Una mujer tuvo tres minutos para hablarle al asesino de su hijo

Raymond Green Vance en una fotografía sin fecha. (Cortesía de la familia de Raymond Vance vía The New York Times)
Raymond Green Vance en una fotografía sin fecha. (Cortesía de la familia de Raymond Vance vía The New York Times)

COLORADO SPRINGS, Colorado — La noche anterior a que Adriana Vance le hablara al asesino de su hijo en una sala de tribunal de Colorado, seguía tratando de encontrar las palabras adecuadas.

Por días había tenido problemas para escribir una declaración acerca de su hijo de 22 años, Raymond Green Vance, una de las cinco personas asesinadas el pasado mes de noviembre durante un tiroteo en el Club Q de Colorado Springs. Vance quería decir lo tierno y tranquilo que había sido su hijo. Que su hermanito se había colgado de su enorme retrato de 1,80 por 1,20 metros como si fuera un columpio. Cómo en el funeral, los amigos de Raymond no querían que se llevaran el ataúd. Que ella sentía como si la justicia no existiera.

“Tengo que decir algo”, comentó el domingo en la noche. “Solo que, en este preciso momento, no sé qué”.

En las salas de los tribunales de todo el país, a diario se ponen en pie las víctimas de la violencia, voltean el rostro hacia el acusado y manifiestan la sensación de angustia y pérdida que les cambió la vida. Estas declaraciones de impacto de las víctimas tienen el propósito de proporcionales a las familias que están de luto y a los sobrevivientes un momento en el tribunal antes de que el acusado reciba su sentencia. Y esta última época de tiroteos masivos ha traído nuevas repercusiones a este ritual del sistema de justicia estadounidense.

Debido a que la mayoría de los asesinos en masa no viven para ser enjuiciados, ese momento casi nunca ocurre después de su ataque. Pero cuando el asesino sobrevive (como en el caso de los ataques al Club Q, a una escuela preparatoria de Parkland, Florida y a una sinagoga de Pittsburgh), la cuestión de si hablar y qué decir puede ser particularmente difícil. ¿Deberían pasar esos minutos hablando de sus seres queridos o maldiciendo al asesino, o incluso otorgándole el perdón como lo hicieron las familias después de una masacre racista dentro de la iglesia de Charleston?

Es común que las salas de los tribunales estén llenas de cámaras y reporteros, y las víctimas dicen que sienten la responsabilidad de hablar no solo por ellas mismas y la memoria de sus seres queridos, sino por otras personas cuyas vidas han sido devastadas por los tiroteos masivos.

Un funeral improvisado para las víctimas del tiroteo masivo en el Club Q de Colorado Springs, Colorado, el 6 de diciembre de 2022. (Daniel Brenner/The New York Times)
Un funeral improvisado para las víctimas del tiroteo masivo en el Club Q de Colorado Springs, Colorado, el 6 de diciembre de 2022. (Daniel Brenner/The New York Times)

El lunes, el atacante de 23 años de Colorado Springs se declaró culpable de múltiples acusaciones de asesinato e intento de asesinato. Los sobrevivientes y los familiares de las víctimas tuvieron tres minutos para hablarle al asesino. Había muchas víctimas que escuchar, pero muy tiempo, señaló el juez.

¿Cómo se resume la vida y la muerte de alguien en el tiempo que dura una pausa comercial? Para Vance y otras familias, se sentía como una tarea importante (e imposible).

“No tengo las palabras”, comentó el día anterior a que hablara en el tribunal. “No es posible”.

Sabrina Aston, madre de Daniel Aston, otra de las víctimas del Club Q, escribió algunas ideas durante el fin de semana mientras ella y su esposo, Jeff, iban de regreso a casa después de haber asistido a las celebraciones del orgullo gay en Tulsa, Oklahoma. Los Aston reciben invitaciones a muchos eventos de la comunidad LGBTQ en honor a Daniel, un mesero transgénero del Club Q que fue asesinado a la edad de 29 años cuando el acusado entró disparando al club justo antes de la medianoche el 19 de noviembre.

“Lo hemos repasado mentalmente durante meses… lo que yo le diría a él”, comentó Aston refiriéndose al atacante.

La noche anterior al juicio, los Aston se tomaron una bebida en su patio de Colorado Springs, recordaron algunas cosas sencillas sobre Daniel y evaluaron si querían formular sus declaraciones ellos mismos o que un abogado o representante de la familia las leyera por ellos.

Una tía de Derrick Rump, un mesero del Club Q que fue asesinado, dejó sin decir algunas palabras de su discurso en el tribunal. “No puedo”, explicó y la voz se le quebró. Reprodujo una grabación de voz de uno de los primos de Rump.

Los Aston sí decidieron hablarle al acusado en el tribunal. “Yo quería enfrentarlo y decirle lo que nos había lastimado”, señaló Aston. El acusado se identifica como alguien de género no binario y usa el pronombre “elles”, pero muchas de las víctimas y familiares de estas personas descartan esas preferencias como un intento de obtener clemencia.

Cuando les tocó hablar a los Aston, caminaron juntos hacia un estrado que está a varios metros de donde estaba sentado el atacante en una sala de tribunal atestada.

Jeff Aston habló sobre la facilidad para reírse de su hijo y de sus “ardientes ojos azules”. Sabrina Aston le dijo al asesino con la voz temblorosa: “Tus acciones fueron despiadadas, llenas de odio y cobardía”. Comentó que no creía que el atacante tuviera remordimientos y aseguró que no lo perdonaba. Los Aston no miraron al atacante, pero más tarde Jeff Aston señaló que ojalá lo hubiese confrontado de manera más directa.

El domingo en la noche, Vance de 42 años, acostó a Marcus, su hijo de 9 años, y volvió a sentarse con una libreta y una pluma. Esta vez, su enojo se desbordó en un manantial de improperios para insultar al asesino, llamándolo malvado y diciendo que no merecía respirar el mismo aire que respiraban los sobrevivientes y los familiares de las víctimas.

Luego desechó lo que había escrito, dejó la pluma y trató de conciliar el sueño.

“No eran buenas palabras”, comentó Vance. “Él quería destruir vidas y familias y generar un caos. Yo no quiero darle el gusto de escuchar mi dolor. Comencé a pensar que solo necesitaba hablar más sobre Raymond”.

Mientras se preparaba para ir al tribunal, el papel seguía en blanco. Vance se puso una playera negra con el retrato de Raymond en ella, dejó a Marcus con una niñera y se dirigió al juzgado. Sus padres le sugirieron algunas líneas para que comenzara y la exhortaron a que no pasara sus tres minutos hablando del asesino.

Cuando le tocó hablar, hizo una pausa al micrófono, llorando, luego tomó varias respiraciones y leyó despacio lo que acababa de redactar en su teléfono celular.

“Raymond tenía 22 años, era un hombre amable, cariñoso y dulce que tocó el corazón de muchas personas. Siempre estuvo presente para su familia y sus amigos. Acompañó a personas que ni siquiera conocía. Nunca le hizo daño a nadie”, afirmó.

Vance habló de cómo el atacante había tardado menos de cinco minutos en destruir tantas vidas. Recalcó que todos tienen que hallar alguna manera de vivir, pero que creía que el asesino “no merece ver ningún otro amanecer ni atardecer”.

“Es todo lo que tengo que decir”.

c.2023 The New York Times Company