Luces naranjas para Massa: de la rendición retórica a la claudicación fáctica

Sergio Massa
Sergio Massa - Créditos: @Alfredo Sábat

Cada expresión de respaldo político de Cristina Kirchner a Sergio Massa preanuncia una factura que el ministro de Economía estará a obligado a pagar y que condiciona tanto su gestión como su futuro político. Más que un respaldo, las palabras de la vicepresidenta se parecen a un collar de ahorque.

Así, en el tablero de control del Palacio de Hacienda algunas luces empiezan a pasar del amarillo al naranja. Y tienden a oscurecerse. Al menos un par de funcionarios del ministerio hicieron sonar alertas en los últimos días y se lo advirtieron a Massa de manera reservada, reforzando lo que había dicho de forma más cuidadosa en el Senado el viceministro Gabriel Rubinstein en su defensa del proyecto de Presupuesto.

El ajuste silencioso que el ministro venía haciendo desde su llegada, mientras concedía al cristicamporismo algunas rendiciones retóricas, empieza a ser revertido, para convertirse en un principio de claudicación.

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La falta de resultados en la guerra contra la inflación, por la que tanto reclama la vicepresidenta por su costo político, lo expone a Massa a compensar con gastos para bajar la tensión social. Concesiones destinadas antes que nada a calmar la ansiedad de Cristina Kirchner y La Cámpora . El efecto acelerador sobre los precios de esas concesiones lleva a la economista Marina Dal Pogetto a advertir sobre el riesgo de estar “coqueteando con la hiperinflación”, que el propio Rubinstein admitió en el Senado. Al final, la palabra maldita llegó. El umbral de lo indecible empieza a correrse.

La reducción de planes sociales que se neutraliza con la asignación de partidas equivalentes o superiores en monto para las cooperativas que manejan los movimientos sociales es un ejemplo cabal de la riesgosa prestidigitación massista. Operaciones de suma cero (en el mejor de los casos), que se cuentan y se contabilizan de manera diferente, según quien las relate y a quien se las digan.

“Solo la miopía o la urgencia política pueden explicar el inflador que se les está poniendo a los gastos”, admiten debajo de Massa. El bono de fin de año al que Alberto Fernández, en soledad y en extrema debilidad, aún se resiste a ponerle su firma así como el Fondo para la Indigencia son mucho más que goteras por las que se filtrarán los recursos ya contabilizados.

El cumplimiento del celebrado acuerdo con el FMI, que mantienen en pie la creatividad contable de Economía y la benevolencia con la que el organismo la acepta, ahora corre riesgos. La meta de déficit comprometida es una de las naranjas que tiene en el aire Massa. Y para lograrlo ya advierten en su entorno que no se lograría fácilmente: “La subejecución de gastos (incluida la postergación de pagos), de acá a fin de año, no aguanta, porque debería ser cero o menos”. La palabra ajuste está prohibida por el cristicamporismo que sostiene a Massa,

El maquillaje no borra las cicatrices y en el board del Fondo empiezan a escucharse voces más críticas respecto de la condescendencia de Kristalina Georgieva para con la Argentina. El resultado adverso que se espera para la administración demócrata en las elecciones de medio término de Estados Unidos, por celebrarse mañana, podría agregar nuevas incomodidades.

Pero la preocupación no tiene que ver solo con los gastos ya casi asignados y las actuales manipulaciones contables (en todo sentido) sino con las perspectivas que se avizoran. Los ingresos para el fisco tienen un horizonte complicado.

Sequía total

A la probabilidad cierta de un enfriamiento de la economía, que muchos advierten, se suman los ingresos que no llegarán . El adelanto de las exportaciones que se logró con el dólar soja fue eso, un anticipo, que podría obligar a un relanzamiento. Ya demostró que reportó beneficios en reservas y en la percepción impositiva, pero también tuvo un costo enorme, traducido en una emisión neta de unos 300.000 millones de pesos. Nada es gratis dentro del sistema económico, aunque el kirchnerismo siga creyendo que se puede gestionar de forma antisistémica.

“Los ingresos de octubre se enmascararon por el aumento de derechos de exportación que dejó el mes anterior, gracias al dólar soja, por casi unos $250.000 millones, por lo que es casi seguro que habrá que ofrecer de nuevo un dólar diferencial para que se vuelvan a liquidar granos e ingresen divisas y pesos por derechos de exportación”, reconocen funcionarios que miran como las luces del tablero de Economía van mutando en la paleta cromática hacia el casillero del bermellón.

Para peor, ahora el impacto de una histórica sequía está haciendo desastres en la producción agropecuaria y sobre todo en la cosecha de trigo, que tocará pisos récords. Menos ingresos por derechos de exportación, pero también menos liquidación de granos existentes y, en consecuencia, menos dólares, que ya escasean hasta impedir la producción de numerosos bienes. Al puente que suele ofrecer la cosecha fina para cruzar el verano y llegar hasta la gran cosecha gruesa ya le queda una sola mano transitable. La presión sobre el dólar volvería a ser fuerte. Y mejor no hablar del precio de la harina.

Los pronósticos de aumentos de los alimentos y otros bienes por encima de los ya desorbitados niveles de los últimos meses no solo ponen en duda el optimista cálculo presupuestario de inflación para 2023 destinado a disponer de recursos nominales extras, sino, sobre todo, las promesas de un sendero descendente que el ministro les hizo a los senadores frentetodistas, y fundamentalmente cristinistas hace pocos días durante una comida que ofreció en el Palacio de Hacienda. El costo de ese asado podría resultar ridículo muy pronto. La liquidación de cabezas de ganado que se está registrando también a causa de la sequía anticipa baja de oferta y precios en alza, aun cuando la demanda y los valores internacionales sigan deteriorándose. Es la economía. No hace falta adjetivar nada.

El inquietante escenario no es una remake de Apocalipse now, ni se está cerca de esa situación (aún), pero Massa podría repetir en cualquier momento una de las frases memorables del coronel Kurtz (Marlon Brando): “He visto un caracol; se deslizaba por el filo de una navaja, ese es mi sueño, más bien mi pesadilla, arrastrarme, deslizarme por el filo de una navaja de afeitar, y sobrevivir”.

En la evaluación de riesgo coinciden tanto dos altos funcionarios del Palacio de Hacienda como los ministeriables de Juntos por el Cambio y hasta un profesional cercano a la Casa Rosada, entre muchos otros.

El casi medio centenar de cotizaciones de dólar, casi uno por actividad, no solo enmascara una devaluación que tiende a generalizarse sino que también impacta sobre los precios de infinitos bienes. Nadie fija valores mirando la cotización del Mercado Único Libre de Cambio, uno de los más acabados eufemismos burocráticos. Ese dólar no es ni único, ni libre, ni sirve ya para casi ningún intercambio. Los fabricantes están ante la disyuntiva de no importar insumos o de importarlos con el dólar MEP, por lo que los precios tienen de referencia el blue.

Massa, el calculista

Nada que Massa no sepa, pero las presiones, que disfraza el apoyo del sector con mayor poder dentro del oficialismo, más su ambición política y su autoconfianza sin límites, combinada con una tendencia congénita al riesgo, impiden una reacción contundente. “Es un jugador en el que se reúne el cálculo económico, la consideración constante del poder real y la necesidad de posicionamiento político-electoral”, dicen en su cercanía, con tanta admiración como preocupación por esas dotes de malabarista. Un malabarista al frente de una máquina de extrema sensibilidad.

La definitiva fractura que oficializaron en el fin de semana los Kirchner madre e hijo con el Presidente que ellos fabricaron lo deja a Massa aún más expuesto y a merced de ellos, que conservan un poder real (aunque decreciente) del que carece el poder formal de Fernández. Y el ala dominante tiene narrativas, símbolos y creencias que para preservarlas necesita recursos contantes y sonantes. Lo explicitó el canto al populismo que el viernes hizo Cristina, en su rol de garante de “la recuperación de la alegría del pública”. La utopía retrospectiva como horizonte no admite ajustes en el presente.

Más aún después de que en ese mismo acto la vicepresidenta confirmó que va a jugar en el escenario electoral 2023 ya sea como árbitro absoluto, como electora única o como candidata del oficialismo (da casi igual). También luego de que Máximo Kirchner (des)calificara al Presidente como un “turista” del poder. Nada más pasajero que el estadío turístico. La pretensión presidencial de excomulgar de la iglesia peronista al primogénito no resiste ningún análisis probabilístico. Solo está destinada a convertirse en una nueva resignación de Fernández.

Si la mayoritaria demanda de un plan de estabilización se tornaba de cumplimiento improbable por las divergencias al respecto dentro del oficialismo ahora ya alcanza el umbral de lo imposible.

Como señala un economista de la oposición, las restricciones para el Gobierno son mayúsculas: “El ‘plan platita’ para la elección de 2021 llevó la inflación del 50 al 100 por ciento, por lo que otro ‘plan platita’ como pretende el kirchnerismo para 2023 puede provocar una explosión incontrolable”. Y no es el único frente que tiene complicado el Gobierno para lograrlo.

El financiamiento, con emisión limitada, se torna cada vez dificultoso. La mitad del billón de pesos que debe renovar en cada vencimiento depende del sector privado, que cada vez tiene interés por menos monto y cobra más caro, mientras que la otra mitad está en manos del sector público, que sostenemos todos los argentinos, especialmente los jubilados y los contribuyentes. Maquillajes caros.

Así es como crece la preocupación en el seno del Gobierno a la irrupción de episodios muy disruptivos en el plano fiscal. “Si la caja depende de las licitaciones para la renovación del crédito, un menor respaldo te puede sacar del camino”, admite una fuente del Ministerio de Economía que tiene al tanto casi a diario a Massa de este riesgo.

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En este contexto, no bastan ya las resignaciones retóricas de Massa, ahora se impone una claudicación fáctica . Un precursor para acelerar la incertidumbre en el ingreso del año electoral.

Los agoreros ven así un futuro distópico para el ministro. Si no puede parar las subas de precios, “Massa no va a ser el ministro de la inflación al 200 por ciento. Antes preferirá quedar como el que evitó la caída del avión y ver la película desde otro lado”. Quienes auguran ese escenario dicen que haberle escuchado decir cuando asumió que se miraba, como objetivo de mínima, en el espejo de Hernán Lacunza, el último ministro de Mauricio Macri. El que llevó el barco escorado al puerto. Algunos no descartan que ese sea un difícil objetivo de máxima. O de Máximo. ¿La hora de la claudicación?