El Lollapalooza de la longevidad mundial atrae a los buscadores de serenidad
El fin de semana entre Halloween y el día de las elecciones, más de 2000 personas se reunieron en las amplias y oscuras salas de reuniones del Centro de Convenciones del Condado de Palm Beach, en Florida, para aprender y enseñar a mejorar la salud propia. Volaron desde Boston y Vancouver, Dallas y Nueva York, Boulder y la zona de la bahía. Algunos trajeron a sus madres. Unos pocos, a sus perros. Usaban amuletos y anillos Oura, vestían pantalones elásticos o vestidos largos y vaporosos que evocaban a las fiestas en la playa y el verano. Yo también estaba allí, curiosa por saber por qué la salud y el bienestar estaban, en estos últimos meses de 2024, recibiendo de repente el mismo tratamiento que festivales musicales como Lollapalooza.
Durante tres días, en varios escenarios, hubo profesores de meditación y yoga, entrenadores físicos de celebridades, nutricionistas, científicos y músicos. Pero el verdadero atractivo de esta primera conferencia —llamada Eudemonia por la palabra griega que significa “bienestar”— fue la oportunidad que tuvieron fanáticos y seguidores de ver en persona a los megainfluentes que han sido sus guías de salud parasociales.
La mezcla de lo que los productores llamaron “talento” reflejó los extraños compañeros del amplio mundo del bienestar. Gurús que llegaron por sí mismos adonde están compartían escenario con profesores universitarios, y la línea entre vendedor y erudito no podía distinguirse. Adriene Mishler, quien llevó consuelo a millones de hogares durante la cuarentena con su canal de YouTube, Yoga con Adriene, estaba impartiendo una clase. Andrew Huberman, el neurocientífico con un pódcast de superación personal, estaba dando una conferencia. El meditador Dan Harris impartió una sesión sobre la ansiedad y Siddhartha Mukherjee, médico y ganador del Premio Pulitzer, habló de la aplicación de la inteligencia artificial a posibles tratamientos contra el cáncer.
También estuvieron presentes los artistas de la longevidad (y veteranos del mundo de la tecnología y las finanzas) Bryan Johnson y Dave Asprey. Johnson estaba promocionando su mantra de estilo de vida, “No te mueras”, junto con una aplicación y una línea de suplementos; Asprey, quien ha declarado su intención de vivir hasta los 180 años, hizo saltar las alarmas sobre la “iluminación basura”, las sustancias químicas de los productos para el cuidado de la piel y las toxinas de los plásticos. (Una noche, en la cena, mientras usaba gafas con filtro de luz azul, rechazó la comida, colocando en su lugar una bolsa de plástico repleta de pastillas de suplementos en el plato vacío).
Los asistentes estaban unidos por la creencia de que el sistema sanitario convencional había fracasado en gran medida a la hora de curar a los enfermos, y que haciendo caso a los maestros en sus teléfonos harían un mejor trabajo curándose a sí mismos. Cada asistente seguía una rutina de bienestar distinta; algunos se centraban en los fundamentos de la nutrición, el sueño y el ejercicio, mientras que otros se adentraban en un universo de terapias y medicamentos no probados que ofrecían promesas de una vida más larga, erecciones nocturnas más frecuentes, motivación optimizada, mejora de la elasticidad de la piel y aceleración del metabolismo. Más de dos tercios de las personas que acudieron al evento pagaron 1500 dólares por una acreditación de tres días, precio que no incluía el boleto de avión ni el alojamiento.
“¡Estoy envejeciendo a la inversa!”, me dijo alegremente Denise Stooksberry cuando me la encontré en la fiesta de togas que inauguró el encuentro durante la noche de Halloween. Me presentó a su marido, Steve, que parecía relajado con su toga dorada y su corona de bronce con motivos de hojas. Hace dos años, ella consultó a un cirujano plástico de Dallas sobre una liposucción para quitarse los más de 15 kilos que había ganado durante la menopausia. Pero el médico la envió a casa con la sugerencia de que siguiera el régimen de ayuno intermitente prescrito por el médico e influente de la salud Jason Fung. Si en seis meses no había perdido peso, la operaría.
Fung condujo a Denise por un camino de Instagram hasta unos 275 influentes y médicos. Entre ellos se encontraban Mark Hyman, médico que recomienda análisis de sangre exhaustivos para identificar deficiencias ocultas (y cuya empresa Function fue una de las principales patrocinadoras de la conferencia), y Gabrielle Lyon, médica defensora de la salud muscular (ambos fueron conferencistas en Eudemonia). Denise es “una gran fan” de Hyman, dijo, y lanzó una burlona advertencia a su marido. Si Hyman “rompe alguna vez con su mujer, le diré: ‘Cariño. Te amo. Pero’”.
Tiró toda la comida procesada de su casa, dejó de beber casi por completo y empezó a comer alimentos integrales y muchas proteínas. Empezó a monitorear su sueño. Animó a Steve a deshacerse de los edulcorantes artificiales que tanto le gustaban, y aunque hacía tiempo que habían establecido su matrimonio como una zona libre de juicios, ella se alegró cuando él lo hizo. Ambos empezaron a ir al gimnasio. Ella se hizo el análisis de sangre anunciado en el pódcast de Hyman, que estableció que su “edad biológica” era de 43 años. Tiene 59. Finalmente, despidió a su médico de cabecera y contrató a un médico de medicina funcional, quien pasaría tiempo con ella intentando prevenir enfermedades mediante la nutrición y otras intervenciones en el estilo de vida.
Denise y Steve mantienen una charla bromista, alegre y cariñosa, y han convertido sus mediciones de salud en una competición amistosa, que ella siempre gana. Steve sigue bebiendo alcohol y, para horror de su mujer, hace poco compró raviolis. Para el Día del Padre, Denise le compró a su marido uno de los análisis de sangre de Hyman. Tiene 57 años cronológicos, 54 biológicos.
Hace poco, Denise tomó la decisión de empezar a vivir como si en realidad tuviera 43 años, y eso le ha dado una sensación de esperanza y control en un momento —en su vida, en el mundo— de agitación. Mencionó la guerra, las elecciones, las epidemias de ansiedad y depresión entre los jóvenes, pero también su propio envejecimiento. Solía pensar que se jubilaría a los 70 y tendría 10 años para disfrutar de su vida, y “eso sería todo”. Eso le daba “una especie de sensación de desesperanza”. Pero ahora que de verdad cree que puede estar vital y sana hasta los 100 años, su perspectiva ha cambiado.
Hace dos años, los Stooksberry vendieron su casa de Fort Worth y compraron un departamento en un piso alto en el centro de Dallas. Contemplan juntos el amanecer mientras toman un café y han estado pensando en vivir algunos meses en Portugal, por ejemplo, o en Tailandia.
“A veces me siento como en una secta”, bromeó Denise.
Al día siguiente, Steve reflexionaba sobre eso, sobre el modo en que sus rituales y creencias sobre la salud pueden parecerse a una religión. “Hay ciencia que las respaldan, pero también hay fe”, dijo.
‘Todo lo que pedía tu cuerpo’
Eudemonia es la última iteración de una empresa de un grupo de amigos que en 2009 empezaron a producir eventos llamados Wanderlust. Eran fiestas de yoga y meditación con música en vivo y un ambiente de rave, que solían celebrarse en parques y estaciones de esquí; “menos serias”, dijo Tony Li, de 51 años, un devoto de Wanderlust desde hace mucho tiempo que asistió a Eudemonia. Pero después de que Sean Hoess, el director ejecutivo, vendió la marca Wanderlust en 2022, reanudó las conversaciones con la organización de mercadeo que representa al condado de Palm Beach, que ha estado promocionándose activamente como destino de bienestar.
Según la empresa consultora McKinsey, el mercado del bienestar en Estados Unidos ha crecido hasta alcanzar los 480.000 millones de dólares en 2024, un mercado gigantesco que está aumentando, según estimaciones de la empresa, entre un 5 y un 10 por ciento al año. Incluso antes de la pandemia de covid, la frustración de los pacientes con el sistema médico-sanitario ya estaba en un punto de ebullición: los largos tiempos de espera, las visitas cada vez más cortas a los médicos y las prácticas de facturación y seguros inescrutables impulsaron a la gente a salir de las salas de espera de los médicos y entrar a internet.
Y en cierto sentido, la pandemia estimuló el apetito de la gente por el bienestar. Cuando el enfoque gubernamental de la cuarentena y las vacunas se convirtió en una línea de fractura política, en la que algunos estadounidenses se rebelaron contra las restricciones federales y estatales y otros las declararon insuficientes, el mundo del bienestar pareció llenar el vacío. Calmó las ansiedades permitiendo a los consumidores de salud personal ocuparse de su forma física, dieta, sueño y salud mental en el aislamiento.
Recibí una bolsa de regalos junto con mi pase de prensa en Eudemonia (The New York Times pagó la tarifa completa), y encontré en ella un tesoro de suplementos y polvos que prometían una “digestión optimizada”, “aminoácidos esenciales” y “todo lo que pedía tu cuerpo” (parecían muchas expectativas). Los envases eran elegantes y refinados, en azules profundos, grises y verdes, con tipos de letras que evocaban aparatos tecnológicos de alta gama. Y al igual que los productos de belleza caros, los frascos y los sobres insinuaban algo precioso en su interior, algo raro que, en ausencia de preocupación gubernamental o médica, podría sustituir a los cuidados. Los productos de mi bolsa costaban entre 50 y 70 dólares para un mes.
A menudo, los productos para el bienestar y los influentes seducen a los consumidores con afirmaciones sobre la ciencia que hay detrás de lo que ofrecen. Pero, como observó Dariush Mozaffarian, cardiólogo y director del Food Is Medicine Institute de la Universidad de Tufts, estas afirmaciones pueden ser contradictorias. Como panelista en Eudemonia, oyó a personas influyentes en la industria del bienestar que defendían sus productos e intervenciones como probadas por la ciencia, al tiempo que rechazaban las conclusiones de los científicos, médicos y los estudios científicos, como si “ser experto fuera algo malo”, me dijo Mozaffarian.
Yo misma lo presencié. En una mesa redonda de Eudemonia sobre biohacking, Asprey tachó “toda la ciencia” de “narrativa de tonterías” (“Me van a citar mal”, empezó, a la defensiva), mientras que su colega Christian Drapeau, que fabrica una píldora de base vegetal que supuestamente promueve el crecimiento de células madre, dijo a los asistentes que lo que sentían en sus cuerpos era mejor barómetro de la salud que los estudios a gran escala.
Hoess prometió que el panel sobre los agonistas del GLP-1, una clase de fármacos que incluye el Ozempic, sería “picante”, y así fue. Él fue el moderador, y Mozaffarian, el único médico presente, fue elegido representante de la idea de que el Ozempic podría ser necesario a veces, junto con modificaciones del estilo de vida, para tratar a las personas con obesidad grave. Su principal oponente fue Calley Means, empresario y representante en eventos de Robert F. Kennedy Jr. que tiene una empresa que vende suplementos y pretende que puedan reembolsarse a través de las cuentas de ahorro para la salud de las empresas.
La cuestión era si las mejoras en el estilo de vida podrían atajar razonablemente la epidemia de obesidad estadounidense. Un universo de estudios demuestra que las dietas no funcionan para ayudar a mantener la pérdida de peso, dijo un panelista. Al oír esto, Means arremetió, gritando su opinión sobre los prejuicios de los investigadores que consideran a los estadounidenses “demasiado perezosos para no envenenarnos a nosotros mismos” con alimentos dañinos y adictivos. Durante todo el panel, Means gritó e interrumpió, hasta que Hoess intervino. “Así que soy el moderador”, dijo, mientras el público se reía. “No he tenido ocasión de decir nada”, dijo finalmente Mozaffarian cuando levantó el micrófono, antes de intentar dilucidar su punto de vista.
En una conversación aparte, Mozaffarian me dijo que pensaba que el panel había salido bien. “Creo que la presentación extrema es menos eficaz”, dijo. Pero también advirtió sobre el peligro de una desconfianza generalizada en el método científico y en la pericia de los científicos. La parcialidad y los conflictos de intereses éticos existen en la ciencia como en todas partes, admitió, y “nadie conoce la verdad con V mayúscula, la verdadera verdad biológica de algo: todos estamos intentando estimarla”.
El escepticismo respecto a las fuentes de información es saludable, pero la indiferencia total hacia los descubrimientos científicos no lo es, y “confía en tu cuerpo” es insuficiente como única medida para tomar decisiones significativas sobre la salud, me dijo Mozaffarian. Qué pasaría si la gente dijera: “Confía en tu cuerpo por cómo te sientes llevando el cinturón de seguridad, o por cómo te sientes llevando protección solar”, preguntó. “O confía en tu cuerpo sobre cómo te sientes cuando fumas o bebes alcohol. No son recomendaciones eficaces”.
Éxtasis, exorcismo, conexión
Por accidente, conocí a Siggi Clavien en el vestíbulo del hotel del centro de convenciones. Acababa de llegar de Londres para promocionar su invento, De-liver-ance, un elixir de hierbas que “sabe a mezquite y menta y miel y hierbas” y, según afirma, invierte la enfermedad del hígado graso y aumenta la concentración mental. Clavien es un hombre corpulento que usa gafas de aviador amarillas y anillos en cada dedo. Se había reunido con Amy Stanton, publicista de Eudemonia, para tratar de entablar una relación de trabajo. Me senté y Clavien me lanzó su discurso, ofreciéndome primero un escaneo gratuito del hígado —que rechacé— y luego soltando los nombres de los ricos y famosos que utilizan su producto.
“¿Has oído hablar de un caballero llamado Arki Busson?”, preguntó, refiriéndose al financiero francés y antigua pareja de Elle Macpherson y Uma Thurman. “Muy famoso, como un playboy de los fondos de cobertura”, dijo. “Curó su enfermedad de hígado graso. En tres meses”. Y continuó: “Mucha gente que lo conoce lo toma ahora. Es increíble”. (Al contactarlo por teléfono, Busson confirmó el informe de Clavien. El tónico ha sido “transformador”, dijo).
Las ampollas también funcionan como cura para la resaca, continuó Clavien. “Anoche volé en Virgin y me dejé llevar un poco en la primera clase, así que me tomé varias durante el vuelo”, dijo. “Estaba bien cuando aterricé, llegué a la aduana, totalmente sobrio, llevé a mi anfitrión a cenar, nos bebimos una encantadora botella de vino tinto y todos nos tomamos una antes de acostarnos. Perfecto”. Cuando vi a Clavien al día siguiente en la sala de exposiciones, un bullicioso mercado donde todas las marcas patrocinadoras de la convención exponían sus productos —terapias de luz, paneles vibratorios para el suelo, productos para el cuidado de la piel, bebidas con cannabis, vehículos eléctricos todoterreno eléctricos—, me saludó con afecto.
Eva Krchova, de 35 años, también estaba trabajando en la exposición y luchando con la parte de su industria que ella llamaba “aceite de serpiente”. Excorredora de obstáculos de élite de la República Checa, que ahora vive en Boulder, Colorado, dijo que creía en los eventos inmersivos en vivo y en las terapias de luz que promovía y que le encantaba la comunidad del bienestar, pero que no quería ser una de las que se aprovechaban de las personas vulnerables. Dijo que veía el atractivo de las afirmaciones sobre la vida eterna, que son tan antiguas como la propia religión. Pero “la gente gasta mucho dinero en esta industria”, dijo. “Porque tienen mucho bombo. Y es un negocio. Y es mercadeo”.
Pero si el bienestar es una nueva religión, el aceite de serpiente formará inevitablemente parte de ella, y Robin Carhart-Harris cree que así es. Carhart-Harris, neurobiólogo de la Universidad de California en San Francisco, estuvo en Eudemonia para hablar de su investigación sobre los psicodélicos, y lo vi hablar en un panel con músicos (también consumidores habituales de alucinógenos) sobre los vínculos entre las experiencias psicodélicas y la creatividad. “La religión está desapareciendo y dejando un vacío”, dijo, y cuando habló de los sujetos de estudio bajo los efectos de la psilocibina y la MDMA utilizó palabras comúnmente empleadas para describir las experiencias religiosas: “éxtasis”, “exorcismo”, “conexión”.
En una conversación posterior, Carhart-Harris habló de la “angustia psicológica generalizada en Occidente” y de la posibilidad de que el consumo de psicodélicos específicamente, pero también de otras ofertas de bienestar, pudiera reflejar la búsqueda humana de los aspectos “especiales, divinos, extra, trascendentes” de la existencia. Los humanos necesitan este tipo de conexión y, al buscarla, siempre se han encontrado con gurús o mesías que prometen ofrecer sanación o milagros mediante lo que él denominó “medicina, o medicina sagrada”. Carhart-Harris, científico, escéptico y ateo reacio, traza una línea divisoria entre buscar experiencias espirituales y creer en lo sobrenatural.
Azeezah Goodwin, quien tiene 34 años, no quiere vivir eternamente. Cuando trabajaba como abogada en Debevoise & Plimpton de Nueva York, se sentía, dijo, “como si estuviera en esta moderna cinta de correr de los yuppies”. Iba a entrenar a Barry’s Bootcamp y a Tracy Anderson porque le parecía que era lo correcto, y leía The Economist, The Wall Street Journal y, “sin ánimo de ofender, The New York Times” para poder charlar de manera inteligente sobre las noticias del día cuando se encontrara con el socio sénior en la oficina. Los fines de semana hacía lo que ella llama “el circuito del brunch”: “Iba a emborracharme en el brunch y, sí, hacerlo otra vez”. “Me sentía tan miserable”, dijo.
Así que, durante la pandemia, se trasladó a Miami, una ciudad que ya amaba, con la intención de darle prioridad a la conexión humana. Había venido a Eudemonia para hacer lo que ella define como hacer contactos “guiados por el corazón”: no buscar a la persona más poderosa de la sala, sino ver quién parecía ser genial. Ha dejado la abogacía y está escribiendo un Substack y creando un boletín local de bienestar en Miami. Se está capacitando para ser instructora de pilates y pasa tiempo al aire libre. Lee menos noticias, un placer sorprendente para ella.
“Es agradable estar un poco más centrada en cosas más sencillas”, dijo. Por la noche, sobre todo si está con otras personas, se toma un cóctel. O un postre. El objetivo de una buena vida no es a cuántos años llegas, me dijo. “Creo que esto es muy cursi, pero es algo así como Rent. ¿Cómo se mide una vida? Y, en verdad, se trata del amor”.
Lisa Miller es una reportera del Times y escribe sobre la lucha personal y cultural por la buena salud. Más de Lisa Miller
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