OPINIÓN: Las Pastorelas escolares y la diversidad religiosa en México

Las pastorelas son representaciones muy populares en Mexico,
Las pastorelas son representaciones muy populares en México, con las que se representan pasajes de la vida de José y María, los padres del niño Jesús. (Archivo)

Esta semana, mi hija, como innumerables estudiantes inscritos en las escuelas mexicanas (incluso en las “laicas”, como la escuela de mi hija), participará en una pastorela--esa tradición decembrina en la que actores y cantantes confrontan, de manera teatral, una serie de obstáculos en su camino a Belén, donde les espera el niño Jesús recién nacido. Las pastorelas se originaron en la Europa mediterránea y ahora son muy populares en México, donde se interpretan con alegría en innumerables escuelas y centros comunitarios de todo el país.

Aunque soy una gringa que ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos, he visto pastorelas antes, y las encuentro hermosas y divertidas. Ahora, viviendo en México, estoy encantada de que mi hija mexicoamericana pueda participar en esta importante tradición de su herencia cultural. Sin embargo, a pesar de mi entusiasmo, me sorprendió enterarme de que ninguna otra religión estará representada en las celebraciones de diciembre en su escuela, teóricamente secular, sin mencionar muchas (¿la mayoría?) de escuelas seculares en todo el país.

Esto hizo que yo, una gringa que vive en México y creció en un hogar “vagamente” cristiano, recordara los esfuerzos fallidos de los directores corales de mi propia escuela primaria por incorporar la diversidad religiosa en nuestros conciertos anuales de “las fiestas”. Es importante destacar que se llamaban conciertos de “las fiestas”, no conciertos de Navidad. Y aunque la mayoría de las canciones que interpretábamos eran sobre Navidad, siempre había al menos una canción de Hannukah y una canción de Kwanzaa (una celebración anual de la cultura afroamericana).

Salía de esos eventos, en los que participaba muy activamente, sintiendo que constituían representaciones vacías, hechas con el único objetivo de no meterse en problemas por no ser “inclusivos”. Recuerdo que un compañero mío de escuela, un joven judío, me reprendió (medio en broma) por llamar a nuestro próximo concierto un "concierto de las fiestas".

"¡Por Dios, Amy, nada más di Navidad!" me gritó en el salón de clases cuando especulé sobre quién haría el gran solo en nuestro concierto de vacaciones (injustamente, no fui yo). Probablemente tenía razón. Solo hubo una canción de Hannukah en todo el programa de ese año, entonces, ¿por qué halagarnos afirmando que representábamos la diversidad religiosa a través de nuestra lista de canciones?

Otro año, el director del coro de mi escuela secundaria presentó la hermosa canción de Kwanzaa que estábamos a punto de cantar a la audiencia (de mayoría cristiana) diciendo:

“Aquí hay una canción de Kwanzaa. No sabemos qué es. Pero vamos a cantarla de todos modos”. En el caluroso escenario podíamos escuchar a los miembros de la audiencia retorciéndose incómodamente en sus asientos.

Claramente, estos esfuerzos por ofrecer “conciertos festivos” religiosamente diversos fueron torpes e insuficientes en el mejor de los casos, y dañinos y ofensivos en el peor. Como me indicó mi compañero judío de la escuela, es poco probable que las minorías religiosas se sintieran "vistas," o “representadas” en el contexto de los programas de "fiestas" que representan superficialmente las religiones no-cristianas. Además, sospecho que cualquier persona que hubiera celebrado el Kwanzaa que asistió al concierto que acabo de describir, hubiera preferido ninguna "celebración" ante la ignorancia y la burla a la que estaban sujetas sus tradiciones esa noche.

Entonces, cuando reflexioné por primera vez sobre estos recuerdos en preparación de la próxima pastorela preescolar de mi hija en México, supuse que tal vez México estaba haciendo las cosas mejor con el hecho de simplemente "apropiarse" de los prejuicios cristianos y de la normatividad cristiana organizando exclusivamente pastorelas para diciembre. Quizás este enfoque sea más “auténtico,” y menos fraudulento, que aquellos a los que estuve expuesta como estudiante. Tal vez haga menos daño a las minorías religiosas que mis propios conciertos festivos estadounidenses.

Sorprendentemente, sin embargo, me siento nostálgica por algunos aspectos de esos esfuerzos defectuosos de diversidad. Quiero ser clara: no anhelo los comentarios ofensivos, ni la subrepresentación, ni la ignorancia deliberada: nada de esto debe ser replicado, por nadie, en ningún lugar. En cambio, lo que realmente echo de menos es el mero —y sin embargo significativo— intento de reconocer que no todos y todas son cristianos, y que las religiones no cristianas merecen respeto y reconocimiento público (incluso, y de manera importante, en las escuelas).

¿No es ese el trabajo de la democracia? ¿No nos ayudan tales esfuerzos de reconocimiento a separar la iglesia y el Estado? En una nación laica como México, con un número creciente de familias musulmanas, budistas y judías, junto con practicantes de muchas otras religiones, ¿no merecen todos los niños y todas las niñas y sus familias ver sus tradiciones representadas en sus escuelas, junto a la hermosa e histórica pastorela?

Lo que extraño incluso más que los débiles intentos que presencié (¡y en los que participé personalmente como cantante de escuela primaria!) son las conversaciones críticas alrededor de nuestras actuaciones de diciembre, con sus pequeñas pizcas de diversidad. Recuerdo que nos hizo hablar sobre la diversidad religiosa, sobre las diferencias culturales y sobre lo que necesitábamos cambiar. También nos enseñó a los estudiantes cristianos sobre tradiciones religiosas no normativas, lo cual es una contribución vital a la educación multicultural (aunque se necesitaba mucho más trabajo para que la experiencia fuera igualmente valiosa desde el punto de vista educativo para los niños y jóvenes no cristianos).

Desde luego, no tengo la intención, aquí, de presentar a Estados Unidos como un ejemplo de "las cosas bien hechas"—y quiero agregar que siempre he pensado que Estados Unidos tiene mucho que aprender de México sobre cómo ser un Estado laico. En cambio, argumento que Estados Unidos también se equivoca aquí, pero de una manera diferente, y que algunas de las lecciones emergentes de los errores estadounidenses podrían ser útiles en México, donde la pastorela a menudo se realiza exclusivamente durante la temporada navideña.

Esta semana, seguramente una lágrima o dos rodarán por mi mejilla al ver con orgullo a mi hija, vestida con su nuevo disfraz de pastora, participar en su primera pastorela junta a sus compañeros de clase en México. Su participación en esta importante y hermosa tradición cultural generará recuerdos que nosotros, como familia, atesoraremos durante toda nuestra vida. Y tal vez esa misma pastorela será más “inclusiva” de lo que estoy anticipando.

Sin embargo, creo que esta pastorela sería aún más poderosa, significativa y educativa para todas las niñas y todos los niños involucrados—incluidos los miembros de la mayoría religiosa—si estuviera acompañada de espectáculos culturales y religiosos que reflejaran la hermosa diversidad religiosa y cultural de México.

Amy Reed-Sandoval tiene un doctorado y es profesor asistente en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Nevada en Las vegas.

http://amyreedsandoval.com/

Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Sign me up.

Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.