Opinión: Irán se transformará, pero no como lo esperábamos

Irán se transformará, pero no como lo esperábamos (Arash Khamooshi para The New York Times).
Irán se transformará, pero no como lo esperábamos (Arash Khamooshi para The New York Times).

LA PRÓXIMA GENERACIÓN DE DIRIGENTES DEL PAÍS QUIERE AUTORIDAD, NO TEOCRACIA.

El 1.° de marzo, los iraníes acudieron a las urnas por primera vez desde el movimiento de protesta de 2022 y la guerra en Gaza. Sin embargo, la votación, para el Parlamento y la Asamblea de Expertos, que nombra al líder supremo, estuvo lejos de ser un referendo sobre los líderes actuales. El gran resultado fue el número de personas que no votaron. Incluso si hemos de creer las cifras oficiales, la participación en estas elecciones es la más baja desde la Revolución Islámica de 1979: solo el 41 por ciento de los votantes iraníes acudieron a las urnas.

Independientemente de la participación, el cambio no se habría producido en las urnas. El régimen teocrático nunca ha celebrado elecciones libres o justas, pero en esta ocasión incluso la fachada de imparcialidad fue difícil de mantener. A la mayoría de los reformistas, e incluso a los centristas, se les prohibió postularse. En su lugar, los iraníes tuvieron la opción de votar por candidatos conservadores y de línea dura, que a menudo solo competían en sus efusivos elogios al líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei.

Pero sería un error suponer que las victorias de la línea dura y el estancamiento político auguran la continuación del “statu quo”. A pesar de sus declaraciones islamistas, muchos políticos de la República Islámica no son ideólogos ni revolucionarios, sino tecnócratas o pragmáticos que se han agrupado en torno al ayatolá Jamenei por proximidad a su poder.

En la actualidad, Irán se mantiene unido gracias al octogenario ayatolá Jamenei y a su autoridad. A su muerte, es probable que Irán dé un giro drástico a su política. Una mirada más atenta al elenco de personajes que ahora compiten por el poder entre bastidores muestra que es probable que las políticas de Irán se hagan más apetecibles tanto para su pueblo como para Occidente, alejando al país de la teocracia para convertirlo en un régimen autoritario militar mundano. Un nuevo Irán puede estar en el horizonte, aunque no sea el Irán que esperaban los manifestantes contrarios al régimen.

El reinado de 35 años del ayatolá Jamenei sobre Irán se ha traducido en aislamiento económico, represión social y apoyo a las milicias islamistas en Líbano, Gaza, Yemen, Irak y otros lugares. En otras palabras, ha comprometido a Irán con los ideales de la revolución de 1979, sin importarle las consecuencias. En el Irán actual, pocas personas están dispuestas a seguir pagando el precio.

Millones de mujeres se arriesgan a ser detenidas y castigadas por mantener la resistencia a la política del uso obligatorio del hiyab que contribuyó a desencadenar el movimiento de protesta de 2022-2023. Ese desafío al régimen es señal de un descontento masivo con algunas de sus políticas emblemáticas.

Los trabajadores del país celebran protestas periódicas contra el continuo descenso del nivel de vida. Incluso el Consejo Supremo de Seguridad Nacional admite que los obstáculos económicos pueden llevar a una “erosión de la confianza en la sociedad”. Un antiguo gobernador del banco central hace poco dijo que Irán no tenía “ninguna estrategia de desarrollo” y calificó su escaso crecimiento económico de “catastrófico”.

La disidencia ha llegado a las más altas esferas del poder establecido. Algunos de los principales diplomáticos ahora se quejan abiertamente de las políticas antioccidentales de Irán, que han acarreado sanciones paralizantes y han puesto al país en la senda de un posible conflicto directo con Estados Unidos e Israel. Varios exembajadores han denunciado el apoyo de Irán a Rusia en la guerra contra Ucrania. Un exembajador en Siria y Líbano, función que a menudo implica supervisar la ayuda iraní a Hizbulá y Hamás, criticó los estrechos vínculos de Teherán con este último, argumentando que deja a Irán aislado de sus vecinos árabes. Mohammad Yavad Zarif, exministro de Asuntos Exteriores, ahora se queja amargamente de la enorme influencia de los grupos que sirven directamente al ayatolá Jamenei y a su clero.

Un análisis más detallado muestra que incluso los conservadores actuales y los partidarios acérrimos de la línea dura pueden propiciar el cambio. Por ejemplo, uno de ellos es Mohammad Baqer Qalibaf, que fue uno de los principales comandantes de los poderosos Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán durante la guerra entre Irán e Irak antes de entrar en la política (llegó a ser presidente del Parlamento en 2020). A pesar de sus vociferantes declaraciones de apoyo al ayatolá, Qalibaf es conocido sobre todo por su estrategia tecnocrática mientras fue alcalde de Teherán de 2005 a 2017, cuando, en medio de una corrupción astronómica, consiguió que el transporte de infraestructuras en la gigantesca capital iraní fuera más eficiente.

Esta ventaja tecnocrática no es exclusiva de Qalibaf, sino también de algunos de sus oponentes de línea dura. Una figura destacada en las elecciones del viernes fue Seyed Mohammad, antiguo dirigente de la gigante institución de ingeniería de la Guardia Revolucionaria. Mohammad, doctor en Ingeniería Civil por una de las mejores universidades de Teherán, tiene un discurso político que no suele hacer hincapié en sus credenciales islamistas, sino en su pasado en proyectos de construcción y su voluntad de mejorar la economía iraní.

Cuando Mohammad se presentó a las elecciones presidenciales de 2021, intentó adoptar un tono populista e incluso patriótico. No es de extrañar que le prohibieran postularse. En estas elecciones, cofundó un nuevo partido, el Frente del Amanecer Iraní, que respaldó a varios candidatos vencedores. El partido utiliza referencias discretas a las ideologías dominantes de la República Islámica, a pesar de haber respaldado a los candidatos de línea más dura en las elecciones.

En las estructuras de poder iraníes abundan los tecnócratas militares como Qalibaf y Mohammad. Decenas de miembros y exmiembros del régimen han hecho comentarios públicos criticando la política interior y exterior del ayatolá Jamenei. En mis años de investigación sobre Irán y los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, he escuchado con regularidad sentimientos similares. Ahora que las críticas a las políticas del régimen proceden de diplomáticos de alto nivel y de grupos internos al régimen, está claro que estas ideas se han generalizado.

Es posible, por supuesto, que los líderes de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y otros partidarios de línea dura hablen en serio y continúen con la política de los ayatolás, provocando lo que el líder supremo espera que sea la “Segunda fase de la revolución”.

Sin embargo, la impopularidad de las políticas de Jamenei puede impulsar el cambio de quien llegue al poder después, aunque solo sea para mantener cierta apariencia de control sobre el país. El cambio podría manifestarse de varias maneras: en el ámbito nacional, podría significar una flexibilización del uso obligatorio del hiyab y otras leyes represivas contra las mujeres, una relajación de las restricciones a la cultura y las artes, y quizá incluso un cierto grado de libertad de expresión.

En la relación con el extranjero, el cambio podría traducirse en un acuerdo nuclear con Estados Unidos, una disminución discreta de la hostilidad con ese país e incluso el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Irán podría reducir su apoyo a las milicias antioccidentales de la región, llegar a acuerdos con potencias regionales como Arabia Saudita y Egipto e incluso dejar de amenazar a Israel con destruirlo, aceptando por fin su existencia en la región. Todas esas políticas son principios fundamentales del Irán del ayatolá Jamenei.

Sin esas políticas, habría un levantamiento de las sanciones, una mayor inversión extranjera y, por lo tanto, una mejor economía. Estos acontecimientos podrían parecer impensables hoy, pero basta con echar un vistazo a la historia reciente de la República Islámica para ver a los principales partidarios de una mejor relación con Occidente. Tomemos como ejemplo el acuerdo nuclear de 2015 del expresidente Hasán Rohaní, o la actual reconciliación con Arabia Saudita que se lleva a cabo incluso con el gobierno actual en Teherán.

Esta versión de Irán supondría una notable mejora con respecto al país que hoy está en apuros, pero no es todo lo que han exigido mis compatriotas que se manifestaron contra el régimen una y otra vez, en 2009, 2017, 2019 y 2022. Tampoco es el Irán soñado por nuestra vibrante sociedad civil, los grupos feministas, los sindicatos y las asociaciones estudiantiles que han estado a la vanguardia de la lucha contra el régimen: un país verdaderamente democrático, con justicia social, económica y de género.

Pero es el Irán más probable en un futuro próximo, por el simple hecho de que los tecnócratas militares están más organizados y es probable que llenen rápidamente el vacío que deje la muerte del ayatolá Jamenei. Nuestras dificultades, sin embargo, no terminarán tan solo con un cambio de gobernantes o de unas cuantas políticas.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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