Opinión: Los incomprendidos residuos nucleares

DEBEMOS DEJAR DE VER LOS RESIDUOS NUCLEARES COMO UN PROBLEMA PELIGROSO Y, EN CAMBIO, RECONOCERLOS COMO UNA CONSECUENCIA SEGURA DE LA ENERGÍA LIBRE DE CARBONO.

En una visita al sitio donde ocurrió la fusión de la central nuclear de Fukushima en Japón durante el mes de febrero, la representante de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez hizo algo refrescante: habló sobre la exposición a la radiación y los residuos nucleares sin evocar miedo. La radiación que recibió en su visita —más o menos el equivalente de dos radiografías de tórax— valió la pena por lo que aprendió en el recorrido, les dijo a sus 8,6 millones de seguidores de Instagram. Luego manifestó su admiración por Francia, que, “recicla sus residuos, aumenta la eficacia de su sistema y reduce la cantidad total de residuos radiactivos que produce”.

Desde siempre, los legisladores progresistas, así como los grupos medioambientales como Sierra Club y Natural Resources Defense Council, han estado en contra de la energía nuclear y suelen centrarse en el peligro, la longevidad y los requisitos para almacenar los desechos radiactivos. Durante su campaña presidencial de 2020, el senador de Vermont Bernie Sanders dijo: “No me parece que tenga mucho sentido añadir más residuos peligrosos a este país y al mundo cuando no sabemos cómo deshacernos de los que tenemos en este momento”. La senadora de Massachusetts Elizabeth Warren coincidió con esas preocupaciones y prometió no construir más plantas nucleares de resultar electa.

Así que no es de extrañar que muchos estadounidenses crean que los residuos nucleares suponen una amenaza enorme y aterradora. Pero después de hablar con ingenieros, especialistas en radiación y gestores de residuos, he llegado a la conclusión de que este malentendido nos está impidiendo adoptar una fuente de energía poderosa y limpia que necesitamos para hacer frente al cambio climático. Debemos dejar de ver los residuos nucleares como un problema peligroso y reconocerlos como una consecuencia segura de la energía libre de carbono.

¿Por qué la energía nuclear es tan importante para reducir las emisiones de carbono? Los países que han encontrado fuentes más limpias para generar electricidad con más rapidez, por lo general lo han hecho con energía hidroeléctrica, nuclear o una combinación de ambas. La principal ventaja de la energía nuclear es que no requiere mucho espacio y puede producir mucha energía de manera confiable sin importar el clima, la hora del día o la estación del año. A diferencia de la energía eólica y solar, puede sustituir directamente a los combustibles fósiles sin necesidad de respaldo ni almacenamiento. La Agencia Internacional de la Energía considera fundamental que la capacidad nuclear mundial se duplique para 2050 a fin de alcanzar los objetivos de cero emisiones netas.

Por esta razón, algunos inversionistas estadounidenses, responsables de diseñar políticas públicas e incluso el director de cine Oliver Stone están haciendo un llamado para expandir de manera importante nuestras capacidades nucleares. La Ley de reducción de la inflación ya les está otorgando créditos a las 54 centrales que funcionan actualmente e incentivos a las nuevas por un valor de decenas de miles de millones de dólares. Estados de todo el país están revocando prohibiciones de hace décadas a la construcción nuclear y explorando nuevas oportunidades. En Wyoming se está desarrollando un proyecto de demostración para sustituir una central de carbón por un reactor nuclear.

El futuro de la energía nuclear suscita muchas preguntas legítimas: ¿cómo se financiarán las nuevas centrales? ¿Podremos construirlas a tiempo y dentro del presupuesto?, pero “¿y los residuos?” no debería ser una de ellas.

Una de nuestras pocas referencias culturales de los desechos nucleares son “Los Simpson” donde aparecían como un líquido verde incandescente almacenado en bidones de aceite agujerados. En realidad, el combustible nuclear consiste en tubos metálicos brillantes que contienen pequeños balines de óxido de uranio. Estos tubos se juntan en manojos y se cargan en el reactor. Tras cinco años de producir energía, los manojos, que contienen partículas radiactivas sobrantes de las reacciones de producción de energía, se extraen del reactor.

Los manojos se enfrían en un contenedor de agua duranteotros cinco o diez años. Después, se colocan en barriles de acero y hormigón para su almacenamiento en la planta. Estos barriles están diseñados para durar cien años y para soportar casi cualquier cosa: huracanes, inundaciones severas, temperaturas extremas, e incluso ataques con misiles.

Hasta la fecha, en ningún lugar se han producido muertes, lesiones ni emisiones medioambientales graves de residuos nucleares en contenedores. Y los residuos pueden transferirse a otro barril, prolongando así el almacenamiento un siglo a la vez.

Con este tipo de residuos nucleares no me refiero al agua que contiene el radioisótopo tritio que suelen liberar las centrales nucleares. A los grupos activistas antinucleares les gusta alarmar sobre este tema, a pesar de que sería necesario beber más de un galón del agua tratada que se libera de Fukushima para tener una exposición a la radiación equivalente a la de comerse un plátano.

Pero, ¿y el combustible nuclear gastado? ¿No es radiactivo durante cientos de miles de años? Tal como funciona la radiación, los residuos más radiactivos son los de vida más corta y los de vida más larga son mucho menos peligrosos. Unos 40 años después de que el combustible se convierta en residuo, el calor y la radioactividad de los balines han disminuido más del 99 por ciento. Tras unos 500 años, los residuos tendrían que descomponerse e inhalarse o ingerirse para causar daños significativos.

Comparemos esto con otros materiales industriales peligrosos que almacenamos de forma menos segura y cuya toxicidad no disminuye con el tiempo. Por ejemplo, el amoniaco: es muy tóxico, corrosivo, explosivo y propenso a las fugas. Se han registrado cientos de lesiones relacionadas con el amoniaco e incluso algunas víctimas mortales desde 2010 y seguimos produciendo y transportando millones de toneladas de esta sustancia en tuberías, barcos y trenes para su uso como fertilizante, entre otros usos más.

Pero como los residuos nucleares parecen suponer un riesgo desproporcionado en la imaginación de muchos (en particular, para quienes vivieron la Guerra Fría), la conversación se inclina hacia soluciones permanentes, como enterrarlos bajo tierra en una instalación como el proyecto Yucca Mountain propuesto en Nevada. Es probable que consolidar el combustible gastado en una instalación central tenga otras ventajas, pero la seguridad no es la principal preocupación.

No construir instalaciones de este tipo, provoca que algunos teman que le estemos endilgando a la próxima generación el peso de la gestión de los residuos. Pero, como joven veinteañera que espera un hijo este año, me siento muy cómoda con la manera en que gestionamos los residuos nucleares, con que produzcamos más y con pasarles esta responsabilidad a nuestros hijos. Espero que la generación de mi hija herede muchas nuevas plantas nucleares que produzcan energía limpia, así como sus residuos derivados.

Los residuos deberían ser el principal argumento de venta de la energía nuclear, sobre todo para quienes se preocupan por el medioambiente: no son muchos, son fáciles de contener, se vuelven más seguros con el tiempo y pueden reciclarse. Y, según un cálculo, cada contenedor de combustible nuclear gastado representa alrededor de 2,2 millones de toneladas de carbono, que no fueron emitidas a la atmósfera por combustibles fósiles. Para mí, cada contenedor representa la esperanza de un futuro mejor y más seguro.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company