Jesús Ernesto, el hijo de AMLO y las burlas que deberían avergonzar a todo el país
Esta discusión es ridícula. En términos de debate público, estamos en la primaria. Las burlas a Jesús Ernesto, hijo de López Obrador, deberían darnos vergüenza a todos. Como país, como seres humanos, como supuestos adultos funcionales que somos. Hagamos un ejercicio de imaginación para entenderlo mejor: es usted una persona adulta, la edad que quiera, pero persona adulta, y tiene una cuenta de Twitter en la que hace lo que mejor sabe hacer: linchar a otros. ¿Quién es su víctima de hoy? Un adolescente de 15 años. ¿Qué ha hecho el sujeto en cuestión para ameritar su rabia? Nada. Existir. Ser hijo del presidente. Pero él no le ha hecho nada a usted.
Simplemente le molesta verlo y eso se mantiene intacto desde que lo conoció: primero le irritaba verlo con un mechón de cabello pintado. Ahora se burla de su sobrepeso y le hace bullying, como el que abunda en cualquier escuela del país. Pero recordemos algo muy importante: usted es un adulto. Entiende razones, es maduro y civilizado, capaz de sostener conversaciones mínimamente coherentes. Porque sí, le gusta linchar a todos en Internet, pero todavía queda un vestigio de conciencia en su cerebro que le hace distinguir lo válido de lo repudiable. ¿O no?
Si tiene dudas, responda a lo siguiente con toda sinceridad: En un escenario hipotético, Twitter deja de existir y usted se encuentra a Jesús Ernesto, ese niño al que le ha dicho de todo en 280 caracteres, en la calle. ¿Qué haría?, ¿también se burlaría de él?, ¿no le daría ni tantita vergüenza denigrar a un menor de edad a la vista de otros adultos que seguramente lo verían a usted como un lunático y hasta intervendrían en favor del chico?
Linchar a un menor de edad es reprobable. No importa quién ni cuándo lo haga. Y si las burlas son deleznables, también lo son las absurdas comparaciones que hacen algunas personas entre los hijos de un presidente y de otro. ¿Qué valor tiene eso? Y cuando hablamos de valor en este caso podemos usar las dos acepciones: valía y valentía. ¿Siente usted que es una gran contribución al país al insultar a un menor de edad? ¿Le parece digno de un adulto exhibir ese comportamiento?
La cobardía que abunda en redes no es nueva para nadie. Pero no por ello habría que ignorar todo lo que eso dice de nosotros. Da para pensar que las mismas personas que pueden linchar a un adolescente en Twitter son las mismas a las que damos los buenos días en calle; los mismos ignorantes que consideran que criticar al hijo del presidente por su aspecto físico es un acto de amor a la patria. Porque si viaja al extranjero, es indispensable hallar la forma de criticarlo a él. Un chico, un menor de edad, que nada tiene que ver con lo que hace su padre. Luego, la incongruencia de AMLO es tema aparte: hay que separarla de la inmundicia que expresan los odiadores de Jesús Ernesto. No sirve como justificación. Hay dos caminos: jugar a las boberías y venganzas... o ser un adulto.
Si a diario se cuestiona el sentido común del gobierno, y muchas veces con razón, ¿qué se puede decir este tipo de antis tan infames? Por la vía del linchamiento solo están condenados al olvido, a la irrelevancia, pero el efecto placebo de Twitter les hace creer que están dando una batalla. No leen ni se informan. No crean ni intercambian ideas. Repiten, linchan, humillan.
Como decían las mamás cuando uno se portaba mal en la calle: ya estás grande, compórtate.
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