México, el país que parece acostumbrado a la extrema violencia, pero no es así

Violencia en el país. (HERIKA MARTINEZ/AFP via Getty Images)
Violencia en el país. (HERIKA MARTINEZ/AFP via Getty Images)

Lo hemos querido aceptar porque lo escuchamos todo el tiempo. Ante cada nueva tragedia, preferimos agachar la mirada y decir que esto es normal; que nos hemos acostumbrado y que ya ni siquiera sentimos nada. Ni sorpresa ni indignación ni nada que se aproxime a esos sentimientos que asociamos con la debilidad. ¿Hemos comprado el discurso que predomina en las redes y en los medios? Porque aquello de que "la violencia está normalizada" nunca ha sido verdad y lo sabemos. La legitimidad para decir algo así solamente la tendría alguien que nunca haya vivido la violencia en este país. Y, aunque no sea motivo de orgullo, podemos decir que ningún mal ha sido tan democrático en México.

Desde hace mucho tiempo, este tipo de convenciones y clichés gozan de muy buena recepción en los debates académicos y similares. La homilía se conoce de memoria. Algún pretendido intelectual dirá que "los muertos se han convertido en un número", otro tópico que, a decir verdad, para nada se corresponde con la realidad. ¿Las personas que han padecido, por desgracia, la muerte violenta de algún ser querido podrían estar de acuerdo con esa concepción numérica de la barbarie?

Es cierto que en un país que suma 350 mil muertos en quince años el espanto es cada vez más difícil de nombrar. Pero eso no quiere decir que el miedo, la rabia, la indignación y todo ese cúmulo de variopintas sensaciones se hayan diluido en la mezcla estadística que instituciones, periódicos y estudios han encontrado como refugio para tratar de reflejar un horror cada día más expansivo.

No, no hemos normalizado nada. El miedo está ahí todos los días. Sin que lo esperes, sin que ni siquiera puedas imaginar en tus más pesimistas autosaboteos que una bala te puede alcanzar en ese preciso momento y en ese preciso lugar, solo porque te cruzaste en el camino de dos sicarios a sueldo que iban por "alguien pesado". Esa es la realidad de México: recibir un balazo en una fila de vacunación es una posibilidad. Y esa es tan solo una opción, porque también puedes ser asaltado en la esquina de tu casa a plena luz del día. ¿Normalizado? Habría que preguntarle al pulso cardíaco. El asesinato de los sacerdotes en la Sierra Tarahumara nos sacó de esa marasmo autocomplaciente que hemos adoptado quizá como analgésico.

Nos hemos acostumbrado, eso sí, a que las noticias hablen de balaceras, asaltos, cuerpos desmembrados, colgados, desaparecidos y encontrados. Ahí sí que nos parece normal ver todo eso, pero ni siquiera es que deje de impactarnos. Si las noticias que implican violencia dejaran de ser sorprendentes, simplemente las dejarían de pasar. Pero esa trampa discursiva de la normalización jamás ha tenido asideros reales. Todos lo hemos dicho, seguramente, aunque no haya quien pueda dejar de indignarse ante la desolación cotidiana. No, señores analistas, no hemos perdido la capacidad de asombro. Porque cualquier persona que tenga el más mínimo contacto con la violenta realidad puede certificar que ningún miedo se apaga con el espejismo de tener a piel curtida.

Ese cintillo de la violencia normalizada que tanto gusta en mesas de debates y coloquios universitarios queda invalidado cuando nos enteramos del comerciante que fue asaltado en la esquina y, al resistirse, recibió un balazo. Historias hay muchas y las hemos visto, escuchado y padecido. Parece que ante cada tragedia, los líderes de opinión nacionales tienen reservada su etiqueta de cajón para salir al paso, tener algo que decir y quedar bien con todos. "Es increíble cómo hemos normalizado la violencia en esta país. Lamentable". Listo. ¿Para qué buscar mayor compromiso si todo se arregla acudiendo al confiable lugar común de que México es un país espantoso?

Padecerlo es más difícil que nombrarlo. Quizá por ese motivo hemos optado por creer que esa aparente fortaleza nos blinda contra cualquier eventual terror. Esa sería una buena justificación. Pero, por favor, normalicemos dejar de usar la palabra normalizar.

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