El oriente de Acapulco, la zona olvidada y castigada de la perla del Pacífico
Solo hay dos opciones para que los habitantes de los pueblos de la zona rural oriente de Acapulco después del río Papagayo tengan contacto con la zona urbana, la primera, es cruzar el caudal en pangas o cayucos, y la segunda, ir hasta El Cortés, San Marcos, municipio que forma parte de la Costa Chica.
En cualquiera de los dos casos el tiempo mínimo es de dos horas para llegar a Las Cruces, zona conurbada que da fluidez a otra cara del puerto, porque todavía falta rodear más pueblos de caminos sinuosos y polvorientos, otro Acapulco que desde la zona turística parece inexistente.
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“Estamos abandonados”, dice Leodegaria Vázquez, quien es la comisaria suplente de la comunidad de Huamuchitos, un pueblo que está a unos 40 minutos en camioneta pasajera después de cruzar el río.
En este caso, lo de menos es la distancia, el problema es la condición del trayecto. El paso por estos lares son brechas similares al de una comunidad naciente en la más remota marginalidad, pero éstas no son nuevas y forman parte de Acapulco, un lugar de referencia mundial.
El abandono al que se refiere la comisaria y otras mujeres del pueblo lo miden en relación al tiempo, el trayecto y el dinero que invierten en salir de la comunidad, por tanto prefieren no hacerlo, solo que sea necesario, como vender los productos que ellas misma siembran o producen, como la jamaica, ajonjolí, ciruela, mango, limón, semillas de calabaza.
Lo que significa que la vida de poco más de 2 mil habitantes, de acuerdo con los censos oficiales, se reduce al pueblo, donde el acceso a las posibilidades escolares de los jóvenes llega hasta el nivel medio superior, pero de corte rural. La preparatoria, aun cuando pertenece de manera oficial a la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), es un subsistema que depende de los recursos que aportan las madres y los padres de familia.
Unas mujeres del pueblo reunidas en la iglesia el martes 11 de marzo, porque al día siguiente festejarían a la Virgen de Guadalupe, solo saben que hay dos jóvenes que estudian la licenciatura en Enfermería. Serían los primeros profesionistas de la comunidad.
A y B, las opciones de acceso a una parte del Acapulco rural
Si los habitantes de Huamuchitos deciden salir a la zona conurbada por el río Papagayo, el camino que les resulta más corto, deben abordar una camioneta pasajera hasta la orilla del río, del lado de Cacahuatepec. Pagan 50 pesos si el servicio es colectivo o 200 pesos si es especial.
El tipo de viaje no solo depende de la voluntad o presupuesto del pasajero, porque las vueltas de los conductores del servicio público están sujetos a los horarios de las escuelas o de las casas de salud, sus clientes fijos de lunes a viernes. Los servicios médicos en los pueblos también tienen horarios, de ocho de la mañana a tres de la tarde.
Cruzar el río significa salir por El Fraile, como llaman los habitantes de la zona al embarcadero de las pangas, en referencia a un árbol de esa especie que está en el sitio; pagan 15 pesos de manera individual por cada cruce. El resto del trayecto hasta la zona conurbada, unos 64 kilómetros, sale en unos 45 pesos, porque atraviesan los pueblos, el más próximo al embarcadero es Parotillas.
Por este lado, la ruta solo es por transporte público, porque es imposible sacar un vehículo por el río, no hay puente. En algún momento, recuerda Leopoldo, el conductor de “Mi carrito alegre”, una camioneta pickup vieja en la que lleva y trae pasajeros desde Cacahuatepec hasta Huamuchitos, hubo un tipo de balsa en el río por donde cruzaban los carros, pero las lluvias que han afectado en varios momentos Acapulco lo derribaron.
Lo único que sabe, a sus 57 años, es que llevan muchos años a la espera de que las autoridades de todos los niveles de gobierno les construyan el puente. Cada vez que hay nuevos periodos electorales o giras presidenciales, cuenta, sale a colación la promesa de construírselos.
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Bertha Bailón, una mujer de 38 años de Huamuchitos, agrega que desde que ella era una niña sabe de esa promesa pendiente, que los tiene en las mismas condiciones. De alguna manera lo confirma Salomón, uno de los hombres que reman las pangas para cruzar pasajeros, cuando comparte que de sus 50 años cumplidos lleva 35 en este trabajo.
Ni siquiera las afectaciones por las lluvias en diferentes momentos han sido razón suficiente para la construcción de este puente. En el periodo de lluvias suben los niveles del río Papagayo, a veces hasta desbordarse sobre los pueblos del otro extremo, pero la incomunicación es para toda la zona.
En Acapulco han ocurrido fenómenos naturales tan grandes como Paulina, un huracán categoría cuatro en 1997, hasta Otis, un huracán categoría cinco, la máxima intensidad vivida en México, que dejó devastado el puerto en octubre del 2023. Todavía son evidentes las afectaciones, porque en septiembre del año pasado ocurrió John, un huracán con menor fuerza, pero volvió a generar daños.
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–¿Cómo les cambiaría la vida con el puente?, –se le pregunta a Bertha.
–Pienso que haría más bien, porque alguna cosa más rápido, algún enfermo, para ir hacer compras o las (mujeres) que van a vender. Muchas van a vender ciruela, mango, limón y le dan la vueltota y ya llegan a Acapulco bien tarde.
La vuelta a la que se refiere Bertha tiene que ver con salir de Huamuchitos por la carretera hacia El Cortés, un pueblo ya de la región de Costa Chica, que les lleva más tiempo, por la distancia y, para quienes no tienen vehículo propio, porque hay menos carros pasajeros. Deben ser menos de ocho unidades por esa ruta, porque según Leopoldo, las camionetas que van de orilla del río a Huamuchitos son ocho.
Todas estas comunidades a la vez representan una fuerte resistencia en el estado. En la zona rural de Acapulco se gestó la oposición contra el proyecto hidroeléctrico que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) planeaba en la zona, el cual denominaron La Parota. El proyecto significaba que los habitantes de muchos de estos pueblos serían reubicados, porque sus actuales tierras quedaron bajo el agua.
El castigo podría estar asociado a su abandono.
Modos de vida en el aislamiento
Ahora que en Huamuchitos hay feria por la celebración a la virgen de Guadalupe –nadie supo explicar por qué aquí la celebran el 12 de marzo–, Leopoldo tiene más posibilidades de pasajeros, porque los habitantes de otros pueblos van de visita, ya sea por el jaripeo, para comer algún postre, jugar un juego de azar o subirse al trampolín, en el caso de los más pequeños.
El paseo incluye, para los que viven después del río, como en Cacahuatepec, Apanhuac, El Cantón, Espinalillo, Parotillas, un gasto mínimo de 100 pesos en pasaje por la ida y la vuelta. La única excepción que hacen los conductores es con los estudiantes durante los días de clases, les cobran 10 pesos por trayectos más cortos del mismo camino.
Leopoldo da sus razones, el aislamiento en el que viven, el cual la comisaria suplente lo llamó abandono, les dificulta acceder a los insumos. En su caso compra hasta en 600 o 700 pesos la garrafa de gasolina de 20 litros, lo que en una gasolinería formalmente establecida le sale a menos de 480 pesos, en la actualidad el litro de combustible ronda en los 24 pesos.
Cuando sale a la zona conurbada aprovecha para llenar varias garrafas para almacenarla, además de que tiene estrategias para gastar menos combustible.
El martes llegó a Huamuchitos al mediodía porque llevó un viaje especial. Regresó a la base, a la orilla del río, más de tres horas después porque esperó que los maestros y personal médico terminaran su jornada para volver con pasaje y el viaje le conviniera.