Melania Trump observa la pandemia y el racismo desde una pasarela sostenida por su propio ego
En el aspecto privado, la vida de Melania Trump es un enigma del que se saben pocos detalles. Quizás uno de los que más suele llamar la atención es que duerme en una habitación separada a la de Donald Trump. Y, seamos francos, hay muchísima gente que no la culpa por eso. No por nada en especial, simplemente porque a ver quién es capaz de pegar ojo con el brillo del celular a su vera en horas intempestivas. No cabe duda de que Twitter es una herramienta divisoria. Los rumores sobre las infidelidades de su marido, sus comentarios machistas sobre otras mujeres, las acusaciones de haber pagado a prostitutas rusas para que orinaran en su cama y todas esas cosas… bueno, esos son detalles intrascendentes.
Hay cierta empatía generalizada con Melania. Su imagen de esposa encarcelada en su relación con un macho alfa atípico ha generado compasión. Siempre en la sombra y con sus gestos de desafío como su única arma de defensa: el desprecio visto en numerosas ocasiones hacia su marido, ese que llegó a decir: “Melania es una madre maravillosa, ella se encarga de nuestro hijo y yo pago los costes”.
Comprender a Melania como madre y esposa es natural, hacerlo como primera dama de Estados Unidos es más complicado. Según señaló en una reciente entrevista en Fox News, cuando el periodista le preguntó sobre qué es lo más difícil con lo que ha tenido que lidiar desde que llegó a la Casa Blanca, ella contestó:
“Con los oportunistas que usan mi nombre o el de mi familia para sacar partido, desde comediantes, periodistas… ellos están escribiendo la historia y no es correcta”. Esta afirmación completa otras declaraciones pasadas en las que pidió ser juzgada por lo que hace, no por la ropa que elige para sus pocas apariciones públicas. Desafortunadamente, su deseo no da para mucho, porque hacer, hacer… la verdad es que hace poco.
En plena pandemia y mientras EE.UU. vive el clima social más complicado en décadas debido al hartazgo con las injusticias hacia la población negra, el rol de Melania ha quedado minimizado a la nada. De esta manera, está traicionando a la figura de primera dama tradicional, más comprometida mediante acciones paralelas a las del presidente que históricamente han servido para dotar de más aristas la agenda de la Administración. ¿Qué podría estar haciendo ahora? Simplemente copiar, al igual que plagió el discurso de Michelle Obama en la Convención Republicana de 2016, lo que hicieron sus predecesoras en otras situaciones de calado.
Barbara Bush, casada con George H. W. Bush (máximo mandatario desde 1989 a 1993), fue querida en EE.UU. por no tener pelos en la lengua y opinar cuánto quiso. A la que fue la ‘abuela de América’ se le perdonaron muchas cosas, sencillamente porque se metió a buena parte del país en el bolsillo. Hay una imagen que así lo atestigua, ya que, aquella ocasión en 1989 en la que agarró en brazos a un bebé con VIH fue una bocanada de aire para las víctimas de un virus que marginó a buena parte de la sociedad. Eran tiempos en los que el SIDA se extendió a lo largo y ancho del país, situación que generó muchos miedos. Su manera de humanizar a los que lo padecían ayudó a eliminar muchos estigmas.
Su predecesora, Hillary Clinton, también fue una primera dama involucrada, a la que la esfera de lo personal acabó impactando más que sus intromisiones en asuntos de política internacional, pero si hay alguien que se dedicó a limpiar la mala imagen de su marido, esta fue Laura Bush. La esposa de George W. Bush (presidente desde 2001 a 2009) visitó a las víctimas del Huracán Katrina en Nueva Orleans un total de 26 veces para tranquilizar a la población afectada ante la pobre gestión del presidente. Su rol cobró sentido como una extensión amable y marcada por la empatía con la que intentó suavizar las críticas hacia la Administración. Lo consiguiera o no, al menos se mostró proactiva.
Quizás Michelle Obama haya sido la primera dama menos convencional y más implicada desde Claudia Taylor "Lady Bird" Johnson, la mujer del presidente Lyndon Johnson (en el cargo desde 1963 a 1969) quien se dedicó a hacer campaña en contra de la segregación racial de los años sesenta. Desde su llegada a Washington, Obama ha sido considerada como la revolucionaria de la Casa Blanca debido a su incomodidad con las restricciones protocolarias dentro del hogar presidencial. Percibida como un alma libre y progresiva, la primera dama hizo acto de presencia en un momento clave, ya que atendió sola al funeral de Hadiya Pendleton, una niña que falleció en 2015 por culpa de la violencia de las armas.
El momento histórico que le ha tocado vivir a Melania Trump es de un calado que merece más que algunos tuits urgiendo, tímidamente, al fin de la violencia. Sin apenas apariciones públicas recientes, no se ha presentado como el rostro conciliador de alguien que podría haber intentado limar asperezas o haber mostrado cierto interés por las víctimas de la violencia policial o de la pandemia que todavía afecta a EE.UU. Nunca quiso ser primera dama y cuando lo fue tan solo se ha dedicado a luchar contra el bullying, presentándose a sí misma como la persona que más abusos recibe en redes sociales del mundo.
Según la recién publicada biografía no autorizada de Melania, escrita por la periodista de The Washington Post y ganadora de un premio Pulitzer, Mary Jordan, la mujer de Trump es mucho más “influyente y calculadora” de lo que parece. Su figura de primera dama no es más que su pasarela particular, esa que sostenida sobre su propio ego y conveniencia, se alza por encima de las víctimas de la pandemia y del racismo, que pasan a ser elementos secundarios en su lista de prioridades. Su plataforma no sirve para amplificar la voz de los que más necesitan, sino para satisfacer su intereses personales.