Hamás tiene que pagar un precio: Desaparecer | Opinión
Lo que hizo Hamás en Israel es imperdonable, injustificable, y cuando comiencen a publicarse las fotos de la respuesta despiadada de Israel —ya han comenzado—, tras el clamor por detener la carnicería debe estar presente que el culpable de ello es el grupo terroristas palestino.
Nada más. nada menos. Hamás debe desaparecer, así de brutal y sencillo.
A pensar así nos obliga la fotografía de Yeshayahu Foyer, un sobreviviente del Holocausto de 91 años, en su casa en Ashkelon después de inspeccionar los daños causados por los cohetes de Hamás a una casa en construcción al lado.
A decidir que no se vislumbra otra opción nos impelen los rostros de Noa Argamani, secuestrada mientras asistía a un festival musical; Shani Louk, una alemana-israelí capturada por Hamás; los niños Erez y Sahar Kalderon, miembros de una familia secuestrada en el kibutz Nir Oz; Kim Damti, una joven irlandés-israelí cuyo último contacto con su familia ocurrió el sábado en la mañana.
Cierto también que hay otros rostros: niños palestinos que han muerto —y desgraciadamente morirán más— desde el ataque contra Israel.
Pero hay una razón fundamental, que a uno no le queda más remedio que repetir: el iniciador de la barbarie actual es el grupo terrorista.
En otras ocasiones —en diciembre del 2008 para citar una fecha— cabía escuchar las voces llamando a un alto al fuego entre Hamás e Israel. Por ejemplo las de tres escritores israelíes —David Grossman, Amos Oz (ya fallecido) y A.B. Yehoshua— con sus pedidos de mediación y cese de los disparos. Ahora, ya no es posible.
Ahora, tras una retahíla de acusaciones y reproches contra Benjamin Netanyahu y su gobierno, Grossman deja bien claro quien es hoy el culpable.
“Pero no se equivoquen y no se confundan: con toda la furia contra Netanyahu y su pueblo y sus políticas, el horror de estos últimos días no fue causado por Israel.
Fue realizado por Hamás. La ocupación es un crimen, pero disparar contra cientos de civiles —niños y padres, ancianos y enfermos a sangre fría— es un crimen peor. Incluso en la jerarquía del mal hay una ‘clasificación’”, escribe Grossman en The Financial Times.
Así es. Es la hora de dejar a un lado —de momento— los reproches a Netanyahu, una cuestión que es a resolver por los israelíes del país, y brindarle toda la ayuda a Israel. Eso es lo que ha hecho el actual gobierno estadounidense, y también merece todo el apoyo de la ciudadanía de este país.
Por supuesto que se han cometido errores con anterioridad, tanto por los israelíes y palestinos como por el resto de los factores internacionales, comenzando por Estados Unidos. Esta semana, el presidente Joe Biden visito a Israel para encontrarse con Netanyahu.
David Brooks recuerda lo cerca —y lo lejos— que se estuvo de un acuerdo de paz y la creación de dos Estados, con la celebración de una reunión entre el primer ministro israelí Ehud Barak y el líder palestino Yaser Arafat, en julio de 2000 en Camp David, durante el gobierno de Bill Clinton.
“Este recuerdo vuelve inquietantemente porque la miseria que ahora padecen palestinos e israelíes no tenía por qué ocurrir. Podrían haber llegado a algún tipo de acuerdo moderadamente eficaz, que hubiera dado a las dos naciones la oportunidad de perseguir sus propios destinos”, escribe Brooks en The New York Times.
Pero con un grupo terrorista como Hamás, no hay posibilidad alguna de pensar —o soñar— en solución alguna del conflicto árabe-palestino. Hamás lo que quiere es borrar a Israel, hacerlo desaparecer y una y otra vez lo ha demostrado no con retórica sino con acciones.
Quizá el principal culpable del fracaso de aquel esfuerzo de 2000 fue Arafat. El gabinete israelí de entonces —muy diferente al actual— aceptó el plan, pero como dice Brooks, Arafat se comportó como siempre: no dijo que no, pero nunca dijo que sí.
Lamentaciones sobre lo ocurrido años atrás a un lado. Lo grave de la situación actual es que demuestra una vez más que Hamás, con su fanatismo e intransigencia, ha logrado capitalizar la clásica renuncia palestina de no aprovechar oportunidades —aunque a veces ínfimas—, cultivar la condición de víctimas y culpar a otros por su situación; mientras los miembros de las diversas organizaciones —militantes, terroristas, políticas— se apresuran a declarar como victorias las derrotas inequívocas. Acaba de suceder. De lamentar son los miles de muertos que van en aumento.
Lo peor, por otra parte, es que muy probablemente ocurra lo que vaticina Grossman.
“Si se me permite aventurarme a adivinar: después de la guerra, Israel será mucho más derechista, militante y racista.
La guerra que se le impuso habrá cimentado los estereotipos y prejuicios más extremos y odiosos que enmarcan (y seguirán enmarcando de manera aún más sólida) la identidad israelí. Y esa identidad encarnará a partir de ahora también el trauma de octubre de 2023, así como la polarización, la ruptura interna”, escribe en The Financial Times.
Por todo ello, Hamás debe ser eliminada como organización. Para que la magnitud del miedo y el odio se vea reducida al mínimo de un gesto, una lectura, una visión momentánea.
Y que el llevar una vida normal deje de ser un sueño en toda la región.
Alejandro Armengol es un escritor que vive en Miami.