Una misión a Israel que transformó nuestras almas y nos hizo ‘más sabios’ | Opinión

Nadie regresa de Israel como llegó. La nación judía transforma.

Esta afirmación es un principio aludido en los textos sagrados de la tradición hebrea. En la Guemará –la parte del Talmud con comentarios rabínicos–, el rabino Zeira, tras mudarse de su natal Babilonia a Israel, afirma: “El aire de la Tierra de Israel lo hace a uno sabio” (Bava Batra 158b).

Es cierto. Por alguna razón mística, los judíos de la diáspora sentimos esa transformación interior al viajar a Israel. Y, como sucedió al rabino Zeira, sentimos una renovación de la voluntad y la sabiduría en nuestra búsqueda de significado.

Evocar esta enseñanza talmúdica es la mejor manera que encuentro para describir la experiencia de mi reciente peregrinación a Israel acompañando a una misión de la Federación Judía del Gran Miami para la celebración de los 75 años del Estado judío moderno.

La delegación de 800 judíos de Miami fue la más grande en visitar Israel durante este hito histórico. Y su presencia fue notable, tanto así que nos recibió el presidente Isaac Herzog, quien durante la ceremonia de apertura resaltó los arraigados valores filantrópicos y sionistas de la comunidad judía de Miami.

Su mensaje fue: Kol Yisrael Arevim Zeh Bazeh — todo Israel es responsable uno del otro. Con esa frase, también del Talmud, Herzog definió el pilar ético de la Federación y de sus donantes. Como judíos, compartimos un destino común y debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad de cuidarnos mutuamente.

Nadie en la misión estaba “de vacaciones”. Fueron a la peregrinación por principios y convicción para fortalecer los lazos comunitarios, fomentar nuevo liderazgo y manifestar el orgullo colectivo de ser judío.

Algunos participantes en la Misión visitaron el Centro Peres para la Paz y la Innovación, fundado en 1996 por el difunto Presidente de Israel, Shimon Peres, en Tel Aviv. En la entrada hay un cartel icónico que recuerda a los visitantes “Soñar a lo grande”.
Algunos participantes en la Misión visitaron el Centro Peres para la Paz y la Innovación, fundado en 1996 por el difunto Presidente de Israel, Shimon Peres, en Tel Aviv. En la entrada hay un cartel icónico que recuerda a los visitantes “Soñar a lo grande”.

La comunidad judía de Miami es única por la gran diversidad de su población, compuesta por olas de inmigrantes. En la misión de Federación participaron judíos provenientes de 21 países, incluyendo muchos venezolanos como yo.

Algunos emigraron a Miami por el antisemitismo; otros terminaron aquí por las convulsiones políticas, sociales o económicas de sus países de origen. Esa comprensión del peligro que puede representar el mundo en general se traduce en un apoyo solidario a Israel, esa pequeña nación que mantiene puertas abiertas para abrigar a los judíos que escapan de un lugar hostil.

Personalmente, sé lo importante que es el refugio prodigado por Israel. Mis abuelos paternos, idealistas y visionarios, emigraron de Europa Oriental a la Tierra Santa en 1933. Tristemente, sus familiares que no siguieron su camino perecieron en el Holocausto.

El Estado de Israel que ayudaron a erigir devolvió al pueblo judío su dignidad y orgullo nacional. Por mis raíces, estudié mi primer año universitario en Tel Aviv y también tomé lecciones rabínicas en una yeshivá en la Ciudad Vieja de Jerusalén.

He viajado a Israel en diferentes misiones y cada una ha nutrido mi alma e identidad. Aun así, la unidad, organización y el sentimiento sincero de la “Miami Mega Mission”, resaltados en el simbolismo de cada actividad o charla, me dejaron maravillado.

Un momento inolvidable fue un servicio preparativo para el Shabat, a pocos pasos del Muro de los Lamentos, donde el clero de Miami recitó oraciones y canciones litúrgicas acompañados por Shai Abramson, el jazán oficial de Israel. Luego de escuchar la interpretación de Yerushalayim Shel Zahav (Jerusalén de Oro), por la cantante israelí Shuli Natan junto a músicos que tocan instrumentos de cuerda rescatados del Holocausto, se soltaron 100 palomas de la paz que sobrevolaron las murallas de la Ciudad Vieja.

Otra noche nos congregamos en pleno desierto para desear un “Feliz cumpleaños, Israel”, en una cena festiva estilo beduino que, no obstante su abundancia, nos recordó nuestros humildes comienzos como pueblo y nación en el Sinaí. Un actor disfrazado de Moisés descendió de una colina rocosa, al tiempo que el cielo se iluminó con un espléndido show de drones que formaban (y desformaban) figuras como la menorá, la bandera de Israel, la Estrella de David y terminaron escribiendo en el cielo “Miami ama Israel”. Así es.

No todo fue alegría. También hubo luto por más de 24,000 militares y miles de víctimas del terrorismo asesinadas desde 1860, cuando se construyó el primer vecindario judío fuera de la Ciudad Vieja de Jerusalén. En Latrun, el sitio de recordación en Israel de los soldados caídos, participamos en una sentida ceremonia en inglés del Día de Recordación, a la que asistieron más de 7,000 personas.

El último día, pasamos por Amigour Joseph Wilf Senior Citizens’ House, un edificio de apartamentos de la Agencia Judía para sobrevivientes del Holocausto y nuevos inmigrantes de bajos ingresos en Tel Aviv.

Alguien me preguntó cuál había sido mi momento favorito de la misión. Enseguida respondí que el regreso de Latrun a Jerusalén en el autobús de la División de Líderes Jóvenes de la Federación.

Fue especial porque, durante el recorrido, los jóvenes compartieron sus sentimientos sobre su identidad judía con una sensatez y calidez que no presenciaba desde hace mucho. Hablaron de dolor y angustia, de orgullo y de un profundo sentido de pertenencia.

Y entonces los residentes de Amigour nos dieron una sorpresa.

Amigour tiene un coro llamado Levavot Mezamim (Corazones Cantantes) que canta en ídish. Los residentes habían preparado un miniconcierto para deleitar a los visitantes de Miami. Apenas los escuché cantar “My Yiddishe Momme”, una canción norteamericana nostálgica y emotiva que honra a las madres judías, por mis mejillas comenzaron a correr las lágrimas. No entendía por qué no podía contenerlas.

Grabé la actuación y esa noche se la mostré a mi tía, la hermana mayor de mi padre, en el kibutz donde vive. “My Yiddishe Momme, la necesito ahora más que nunca”, cantó mi tía en ídish, repitiendo uno de los versos más conocidos de la canción. Y agregó en hebreo: “¡Era una de las canciones favoritas de tu abuela!”.

Súbitamente, la razón de mis lágrimas se evidenció.

Daniel Shoer Roth, un editor de el Nuevo Herald, participó en la misión de la Federación del Gran Miami a Israel y escribió artículos sobre la delegación y los eventos.

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