Murió César Luis Menotti: la relación del director técnico con la selección argentina
“No voy a aceptar ninguna traba para usar a los jugadores cuando lo considere necesario; la idea es jerarquizar a la selección”. El 2 de octubre de 1974, el día de su presentación formal, César Luis Menotti, el técnico que cambió la historia del seleccionado argentino, fundó las bases de su pensamiento. Era un tiempo oscuro: la AFA viajaba sin brújula, la desorganización mayúscula era parte del día a día y los clubes tenían voz, voto y poder absolutos. Hacían lo que querían. A nadie le interesaba el equipo nacional.
El 15 de julio de 1975, el plantel tenía previsto un entrenamiento con la mira a un amistoso con Uruguay. Algo habitual, que no había provocado demasiadas sorpresas, River y Boca no cedieron a sus futbolistas y según cuentan las crónicas de esos días, Menotti redactó su renuncia. Se iba. Sólo la retiró cuando la AFA cumplió con su exigencia: la creación del Estatuto de Selecciones Nacionales, que remarcaba que la entidad que no cediese a los futbolistas citados sería sancionada y no podría utilizarlos en ninguna competencia. Luego de interminables años de frustraciones, Menotti lo hizo. La selección pasó a ser “la prioridad número uno”. Así se ganó el Mundial ‘78. Se superó la oscuridad de esos días con un equipo comprometido en la causa. Los hinchas se enamoraron de la selección más allá de las pasiones personales. Suerte de puntapié del prestigio que consiguió el equipo nacional en todo el planeta.
Antes, largos años atrás, sencillamente los jugadores preferían no ser convocados para vestir la camiseta argentina: el desorden se había institucionalizado. Menotti no era un entrenador más, a pesar de su juventud. Se presentaba como entrenador de la selección avalado por el juego jovial que mostró el Huracán campeón del Metro ‘73, en el que se destacaron René Houseman, Miguel Brindisi, y Carlos Babington, entre otros caciques.
Con apenas 36 años, el Flaco asumió en el equipo nacional, que había colapsado unos meses antes en el Mundial de Alemania de 1974. Solo ganó un encuentro frente a Haití (4-1). El resto, un empate ante Italia (1-1), otro con Alemania Oriental (1-1) y derrotas frente a Polonia (3-2), Holanda (4-0) y Brasil (2-1). Vladislao Cap encabezó el trío de entrenadores, junto con José Varacka y Víctor Rodríguez.
César abrió el manual y debió escribir desde el prólogo, porque el libro de selección estaba tachado, corregido y vuelto a escribir. Todo desde las primeras estrofas: convencer a un grupo de jugadores, crear la base de un equipo y un concepto futbolero propio, de cara al Mundial que la Argentina tenía que organizar. Y no sólo eso: por primera vez, se habló de largo plazo. De proyecto. De atravesar una línea detrás de un horizonte.
David Bracutto, por entonces presidente de Huracán y de la AFA, decidió llevar al frente de la selección al director técnico que había sacado campeón a su club. Y su plan, a cuatro años del Mundial 78, partía de una premisa: la selección debe ser la prioridad uno.
El estreno fue el 12 de octubre de 1974, con un empate 1-1 contra España y con la presencia de las máximas autoridades de la FIFA. Una igualdad sin atractivos, por la Copa de la Hispanidad, en el estadio Monumental (poco público estuvo entusiasmado) y que contó con desfile de bandas militares y de adolescentes portando letras que insistían con la consigna “Argentina Potencia”. Desde los primeros días, el entrenador exigió y consiguió que la selección tuviera partidos de preparación, con giras internacionales y con el desembarco en nuestro país de selecciones de cierto cartel. El trabajo fue enorme: recorrió el interior y se inclinó por jóvenes promesas, lejos de las luces de Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Les dedicó tiempo, planificación y preparación a las selecciones juveniles y se encargó de moldear una estructura. No sólo era recuperar el espíritu de “la nuestra”: era un plan más profundo, más serio que una táctica o una gambeta.
En 1975, la Argentina conquistó el torneo Sub 21 Esperanzas de Toulon, tradicional plataforma del fútbol juvenil, hasta darle otra dimensión a los mundiales de las categorías menores. En el plantel estaban, entre otros, Daniel Passarella, Alberto Tarantini, Américo Gallego y José Daniel Valencia. El gol del título, un 1-0 ante Francia, fue convertido por Jorge Valdano, de cabeza. “Lo realmente importante es el fútbol que mostró el equipo en algunos momentos, porque eso fortalece mi opinión de que tenemos buenos jugadores. Disponiendo de ellos, para prepararnos prudentemente, no podemos estar debajo de otros equipos que no tienen jugadores como los nuestros”, decía. Esos futbolistas de elite debían tener un plan estratégico. Una idea.
El domingo 25 de junio de 1978, para la Argentina concluía casi una vida de decepciones. En el estadio Monumental, ese domingo frío y gris, se logró el primer título de campeón del mundo. El Mundial se quedó, al fin, en casa, con una victoria por 3-1 frente a Holanda en tiempo suplementario. El triunfo resultó la cúspide de un trabajo de casi cuatro temporadas bajo el ojo clínico del Flaco, después de décadas de desorden en la conducción del fútbol y de la AFA. Un festejo que llegaba en la oscuridad de la noche más triste de la Argentina. Un año después, condujo al seleccionado juvenil campeón del mundo en Japón 1979, con Diego Maradona como figura y Ramón Díaz como goleador.
El Mundial ‘78 significó la cumbre de un ciclo que terminaría con el fracaso en el Mundial de España 1982. Menotti fue algo más que el conductor durante ocho años al frente de la selección. Para reemplazarlo, Julio Grondona, convertido en el dueño de la AFA durante 35 años, eligió a Carlos Salvador Bilardo. Comenzaría otro ciclo, otro largo plazo exitoso, más allá del cambio de ruta táctica, pero para la Argentina ya había quedado atrás la certeza de que nadie quería vestirse de celeste y blanco. Diego Maradona se nutrió de ese sentimiento y vistió la camiseta de todos como ningún otro.
“La selección será prioridad número uno para todos: futbolistas, dirigentes, técnicos y periodistas”. Flaco querido, te vamos a extrañar.