Llévense a mi esposa, por favor: para control de daños políticos, culpe a su cónyuge
IEs una historia tan antigua como la de Adán y Eva: un marido, frente a acusaciones de mala conducta, culpa a la esposa.
También es una estrategia política bipartidista de larga tradición. Esta semana, el juez de la Corte Suprema Samuel Alito y el senador Bob Menéndez, demócrata de Nueva Jersey, señalaron con el dedo anular a sus esposas por episodios que han metido a cada hombre en problemas políticos o legales.
“La puso poco tiempo la señora Alito”, le comentó Alito, uno de los miembros más conservadores de la Corte Suprema, a The New York Times para explicar una bandera estadounidense volteada —símbolo de la protesta “Alto al robo” de simpatizantes del exmandatario Donald Trump— que ondeaba en un poste en el jardín delantero de la familia en los días previos a la investidura del presidente Joe Biden en 2021. La esposa de Alito, Martha-Ann, estaba en una disputa con los vecinos en ese momento por un cartel anti-Trump, informó el Times.
En el caso de Menendez, su abogado señaló con el dedo. El miércoles, en un tribunal federal de Nueva York, el abogado, Avi Weitzman, culpó a la esposa del senador y a los problemas financieros que tenía de lo que los fiscales han descrito como un complot de sobornos en el que están involucrados gobiernos extranjeros y cientos de miles de dólares en regalos.
“Intentó conseguir dinero y activos de todas las formas posibles”, le dijo Weitzman al jurado. “Le ocultó qué les pedía a otros”. (La esposa del senador, Nadine, también enfrenta cargos en el caso, pero será juzgada por separado, después de un diagnóstico de cáncer de mama. Se declaró inocente y un abogado que la representa se rehusó a ofrecer comentarios).
Culpar a un cónyuge de algo que se percibe como una fechoría puede ayudar a aliviar la presión inmediata sobre un funcionario público, pero lo hace, necesariamente, exponiendo al escrutinio y al desprecio a la más íntima de las sociedades.
Y, por supuesto, no hay que olvidar las consecuencias interpersonales y a la reputación por llevar a tu esposa al matadero.
“Debido a que por lo general la opinión pública les exige a las mujeres un estándar ético más alto que a los hombres y espera que acepten la culpa de conductas de las que se suelen salir con la suya los hombres, entiendo por qué los hombres piensen que culpar a su esposa de una fechoría pueda protegerlos de las críticas”, opinó Jennifer Palmieri, una estratega política que sabe de controversias conyugales porque trabajó en las campañas presidenciales de John Edwards y Hillary Clinton. “Pero no cuando involucra a tu esposa. Simplemente pareces un cobarde”.
Evadir una controversia política y lanzar a tu esposa directamente a ella es una maniobra destinada a provocar acusaciones de sexismo, pues a menudo utiliza estereotipos negativos de esposas políticas manipuladoras, ambiciosas u obsesionadas con el estatus, con emociones incontrolables y una sensación exagerada de privilegio.
La acusación de Alito sobre su esposa parece ponerla en una categoría diferente: una esposa de opiniones muy arraigadas y expresadas con imprudencia que se convierten en un lastre profesional para su marido. (Ninguno de los dos ha sido acusado de un delito o de manera formal de un acto indebido).
Los escándalos de los cónyuges de los políticos suelen surgir de la inevitable ruptura matrimonial que se crea cuando un miembro de la pareja obtiene un puesto de gran visibilidad que, al menos en teoría, está sujeto a leyes y códigos éticos particulares. Esto no solo obliga a los cónyuges a tener nuevos papeles frente al público, sino que también significa que pueden surgir como chivos expiatorios naturales cuando algo sale mal, lo acepten o no.
“Este no es un comportamiento normal, no es un conflicto marital normal”, opinó el exrepresentante demócrata por Washington Brian Baird, quien ejerció como psicólogo dos décadas antes de pasar una docena de años en el Congreso. “Muchos de nosotros pasamos por conflictos maritales, pero eso no implica actuar de una forma extraordinariamente cuestionable, enriquecerse a sí mismo o socavar el sistema político mismo y luego poner excusas por ello”.
Uno de los casos de corrupción pública más importantes de las décadas recientes se centró en el matrimonio de Bob McDonnell, exgobernador republicano de Virginia.
McDonnell y su esposa, Maureen, enfrentaban cargos federales derivados de más de 165.000 dólares en préstamos y regalos que un ejecutivo de suplementos nutricionales le otorgó a la familia. En su juicio, celebrado en 2014, los abogados de McDonnell afirmaron que la pareja estaba demasiado distanciada como para participar en una conspiración y se aprovecharon de la descripción de un testigo que la calificó a ella de “chiflada” y señalaron que se había obsesionado con los artículos de lujo.
McDonnell subió al estrado en su propia defensa y le dijo al jurado que a su esposa le habían decepcionado sus circunstancias financieras y estaba “abrumada” por el estrés de su papel en un cargo público. Ambos fueron declarados culpables, pero las condenas fueron anuladas gracias a un fallo unánime de la Corte Suprema en 2016 que relajó los estatutos federales sobre sobornos. Él solicitó el divorcio tres años más tarde.
Las mujeres en cargos públicos también se han metido en problemas por culpa de sus parejas sentimentales. En 2020, la gobernadora de Míchigan, la demócrata Gretchen Whitmer, culpó a su marido de un “lamentable recurso humorístico” después de que salió a la luz que había intentado engatusar al dueño de un puerto deportivo para que pusiera su bote en el agua antes de la hora pico del Día de los Caídos.
Antes de que Carol Moseley Braun tomara juramento como senadora demócrata por Illinois en 1993, se convirtió en el blanco de críticas pues su novio, quien también era su director de campaña, fue acusado de acosar sexualmente a mujeres del equipo de campaña.
En una entrevista el viernes, Moseley Braun señaló que los asesores políticos de la época la instaron a culpar a su novio y a distanciarse de él.
“Pensé que sería cobarde hacerlo”, comentó. “Pensé: ‘Este tipo no ha hecho nada malo’”.
Moseley Braun denunció que la postura típica de los hombres poderosos de Washington es la opuesta.
“Tan solo encuentran a alguien más a quien culpar que no sean ellos”, comentó. “Y la persona más cercana es esta mujer de al lado, a la que pueden patear todo lo que quieran”.
c.2024 The New York Times Company