Winston Churchill y la desconcertante cruzada contra las estatuas de personajes históricos racistas

Estatua de Winston Churchill. REUTERS/Toby Melville
Estatua de Winston Churchill. REUTERS/Toby Melville

Que los símbolos de personajes históricos que demostraron signos evidentes de racismo sean vandalizados y juzgados en la actualidad es un asunto que tiene enjundia. Son varios los episodios donde las estatuas se han convertido en el objetivo de aquellos que se manifiestan en diferentes ciudades del mundo a favor de la igualdad racial, y una de las que más llama la atención es la de Winston Churchill, exprimer ministro de Reino Unido desde 1940 a 1945 (durante la Segunda Guerra Mundial) y de nuevo desde 1951-1955.

Las concentraciones antirracistas en Londres dejaron una estampa en la que un amplio grupo de manifestantes escribieron bajo el grabado en el que se lee, ‘Churchill’, la frase, ‘fue un racista’. Para los presentes, su actitud contra la población india es una prueba irrefutable de su animadversión contra ellos, ya que cuando los indios comenzaron a palpar la libertad del Imperio Británico, un Churchill de marcado corte imperialista declaró que les “odiaba” porque eran “un pueblo bestial con una religión bestial”.

Su hostilidad fue más allá, ya que alentó las divisiones sectarias entre los hindúes y los musulmanes residentes en la India, lo que provocó una partición del país cuando finalmente obtuvo la independencia en 1947. El resultado dejó a millones de víctimas y desplazados, una cifra que se suma a los alrededor de tres millones que murieron de hambre en Bengala en 1943 como resultado de la mala gestión británica, la cual fue supervisada por el propio Churchill. Otro de los hechos históricos por los que una parte de la sociedad les juzga tuvo lugar en 1919, cuando afirmó estar por la labor de llevar a cabo una masacre contra las tribus rebeldes del norte de la India. “Estoy firmemente a favor de usar gas envenenado contra las tribus incivilizadas”. declaró en un memorándum secreto.

Winston Churchill en agosto de 1928, antes de ser primer ministro británico. (Getty Images)
Winston Churchill en agosto de 1928, antes de ser primer ministro británico. (Getty Images)

La contrapartida de aquellos que recuerdan su racismo exacerbado contra la ciudadanía india responden con un argumento de peso: el exprimer ministro británico ganó junto a los Aliados la guerra a Adolf Hitler, la figura más espeluznante de lo que significó el racismo y la supremacía aria en el siglo XX. Los defensores de Churchill se hacen una pregunta básica: ¿si Churchill fue racista, entonces qué fue Hitler?

Pasarán los años y las décadas, y ambas argumentaciones serán igual de válidas. La cuestión de fondo es si en pleno año 2020 viene al caso criminalizar a Churchill y vandalizar su estatua como consecuencia del asesinato de George Floyd y la causa antirracista que se extiende en forma de protestas por todo el mundo. Llegados a este punto, el debate se complica más todavía. ¿Conviene juzgar lo que un líder hizo en otros tiempos? ¿Es necesario ser críticos con el pasado para que no vuelvan a repetirse eventos vergonzosos? ¿En qué punto se traza la línea que separa al líder adorado que hizo cosas positivas para su país y al personaje que causó tantos fallecimientos en la India?

Algunas de las razones por la que se erigió una estatua en su honor tienen que ver con su heroicidad bélica y su habilidad parlamentaria, aptitudes que en el momento en se concretó el homenaje al exprimer ministro, eclipsaron sus taras como mandatario y ser humano. ¿Se puede separar al líder heroico del racista? ¿Es justo que aquellos ciudadanos indios residentes en Gran Bretaña o ingleses con ascendencia india, sensibles a las acciones que llevó a cabo Churchill en el pasado, tengan que verle esculpido en bronce como símbolo de las atrocidades contra su pueblo?

La estatua de Winston Churchill vandalizada. REUTERS/Dylan Martinez.
La estatua de Winston Churchill vandalizada. REUTERS/Dylan Martinez.

Reescribir la historia ya contada es un imposible y el mundo de hace 75 años no es el mismo que el actual. Cada contexto amerita una manera de actuar acorde con su tiempo, con la coyuntura y los intereses de cada quién y de su nación. Sin embargo, es más que legítimo juzgar hechos criminales o injusticias manchadas de sangre llevadas a cabo en nombre del Imperio. Dicho esto, resulta oportunista el que la estatua de Churchill haya sido vandalizada justo ahora. ¿Acaso su racismo no interesó hace unos meses? ¿Estamos frente a una tendencia, ante a una moda pasajera? No se trata de la primera vez que atacan el símbolo del exprimer ministro, que ya sufrió varios episodios que incluyeron heces o pintura roja como si tuviera las manos manchadas de sangre, pero nunca antes había sido el foco de unas protestas tan multitudinarias.

La estatua de Churchill no es la única que está sufriendo la ira de los manifestantes contra el racismo. Una efigie del comerciante de esclavos, Edward Colston, fue derribada este domingo en la ciudad británica de Bristol. Decenas de jóvenes la arrojaron al río y a raíz de ello, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, ordenó una revisión de las estatuas y de los nombres de las calles de la capital con el fin de reordenar esa memoria histórica y garantizar la diversidad. Poco después, el Gobierno de la capital de Inglaterra removió la estatua de otro responsable de la trata de esclavos, Robert Milligan, una decisión aplaudida por algunos y tildada de ventajista por otros.

La estatua de Edward Colston es lanzada al agua. Keir Gravil via REUTERS
La estatua de Edward Colston es lanzada al agua. Keir Gravil via REUTERS

En Amberes, Bélgica, el Gobierno ha decidido retirar la estatua del rey Leopoldo II (1835-1909), que fue atacada y pintada de rojo durante el fin de semana por asistentes a las protestas. Los actos vandálicos contra la escultura del antiguo monarca se han repetido a lo largo de los años debido a su implicación en la muerte de más de 10 millones de personas durante la era colonial en el Congo. El alcalde de Amberes ha confirmado que no reemplazarán la figura con ninguna otra.

La veda de esta cruzada contra los símbolos que homenajean a protagonistas del pasado está abierta, y aunque rechina que esta oleada de concienciación y sentencias populares suceda justo ahora y no durante las décadas que estas estatuas han estado levantadas, en muchos casos, nunca es tarde si la dicha es buena. Sin embargo, ¿cómo es posible que los Gobiernos que deciden derribarlas no actúen de corazón y lo hagan por satisfacer a una masa enfurecida? ¿Por qué no lo hicieron antes durante sus mandatos?

La justicia social y la igualdad se ha convertido, de repente, en la urgente prioridad de muchísimos Gobiernos, empresas e individuos. Ha hecho falta una muerte emblemática como la de George Floyd y multitudinarias concentraciones repartidas por el mundo para revisitar la historia de manera más o menos acertada; y en ocasiones, desconcertante.

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