Opinión: Me habrán de disculpar, pero nadie sabe la verdad en estos tiempos

Me habrán de disculpar, pero nadie sabe la verdad en estos tiempos (Celine Ka Wing Lau para The New York Times).
Me habrán de disculpar, pero nadie sabe la verdad en estos tiempos (Celine Ka Wing Lau para The New York Times).

SI ACEPTAS QUE SABES MUY POCO, PERO ESPERAS SABER UN POCO MÁS, DESCUBRIR QUE ESTABAS EQUIVOCADO SOBRE ALGO TE PARECE EMOCIONANTE EN LUGAR DE DOLOROSO.

No uso hilo dental. Eso, como mis dentistas parecen insinuar, me convierte en un niño travieso, un ser humano repugnante dispuesto a andar por ahí con fragmentos de comida atorada entre los dientes. De todas las cosas que nos hacen temer una visita al dentista, la peor es que te den un sermón condescendiente sobre las bondades de usar hilo dental.

Pero resulta que encontré un arma secreta: una revisión de una investigación de 2019 realizada por Cochrane, una red independiente de científicos considerada por la mayoría como la que elabora investigaciones que sientan una referencia. Recabaron estudios que investigaban el impacto en la salud dental del uso de hilo dental u otros dispositivos que limpian entre los dientes: 35 ensayos aleatorios y controlados con 3929 participantes en total.

Los resultados fueron desalentadores. El metaanálisis concluyó que usar hilo dental “puede” reducir la gingivitis, pero los efectos fueron inciertos y apenas significativos desde el punto de vista estadístico. Ninguno de los estudios investigó si el hilo dental previene las caries.

En mi próxima cita, cuando la dentista, con toda ingenuidad, preguntó sobre mis hábitos de uso de hilo dental, solté la bomba de mi conocimiento recién adquirido. Ella contestó que era bueno usar hilo dental y lo dejamos ahí. Horas más tarde, recibí una llamada de otro dentista del mismo consultorio. “Mi colega me contó lo que usted dijo sobre el hilo dental”, dijo exasperado. Y luego agregó lo siguiente: “Mire, conozco la evidencia, pero si tuviera que elegir entre que alguien solo se cepille los dientes o solo use hilo dental, elegiría lo segundo”.

Pensé que había nacido en la era de la ciencia y la razón. Pero lo que mi trayecto por el laberinto del hilo dental me enseñó es que esto dista de ser tan cierto como yo pensaba. No importaría tanto si solo habláramos de odontología, que desde hace mucho es la tierra de nadie de la medicina. Pero cuanto más aprendo sobre la ciencia, más descubro misterios básicos que daba por resueltos hace tiempo. Tal vez hayamos salido del oscurantismo, pero nuestra propia era de la iluminación brilla poco.

¿Cómo entendemos un mundo en el que las arenas científicas son siempre movedizas y donde queda tanto por saber? Me ha tomado mucho tiempo, pero logré aceptarlo, al aprender que todo es relativo, al mantenerme humilde ante lo que sabemos e incluso optimista ante lo que sabremos.

Me costó llegar a este punto porque tuve que aprender una y otra vez que la convicción extrema requiere pruebas extraordinarias y la evidencia que tenemos no suele ser nada extraordinaria. Por ejemplo, se supone que nuestros medicamentos básicos contra la depresión funcionan porque cambian los niveles de serotonina en el cerebro, pero una revisión que se publicó el año pasado encontró que no hay pruebas concordantes de que la serotonina tenga mucho que ver con la depresión para empezar (tal vez por eso los antidepresivos parecen no funcionar tan bien, en particular a largo plazo). Parece obvio que el protector solar debiera protegernos del cáncer de piel, pero un metaanálisis de 2018 no pudo confirmar que esto fuera cierto y concluyó que se necesitaban más estudios. Y también se cree que un ingrediente que suele usarse en la mayoría de los medicamentos para el resfriado que se venden sin receta no sirve para nada.

Incluso en la ciencia básica, abundan los misterios. Los físicos todavía no saben con certeza si el agua fría se congela más rápido que el agua caliente. Los astrónomos sostienen la hipótesis de que la materia y la energía “oscuras” invisibles llenan el universo, pero en realidad no saben lo que son. Ni siquiera sabemos por qué tenemos trasero.

Cuando era más joven, veía cada revelación y retroceso científico con justa credulidad. Por ejemplo, si encontraba pruebas de que el protector solar no prevenía el cáncer de piel, entonces concluía que no lo hace, y ¡menos mal que ya sabemos la verdad! En los viajes a la playa, rechazaba cualquier botella de crema solar que me ofrecieran, sermoneaba a mi familia y amigos sobre sus exageradas promesas y, de vez en cuando, maldecía el nombre del director de Hollywood y vendedor de filtros solares Baz Luhrmann.

Cuando me hice mayor y terminé mi doctorado, mi credulidad dio lugar a la desesperanza. ¡La buena ciencia es demasiado difícil! Si realmente querías saber algo tan simple como si el uso del hilo dental funciona, necesitabas pedirles al azar a miles de personas que usaran o no hilo dental y luego necesitabas que de verdad lo usaran (o no) y por último necesitabas darles seguimiento años más tarde. Cualquiera que esté dispuesto a someterse a semejante calvario en nombre de la ciencia seguramente no es representativo de la humanidad en su conjunto, y de todos modos, ¿cómo se puede saber si están usando el hilo dental correctamente? Lo mejor es darse por vencido.

Mi consuelo ahora no es la certeza ni la desesperanza, sino un optimismo decidido y humilde. Con frecuencia, sucede que desconocemos las respuestas correctas y yo podría morir sin llegar a conocer la verdad. Y, sin embargo, la verdad se sabrá algún día. Así como nosotros resolvimos muchos de los misterios que desconcertaban a nuestros antepasados, nuestros descendientes resolverán muchos de los misterios que nos desconciertan a nosotros. Nuestra ignorancia es profunda, perdonable y temporal. Solo hay dos errores verdaderos: uno es creer que no nos quedan errores por cometer y el otro es creer que esos errores son permanentes e irreversibles.

Es difícil mantener esta actitud cuando te das cuenta de lo mucho que nos queda por descubrir. Y a menudo tenemos que cultivar esta actitud por nuestra cuenta, porque nuestros educadores y expertos no suelen transmitírnosla. Cuando estaba en la preparatoria, mis profesores de ciencias me daban a entender que el universo era una colección de hechos aburridos y antiguos y que mi trabajo consistía en memorizarlos y repetirlos. Nunca mencionaban todos los misterios que quedaban sin resolver ni sugerían que podría ser muy divertido resolverlos.

Por su parte, los expertos se sienten bastante cómodos haciendo recomendaciones generales con escasas pruebas y luego avergonzando a la gente por no seguirlas. En un irritante ejemplo de febrero de 2020, el entonces director general de Sanidad (también conocido como Cirujano General) de Estados Unidos Jerome Adams publicó un mordaz tuit: “¡En serio, DEJEN DE COMPRAR CUBREBOCAS! ¡NO son efectivos para evitar que el público en general contraiga #Coronavirus, pero si los profesionales de la salud no pueden tener acceso a ellos para cuidar de los pacientes enfermos, los pone a ellos y a nuestras comunidades en riesgo!”. No había fundamentos científicos para hacer una afirmación tan contundente; incluso tres años después, un metaanálisis reciente —nuevamente realizado por nuestros amigos de Cochrane— concluyó que: “Hay incertidumbre sobre los efectos de los cubrebocas”.

Nuestros maestros y funcionarios tal vez piensen que el público en general simplemente no puede manejar la incertidumbre y quizá por eso proyectan tanta confianza, incluso cuando la ciencia es defectuosa. Pero la mejor manera de cultivar ciudadanos informados es darles las pruebas que tenemos, no las que desearíamos tener.

Mis dentistas podrían haber sido honestos conmigo sobre el uso del hilo dental: “Mire, nadie ha hecho nunca un buen estudio sobre esto, pero en teoría tiene sentido que el hilo dental funcione y, según mi experiencia, ayuda a los pacientes, así que lo invito a usar hilo dental”. Eso me habría hecho sentir respetado e incluso curioso; tal vez habría aspirado a ser la persona que dirigiera el estudio concluyente sobre el uso del hilo dental. Por lo menos, habría comprado hilo dental. Por ahora, sigo dudando de que raspar los lados de mis dientes con un trozo de nailon sea un buen uso de mi tiempo, pero también mantengo la esperanza de que algún día lo sabremos con certeza.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company