Opinión: Mi casa está desordenada y no me voy a disculpar por eso

(Eli Durst/The New York Times)
(Eli Durst/The New York Times)

Soy una terapeuta que escribe sobre trucos domésticos para gente desordenada. Cuando publico videos sobre mi casa —un lugar en el que la ropa limpia se lanza sin doblar en cestos y un cubo de basura gigante con ruedas se desplaza por mi cocina—, la sección de comentarios estalla con advertencias de que soy una holgazana. Sin embargo, mi bandeja de entrada privada es diferente. La gente me dice a menudo que mi aceptación del desorden está revolucionando sus vidas.

“¿Me estás diciendo que no soy una persona horrible y que no me estoy inventando excusas?”.

“Acabo de encontrarte y ya estoy llorando de alivio porque no soy la única”.

El mundo es duro con la gente desordenada. Lo entiendo. No hace mucho pensaba que el hogar de una mujer madura y de éxito era un refugio luminoso y aireado, a la manera de la famosa diseñadora de interiores de HGTV, Joanna Gaines, con las camas hechas y las encimeras despejadas. Hogares donde todas las cosas están ordenadas en contenedores ingeniosamente etiquetados, y donde no hay pilas ni manchas.

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Mi casa nunca ha tenido ese aspecto. Durante años, sentí que no superaba la prueba de fuego estética para ser adulta y estar ordenada. Pero hace cuatro años acepté algo que me liberó y me proporcionó una alegría inesperada: soy desordenada.

El desorden debería celebrarse. En cambio, es un problema que hay que resolver, un mal hábito que hay que rectificar, algo por lo que hay que disculparse profusamente cuando entra una visita. En el mejor de los casos, podrías perdonarte a ti mismo o bromear sobre tu defecto; tu defecto de carácter, en realidad, ya que nuestra cultura asocia el desorden con la pereza.

Llevo años predicando mi evangelio de que ser desordenado no es un defecto moral. Pero quiero ir un paso más allá: el desorden puede ser algo bueno. Todas las comunidades deberían tener gente desordenada. No todos estamos hechos para ser Joanna Gaines. Algunos somos Molly Weasley, con nuestras casas repletas del acogedor caos de una familia cariñosa y armarios llenos de cachivaches. No podemos ser Martha Stewart porque somos Thoreau, tan consumidos por captar la esencia de la laguna Walden que necesitamos que otro nos traiga la comida y nos lave la ropa. Y por mucho que lo intentemos, por mucho que sostengamos nuestros objetos para ver si desprenden alegría, no nos convertiremos en el armario de Marie Kondo, porque somos el escritorio de Albert Einstein.

Las partes de mi cerebro que me permiten producir trajes renacentistas hechos a mano son las mismas responsables de un comedor rebosante de retazos de tela y material de costura. Es hora de que admitamos que lo que nos hace brillar no puede separarse de lo que nos hace dispersarnos.

La ciencia está de acuerdo. Por ejemplo, quien padece TDAH suele ser desordenado porque el centro de funcionamiento ejecutivo de su cerebro —el área que controla la gestión del tiempo, el cambio de enfoque, la memoria y el establecimiento de prioridades— funciona de forma distinta a la de un cerebro típico. Este funcionamiento atípico también puede crear un mayor nivel de pensamiento divergente y creatividad, según algunas investigaciones.

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La afirmación a menudo repetida de que el desorden es perjudicial para la productividad y la creatividad también puede ser errónea. Un estudio de la Universidad de Minnesota puso a prueba el rendimiento creativo de los estudiantes que trabajaban en una oficina desordenada frente a los que lo hacían en una ordenada, pidiéndoles que imaginaran que trabajaban en una fábrica de pelotas de ping-pong y tenían que idear nuevos usos para las pelotas de ping-pong. Los participantes de la sala desordenada no solo generaron el mismo número de ideas que los de la sala limpia, sino que sus ideas fueron calificadas como más creativas por jueces independientes.

Sin duda, las personas desordenadas debemos tener consideración con los demás y proporcionar un entorno seguro e higiénico para nosotros y nuestras familias. La buena noticia es que puedes crear una vida agradable y funcional como persona desordenada sin convertirte en una persona ordenada, utilizando métodos que trabajen con tu cerebro, no contra él.

Algunas personas pueden guardar algo en lugar de simplemente dejarlo, sin mucho esfuerzo consciente. Yo no soy esa persona. Cuando guardo algo, desaparece de mi memoria como si no existiera. Pero el esfuerzo de guardar cada cosa que toco a lo largo del día me agota más que el propio desorden.

Esto no significa que sea incapaz de hacer cambios o de esforzarme. Todo lo contrario. En lugar de centrarme en guardar siempre las cosas y mantener mi casa ordenada, me aseguro de que cada habitación de la casa tenga una papelera, una cesta de la ropa sucia y un cubo de “esto pertenece a otra habitación”. Cuando un espacio se vuelve demasiado desordenado para disfrutarlo, en lugar de ignorarlo porque me parece abrumador, me tomo unos minutos para tirar las cosas a su cesto y seguir adelante. Renuncié a tener un armario de manualidades estéticamente agradable y en su lugar opté por estanterías rodantes con bandas abiertas. Facilitan el almacenamiento de materiales y mantienen la mesa del comedor utilizable incluso durante los proyectos artísticos en curso.

Me centro en lo que funciona para mí, no en lo que importa para la opinión que los demás tengan de mí. En realidad, no me importa que los platos lleven días en el fregadero, solo que no haya restos de comida en ellos que huelan o atraigan plagas; no me importa que la ropa esté doblada, solo que pueda encontrar lo que necesito. Las encimeras desordenadas que mantienen al alcance de la mano los objetos que uso a diario son más funcionales para esta época acelerada de criar niños pequeños que perseguir el sueño ajeno de una estética minimalista.

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Ninguno de estos métodos de limpieza es especialmente complejo o innovador. En cuanto dejé de emplear toda mi energía en intentar pasar de ser una persona desordenada a una ordenada, descubrí la creatividad que necesitaba para encontrar los sistemas de limpieza que funcionaban para mí. Aceptar mi desorden ha hecho que las tareas domésticas sean más fáciles, no más difíciles.

KC Davis es terapeuta en Texas y autora de How to Keep House While Drowning.

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