Las inundaciones en Brasil generan otra crisis: mascotas sin hogar

Las autoridades en la región sur del país han rescatado más de 12.500 animales en las últimas semanas.

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Cuando los dos cachorros llegaron al refugio temporal en Porto Alegre, una ciudad del sur de Brasil, sus patas esqueléticas se doblaron por el cansancio. Habían estado nadando en el agua durante horas, luchando por sobrevivir mientras las inundaciones sumergían la ciudad y convertían las calles en ríos.

“Intentamos que caminaran, pero no podían”, contó Daniel Guimarães Gerardi, veterinario voluntario en el refugio. “Estos momentos te causan un gran dolor por el sufrimiento de estos pobres animales”.

Dos días después de ser rescatados, los perros mestizos de seis meses —uno rayado como tigre y el otro negro azabache— dormitaban en su mayoría sobre mantas donadas entre juguetes masticables, todavía exhaustos por su terrible experiencia. Cuando estaban despiertos, se tambaleaban por el refugio con sus inestables patas, meneando la cola y las orejas tensas hacia atrás.

No llevaban placas de identificación, y desde que fueron encontrados el 21 de mayo nadie había venido por ellos. “Esperamos que, si tienen cuidadores, los encuentren”, dijo Guimarães. En caso contrario, añadió, el objetivo será encontrarles un hogar bueno y seguro.

Más de un mes después de las catastróficas inundaciones en el sur de Brasil, su peor desastre en historia reciente, la región sigue conmocionada. Las inundaciones sumergieron pueblos enteros, destruyeron puentes, clausuraron un aeropuerto internacional y desplazaron a casi 600.000 personas por todo el estado de Rio Grande do Sul. Al menos 169 personas murieron, y 56 siguen desaparecidas.

En medio de la crisis, miles de animales fueron separados de sus dueños y quedaron atrapados por las inundaciones. Escenas dramáticas de perros que luchaban por salvarse trepando a los tejados de casas inundadas y de bomberos rescatando animales varados, incluido un caballo llamado Caramelo, capturaron los titulares de todo el mundo. (Al final, Caramelo pudo volver a estar con su dueño).

Incluso cuando las aguas de las inundaciones empiezan a bajar, decenas de miles de personas siguen en refugios temporales, sin poder regresar a sus hogares destruidos o dañados. Y más de 12.500 animales domésticos han sido rescatados desde el inicio de la crisis, según las autoridades estatales.

Muchos de estos animales no tienen dueños, afirmó Fabiana de Araújo Ribeiro, quien dirige la agencia de bienestar animal de Porto Alegre.

Incluso los que tienen dueños, “no tienen adónde regresar” porque sus casas han quedado en ruinas, afirmó Ribeiro.

Y como los niveles de agua cubren las señales de las calles y los números de las casas, los equipos de rescate han tenido dificultades para registrar con precisión dónde fueron rescatadas las mascotas o de quién podrían ser.

En todo el mundo, el incremento de animales sin hogar es algo común después de los desastres naturales porque los dueños fallecen, son separados de sus mascotas o se ven obligados a estar en refugios temporales que no permiten animales.

Pero retornar animales desplazados es algo más complejo en países como Brasil que en Estados Unidos, donde existen mejores prácticas que a menudo incluyen registrar metódicamente dónde se encuentran los animales y establecer líneas telefónicas directas centralizadas para ayudar a los propietarios a encontrar a sus mascotas, explicó Joaquin de la Torre Ponce, director para América Latina del Fondo Internacional para el Bienestar Animal, una organización sin fines de lucro con sede en Washington.

Además, según activistas del bienestar animal, es mucho más común en Estados Unidos que en muchas partes de América Latina que los propietarios le implanten chips de rastreo a sus mascotas, lo que facilita su reunión.

Además, los animales callejeros son más frecuentes en América Latina, donde en ocasiones son alimentados y cuidados por toda una cuadra, afirmó Ponce.

“Estos perros y gatos comunitarios no tienen un dueño específico”, dijo. “Entonces nadie vendrá a buscarlos en una situación como esta”.

Bajo el techo con goteras de un galpón abandonado en Canoas, una ciudad vecina de Porto Alegre, unos 800 perros rescatados se movían, gemían y ladraban en las jaulas improvisadas construidas con palés de madera.

Un grupo de voluntarios transformó ese espacio en un refugio improvisado donde trabajaban por turnos para registrar, alimentar, medicar y cuidar a los animales. Pocos animales tenían nombre, pero cada jaula tenía un número, garabateado en cartón por los trabajadores del refugio.

Muchos habían sido salvados por cuadrillas de rescate, tras pasar días o incluso semanas varados en tejados, árboles y casas inundadas. Algunos llegaron lesionados o enfermos, y la mayoría presentaba cuadros graves de desnutrición.

Algunos, como Gigante, un labrador mayor que vestía una camisa rosa con corazones rojos, habían sido dejados por dueños a quienes se les prohibió llevar a sus mascotas a los refugios temporales.

En un rincón, un fornido perro mestizo blanco y marrón tiraba de una correa de cadena, mostrando sus dientes afilados. Los voluntarios dijeron que se había recuperado casi por completo de un corte en el hocico, pero había estado ansioso desde que las inundaciones sumergieron su casa y enviaron a su dueño al hospital.

En lo profundo del galpón, un sumiso Rottweiler yacía acurrucado en la esquina trasera de su jaula, con la cabeza apoyada en las patas. Los bomberos lo habían encontrado nadando en las calles de Canoas dos semanas antes, temblando y agitado.

En los últimos días, otra lluvia intensa provocó conmoción en el refugio. Cuando comenzó a llover, los perros intentaron trepar a los techos de sus jaulas. “Se ponen nerviosos cuando ven el agua”, afirmó Celso Luis Vieira, voluntario de 74 años. “Creen que el lugar está a punto de inundarse”.

En una mañana reciente, Sérgio Hoff recorría el galpón en busca de sus mascotas desaparecidas. Cuando fue evacuado de su casa en Canoas junto con su esposa y su hija de 9 años a principios de mayo, la familia tuvo que dejar atrás a sus cinco perros y tres gatos.

“Mi esposa estaba en pánico; no quería abandonarlos”, contó Hoff, un banquero de 39 años. “Pero simplemente no podíamos llevarlos con nosotros. Era un caos total”.

La familia dejó sueltos a los animales en su patio, con la esperanza de que pudieran treparse a sitios más altos si el agua subía de nivel. Nunca se imaginaron que el agua terminaría sumergiendo toda la casa.

Al final, Hoff encontró a dos de sus perros en un refugio en el otro lado de Canoas, lo que lo hizo albergar la esperanza de que los otros hubieran sobrevivido también. Pero tras pasar semanas buscando en otros refugios de animales y revisando páginas de redes sociales, todavía no ha encontrado al resto de sus mascotas.

“La única palabra que describe esto es frustración”, dijo tras otra visita infructuosa a un refugio. “Pero no nos vamos a rendir”.

En el refugio de Porto Alegre, un perro mestizo negro de 2 años llamado Ticolé tuvo mejor suerte.

Asustado por la corriente de agua que invadía su vecindario, el perro se escapó de su casa, justo cuando sus dueños se disponían a huir. Después de dos semanas, su dueño, Jorge Caldeira Santos, finalmente lo localizó.

“Lo encontré”, dijo, mientras se llevaba a Ticolé del refugio.

c. 2024 The New York Times Company