La larga y extraña saga de Kamala Harris y Kimberly Guilfoyle

UNA LLAMADA TELEFÓNICA FUE EL COMIENZO DE UN ANTAGONISMO ENTRE COLEGAS QUE HA DURADO MÁS DE DOS DÉCADAS. HOY, HARRIS ES LA CANDIDATA DEMÓCRATA A LA PRESIDENCIA Y GUILFOYLE SE DEDICA A PEDIRLES A LOS VOTANTES QUE LE IMPIDAN LLEGAR AL PODER.

Kitty Bennett colaboró con investigación.

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Eran dos jóvenes abogadas, prometedoras estrellas de la política y conocidas en los círculos más exclusivos de la vida cívica de San Francisco.

Pero alrededor del año 2000, Kamala Harris hizo una llamada a Kimberly Guilfoyle que resonaría, con un aire surrealista, en la campaña presidencial de 2024, que ya de por sí tiene bastante de surrealista.

Harris era ayudante del fiscal de distrito de la ciudad. Guilfoyle estaba en conversaciones para unirse a la oficina. Harris llamaba, de acuerdo con Guilfoyle, para insinuar que ahí no había trabajo para ella.

“Fingió ser miembro del comité de contratación, que no existía”, afirmó Guilfoyle en una entrevista telefónica reciente.

El jefe de Harris en aquel momento contrató a Guilfoyle de todos modos, corroborando en gran medida, años más tarde, la versión de ella de lo ocurrido, recordando la vehemente oposición de Harris a esta medida.

Harris ha negado repetidas veces haber desdeñado a Guilfoyle desde que el asunto se planteó públicamente por primera vez hace más de 20 años, y ha dicho que la llamada telefónica fue simplemente para ofrecer “ayuda”.

Y si eso fue una especie de astuta maniobra evasiva, comentan ahora los amigos de Harris, es que hizo alarde de clarividencia al dudar de Guilfoyle desde el principio.

“Si alguna vez lo hizo”, dijo Stanlee Gatti, amigo íntimo de Harris y padrino de la boda del actual gobernador Gavin Newsom con Guilfoyle en 2001, “fue inteligente”.

Más de dos décadas después, Harris es la candidata demócrata a la presidencia y Guilfoyle es una ubicua portavoz de su oponente: en las Convenciones Nacionales Republicanas ha sido una oradora con un fervor memorable y, desde su compromiso hace varios años con Donald Trump Jr., es una pariente de facto de Trump.

Su actual tarea en la campaña consiste en persuadir a los votantes de que conoce a Harris mejor que la mayoría y rogarles que le impidan llegar al poder.

“La conozco desde hace 25 años, y déjenme decirles una cosa”, afirmó Guilfoyle recientemente en una cena republicana en Florida. “Hagan lo que sea necesario para mantenerla fuera de la Casa Blanca”.

La intrigante y confusa historia del ascenso paralelo de Harris y Guilfoyle en San Francisco requiere dos firmes advertencias:

Los partidarios de Harris dicen, con bastante credibilidad, que se trata de un diálogo unilateral. La vicepresidenta no parece haber pronunciado una palabra en público sobre Guilfoyle en años.

Y la historia política moderna está repleta de relatos reduccionistas, y a menudo sexistas, de rivalidades entre mujeres profesionales; chismes pasajeros y desafortunadas alusiones a “peleas de gatas”, como si los hombres fueran incapaces de ser ambiciosos, conflictivos y rencorosos.

Sin embargo, un cuarto de siglo después, ahora que Harris y Guilfoyle se han convertido en adversarias políticas en la mayor escala posible, la intersección entre los inicios de sus trayectorias profesionales revela algo más profundo sobre estas antiguas colegas, sus caminos divergentes y los partidos políticos en los que acabaron ascendiendo.

En el perpetuo polvorín de la política de San Francisco, este fue el periodo en el que Harris y Guilfoyle delinearon las bases de las figuras públicas en las que se convertirían.

“Mujeres superestrellas”, afirmó Willie Brown, exalcalde de San Francisco, quien solía salir con Harris. “Representaban a la ciudad”.

Implacablemente previsora e instintivamente reservada, Harris fue una respetada fiscala que durante años tuvo en la mira el puesto más alto de la oficina, al tiempo que se afianzaba entre la élite de la ciudad; venía de afuera, pero se estaba adentrando en en tiempo real.

Y Guilfoyle, la incansable hija de un personaje político del área de la bahía de San Francisco, pensó en llegar a dirigir la misma fiscalía, según recuerdan sus amigos. (Guilfoyle dijo que nunca pensó seriamente en postularse).

“Todo el mundo se estaba preparando”, dijo Phil Matier, quien durante mucho tiempo fue redactor político de The San Francisco Chronicle. “Estábamos esperando a ver si habría un enfrentamiento entre Kimberly y Kamala”.

En San Francisco, donde Guilfoyle ha permanecido como un recuerdo lejano desde que se divorció de Newsom, las personas cercanas a Harris prefieren no repasar este capítulo.

“Puede que lo haya bloqueado por completo”, dijo Andrea Dew Steele, una recaudadora de fondos demócrata que conoce a Harris desde hace décadas.

“¡No digas más!”, suplicó entre risas Mark Leno, exlegislador de California y amigo de Harris, cuando se mencionó a Guilfoyle.

“Sabía que no se llevaban bien”, afirmó Rebecca Prozan, una de las principales asesoras de Harris en su candidatura a fiscala de distrito en 2003, antes de cambiar rápidamente de tema. “Kimberly ha sido muy buena para redirigir la atención hacia otras cosas por las cuales recordarla”.

Si esta época sigue siendo más vívida para Guilfoyle, en gran medida le ha evitado los detalles al público, hablando de manera ominosa pero vaga sobre su historial con Harris en apariciones públicas.

“Yo lo vi de primera mano: ella dejó San Francisco peor”, dijo Guilfoyle en Florida este mes. “Su único objetivo es el nuevo trabajo, el siguiente trabajo, el siguiente cargo”.

En los años posteriores a que Harris se convirtiera en fiscala del distrito, Guilfoyle llegó a ser más específica cuando estaba en privado, permitiéndose hacer una observación compungida sobre su ciudad natal, según un antiguo asociado que la escuchó.

“Debí haber sido fiscala del distrito”, decía entonces Guilfoyle. “Debí haber sido fiscala del distrito”.

Política espinosa

La política siempre puede ser extraña, pero la de San Francisco lo es aún más. Es más conflictiva. Más claustrofóbica.

La ciudad de Nancy Pelosi, Dianne Feinstein y Newsom, que abarca aproximadamente 11x11 kilómetros, ha tenido un gran impacto durante mucho tiempo, en ocasiones dando al término “impacto” un significado literal, con reportes de peleas a puñetazos entre políticos y un exfiscal de distrito, Terence Hallinan, conocido como “Kayo” (como la pronunciación en inglés de “KO”, o nocaut) debido a sus antecedentes en el boxeo.

Harris, como ella misma se encarga de señalar, no era de San Francisco. Nació en Oakland y comenzó su carrera como fiscala en el condado de Alameda. Se incorporó a la oficina de Hallinan, al otro lado de la bahía, en 1998, tras lo cual el fiscal del distrito llegó en ocasiones a felicitarse a sí mismo abiertamente por su buen criterio.

“Gran contratación”, decía Hallinan acerca de Harris. (“Le devolvía algo de gloria”, recordaba Fred Gardner, antiguo ayudante de Hallinan).

Para entonces, Harris ya se había convertido en parte habitual de la alta sociedad de San Francisco, con sus galas, su familia Getty y sus fiestas posteriores a la ópera. Guilfoyle —cuyo padre, Anthony Guilfoyle, era un asesor político conocido como “El Padrino”— tuvo su propia experiencia temprana en algunos de los espacios más prestigiosos de la ciudad.

“Kamala terminó por entrar en los mismos círculos políticos, pero no empezó allí”, dijo Brown. “Seguían intentando averiguar qué tenía sentido para ellas, más allá de todas las actividades sociales y de formar parte del ‘primer grupo’ de la ciudad, por así decirlo”.

Guilfoyle, unos años menor que Harris, trabajó brevemente para el predecesor de Hallinan en San Francisco antes de incorporarse a la fiscalía de Los Ángeles.

Alrededor del año 2000, habló con el equipo de Hallinan sobre su regreso.

Es aquí donde las versiones empiezan a diferir. Guilfoyle ha dicho que poco después recibió una llamada de Harris afirmando que tenía autoridad presupuestaria en la oficina, y que no había lugar para ella.

“Se sintió amenazada”, dijo Guilfoyle en la entrevista. “Casi todo en la vida tiene sentido: los celos, la envidia”. (La campaña presidencial de Harris declinó hacer comentarios).

Guilfoyle dijo que contó inmediatamente a otros en la oficina lo que Harris había dicho. “Estaban furiosos”, recordó.

Harris ha dicho que nunca disuadió a Guilfoyle de unirse a la oficina ni insinuó que no pudiera trabajar ahí.

Hallinan, que falleció en 2020, dijo que Harris le “prohibió” contratar a Guilfoyle, a pesar de ser su jefe. Hallinan incorporó a Guilfoyle de todos modos.

“¡El momento lo es todo!” escribió Hallinan en una nota explicando la contratación a Gardner, quien la compartió recientemente.

Lo que nadie ha proporcionado es una explicación convincente de lo que ocurrió entre Guilfoyle y Harris en primer lugar.

Personas que hablaron con ambas en ese momento dijeron que la tensa dinámica parecía provenir de un conflicto personal en sus círculos sociales, no de algún enfrentamiento profesional. (El diagnóstico de Guilfoyle es más directo y, tal vez convenientemente, adecuado para un anuncio político de ataque: “No era partidaria de apoyar a las mujeres”).

Cualquiera que fuera el origen, no serían colegas durante mucho tiempo. A finales de 2000, Harris abandonó la oficina, frustrada por lo que más tarde describiría como una cultura indisciplinada y disfuncional bajo la dirección de Hallinan.

Poco después, Harris consultó a sus amigos sobre la posibilidad de postularse para el puesto de Hallinan y creó una red de recaudación de fondos valiéndose de una voluminosa agenda llena de contactos sociales destacados.

“Decidida y ambiciosa”, dijo Denise Hale, amiga de Harris y dama de la alta sociedad de San Francisco. “Gracias a Dios”.

La fiesta de despedida de Harris fue una clase magistral de maniobras políticas. Algunos abogados temían que su asistencia pudiera interpretarse como una deslealtad hacia Hallinan, quien ya había empezado a sospechar de las intenciones que tenía Harris de hacer campaña.

Pero Harris también gozaba de gran popularidad en la oficina, y bien podría volver a dirigirla algún día.

Se decidió que la despedida se planificaría mientras Hallinan estaba de vacaciones.

“La lista de invitados a la fiesta creció tanto”, recordó Gardner años después, “que hasta Kimberly Guilfoyle decidió venir”.

El ataque de un perro

Sin embargo, al cabo de unos meses ocurrió algo inesperado: Guilfoyle de pronto estaba en todas partes.

Una mujer de 33 años llamada Diane Whipple había sido mutilada mortalmente por un perro presa canario de 55 kilos en su edificio residencial de Pacific Heights, y Guilfoyle estaba ayudando a enjuiciar al matrimonio responsable del animal.

En un caso que atraería la atención internacional, con elementos de crimen real que parecían sacados de la televisión —una víctima que generaba mucha empatía, un barrio lujoso, un dueño de perro con vínculos con la pandilla carcelaria Hermandad Aria—, el trabajo de Guilfoyle incluía representar a la oficina ante los medios de comunicación.

Lo hacía bien. Los ejecutivos de la televisión se dieron cuenta. Al parecer, también lo notaron algunos personajes desagradables que deseaban perjudicarla: la leyenda de Guilfoyle creció cuando fue puesta bajo protección policial debido a los reportes de que se había emitido un contrato de asesinato en su contra.

“Llevaba un chaleco antibalas sobre sus trajes de noche”, recordaba Gatti.

“Kamala”, señaló Brown, “no tenía un caso con esa visibilidad en San Francisco”.

El momento de fama de Guilfoyle incrementó la atención al espectáculo de su boda con Newsom en diciembre de 2001, una unión considerada instantáneamente como una especie de Camelot de la Costa Oeste.

“Olvídense de ‘kennedyesco’. Creo que necesitamos una nueva palabra: Newsomesco”, escribió The Chronicle. “Ya quisiera Julia Roberts ser interpretada por Kimberly en una película de bodas”.

A medida que la ciudad se acercaba a su siguiente gran ciclo electoral, las tres estrellas en ascenso parecían enfocadas en sus respectivas trayectorias. Harris estaba ganando impulso en su intento de desbancar a Hallinan. Newsom estaba a punto de convertirse en alcalde. Y Guilfoyle se había posicionado para un futuro en la televisión, llegando a ocupar un lugar de presentadora en el canal Court TV.

Por eso fue sorprendente cuando un titular explosivo apareció en The Chronicle semanas antes de las elecciones de 2003: “Cerebro, brío, belleza… y sentimientos heridos”.

La viñeta que lo acompañaba mostraba a Harris empujando una puerta con su cuerpo, esforzándose por dejar fuera a una sudorosa Guilfoyle.

“Las mujeres talentosas deben apoyar a otras mujeres talentosas”, dijo Guilfoyle al periódico. Estaba ventilando críticas a su antigua colega que albergaba desde mucho tiempo atrás, justo cuando Harris y Newsom estaban a punto de asumir el poder, enemistándose con la próxima fiscala del distrito del propio partido de su marido.

Las razones fueron más catárticas que estratégicas, de acuerdo con personas que la conocen. (Recientemente, Guilfoyle insinuó que no había querido hablar y solo aceptó tras las insistencias de The Chronicle).

“Así es Kimberly”, dijo Matier, coautor del artículo. “Se sintió obligada a hablar de ello porque no le encantaba la idea de que Kamala se convirtiera en fiscala del distrito”.

La acusación de que Harris había sido poco solidaria no fue un factor de particular relevancia en las últimas etapas de la contienda por la fiscalía de distrito.

Sin embargo, durante una pausa en el último debate con Hallinan, los candidatos estaban aparentemente tan irritados por el tema que parecían estar discutiendo en privado al respecto.

“Se está generando una seria controversia aquí fuera del aire”, dijo el moderador a los oyentes cuando se reanudó la discusión. “Al menos ventilemos esto”.

Entonces siguió una pregunta sobre Guilfoyle.

“Tengo un gran respeto por Kimberly Newsom y su trabajo como abogada”, dijo Harris con calma, “y espero con ansias la oportunidad de trabajar con ella”.

“Ella definitivamente me dijo que no la contratara”, objetó Hallinan, agregando que la oposición de Harris le pareció tan desconcertante en aquel momento que se lo comentó inmediatamente a su esposa.

Harris tuvo la última palabra, al menos ante los votantes, descalificando a Hallinan diciendo que era un fiscal en funciones desesperado “que lanza un montón de cosas para enturbiar las aguas”.

Harris ganó la contienda la semana siguiente.

Hacia el estrellato derechista

Sus rostros aparecieron en lados opuestos de una escultura en forma de corazón frente al Ayuntamiento como parte de un proyecto de arte público de 2004 imposible de no ver que encumbró a las dos mujeres que parecían augurar un nuevo orden para San Francisco: Harris, evocando a Billie Holiday con gardenias en el cabello, y Guilfoyle como Frida Kahlo.

“Ambas son mujeres fuertes a quienes les importa mucho la justicia”, dijo entonces el artista Tim Gaskin, explicando su visión al destacar al par.

Pero para entonces, dijeron sus amigos, ya poco tenían que ver una con la otra.

Poco después de que Harris y Newsom asumieran sus cargos, Guilfoyle pasaba gran parte de su tiempo en Nueva York debido a sus apariciones en televisión. Era la mitad de un matrimonio a distancia de costa a costa que terminaría al cabo de pocos años.

Su campaña política nunca llegaría.

“Tenía cosas más importantes, y las más importantes eran la televisión”, dijo Brown. “Así era Kimberly. Tenía esa clase de actitud”.

Considerada durante mucho tiempo como relativamente moderada —sin duda para los estándares de San Francisco— con un porte de defensora de la ley y el orden, Guilfoyle encontró su lugar a su debido tiempo dentro del firmamento de los medios de derecha, convirtiéndose en una incondicional de Fox News antes de irse en 2018 en medio de acusaciones de acoso sexual en su contra. (Según The New Yorker, Fox pagó un acuerdo a un ex asistente de Guilfoyle. Guilfoyle ha negado anteriormente haber cometido un delito).

En años recientes, ha sido una férrea defensora de Donald Trump, quien consideró contratarla como secretaria de prensa de la Casa Blanca. También se dice que la comparó, con aprobación, con Eva Perón, después de un discurso viral de la convención de 2020 en el que insistió: “¡Lo mejor está por venir!”

“Juro que los circuitos telefónicos de San Francisco tuvieron que estar sobrecargados”, dijo Gatti sobre aquella noche. “La primera persona a la que llamé fue Gavin, por supuesto”.

Tras la derrota de Trump, Guilfoyle sugirió con pesimismo en 2021 que Harris ya estaba dirigiendo la Casa Blanca como vicepresidenta.

“Muy normal en su carrera”, dijo Guilfoyle más recientemente en una transmisión en vivo por redes sociales, luego de que el presidente Biden abandonara la contienda de 2024. “Todo se lo han dado en bandeja”.

Ahora Guilfoyle conduce un programa en Rumble, una plataforma de video vista favorablemente por la derecha, donde regularmente ataca a Harris y promociona su libro infantil sobre perros. (También hay disponible un juguete masticable con forma de Joe Biden, como parte de un paquete “para perros conservadores y sus dueños”).

Esta vez, Harris ha dejado que otros rebatan por ella.

“No es alguien que hable de los demás”, dijo Gatti, “a menos que signifiquen algo para ella”.

c.2024 The New York Times Company