Opinión: El cambio climático obliga a las familias a vivir un tipo especial de infierno indefinido

NECESITAMOS FINANCIAR MEDIDAS QUE PREVENGAN LAS DESAPARICIONES A TRAVÉS DE LA PREPARACIÓN ANTE EMERGENCIAS Y QUE TAMBIÉN LAS RESUELVAN.

El incendio forestal que arrasó en agosto con la ciudad de Lahaina, en Hawái, ardió a tal temperatura que algunos de los muertos quedaron prácticamente cremados, sus huesos se convirtieron en cenizas inidentificables. Otros cuerpos pudieron haberse perdido en el océano Pacífico, donde muchos de los que huían del infierno se vieron obligados a sumergirse. Hasta el 22 de septiembre, se han confirmado 97 muertos , pero el Departamento de Policía de Maui aún señala a 22 personas como desaparecidas.

Es una pauta habitual tras las catástrofes. En Marruecos, las familias siguen buscando con desesperación a cientos de sus seres queridos tras un terremoto devastador, mientras que en Libia hay miles de desaparecidos tras el colapso de dos presas a causa de una fuerte tormenta. El cambio climático ha potenciado el tipo de fenómenos meteorológicos mortales que provocan desapariciones. En marzo, más de 500 malauíes fueron dados por muertos tras quedar sepultados por los derrumbes de tierra desatados por el ciclón Freddy, que fue excepcionalmente intenso. Para las familias de los desaparecidos, la desaparición es un tipo especial de infierno indefinido. En un país rico como Estados Unidos, las víctimas de catástrofes suelen cuantificarse y buscarse con rapidez. Sin embargo, las naciones más pobres, más vulnerables a los daños causados por el cambio climático, a menudo no disponen de suficientes recursos. Necesitamos financiar medidas para que estos países puedan prevenir las desapariciones mediante la preparación ante emergencias y también resolverlas mediante la pronta identificación de los cadáveres. Las naciones responsables de la mayor parte de la contaminación climática tienen la responsabilidad moral de ayudar a las familias que quedan en el limbo.

Además de intensificar las catástrofes, el cambio climático también está provocando desapariciones a través de la migración y el conflicto. Hace unos años, uno de nosotros, Wolfe, visitó campos de refugiados en las islas griegas de Lesbos y Quíos para saber más sobre los emigrantes que habían desaparecido al intentar llegar a Europa. La malnutrición, el hambre y la hambruna vinculadas a las nuevas condiciones climáticas han obligado a más africanos a emprender el peligroso trayecto a través del Mediterráneo y a más latinoamericanos a recorrer Centroamérica para llegar a México. Decenas de miles han desaparecido. El aumento de las temperaturas también ha hecho que esos pasajes se vuelvan más letales, pues los migrantes mueren de agotamiento por el calor al atravesar desiertos y se asfixian en el interior de contenedores metálicos de transporte.

Lo más sorprendente en Lesbos y Quíos era tanto el gran número de personas que se creían desaparecidas como la soledad de las investigaciones de sus familiares. No había ninguna agencia gubernamental a la que sus familias pudieran acudir para recibir la ayuda que necesitaban, ninguna nación dispuesta a invertir recursos en la búsqueda de alguien que había desaparecido mientras cruzaba fronteras.

Sin un cuerpo que enterrar ni visitar, la muerte de un ser querido, por probable que sea, sigue siendo incierta. Esa forma de pérdida ambigua dificulta el duelo, si no es que lo imposibilita, no permite que haya un funeral y obliga a muchos familiares de personas desaparecidas a comenzar una búsqueda posiblemente interminable. De manera más práctica, ese tipo de ausencias pueden dejar desprovistos a los sobrevivientes del sostén de su familia, al tiempo que crean dificultades legales para recibir una declaración de fallecimiento. Incluso si una persona es declarada muerta, la herida de la desaparición a menudo sigue abierta. Años después, contra todo pronóstico, las familias de los desaparecidos siguen buscando alguna prueba de la vida o la muerte de sus seres queridos.

Necesitamos más recursos para los desaparecidos a causa del clima, pero también necesitamos mejores datos. Ahora mismo, ni siquiera sabemos el número de personas que han desaparecido a causa del cambio climático. A menos que tengamos una idea de cómo se ve realmente la desaparición y cómo se produce, va a ser mucho más difícil para los gobiernos responder al problema, y será mucho más fácil que lo ignoren.

Gran parte del problema radica en que las personas más expuestas a los estragos del cambio climático son también las que tienen más probabilidades de pasar desapercibidas si desaparecen. Aunque a todos nos afectan los fenómenos meteorológicos extremos, los más acomodados están en gran medida aislados de los daños, mientras sufren quienes ya se ven marginalizados. Quizá no sea casualidad que Lahaina tuviera una población tan numerosa de personas sin hogar que estaban mal preparadas para soportar el clima extremo. Dicho sin rodeos, tal parece que muchos de los desaparecidos no son personas a las que, de manera colectiva, echamos de menos, por lo que se presiona poco a los gobiernos para que los encuentren.

“Muchas de las personas con las que tratamos no tienen contacto con familiares”, afirmó Scott Hansen, director ejecutivo de la Misión de Rescate de Maui, un grupo que trabaja con personas sin techo y ha ayudado a dirigir los esfuerzos para encontrar a algunos de los desaparecidos en los incendios. “No hay parientes cercanos a quienes contactar, así que cuando desaparecen o fallecen, acaban cayendo en el olvido”.

Para los gobiernos, la búsqueda de personas desaparecidas puede ser un engorro. El trabajo especializado de encontrar e identificar restos tras una catástrofe, con ayuda de la antropología forense y el cotejo de ADN, es lento y caro. Aunque los pactos internacionales han creado normas para localizar a los desaparecidos, a menudo estos acuerdos no se cumplen. Las desapariciones pueden seguir existiendo en una “zona gris” burocrática, donde ninguna nación se hace responsable de los cadáveres. Muchos de los que se pierden en la frontera y en el mar nunca son identificados, a menudo por falta de dinero y voluntad política.

Necesitamos más cooperación entre países. También necesitamos un reparto claro y equitativo de las responsabilidades mundiales en la resolución de las desapariciones. Los Estados ricos deben invertir en iniciativas en los países más pobres destinadas tanto a evitar que desaparezcan personas como a resolver el destino de las que han muerto. También deben financiar la preparación ante desastres y respuestas de emergencia que puedan salvar vidas inmediatamente después de una catástrofe, así como la identificación de cadáveres más adelante, incluyendo fondos para que los médicos forenses recaben datos biométricos identificativos como tatuajes y huellas dactilares.

¿Cómo pueden ayudar los países ricos? En Lahaina, el FBI y el Departamento de Policía de Maui cooperaron para lanzar convocatorias en busca de información sobre quiénes estaban desaparecidos y en qué circunstancias. A continuación, las autoridades publicaron rápidamente una lista con los nombres, algo crucial en la búsqueda de personas desaparecidas. Las líneas telefónicas permanecieron abiertas durante días para recabar información, mientras los equipos de investigación indagaban en los casos. Como resultado, el número de personas cuyo paradero aún era desconocido descendió de cientos a unas decenas en pocas semanas. Libia y Marruecos no disponen de los mismos sistemas y recursos para realizar esfuerzos similares. Pero financiar su búsqueda de desaparecidos podría ayudar.

Una mejor preparación ante las emergencias también puede prevenir las desapariciones. Los gobiernos más ricos, como el de Estados Unidos, pueden publicar planes detallados sobre lo que deben hacer los ciudadanos en caso de catástrofe natural. También pueden salvar vidas al dar mantenimiento a las infraestructuras y hacer cumplir las normas de construcción. Si los países más pobres no pueden costear estas medidas para salvar vidas, corresponde a las naciones más ricas ayudarlos.

En Maui, todavía pueden verse carteles de personas desaparecidas, aunque la probabilidad de encontrar a alguien con vida es cada vez menor. Ahora funcionan menos como herramientas de vigilancia y más como peticiones de ayuda, súplicas silenciosas por el derecho sagrado al duelo.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

Lahaina, Hawái, tras el incendio forestal. (Go Nakamura para The New York Times).

c.2023 The New York Times Company