Opinión: Los rusos conocen la realidad de la guerra y muchos de ellos siguen apoyando a Putin

La estación de metro Kievskaya en Moscú, el 10 de octubre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times).
La estación de metro Kievskaya en Moscú, el 10 de octubre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times).

NO ES TAN EXTRAÑO COMO PODRÍA PARECER.

Un viejo proverbio inglés reza: no cuentes tus pollos antes de que salgan del cascarón. Su versión rusa te aconseja contar los pollos en otoño.

En Rusia, el otoño empieza a cernirse en agosto y a menudo es revelador. El golpe de Estado de agosto de 1991 abrió de súbito las grietas al interior de la élite soviética, lo cual aceleró la implosión del país, y la crisis financiera de agosto de 1998 expuso la bancarrota del nuevo Estado ruso. Los bombardeos terroristas de 1999, la masacre de Beslán en 2004 e incluso la revolución de 1917 ocurrieron en el otoño… como si no solo la naturaleza, sino también las fuerzas políticas y sociales maduraran y dieran frutos en esta estación.

En el otoño de 2022, los rusos se han visto obligados a enfrentar la realidad de la guerra. La decisión que Vladimir Putin tomó en septiembre de movilizar a los rusos quitó el delgado velo final de lo que el gobierno sigue llamando una operación militar especial en Ucrania. Muchas familias rusas, después de meses de desinterés, han tenido que confrontar el espantoso rostro de la guerra, a 210 días completos del inicio de la invasión a gran escala. Casi la mitad de los rusos sintió “ansiedad, temor y horror”, mientras que el 13 por ciento estaba enojado, según encuestas que realizó la organización independiente Centro Levada después del anuncio. Una guerra amarga de venganza, soportada con una resiliencia y un valor moral impresionantes en Ucrania, ha enfatizado más el ataque en escalada de Rusia contra objetivos civiles.

Sin embargo, a pesar de toda la emoción que ha inspirado, la escalada no parece haber afectado la opinión sobre la guerra entre la mayoría de los rusos. Según un estudio reciente, el 43 por ciento de los rusos apoya el bombardeo de ciudades ucranianas y el respaldo general hacia la guerra no ha cambiado mucho. Dado el peligroso estado del país —aislado a nivel internacional y precario a nivel económico— y el reconocimiento incipiente de lo que implica la guerra en Ucrania, una cantidad tan fuerte de apoyo para las acciones del Kremlin podría parecer sorprendente. No obstante, surge de un pozo profundo de sentimiento colectivo, gestado en décadas recientes, que mezcla los intereses individuales con los del Estado, personificados por Putin. Ese apoyo puede menguar, pero no desaparecerá.

Cuando empezó la guerra, la esperanza de que los rusos se levantaran y desafiaran la crueldad sin sentido de los líderes de su país pronto se convirtió en decepción. Algunos rusos valientes, a menudo de las generaciones más jóvenes, tomaron las calles o se involucraron en una oposición más clandestina contra la guerra. Sin embargo, las manifestaciones, aunque tuvieron miles de asistentes en los días iniciales tras la invasión, en realidad nunca aumentaron a una gran escala. El factor principal fue el miedo. Luego de que el Kremlin hizo que las críticas hacia la guerra se castigaran con hasta quince años de prisión, las manifestaciones se atenuaron de manera comprensible. Después de todo, la gente tiene una vida y quiere vivirla, en vez de pasarla torturada por un policía y pudriéndose en la cárcel.

Aunque la invasión provocó la ira de una minoría de rusos, la mayoría quedó en estado de shock. En cuestión de días, Rusia se había convertido en un paria, desconectado de los viajes internacionales y penalizado con graves sanciones. Fue profundamente desorientador. Para sortear este territorio inexplorado, por lo general los rusos recurrieron a una base moral familiar: la identidad nacional colectiva. “Mi país, para bien o para mal” fue la reacción por defecto. El mensaje de una popular estrella de cine resonó con intensidad: “No criticas a los tuyos en la guerra, aunque estén equivocados”. En cambio, la gente culpó al presidente Joe Biden, la expansión de la OTAN y a Occidente, así como a los nacionalistas ucranianos.

Una mujer con un cartel que dice "Estados Unidos, OTAN, saquen las manos de Ucrania", en frente de la Embajada de Estados Unidos en Moscú, el 15 de octubre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times).
Una mujer con un cartel que dice "Estados Unidos, OTAN, saquen las manos de Ucrania", en frente de la Embajada de Estados Unidos en Moscú, el 15 de octubre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times).

Con el paso del tiempo, muchos rusos tomaron su distancia. Vivieron los meses veraniegos como si no pasara nada. El Estado ruso se percató de la falta de interés de la ciudadanía y al inicio de septiembre los medios controlados por el Estado se alejaron del estilo de cobertura característico del inicio de la guerra, con su énfasis en la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania, y se acercó hacia el docudrama, con nuevas series históricas para televisión y programas nocturnos con anfitriones conocidos. Durante un tiempo, los resultados del fútbol y “La casa del dragón” fueron tendencia en las búsquedas de Google en Rusia. La orden de movilización de Putin, en respuesta a las dificultades militares en el campo de batalla, destrozó ese equilibrio. Cuando los hombres fueron convocados a luchar, la actitud de los rusos hacia la guerra se puso a prueba de nueva cuenta.

La movilización fue un segundo impacto que la sociedad internalizó, otra vez. A pesar de los casos de agitación e inquietud en algunas regiones, el público ruso accedió en su mayoría. Los rusos con mayor nivel académico y mayores recursos buscaron maneras de eludir el reclutamiento potencial; las opciones de salida iban desde salir del país hasta obtener documentos oficiales para evitar la conscripción. No obstante, muchos rusos de a pie consideran que el deber hacia el Estado y su propio pueblo es una obligación inevitable.

Esto no debería ser tan sorprendente. Después de todo, la guerra engrandece el papel de la identidad colectiva, el principal punto de vista desde donde muchos individuos rusos comprenden su realidad. Esto no se trata tan solo de propaganda, aunque es verdad que la mayoría de los ciudadanos sigue el ejemplo de los medios que controla el gobierno. Opera en un nivel más profundo de percepción e interpretación, en el que los ciudadanos le dan forma a sus opiniones con base en lo que saben —o imaginan— que son las perspectivas dominantes y deseables a nivel social.

Esta reflexión explica las contradicciones aparentes surgidas de las encuestas. Una encuesta reciente reveló que en teoría casi el 40 por ciento de los rusos estaba listo para apoyar cualquier decisión de Putin, ya fuera la firma de un acuerdo de paz o marchar a Kiev. La paradoja del apoyo a estas estrategias antitéticas se disuelve en cuanto comprendes que la gente responde a estos estudios no de manera individual, sino colectiva: apoyan lo que se piense que beneficia al interés colectivo, expresado por su presidente. En tiempos de guerra, con la nación enfrentada con varios adversarios, estas dinámicas tan solo se intensifican.

Claro está que juntarse para apoyar la bandera en tiempos de guerra no es exclusivo de Rusia. La peculiaridad de Rusia en la actualidad se encuentra en la fusión simbólica de su identidad nacional con la figura de Vladimir Putin. Esa combinación extraña es el fruto de un proceso de despolitización de dos décadas, en el cual el Kremlin alentó a la gente a confiar en Putin —concebido como una figura heroica única que salvó al país de los dolorosos y desbocados años noventa— y al mismo tiempo sembró una profunda desconfianza en todos los otros políticos.

En la década de los 2000, esta estrategia bastante exitosa dependió de elevar los estándares de vida. En la década pasada, cuando el crecimiento económico se estancó y estalló el descontento, tomó la forma de una política de identidad nacional. El patriotismo, la veneración de los símbolos del Estado y la admiración por las glorias de la historia rusa y los éxitos recientes del país se han vuelto un espejo lustrado en el cual los ciudadanos se ven a sí mismos. En el centro de esa idea nacional se encuentra Putin, la personificación de una Rusia más fuerte y exitosa.

Despertar de esta ilusión será algo doloroso y prolongado. Desde ahora, al igual que su líder, muchos ciudadanos rusos están comprometidos con la victoria en Ucrania, lo que sea que eso signifique para ellos. Sin embargo, este otoño, aunque los rusos puedan tardar en admitirlo, ha sido igual de revelador. Marca el punto en el cual Putin comenzó a caer, lento pero seguro, del pedestal nacional de Rusia.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

© 2022 The New York Times Company