Opinión: ¿Por qué los hombres no están más indignados por las violaciones que sufrió Gisèle Pelicot?

Gisèle Pelicot sale del tribunal en Aviñón, Francia (EPA)
Gisèle Pelicot sale del tribunal en Aviñón, Francia (EPA)

La historia de Gisèle Pelicot es traumática, extrema, y un ejemplo más del injusto y arraigado poder social que los hombres han ejercido sobre las mujeres a lo largo de la historia; su experiencia, junto con muchas otras, debería inspirar a la sociedad a decir “basta ya”.

Y, sin embargo, hay un grupo de personas aún muy alejadas del tan necesario activismo: los propios hombres.

El poderoso testimonio de Pelicot ante un tribunal sobre sus agresores debería ser lo suficientemente persuasivo como para revelar a los hombres la flagrante injusticia arraigada en el corazón de nuestra sociedad patriarcal.

Ahora les toca a los hombres, a todos los hombres, alzar la voz. Las desgarradoras descripciones de una mujer drogada y violada no pueden ser ignoradas o pasadas por alto como un extremo indefendible que no requiere respuesta vocal. La desaprobación silenciosa o el disgusto no son suficientes.

No importa que para los hombres la amenaza de la violencia sexual no sea un hecho tan habitual, tan intrínsecamente sentido o tan ampliamente experimentado: deben darse cuenta de que necesitan gritar tan alto como lo han hecho las mujeres sobre este caso (y los muchos otros que ocurren a diario).

Lo digo como víctima de una violación. Nunca trataría de comparar mi propia experiencia con la desigualdad histórica, profundamente arraigada, que obliga a las mujeres a permanecer en silencio y sentir vergüenza.

Pelicot me ha inspirado. Está demostrando que es posible convocar un sentimiento de solidaridad compartida entre las víctimas, quienes se liberan al expresarse tras años de silencio. Ser testigo de su resistencia es a la vez empoderador y enfurecedor, y fortalece el movimiento #MeToo.

Pero es duro. Luchar por el cambio requiere una fuerza y una tenacidad sobrehumanas. Y la sociedad no respalda a estas mujeres, solo refuerza los sistemas de desigualdad existentes.

La propia Pelicot se ha rebelado contra esto: “La vergüenza no es para nosotras, es para ellos”. Es una heroína.

Miles de mujeres han hecho suyo su mensaje en las redes sociales, pero los hombres no suelen expresar su solidaridad con los derechos de la mujer. Siglos de misoginia institucional tienen la culpa de esto. Los hombres han tardado mucho en comprender el significado del consentimiento.

Y si se están preguntando por qué tenemos que seguir presionando; por qué necesitamos que los hombres formen parte de la vanguardia contra la violencia sexual de género, piensen en esto: si los hombres no suman sus voces a las peticiones de cambio, nunca se cuestionará el tipo de lenguaje y de opiniones que conducen (a veces directamente, a veces indirectamente) a la violencia sexual.

Basta con mirar a los acusados de violar a Pelicot: son esposos, hijos, hermanos, abuelos; plomeros, maquinistas de tren y jubilados. Hombres “normales”, como los que todos conocemos.

Que los hombres denuncien a los que cometen actos de violencia sexual es, por tanto, un acto de liberación, y podría desencadenar un movimiento de justicia social con el potencial de crear las bases para un cambio.

Tardé años en poder hablar sobre mi experiencia de violencia sexual. Era increíblemente difícil traducir lo que había vivido en una descripción objetiva de cómo había sucedido todo, de cómo me había sentido en ese momento y cómo me sentí después.

La experiencia de cada persona es única y se basa en emociones diferentes. No todos los supervivientes muestran los mismos sentimientos cuando deciden (o se ven obligados) a enfrentarse a su condición de víctimas. Ninguna persona es “típica”.

En mi caso personal, había llorado tanto, y había enmascarado los signos físicos de mi experiencia hasta tal punto, que necesitaba un enfoque minucioso para ayudarme a entender por lo que había pasado. Sentí esa misma sensación de vergüenza que Gisèle Pelicot cuestiona con razón.

Después de años enterrando los recuerdos, me di cuenta de que no podía olvidar esta experiencia. Era importante para mi sentido de la identidad admitir que sí, soy una víctima.

Así pues, si queremos animar a los hombres a ser personas emocionalmente conscientes y consideradas —en lugar de los pilares sin emociones que la sociedad los presiona a ser—, tenemos que empezar a cuestionar abiertamente los comportamientos sexistas.

Debemos enseñar a los hombres a disipar los mitos sobre la violación y a comprender que la mayoría de los delitos sexuales son cometidos por amigos íntimos y familiares, no por el “atacante solitario”. Debemos acabar con la retórica dañina y divisiva de gente como Andrew Tate.

A través del cambio social, creo que podemos inspirar un cambio real. Y deberíamos llamar a este cambio “acto de libertad”: liberar a los hombres de los grilletes de la misoginia y ayudarles a rebelarse contra la masculinidad tóxica, el miedo y la desigualdad.

Por muy inspirador que sea el invencible espíritu de Pelicot, no es suficiente por sí solo. No puede serlo. Por lo tanto, hago un llamado a los hombres para que alcen la voz y se liberen. ¿Quién está conmigo?

Traducción de Sara Pignatiello