“Solo fueron a matarlo y luego se marcharon”: Don Poncho y Leticia, una historia interrumpida por la violencia en Neza

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Unas horas antes de que lo asesinaran de varios disparos en la cabeza y el pecho, Alfonso Vallejo había tenido una de esas pesadillas muy vívidas que solía tener cuando cenaba tacos desoyendo las recomendaciones del médico que, a sus 60 años, le sugería una dieta más saludable por la diabetes y la hipertensión.  

–¡Ay, güera! Tuve un sueño muy extraño. Un sueño muy real: tú estabas buscando unos papeles para unos trámites, pero estabas muy nerviosa. Muy angustiada. 

Leticia, de 58 años, cuenta la anécdota siete meses después en el salón de su casa en Ciudad Nezahualcóyotl, una poblada urbe del Estado de México con algo más de un millón de habitantes, y uno de los municipios más violentos de la entidad

Ella, guapa, de pelo rubio, sonrisa amplia y trato afable, es la ‘güera’ a la que se refería su esposo Alfonso, más conocido en Neza como ‘don Poncho’, el dueño desde hacía 40 años de la taquería El Caporal.

Leticia, que viste durante la entrevista una blusa negra con bordados en dorado de flores y una enorme mariposa a la altura del abdomen, recuerda que a pesar del mal sueño los dos se habían despertado relajados y de buen humor aquella  mañana de invierno del 6 de enero de este 2024, el  día de Reyes Magos.

–Mi amor –le dijo con dulzura a su esposo–, vinieron los Reyes y te trajeron un regalo.

Poncho se la quedó mirando fijamente con esos ojos azules profundos que la cautivaron cuando en 1985 ella apenas tenía 15 años y se presentaba, como quien no quiere la cosa, a comer tacos en el puesto callejero donde él, de 18 años por aquel entonces, trabajaba con su padre como aprendiz. Ahí precisamente, entre tacos de lengua, se conocieron y se enamoraron por primera vez. Aunque por cuestiones del destino –y del padre de Leticia, que en ese lejano entonces no permitió el noviazgo porque ella era aún una adolescente–, no unirían sus caminos hasta muchos años después, cuando ella ya tenía 38 años y el 42. 

–¡Ah chingá, pues qué me trajeron! –exclamó entre extrañado y divertido Poncho. 

–¡Te trajeron a esta muñeca! –se carcajeó ella, que lo abrazó y lo besó. 

La mañana había empezado bien, aunque Leticia, que había insistido a Poncho para que le contara más del sueño –la pareja tenía la costumbre de contarse los sueños nada más despertar–, se había quedado inquieta y algo extrañada ante la reticencia de su esposo a darle más detalles de la pesadilla. 

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Poco después, la pareja se levantó y salió a desayunar unos tacos de guisado que estaban cerca de su casa, junto a una gasolinera en la colonia Valle de Aragón. Pero antes pasaron por el local de Poncho, ubicado a unas pocas cuadras del metro Impulsora. La noche previa, el taquero había decidido guardar el dinero de la caja en el negocio ante el temor de que por la festividad de Reyes lo pudieran asaltar de camino a casa, algo que también llamó la atención de Leticia, pues no sabía que su esposo tomara ese tipo de precauciones.

–Yo era la que le decía que me daba miedo, que la colonia (Impulsora) cada vez estaba más peligrosa. Pero él siempre me respondía: ‘no, mi amor, no hay que vivir con miedo. Si tú no te metes con ellos, ellos tampoco se meten contigo’. 

Leticia recuerda las palabras de su esposo rodeada de fotos: en uno de los retratos, que está enmarcado y apoyado en un caballete que está junto a ella, Poncho luce guapo –”yo siempre lo vi guapo”, dice Leticia, en cuyos ojos aún relampaguea el brillo de aquel enamoramiento juvenil– y muy joven, de unos treinta y pocos, delgado, con el pelo y el mostacho del bigote negro, y con una camisa naranja abierta en ‘uve’. En otra fotografía, mucho más reciente, se observa al taquero ya entrado en kilos y años, calvo, con el bigote lleno de canas, pero con los ojos azules igual de llamativos y una sonrisa franca abrazando por el hombro a Alfredo, uno de los hijos que Leticia tuvo en un matrimonio anterior, y que falleció poco después de esa foto en un accidente de tráfico. 

Poncho no tenía miedo. O, al menos, nunca le dijo que temiera algo en particular, retoma la plática Leticia tras observar en silencio los retratos. Esto, a pesar de que es de sobra conocido en la calles que la inmensa mayoría de los comercios y puestos de tacos en Neza, así como en muchas otras partes del inmenso Estado de México, en la vecina Ciudad de México, y también en buena parte del país, están obligados a pagar la ‘cuota’ al crimen organizado. Una situación que ha llevado a que Ciudad Neza esté en el top 7 de municipios con una mayor percepción de violencia e inseguridad, en el mismo grupo que Ecatepec, Toluca, Naucalpan, o Tlalnepantla, según datos del INEGI. 

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Las taquerías en Estado de México enfrentan inseguridad. Foto: Luis Madrid

 

Así que esa mañana, después del desayuno, la pareja regresó a casa y el taquero comenzó a preparar los ingredientes con los que daría de cenar a la nutrida clientela que había cultivado durante más de cuatro décadas de trabajo: checó que la calidad de la carne fuera la adecuada y que estuviera fresca –esa era una de sus obsesiones, asegura Leticia–, seleccionó las cebollas y los limones que cortaría llegando al local, y lavó con esmero el cilantro con los que aderezaba los tacos de lengua, maciza, suadero, tripa, longaniza, y los de cabeza, la especialidad de la casa y por los que don Poncho era muy conocido y respetado en la colonia. 

A eso de las cuatro de la tarde, el taquero se despidió de su hija, su nieta, y de Leticia –”yo siempre le daba su beso, lo acompañaba a su camioneta, y le decía que al rato lo alcanzaba para ayudarle con la caja”– y se fue a su negocio. 

–Vamos a trabajar bien bonito mi amor –recuerda Leticia que le dijo. 

Pero ya no le dio tiempo de alcanzarlo: 15 minutos después de la partida de Poncho, Josefina, la mesera que ayudaba en el local, le marcó al celular. 

Leticia contestó pero la llamada se cortó. La mujer pensó que tal vez su esposo, que en el último mes andaba “muy olvidadizo”, se había dejado el cilantro. Fue al lavadero de la cocina a checar, pero ahí no estaba el ramo. 

Qué raro, pensó. Le comentó a su hija lo de la llamada que se cortó, y en esas estaba cuando, de nueva cuenta, la mesera le volvió a marcar. 

–Lety, tienes que ser fuerte –le advirtió de sopetón una voz temblorosa. 

–¡Qué pasó! –gritó la mujer, que ya en ese instante sintió que algo muy adentro se había roto “como una taza que se estalla contra el suelo y se hace mil pedacitos”. 

–Tienes que ser muy fuerte –le volvió a decir Josefina, que ya había roto en llanto. 

Mataron a Poncho

 

***

Entre las 4 y las 4.15 de la tarde del sábado 6 de enero, a Poncho solo le había dado tiempo de subir la persiana metálica amarilla de su local y dejar el cilantro sobre una mesa. A esa hora, la avenida Valle de las Zapatas estaba a rebosar de coches, tráileres y muchas motos. 

Precisamente, una de esas motos fue captada por las cámaras del C4 que registraron a dos sujetos que se detuvieron frente a la taquería El Caporal, en cuya fachada reza el lema ‘La vida es como los tacos: ¡con todo!”. 

Uno de los sujetos, que vestía una sudadera negra con la capucha puesta y además una gorra, lentes de sol, y un cubrebocas, se bajó de la moto y se acercó al local. 

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A partir de este punto, los detalles se vuelven confusos porque el sujeto subió a la banqueta donde está la entrada de la taquería, la cual está cubierta por un techo que protege del sol y la lluvia, pero que también impide la visión de las cámaras.  

Medios locales narraron al día siguiente que, al parecer, en ese ‘punto ciego’ se produjo una corta pero muy intensa discusión entre el sujeto y don Poncho, quien se habría negado a pagar la ‘cuota’ al crimen organizado, el famoso ‘derecho de piso’. Entonces, el tipo sacó una pistola y le dio a quemarropa varios disparos en la cabeza y el torso. Luego, salió caminando como si nada y se subió a la moto con su acompañante. Las cámaras les perdieron la pista cuando circulaban por Ciudad Azteca, a unas seis estaciones de metro de distancia. 

Pero Leticia explica que otros testigos dieron otras versiones. Al parecer, Poncho había subido la persiana del local, y había decidido fumarse un cigarrillo en la puerta antes de comenzar la jornada. En esas, llegó la moto, se bajó el tipo, y sin mediar palabra, le disparó. Luego, subió a la moto y emprendió la huída. 

–Dicen que estaba fumando y que estaba de espaldas a la carretera. ¡Pero, Poncho nunca hacía eso! Pareciera como si le hubieran dicho: ‘mira, te sales a la banqueta, te pones así de espaldas, y esperas a que te maten’. Estuvo muy raro todo –comenta aún con un nudo en la garganta Leticia, que acaricia el anillo de matrimonio que aún luce en su dedo anular de la mano izquierda. 

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Foto: especial

Violencia en Neza y el Estado de México: cifras

Sin embargo, a pesar de la extrañeza de cuál pudo ser el motivo del asesinato, lo cierto es que el Estado de México, en general, y Ciudad Neza, en particular, son lugares muy violentos. 

Según datos oficiales del Sistema Nacional de Seguridad Pública, solo en Ciudad Neza se registraron en los últimos tres años un total de 337 asesinatos, un promedio de 112 al año; 841 denuncias por narcomenudeo, de las que 429 se registraron solo en 2023, año en el que se disparó la denuncia de este delito un 140% en comparación con 2021; y más de 700 denuncias por extorsión, un promedio de casi 240 al año (casi la mitad de las que registró toda la Ciudad de México en 2023). Y eso que este delito es uno de los que, a nivel nacional, más cifra negra acumula, debido a que la probabilidad de que la denuncia concluya con una detención y sentencia es bajísima (el nivel de impunidad es superior al 90%), mientras que el riesgo de sufrir represalias y atentados es altísimo. 

 

De hecho, los casos de taqueros y comerciantes asesinados por no pagar la ‘cuota’ ya son muy recurrentes en los titulares de la prensa. 

Por ejemplo, poco después del asesinato de don Poncho en enero de este año, un optometrista que tenía su local cruzando la calle de la taquería El Caporal también fue asesinado, al parecer también por no pagar la cuota. Unos meses antes, en noviembre de 2023, otro taquero que tenía su puesto ambulante en la alcaldía capitalina Álvaro Obregón también fue acribillado a tiros a plena luz y frente a sus clientes. En mayo de este año, otro taquero de 43 años que era dueño del local ‘El Abuelo’, ubicado en Chalco, Estado de México, fue asesinado por dos sujetos que abrieron fuego en su contra cuando atendía a su clientela. Mientras que el pasado 8 de julio de este año, sujetos aventaron un cóctel molotov a una tortillería del municipio mexiquense de Chimalhuacán, a la que prendieron fuego. 

Cuando se le plantean estos ejemplos y las cifras oficiales relativas a la extorsión y se le pregunta si no habría posibilidad de que, tal y como publicaron algunos medios locales, a don Poncho lo habrían asesinado por negarse a pagar la ‘cuota’, Leticia se queda pensativa y en silencio. 

Él nunca me comentó que estuviera siendo extorsionado –responde tras unos segundos de reflexión–. Pero también es posible que no lo haya hecho para protegerme, porque él era muy protector conmigo. 

A continuación, Leticia se queda mirando sus manos entrelazadas.

–Todos los que tenemos un comercio o un negocio estamos expuestos a este tipo de delincuencia organizada. Así que… sí es posible (que haya sido por extorsión). ¿Porque, qué otra cosa podría ser? –se cuestiona la mujer, que encoge los hombros–. A Poncho no le robaron nada del local ni lo asaltaron, ni se llevaron nada. Solo fueron a matarlo y luego se marcharon

***

Tras la llamada de la mesera Josefina, Leticia dice que recuerda todo a cámara lenta, como si estuviera inmersa en una de las pesadillas que tenía su esposo. 

Apenas tenía unos pocos años de digerir con la ayuda de la Tanatología la repentina y dolorosa muerte de su hijo en un accidente de tráfico, cuando la vida volvió a golpearla sin piedad arrebatándole a su gran amor juvenil con el que, después de la prohibición de su padre de entablar una relación a sus 15 años, y luego de haberse casado en primeras nupcias, tener hijos, y divorciarse, volvió a encontrarse por esas cosas del destino más de 20 años después en una taquería, esta vez la propia ya de Poncho.

–Un día mi hermana me dijo: ‘¿te acuerdas de tu novio Poncho?’ Ya tiene su taquería aquí, en la Impulsora, vamos a que lo veas’. Yo le dije que no, que porque él me conoció con 15 años, cuando era muy bonita, y pues que ya tenía 38 años. Pero ella me insistió y fuimos a verlo. 

Leticia cuenta el reencuentro con una sonrisa permanente en los labios. 

–En aquel entonces yo trabajaba en un call center, pero ya le había dicho a Poncho que me quería ir a vivir a Estados Unidos con mi familia, porque acá el trabajo y todo está muy difícil. Pero él me dijo: ‘no te vayas, quédate conmigo’. 

Esa vez el destino jugó a favor. En un cumpleaños de Leticia, Poncho le regaló una flor acompañada del acta de divorcio de su segundo matrimonio, y poco después se casaron. Estuvieron juntos los siguientes 18 años, hasta que la fatídica tarde del 6 de enero de 2024 el destino volvió a separarlos. 

–Llegué corriendo a la taquería, pero estaba todo precintado y no me dejaban pasar. Grité que quería verlo, que quería acompañarlo en su último momento, y al final me dejaron entrar. Yo estaba muy mal. Gritaba a los que estaban ahí con él que por qué no lo cuidaron, por qué no hicieron nada. 

Leticia hace una pausa para tomar aire. 

Cuando logró entrar a la zona acordonada, y tras desoír a la mesera para que no viera el cadáver baleado de Poncho, Leticia corrió hacia él y se sentó a su lado. Ahí, juntos por última vez, le dio un abrazo con todas sus fuerzas, el último. Y con la misma dulzura con la que horas antes, cuando despertaron en la mañana, le había dicho de broma que los Reyes Magos le habían traído de regalo “una muñeca”, Leticia le susurró al oído: 

–Mi amor, sigue tu luz. 

Posdata: que los perdone Dios, pero que paguen en la Tierra

Horas después del asesinato, clientes, amigos y conocidos organizaron de manera espontánea un homejaje a Poncho en su taquería El Caporal, el lugar y el oficio al que se había entregado en cuerpo y alma durante más de 40 años de su vida. 

Pero Leticia, muy afectada emocionalmente –los siguientes dos meses se los pasó en cama, inmersa en la “oscuridad” de una depresión profunda–, no pudo asistir. Porque estaba afectada, y porque la pesadilla muy vívida que Poncho había tenido la noche anterior a su asesinato se había cumplido: Leticia se vio a sí misma buscando muy nerviosa, como lo había dicho Poncho, los documentos para hacer los trámites en el Ministerio Público para el levantamiento del cadáver. 

Ahora ya pasaron siete meses, y ella, con la ayuda de nuevo de la Tanatología, la meditación y el Yoga, está tratando de encontrar su luz para continuar con su vida.

–Los asesinos ya pagarán lo que tengan que pagar cuando lleguen ante ‘Papá Dios’ –dice mirando de reojo el retrato de Poncho colocado sobre un caballete–. Pero también quiero que les caiga el peso de la Justicia aquí abajo, en la Tierra. Quiero que paguen, los encierren para que el resto de su vida reflexionen sobre el daño que han hecho, y para que ya no sigan matando a más gente. 

Por el momento, Leticia dice que confía en las autoridades del Estado de México: uno de los agresores ya fue detenido, y aunque “se ha mantenido muy hermético” sobre cuál o cuáles fueron los motivos del homicidio, confía en que se hará justicia y que eso le permitirá tener un poco de la paz interior que necesita para sanar y transformar la tristeza, el dolor y el miedo, en luz. 

–Estoy trabajando mucho en el perdón para este asesino, porque llevar el odio dentro de mí no es bueno para mi corazón ni para mi mente. 

Leticia hace una pausa y esboza una sonrisa fatigada que le relaja algo las facciones que repentinamente se tornaron duras.

–Ya no quiero más oscuridad en mi vida, solo luz y paz –dice la mujer, que concluye mirando de reojo el retrato de su esposo–. Prefiero agarrarme de todo lo bonito que Poncho y yo vivimos juntos.