La paz, una palabra olvidada, renueva su pretensión a la Tierra Santa

Una ambulancia quemada en el lugar del Festival Tribu de Nova, donde cientos de israelíes murieron a manos de hombres armados de Hamás durante los atentados del 7 de octubre, cerca de Re’im, Israel, el 17 de octubre de 2023. (Tamir Kalifa/The New York Times)
Una ambulancia quemada en el lugar del Festival Tribu de Nova, donde cientos de israelíes murieron a manos de hombres armados de Hamás durante los atentados del 7 de octubre, cerca de Re’im, Israel, el 17 de octubre de 2023. (Tamir Kalifa/The New York Times)

IKSAL, Israel — Awad Darawshe, que recibió un disparo en el abdomen, murió desangrado bajo el escenario del festival de música trance que los hombres armados de Hamás transformaron en un rastro humano. Darawshe, un paramédico palestino-israelí, murió en un intento desesperado por salvar la vida de judíos en la reunión de paz y amor Tribe of Nova, con motivo de la festividad judía de Sucot.

Darawshe, de 23 años, formaba parte de un pequeño equipo de paramédicos que trabajaban para Ambulancias Yossi, una empresa israelí contratada para atender emergencias médicas de carácter rutinario. Sus colegas huyeron cuando comenzó el tiroteo, pero él “se sintió obligado a ayudar a la gente de un ser humano a otro”, dijo Mohammad Darawshe, un primo que es un destacado mediador entre palestinos y judíos.

Awad Darawshe, un joven ciudadano palestino israelí comprometido con la paz y asesinado por terroristas islámicos de Hamás en la patria judía, parecería ser un símbolo apto de la derrota absoluta de los constructores de puentes que siguen comprometidos con una solución pacífica del conflicto palestino-israelí. Sin embargo, a menudo marginados, tachados de ingenuos y señalados como traidores, algunos de estos obstinados defensores de la paz ven ahora una oportunidad, por remota que sea, tras la matanza por Hamás de más de 1400 israelíes.

Los llamamientos a una guerra como ninguna otra para erradicar a Hamás “de una vez por todas”, un consenso en el gobierno de unidad nacional de Israel y en gran parte de la sociedad israelí, apagarán sus voces por ahora. Los pacifistas son la minoría mientras se avecina una devastadora invasión de la Franja de Gaza.

Pero el atentado de Hamás ha echado por tierra la creencia del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de que era posible lidiar con el conflicto —insoluble en su opinión— “segando la hierba”, en la despectiva expresión israelí para referirse a la eliminación periódica de la militancia palestina.

Ese estado de deriva, en el que la paz se había convertido en una palabra olvidada o incluso ridícula; ahora, se siente insostenible. El fomento israelí de Hamás —destinado a garantizar que los palestinos permanecieran divididos entre la Autoridad Palestina más moderada de Cisjordania y los gobernantes de Gaza, imposibilitando así la creación de un Estado palestino— es una política en ruinas. La idea de que los palestinos se desvanecerían pasivamente mientras Israel normalizaba sus relaciones con Estados árabes como Baréin o Marruecos parece más equivocada que nunca.

Soldados israelíes, a poco menos de 5 kilómetros de Gaza, en el lugar del encuentro Tribe of Nova, un festival de música trance que fue atacado por militantes de Hamás, cerca del kibutz de Re’im, Israel, el 13 de octubre de 2023. (Sergey Ponomarev/The New York Times)
Soldados israelíes, a poco menos de 5 kilómetros de Gaza, en el lugar del encuentro Tribe of Nova, un festival de música trance que fue atacado por militantes de Hamás, cerca del kibutz de Re’im, Israel, el 13 de octubre de 2023. (Sergey Ponomarev/The New York Times)

Así que, incluso mientras Israel bombardea Gaza en respuesta a un ataque de Hamás que sacudió el país desde sus cimientos, surge la pregunta: ¿qué puede sustituir a “una carrera loca hacia el infierno”, en palabras de Salam Fayyad, ex primer ministro de la Autoridad Palestina?

“Está claro que la guerra no es la solución y que el statu quo ya no existe”, declaró Rula Daoud, palestina israelí, directora de Standing Together, una organización que trabaja por la paz. “Mi liberación como palestina no puede venir a través de la sangre de bebés judíos. Pero reconozco que el sentimiento palestino de que ‘por fin alguien devolvió el golpe’ es la reacción normal de un pueblo ocupado y dominado. Necesitamos voces diferentes”.

¿Cuál ‘proceso de paz’?

Las voces en Iksal, pequeña ciudad de mayoría árabe cerca de Nazaret, en el norte de Israel, donde la familia de Awad Darawshe ha vivido durante siglos, estaban apagadas, embargadas por el dolor de su muerte durante tres días de luto.

Una multitud de amigos y parientes se congregó ante la casa de la familia Darawshe bajo un toldo blanco. La gente —árabes principalmente, pero también judíos— hablaba, rezaba y recordaba a un joven valiente que nunca levantó la voz.

Se sirvió café amargo, acompañado de dátiles dulces, “porque la vida es esta mezcla”, dijo Mohammad, primo de Darawshe y director de estrategia del Centro Givat Haviva para la Sociedad Compartida, que promueve el diálogo judeo-árabe.

“Nuestro gobierno no ha hecho lo suficiente para lograr la paz”, afirmó Shai Piron, exministro de Educación israelí. “Vine aquí porque todos los que creen que matar no es la respuesta y que la vida es más importante que la muerte deben ser socios para la paz”.

En la tranquilidad y el bullicio de esta ciudad formada en gran parte por descendientes de palestinos que permanecieron en Israel tras la guerra árabe-israelí de 1948 —conocida por los israelíes como la Guerra de la Independencia y por los palestinos como la Nakba, o la catástrofe del desplazamiento masivo— no era fácil imaginar que este mes se alcanzó otro nadir en las relaciones entre israelíes y palestinos.

Pero el statu quo del control israelí sobre millones de vidas palestinas siempre ha incubado violencia. Cuando Hamás atacó el 7 de octubre, las posibilidades de paz hacía tiempo que se habían desvanecido.

Empezaron a desmoronarse en 1995 con el asesinato del entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabin a manos de un fanático israelí de derecha, solo dos años después de que Rabin y el líder palestino Yasser Arafat se dieran la mano por la paz en el jardín de la Casa Blanca. Tras su muerte, el rápido crecimiento del movimiento de colonos en Cisjordania ocupada, respaldado por el gobierno, la división y corrupción de los dirigentes palestinos y la propagación del fanatismo religioso absolutista en ambas partes contribuyeron a deshacer el apretón de manos.

Estados Unidos y otros gobiernos occidentales siguieron pronunciando las palabras “proceso de paz” durante la última década, pero cada vez sabían más que ni lo uno ni lo otro existían.

Netanyahu, que ha estado al frente de Israel durante un total de más de 16 años, ha trabajado duro para consumar el enterramiento de la idea de Estados israelí y palestino conviviendo en paz y seguridad. En su actual gobierno, ha nombrado a Itamar Ben Gvir ministro de seguridad nacional. Un político de extrema derecha, favorable a los colonos, Ben Gvir robó el adorno del capó del Cadillac de Rabin en 1995 y proclamó: “Igual que le tomamos su automóvil, también lo tomaremos a él”.

Todos los medios eran válidos para acabar con la noción de un Estado palestino. En 2019, Netanyahu dijo en una reunión de su partido de centroderecha Likud: “Quienes quieran frustrar la posibilidad de un Estado palestino deben apoyar el fortalecimiento de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás. Esto forma parte de nuestra estrategia”.

El bando pacifista pendía cada vez más de un hilo. “La propaganda contra los activistas por la paz ha sido horrible”, dijo Mickey Gitzin, director del New Israel Fund en Israel, una organización dedicada a la protección de la democracia liberal en Israel. “¡Nosotros éramos los traidores, los antisionistas, los antiisraelíes! Supuestamente éramos los ingenuos que no conocíamos el juego. Pero hemos estado gritando que fortalecer a Hamás para debilitar a la Autoridad Palestina era un error”.

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Gitzin, como muchos israelíes, ha experimentado “un sentimiento de devastación, de ser asesinado por dentro”, desde la matanza de más de 1400 personas dirigida por Hamás.

Entre los más de 200 rehenes que se cree que están retenidos en Gaza se encuentra Vivian Silver, de 74 años, una activista por la paz canadiense-israelí que fue miembro fundador del movimiento israelí-palestino Women Wage Peace, fundado en 2014.

Gitzin, como muchos israelíes, ha experimentado “un sentimiento de devastación, de ser asesinado por dentro”, desde la matanza de más de 1400 personas dirigida por Hamás.

Entre los más de 200 rehenes que se cree que están retenidos en Gaza se encuentra Vivian Silver, de 74 años, una activista por la paz canadiense-israelí que fue miembro fundador del movimiento israelí-palestino Women Wage Peace, fundado en 2014.

¿Paz? ¿Cómo?

La furia en Israel sigue siendo intensa. Para muchos israelíes, aceptar la mayor matanza de judíos desde el Holocausto sin una respuesta militar contundente contra Hamás sería provocar el mismo destino que la patria judía y el férreo principio de “nunca más” pretendían evitar.

“No podemos vivir junto a Hamás”, dijo el ex primer ministro Ehud Olmert, cuyo detallado plan de paz de 2008 fue rechazado en el último minuto por los palestinos.

De vuelta a Iksal, en el norte de Israel, Hoda Darawshe, la madre del fallecido Awad, dijo: “Era el más querido; no había nadie como él”.

Mientras hablaba, empezó a llover.

“Incluso el cielo está llorando”, observó.

Sus lágrimas caían suaves sobre la lacerada Tierra Santa del café amargo, los dátiles dulces y la eterna quimera de la paz.

c.2023 The New York Times Company