Opinión: Intenten vivir en la ciudad donde Elon Musk tiene su empresa

Tres prototipos de Starship detrás de trabajos de construcción en las instalaciones de SpaceX en Boca Chica, Texas, el 23 de marzo de 2024. (Mike Osborne/The New York Times)
Tres prototipos de Starship detrás de trabajos de construcción en las instalaciones de SpaceX en Boca Chica, Texas, el 23 de marzo de 2024. (Mike Osborne/The New York Times)

PARA ALGUNOS, ELON MUSK LE HA DADO A BROWNSVILLE, TEXAS, UNA RAZÓN PARA EXISTIR, UN FUTURO. PARA OTROS, ES UN COLONIZADOR, QUE COQUETEA CON LOS NACIONALISTAS BLANCOS EN LÍNEA MIENTRAS EXPLOTA A UNA FUERZA LABORAL EN SU MAYORÍA MORENA.

Poco después de las siete de la mañana del sábado 18 de noviembre, mientras el sol salía en el Golfo de México, a Noel Rangel, un joven de 26 años originario de Brownsville, Texas, lo despertó de manera repentina una sensación inesperada: el hombre más rico del mundo lo sacudía. O mejor dicho, sacudía todo su apartamento. Su cama retumbaba, sus ventanas tronaban. “Podía oír los cristales”, dijo. Se sentía confundido. Se despertó como si Elon Musk en persona hubiera sacudido sus hombros.

Los estadounidenses en general están cada vez más familiarizados con el precio que las figuras poderosas y erráticas les hacen pagar en términos de bienestar emocional y mental. Aunque muchos hombres muy ricos fantasean con desconectarse de otros seres humanos (para ir al espacio o, en el caso del multimillonario tecnológico Peter Thiel, para crear ciudades artificiales en aguas internacionales), están más desesperados, no menos, por la validación social. Necesitan inspirar amor, miedo o asombro.

Mucha gente sospecha que Donald Trump se presentó a las elecciones presidenciales en parte porque estaba cansado de que se burlaran de él tan seguido, aunque él niega esta versión. Jeff Bezos gastó 42 millones de dólares en construir un reloj mecánico bajo una montaña del oeste de Texas cuya duración está propuesta para 10.000 años. Musk se gastó 44.000 millones de dólares, en su mayoría de otras personas, para comprar Twitter, renombrarlo como X, y así asegurarse de poder seguir irritando a la gente a escala mundial.

Para Rangel, algo que para otros solo era figurativo se convirtió en literal: cuando un magnate pisa fuerte, la tierra tiembla. La empresa de Musk, SpaceX, había lanzado una nueva iteración de su cohete Starship a unos 40 kilómetros de distancia. Ese no explotó sobre su ciudad como había pasado con lanzamientos anteriores. Pero Rangel seguía sin poder conciliar el sueño. A través de las redes sociales, algunos residentes compartieron su irritación por haber sido despertados por un lanzamiento del que no tenían conocimiento.

Su molestia tal vez era sorprendente. Brownsville se ha convertido en algo así como el pueblo de SpaceX, su empleador privado más grande y la empresa de más alto perfil en la industria del espacio comercial en este momento. Sus más de 13.000 empleados construyen cohetes, envían al espacio a astronautas de la NASA en sus viajes a la Estación Espacial Internacional, proporcionan internet de banda ancha por satélite y trabajan para alcanzar el ambicioso objetivo de algún día enviar personas a Marte.

Tres bahías de las instalaciones de producción de SpaceX detrás de una fila de viviendas nuevas en Boca Chica, Texas, el 22 de marzo de 2024. (Mike Osborne/The New York Times)
Tres bahías de las instalaciones de producción de SpaceX detrás de una fila de viviendas nuevas en Boca Chica, Texas, el 22 de marzo de 2024. (Mike Osborne/The New York Times)

Los murales que alaban a la empresa salpican el centro de Brownsville, renovado con donaciones de Musk. Las empresas han cambiado de ramo para atender a los turistas espaciales que acuden de todo el mundo para ver de cerca sus cohetes. Para algunos, Musk le ha dado una razón de ser y un futuro a Brownsville, una ciudad muy pobre de unos 200.000 habitantes situada en una zona abandonada de Texas. Para otros, es un colonizador, que coquetea con los nacionalistas blancos en internet mientras explota a una mano de obra en su mayoría morena en una de las zonas marginadas de Texas.

Esos debates se han recogido en docenas de artículos sobre Brownsville en la última década. Sospecho que la verdadera razón por la que los periodistas siguen acudiendo a la ciudad es que sirve de modelo para los debates sobre la economía y la cultura estadounidenses, cada vez más basadas en los plutócratas. El programa de investigación solar de la NASA, que lleva décadas en marcha, se llama Vivir con una estrella, en señal de respeto por un vecino todopoderoso, al que no se puede responsabilizar de nada. Brownsville está acumulando datos para un proyecto que podría llamarse Vivir con Elon.

Bekah Hinojosa, una activista comunitaria de la ciudad que se opone a la intrusión de SpaceX en Brownsville, me habló largo y tendido de sus preocupaciones materiales: la contaminación, el costo de la vida, el frágil medioambiente que rodea a la plataforma de lanzamiento de la empresa. Pero la principal queja de Hinojosa era que su ciudad natal ya no le pertenecía y que parecía que los funcionarios públicos estaban cambiando la ciudad para convertirla en un centro de turismo espacial. Era una especie de carga psicológica. “Es agotador”, comentó. “Aquí nos bombardean todo el tiempo con noticias de Elon Musk y SpaceX”. Existe la amenaza constante de que “Elon aparezca en los días del charro o en el festival del sombrero”, comentó, en referencia a algunas de las fiestas locales. Sobre todo, simplemente deseaba dejar de pensar tanto en él.

En ese sentido, ahora todos vivimos en Brownsville.

Yo vivo a poco más de 480 kilómetros de Brownsville, en Austin, Texas, a donde Musk se mudó en 2020. Aquí su presencia se hace sentir con fuerza: los residentes murmuran sobre su vida social y la salud de sus empresas afecta el mercado inmobiliario. En 2022, compró la plataforma antes conocida como Twitter, donde todavía estoy, como periodista y, en la práctica, me veo obligado a pasar una buena parte de mi tiempo en línea. La presencia de Musk hizo que ambos sitios fueran peores, un poco más baratos, un poco más falsos. Sus promesas parecían siempre fallidas, tanto las triviales (prometió erradicar los bots, pero ahora X está lleno de pornografía automatizada) como las consecuentes (prometió hacer de su fábrica de Tesla en Austin un “paraíso ecológico”, pero ahora está luchando para que quede exenta de regulaciones ambientales).

Por aquel entonces, empecé a plantearme hasta qué punto mi vida adulta estaba condicionada por multimillonarios y personas muy ricas. Me di cuenta de que la respuesta era: por completo. Durante una década he escrito sobre la política de Texas, que se reduce casi en su totalidad a luchas entre plutócratas pertenecientes a distintas facciones. Me convertí en un taquígrafo que registraba los síntomas de enemistades entre hombres poderosos a los que nunca conocería. La política nacional no era muy distinta. Llegó un momento en que era más importante seguir los pasos de Robert Mercer y Peter Thiel que los del presidente de la Cámara de Representantes. Los multimillonarios dirigían los nuevos medios (Musk, Mark Zuckerberg, Sergey Brin y Larry Page) y también los viejos (Rupert Murdoch, la familia Sinclair). El periódico de mi infancia, The Austin American-Statesman, fue desmantelado por la mala gestión de la familia Cox, descendientes de los magnates de los medios de comunicación de la vieja escuela, y luego vendido a los buitres de los fondos de cobertura. El caos que crearon era inseparable del caos sobre el que yo escribía en política.

A pesar de su riqueza y poder, en general, estos personajes parecen inadaptados, infelices e inseguros. Tal vez era de esperarse. En 2012, los sociólogos descubrieron que era menos probable que quienes conducían autos más valiosos se detuvieran para ceder el paso a los peatones en una intersección. Si eso es lo que un vehículo un poco más bonito le hace al cerebro humano, ¿qué le hacen diez mil millones de dólares? ¿Qué ideas extrañas podrías desarrollar sobre ti mismo? ¿Te sentirías sujeto a la moral convencional? ¿Cualquier persona que te rodea te parecería real?

Musk parece incluso más desconectado de los lazos que lo unen con el resto de nosotros. Con frecuencia, ha hablado de su sospecha de que el mundo que nos rodea es una simulación informática, lo que parece menos una indagación filosófica que una explicación de lo lejos que se siente de la conexión humana. Cuando uno de sus hijos se declaró persona trans y se supo que ya no hablaba con su padre, dijo: “No puede ganar en todo”. Al parecer, Musk convenció a los trabajadores de sus fábricas, propensos a las lesiones, de no usar chalecos de seguridad de colores brillantes porque los considera estéticamente desagradables.

Arremete contra los que lo odian, los que dudan, los torpes que no entienden su brillantez. Pero sus quejas demuestran que lo que más necesita es admiración. Alguna vez fui su admirador: construyó autos eléctricos y cohetes, ¿cómo no iba a caerme bien? Pero, aunque conserva una base de seguidores devotos, no parece ser suficiente. Parece más vivo en su página web de las redes sociales, un lugar donde todo el mundo parece un poco triste.

En Brownsville, sin embargo, Musk tiene en el mundo real lo que no puede captar en internet: un público cautivo y gente que lo necesita, tanto por los beneficios materiales que proporciona como por la visión que ofrece a la ciudad. Aunque también tiene detractores, el número de quienes tienen una opinión positiva de la empresa es muy superior. En las elecciones, no hay una verdadera facción anti-SpaceX: los poderes fácticos suelen ser bastante hostiles con quienes alzan la voz, como Hinojosa, la activista comunitaria.

Una de las más fervientes admiradoras del proyecto de Musk en Brownsville es Jessica Tetreau, quien fue comisionada de la ciudad y estuvo presente en el Ayuntamiento el día que los representantes de Musk aparecieron en la ciudad por primera vez en 2011. Tetreau tuvo “una infancia muy difícil” en Brownsville en las décadas de 1980 y 1990, cuando esta ciudad era un lugar con “oportunidades muy limitadas”. Cuando tenía 2 años, su padre se quedó sin trabajo cuando la planta química Union Carbide cerró. Ella recuerda que el resto de su niñez su padre tuvo que viajar a la ciudad de Texas con frecuencia para trabajar en otra planta de Union Carbide.

Cuando SpaceX propuso por primera vez a Brownsville la construcción de la base de lanzamiento, Tetreau recordó que la mayoría de los funcionarios de la ciudad no parecían entenderlo. Bromearon fuera de micrófono sobre qué ciudadanos les gustaría más poner en órbita. Pero a ella le brillaron los ojos y comprendió de inmediato que se trataba de algo importante, que Brownsville podía formar parte de algo que salvaría a la humanidad allanando el camino del hombre hacia las estrellas. Tetreau apostó con todo. Compró su primer Tesla en 2015. A sus hijos les compró juguetes Tesla Cybertruck para jugar y mantas SpaceX para taparse por la noche.

Ella enumera los beneficios materiales de SpaceX: sus vecinos tienen empleos bien pagados —un puesto de soldador publicado en las instalaciones de la compañía en Brownsville paga como mínimo 18 dólares por hora— en una región en la que industria del astillado de barcos solía ser la principal fuente de empleo. Hace dos años, el alcalde de la ciudad dijo a los periodistas que SpaceX empleaba a 1600 personas y su presencia suponía 885 millones de dólares de producción económica bruta para el condado. Los estudiantes de las escuelas públicas de Brownsville pudieron ampliar sus horizontes en programas organizados en las instalaciones de producción de SpaceX. En 2021, Musk se comprometió a donar 30 millones de dólares a las escuelas locales y a un programa de remodelación del centro de Brownsville, una suma importante que asciende a alrededor del 0,01 por ciento del valor neto actual de Musk.

Pero no menos importante fue el hecho de que Brownsville pudiera formar parte de la visión expansiva y espiritual de Musk para la empresa: su misión de, como dice Tetreau: “preservar la humanidad y la expansión de la conciencia” con la colonización humana en el sistema solar. Si antes la ciudad carecía de esperanza en un futuro mejor, ahora podría considerarse parte de la gran progresión de la civilización humana.

Tetreau, defensora de ese sueño, responde con vehemencia a las críticas contra Musk. Cuando le pregunté acerca de un informe de Reuters según el cual los trabajadores de SpaceX en Brownsville se lesionan a un ritmo seis veces superior al promedio del sector, en parte porque Musk desalienta las prácticas de seguridad tradicionales (que al parecer considera ineficaces). Ella responde que “nunca ha sabido de gente que se haya lesionado”. Afirma que, en persona, Musk es “muy auténtico, amable y humilde”. Pide a los críticos de SpaceX en Brownsville que recuerden que él puede estar salvando a la humanidad.

Aunque nunca me he sentido tan identificado con la promesa de Musk como Tetreau, creo que la entiendo. En cierto modo, la envidio, del mismo modo que envidio a los amigos que tienen una fe religiosa inquebrantable y verdadera. Al escribir sobre política, me sorprende una y otra vez el deseo que tiene la mayoría de la gente de formar parte de una gran historia, de una narrativa apasionante que dé sentido a sus vidas. Vivimos en una época de declive de las creencias religiosas y de inquietud existencial. Musk ofrece al público la oportunidad de formar parte de su gran relato. Qué amable.

Al igual que sucede con las creencias religiosas, el fanatismo por Musk tiende a nublar la mente de la gente. La creencia que él transmite sobre “el futuro” tiene un precio. Los lugares de Texas en los que se ha conservado cierta belleza natural hasta nuestros días suelen ser simplemente porque la tierra no es útil.

Boca Chica, la pequeña playa y área natural al este de Brownsville donde SpaceX lanza cohetes, no era útil para nadie hasta que llegó la empresa. Los matorrales llanos y las dunas bajas que rodean Starbase, el nombre un tanto grandilocuente que la empresa ha dado a sus instalaciones de procesamiento industrial y a los parques de tanques químicos, no son gran cosa. La principal virtud de la zona es que está físicamente aislada de las poblaciones humanas: inaccesible a las ciudades turísticas de playa del norte por el canal de navegación de Brownsville, separada del sur por el río Grande y la frontera mexicana, y a media hora en coche de Brownsville, la mayor ciudad cercana.

Pero este aislamiento convertía a esta zona en un lugar especial. Las tortugas marinas desovan a lo largo de la playa. Los delfines se refugian en la Laguna Madre, al norte del lugar de lanzamiento. Felinos salvajes como los ocelotes deambulan por la tierra; el último avistamiento local confirmado de un jaguarundi ocurrió cerca de ahí en 1986 y puede que aún habite en ese lugar. Sobre todo, el área es uno de los mejores lugares para la observación de aves en Estados Unidos. Los humedales y las playas protegidas ofrecen una escala perfecta para las aves marinas y migratorias, algunas de las cuales dependen de la playa de Boca Chica para reproducirse.

En 2021, acompañé a Stephanie Bilodeau, una bióloga cuyo trabajo consistía en contar las poblaciones de aves locales en Boca Chica, en particular el chorlitejo blanco, un ave costera cómicamente pequeña que pone huevos del tamaño de pelotas de ping-pong en la maleza de Boca Chica. Las poblaciones de chorlitejo blanco han disminuido. La bióloga me explicó que otro tipo de ave que moraba en la zona migraba cada año del Círculo Polar Ártico al Círculo Polar Antártico y viceversa, navegando con métodos que ningún científico ha sido capaz de descifrar todavía. Recuerdo que pensé que se trataba de un logro mucho más impresionante que cualquier cosa que hubiera hecho Neil Armstrong, ya que nunca antes había prestado mucha atención a los pájaros.

Nos sentamos bajo la lluvia cerca del estacionamiento de la plataforma de lanzamiento, llena de Teslas. Los nidos que la bióloga contó estaban en franco declive. La playa cercana estaba salpicada de trozos de acero, restos de un reciente intento de lanzamiento catastrófico que acabó en lo que la empresa llama un “desmantelamiento rápido no programado”. Otros lanzamientos fallidos y las operaciones normales de la instalación pueden haber vertido combustible para cohetes y aguas residuales industriales sobre el cercano refugio de vida salvaje. Le comenté a Bilodeau que Musk habló hace poco de la posibilidad de llevar especies en peligro de extinción a Marte, lo cual les permitiría vivir aunque se extinguieran en nuestro planeta. ¿Le parece factible? “Probablemente no”, dijo, abatida. Me sentí agradecido por su trabajo y un poco apenado por ella. Era como un cura de pueblo que va arreglando la iglesia a medida que pasan los años y disminuyen los fieles.

M usk también parece más abatido que de costumbre últimamente, aunque es difícil identificar la causa. En parte, al menos, se debe a su desconcierto ante las críticas que ha recibido. “He hecho más por el medioambiente que cualquier otro ser humano en la Tierra”, dijo cabisbajo al periodista de The New York Times Andrew Ross Sorkin en el escenario de la conferencia DealBook en noviembre. Ha hecho el bien con B mayúscula, mientras que sus críticos (en este caso, los que miraban con inquietud sus repetidas afirmaciones de nacionalistas blancos y antisemitas en la red social de su propiedad) solo fingían ser buenos (en esta entrevista Musk insultó de manera bastante fuerte a los anunciantes que se retiraron de X debido a su respaldo a las publicaciones antisemitas).

De muchas maneras, Sorkin señaló que Musk parecía triste, con la mente agitada, que parecía estar buscando algo que no podía comprender. En largas digresiones que se asemejaban a una sesión de terapia, Musk habló de SpaceX y pareció sugerir que era un bálsamo para la falta de sentido que percibía en el universo. “Mi motivación era que mi vida es finita, un destello en una escala de tiempo galáctica, pero si podemos ampliar el alcance y la escala de la conciencia... quizá podamos encontrar el sentido de la vida”, afirmó. Como ejemplo de la emoción que podríamos encontrar en el espacio exterior, preguntó: “¿Dónde están los extraterrestres? ¿Hay extraterrestres? ¿Hay nueva física por descubrir?”.

SpaceX esperaba presentar a otros humanos que luchan con las grandes preguntas “la idea de que somos una civilización espacial”. Ese es el lenguaje que Tetreau, y muchos otros en Brownsville y en otros lugares adoptan: la idea de que “haciendo a la humanidad multiplanetaria” al facilitar el asentamiento humano en Marte y más allá, y proteger la sintiencia en caso de que los humanos un día mueran aquí, la “luz de la conciencia” se preservará o extenderá.

Es un lenguaje que parece sacado de una religión oriental —lleven el Dao a Plutón— o de sincretistas de la Nueva Era. Claro está que Musk tiene razones de interés personal para defender esta postura. Si SpaceX tiene una misión espiritual, entonces él es un líder espiritual, qué mejor para recibir la aprobación que parece ansiar. En 2021, argumentó que él no debería pagar más impuestos porque eso interferiría con su misión de “preservar la luz de la conciencia”.

Pero no hay duda de que él cree en lo que dice. Y Musk es considerado como una especie de líder espiritual. Hay una cierta línea divisoria entre los seguidores de SpaceX, entre los ingenieros que piensan que los cohetes son geniales y los que aceptan la premisa de Musk de que la empresa está salvando a la raza humana. Ofrece comunidad. Ofrece esperanza.

¿Algo de esto ocurrirá? Parece improbable. La Starship de SpaceX llegó a órbita. Pero el transporte seguro y regular al Planeta Rojo es una propuesta increíblemente difícil, el tipo de proyecto que solo podrían emprender los gobiernos soberanos. Una vez que la luz de la conciencia aterrice allí, ¿qué hará? Puede que Marte tenga agua y otros recursos potenciales, pero además de su profunda hostilidad hacia la vida humana, el planeta se parece al rincón más desangelado del suroeste de Estados Unidos, sin la gracia salvadora de poder tomar un granizado de Coca-Cola de cereza en una gasolinera cercana.

A decir verdad, no importa si los sueños más ambiciosos de Musk se materializan (excepto para la NASA, que cuenta con una Starship perfeccionada para transportar a sus astronautas a la luna en 2026). Un siglo de medios de comunicación e historias nos han condicionado para que creamos que la próxima gran aventura nos espera en el espacio, la frontera extendida. Allí resolveremos nuestros problemas, libres de la gravedad de la Tierra y del peso de miles de años de historia. Haremos amigos, aprenderemos sobre nosotros mismos, nos haremos más sabios y mejores. Y si aún no podemos llegar hasta allí, esperaremos con impaciencia el día en que podamos hacerlo.

Sin embargo, cabe señalar que los astronautas que han experimentado cambios reveladores en el espacio se sorprenden no por lo mucho que hay allí arriba, sino por lo poco. El impacto emocional de ver la Tierra a la distancia se denomina “efecto de la visión de conjunto” y, aunque cada persona lo experimenta de manera diferente, a menudo se manifiesta como una especie de pena y soledad mitigada por un sentimiento de comunidad y solidaridad con todo lo que queda en la Tierra.

En julio de 2021, Jeff Bezos, otro multimillonario con un programa espacial privado en otra región de Texas, experimentó la ingravidez, por un momento, tras ser lanzado por un cohete de Blue Origin. Unos meses después, la compañía envió al espacio a William Shatner, el progenitor, en su papel del capitán Kirk, de varias generaciones de fantasías espaciales adolescentes. Cuando aterrizó, mientras Bezos sonreía por el éxito de su último juguete, Shatner lloró. Se quedó impresionado no por lo mucho que había “ahí arriba”, sino por lo poco. “Todo lo que había pensado estaba mal”, escribió después Shatner . “El contraste entre la frialdad despiadada del espacio y la cálida capacidad de nutrir de la Tierra ante mí, me hizo sentir una tristeza abrumadora”. De repente comprendió lo frágil que era el planeta natal y supo que era todo lo que teníamos.

Si Bezos tuvo un destello de la misma percepción, no lo demostró. Debe ser divertido tener una caja de juguetes así, con naves espaciales, ciudades en el mar, yates y submarinos. Pero el precio lo paga el paisaje. Hombres como Musk, que han extendido sus brazos en busca de gloria, no pueden ver que su verdadero legado puede ser, cuando llegue la cuenta final, el precio que otros pagaron por ellos. En Brownsville, por cada beneficiario de la generosidad, hay costos: residentes desplazados, trabajadores heridos, animales en peligro de extinción perjudicados, una comunidad afectada.

Esto aplica a todos los lugares donde va Musk. Nuestro consuelo es que podemos verlo en él y en los demás. No parecen ser más felices. Sus preocupaciones los hacen parecer extrañamente pequeños, a veces incluso dignos de lástima. Peter Thiel, antiguo socio de Musk, lleva décadas y millones de dólares intentando evitar su propia muerte. Ningún pobre hombre podría ser tan insensato.

A todos se nos ha dado la luz de la conciencia, para nutrirla y protegerla. Pero a pesar de todas sus habilidades, a pesar de todos sus activos, Musk está atrapado buscando la redención en un lugar que no la tiene. El sentido de la vida no está en Marte, sino en Brownsville. El único significado disponible para nosotros está en los demás: el amor y la amistad, la verdad y la belleza donde se puede encontrar, en el chorlitejo blanco y en Noel Rangel en su cama.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company