga su campaña de obtener una opinión jurídica internacional. “¿Si nos amenazan, nos detendremos? ¿Esta misión se detendrá? No lo creo, señores”, afirmó.

El proyecto de resolución le pide a la Corte Internacional de Justicia, o CIJ, que evalúe las leyes vigentes, como las cláusulas sobre los derechos culturales y el Derecho del mar, para considerar si estas protegen a las generaciones actuales y futuras de los riesgos climáticos. Un puñado de tribunales nacionales ya han fallado a favor de las demandas de los activistas, en parte con base en el derecho internacional.

© 2022 The New York Times Company