Harris y Trump ponen punto final a una de las campañas presidenciales más vertiginosas en la historia de EE.UU.
WASHINGTON.- Parece que fue hace un siglo, pero hace poco más de tres meses, el presidente Joe Biden todavía creía que podía ganar su reelección. Bajo una presión asfixiante de los demócratas, Biden bajó su candidatura y entregó la posta a su vicepresidenta, Kamala Haris, una semana después de que Donald Trump sobrevivió de milagro el primero de los dos intentos de asesinato que sufrió en la campaña presidencial.
Ambos momentos definieron una contienda histórica en Estados Unidos, nutrida de elementos distintivos que terminaron por forjar una de las elecciones presidenciales más cruciales, reñidas y singulares que ha vivido la primera potencia global. Trump, un expresidente y un criminal convicto con un extenso prontuario judicial, va en busca de un segundo mandato tras perder hace cuatro años ante Biden, mientras que Harris, cuya campaña duró apenas poco más de 100 días, puede convertirse en la primera mujer que se sienta en el escritorio Resolute en el Salón Oval de la Casa Blanca.
“Lo más singular es que uno de los principales candidatos es un expresidente que intentó revertir las elecciones que perdió y no ofreció disculpas. Al contrario, defendió lo que hizo y redobló su apuesta con una agenda de negacionismo electoral”, dijo a LA NACION el historiador Julian Zelizer de la Universidad Princeton. El cambio de Harris por Biden no fue único, agregó, pero sí colocó a esta elección en una categoría aparte. “Finalmente, tener una mujer de ascendencia negra y del sudeste asiático también es histórico”, completó.
La campaña presidencial comenzó como una revancha de 2020 entre Biden y Trump, un duelo que ya de por si era peculiar no solo por tratarse de los mismos candidatos que la elección anterior, sino también de los dos candidatos más viejos de la historia. Pese a su alforja de polémicas y escándalos, y a haber llevado a los republicanos a las derrotas en las elecciones de 2018 y 2020 y el mal resultado de 2022, Trump despejó rápidamente a sus rivales en la primaria republicana sin siquiera debatir con ellos, y se quedó por tercera vez con la nominación presidencial del Grand Old Party. La candidata que llegó más lejos, Nikki Haley, dejó a principios de este año una de las frases más notorias de la campaña, que podría llegar a ser premonitoria si Harris se impone el martes.
“El primer partido que retire a su candidato de 80 años será el partido que gane estas elecciones”, dijo Haley.
Los republicanos se alinearon –algunos a regañadientes– detrás de la nueva candidatura de Trump, una lealtad que perduró aun después de que Trump fue hallado culpable, en mayo, en un juicio en Nueva York por ocultar un pago en plena campaña en 2016 a la actriz porno Stormy Daniels para tapar un romance entre ambos.
Los demócratas parecían seguir por el mismo camino con Biden, pese a su baja popularidad y las preocupaciones latentes por su estado de salud y su avanzada edad. Eso cambió drásticamente con el debate entre Biden y Tump, el 27 de junio. Fue un duelo duro y áspero que Trump dominó con soltura ante un Biden errático, ronco, confuso falto de reflejos, y, por momentos, perdido. La desastrosa imagen que dejó Biden amplificó al máximo las dudas por su edad y desató una inédita rebelión en el Partido Demócrata que terminó con lo que muchos tildaron de un “golpe de estado” contra su candidatura.
Mientras Biden intentaba salvar su candidatura, Trump lograba salvar su vida por milímetros. El 13 de julio, durante un rally en Butler, Pensilvania, un joven de 20 años, Thomas Matthew Crooks, le disparó con un rifle AR-15 desde un techo cerca del escenario. Una bala rozó una oreja de Trump y lo hirió. Ensangrentado, rodeado de agentes del Servicio Secreto, Trump dejó una imagen para la posteridad: levantó su puño, miró a sus fieles seguidores, y antes de que se lo llevarán se lo vio gritar: “¡Peleen!¡Peleen!¡Peleen!”. El atentado agigantó la mística trumpista. Muchos republicanos fueron a su convención en Milwaukee, la semana siguiente, con la oreja vendada, como Trump, convencidos de que una intervención divina había salvado a su candidato.
“No debería estar aquí esta noche”, le dijo Trump a su público, que comenzó gritar: “¡Sí, estás!”.
“Gracias, pero no debería”, continuó Trump. “Y les digo que estoy ante ustedes en este escenario solo por la gracia de Dios Todopoderoso”, cerró.
Con Trump ya coronado como candidato presidencial, los demócratas reforzaron su ofensiva contra Biden, con una arquitecta infalible operando sigilosamente detrás de escena: Nancy Pelosi. La hemorragia de respaldo a Biden se esparció como un virus del Congreso a los grandes donantes y a las principales figuras partidarias y famosos, que lo empujaron para que diera un paso al costado. George Clooney publicó una columna en el New York Times pidiendo que se bajara, con un guiño de Barack Obama, según informó Politico. Acorralado, Biden se rindió.
“Ha sido el mayor honor de mi vida ser su presidente”, escribió en una carta que publicó en sus redes el 21 de julio. “Y si bien mi intención ha sido buscar la reelección, creo que lo mejor para mi partido y el país es que me retire y me concentre únicamente en el cumplimiento de mis deberes como presidente durante el resto de mi mandato”, anunció.
El mismo día que anunció su decisión, Biden ungió a Kamala Harris como heredera política. En un verdadero blitzkrieg político, Harris logró abroquelar a los demócratas detrás de su candidatura en un puñado de días. Aunque nunca ganó una primaria y su popularidad estaba tan alicaída como la de Biden, nadie desafió su candidatura. Harris “tomó la posta”, y fue proclamada como nueva abanderada de los demócratas en una votación virtual antes la convención partidaria, a mediados de agosto, en Chicago.
“Quiero que sepan, prometo ser un presidente para todos los norteamericanos”, dijo Harris en el cierre de la convención, marcando un contraste con Trump que guio su campaña. “Siempre pueden confiar en que pondré al país por encima del partido y de mí misma”, remarcó.
El vertiginoso ascenso de Harris trastocó la campaña. Los demócratas, que parecían resignados a una derrota, encontraron un renovado entusiasmo con Harris que se tradujo en más donaciones, más voluntarios, y un repunte en las encuestas. Un triunfo volvió a ser posible. Pero pese al cambio de figuras y a esa nueva energía, con el correr de las semanas la pelea por la Casa Blanca volvió al mismo lugar donde siempre estuvo: una disputa voto a voto en un puñado de estados. Ni siquiera el debate entre Harris y Trump, el 10 de septiembre, dominado por la vicepresidenta, pareció alterar la dinámica de fondo de la elección. El duelo si dejó otro de los momentos más alocados de la campaña cuando Trump dijo que en Springfield, Ohio, los inmigrantes se comían las mascotas de la gente.
“En Springfield, se están comiendo a los perros, la gente que vino, se están comiendo a los gatos, se están comiendo a las mascotas de la gente que vive allí, y esto es lo que está sucediendo en nuestro país, y es una vergüenza”, lanzó Trump.
Fue el único cara a cara entre los dos candidatos. La campaña de Harris buscó otro debate, pero Trump se negó. Sin más enfrentamientos, Harris y Trump se dedicaron a recorrer los siete estados pendulares o “swing states” –Arizona, Nevada, Georgia, Carolina del Norte, Wisconsin, Michigan y Pensilvania– en busca del número mágico de 270 votos electorales para conseguir la llave de la Casa Blanca. Harris pasarás las últimas horas en Michigan y Pensilvania, y Trump, en Carolina del Norte, Georgia y Pensilvania.
Los actos de cierre dejaron otros dos momentos para la posteridad. Kamala Harris reunió a 75.000 personas –su acto más concurrido– en el Ellipse de Washington, detrás de la Casa Blanca, el mismo lugar donde Trump arengó a sus seguidores antes del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Con ese simbolismo de telón de fondo, Harris lanzó su alegato más brutal contra Trump, a quien llamó un “tirano mezquino” y un “aspirante a dictador”. Trump reunió a 20.000 personas en el Madison Square Garden. Pero el rally no quedó en los anales por su mensaje, sino por una frase de un comediante, Tony Hinchcliffe, que llamó a Puerto Rico “una isla flotante de basura”. Un reflejo de la retórica ácida que signó una campaña nunca vista hacia una de las elecciones presidenciales más cruciales de la historia, donde muchos ven el futuro de la democracia en juego.